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Cerca del apocalipsis en Extremo Oriente

martes, 29 de marzo de 2011
Terremoto más maremoto, ambos concatenados, han conformado fatídicamente en Japón la catástrofe perfecta, si queremos parafrasear un término periodístico al uso, derivado de un título cinematográfico. Fue lo que pasó el miércoles 9 de marzo en El país del sol naciente cuando un temblor de tierra de magnitud 8,9 de la escala Richter -no alcanzada hasta entonces- asoló el noreste de la isla, originando en el mar una ola gigantesca de 10 metros de altura que arrambló con pueblos enteros, carreteras, barrios, edificios, calles, vías de comunicación, barcos, aviones en tierra… como contemplamos, atónitos, en las imágenes trasmitidas. Tuvo múltiples réplicas aunque ninguna mortífera. Y provocó en torno a diez mil muertos, con la cohorte consiguiente de destrucción y desolación digna de las láminas del “Libro de las Ruinas” glosdas por Jorge Luis Borges que tengo en mi biblioteca. La realidad derrota a la ficción. En fin, un cataclismo al que el mundo entero asistió, sobrecogido, desde su cuarto de estar gracias a la revolución de las comunicaciones.

Si tomáramos al pie de la letra el lenguaje figurado del Apocalipsis de la Biblia, este suceso luctuoso podría considerarse como un signo precursor del Armagedón, el mítico fin de los tiempos. Pero ésta es una cita de un occidental, la cultura japonesa está impregnada de otra forma de pensar completamente diferente, de la sabiduría de Confucio, que entre otras muchas máximas preconizó sobre todo el amor y el respeto a la Naturaleza.

Según pudimos ver por televisión, la Naturaleza se enfureció y, desencadenada, desató su fuerza ciega. Hace años el hombre achacaría la culpa a los dioses, hoy se sabe que las sacudidas sísmicas son producto de desplazamiento de placas tectónicas, resultan impredecibles, y no hay nada que hacer contra ellas sino paliar en lo posible sus coletazos como lo intentan los japoneses desde que registraron en sus crónicas más de cien años atrás por primera vez un fenómeno similar, tal como ahora se recordó. Tsunami es precisamente el término nipón para maremoto; se ha acreditado desgraciadamente desde el muy devastador y de mucha mayor envergadura ocurrido en 2004 en el Océano Índico que causó 230.000 muertos en total, 170.000 en Indonesia.
Terremoto, tsunami, riesgo de hecatombe nuclear, “Cuando vienen las desgracias, no llegan como simples soldados sino en batallones”, sentencia el genial dramaturgo inglés William Shakespeare y ante la actual serie negra de males diversos que se abatió sobre Japón en unos días, no me resisto a citarlo. Y es que además, en este caso, a los desastres naturales hay que añadir la incertidumbre creada por el peligro de explosión de la central nuclear de Fukushima, a 240 kilómetros de Tokio, que mantiene en vilo a las consternadas autoridades japonesas. En efecto, tres de los seis reactores de esta central están afectados, lo que posibilitaría una fuga masiva de radiactividad, según la OIEA (Organismo Internacional para la Energía Atómica). Su portavoz, el japonés Yukiya Amano, no dudó en calificar de muy grave la situación creada y la ONU, en una declaración insólita, no contribuyó a tranquilizar los ánimos al considerar que existen claros motivos para el pánico nuclear.

La memoria histórica de Japón quedó marcada para siempre por la tragedia nuclear desde que los EEUU arrojaron sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 para terminar la II Guerra mundial provocando, respectivamente, 140.000 y 80.000 muertos y cientos de miles de irradiados.

En la actual circunstancia en tiempo de paz, todo mundo se sobresalta ahora menos Japón. Según todos los testimonios, una vez más los japoneses dan muestra de entereza y de serenidad ante el mayor infortunio que han sufrido desde la II Guerra Mundial. Dicen que los educan para hacer frente a terremotos y tsunamis porque fatalmente van a formar parte de su existencia. Su capacidad de reacción, su espíritu colectivo, su obediencia a la autoridad y su resistencia ante la adversidad son proverbiales. Ahora se ponen de nuevo a prueba. Un episodio reciente confirma este carácter: medio centenar de ingenieros y técnicos, a los que más tarde se unieron otros tantos quedaron en la central dañada de Fukushima luchando denodadamente para contrarrestar los efectos nocivos de los reactores, en una acción calificada con razón de heroica. Otros resultaron desafortunadamente contaminados, no hay milagros.

Éxodo de extranjeros hacia el sur del país o de vuelta a casa por temor lógico a la radiactividad, los gobiernos repatrían a sus representantes en Japón y recomiendan a sus ciudadanos abandonar las zonas afectadas, las multinacionales hacen lo propio. Hubo una gran barahúnda en los aeropuertos, aglomeraciones, caos…

Preguntarse si es segura la energía nuclear en estos momentos parece un sarcasmo. Pero hay que hacerlo. Todas las energías tradicionales son peligrosas, el carbón y el petróleo para empezar. Habría que ir sustituyéndolas poco a poco por las llamadas energías limpias como las eólicas, las hidráulicas y la biomasa. Y ello porque el mundo está sembrado de centrales atómicas, déjenme enumerarles las más importantes: 104 en EEUU –Barack Obama ya había decidido antes de esto no construir más- , 58 en Francia - que harían volar el país si estallaran en cadena-, 54 en Japón –el emperador Akihito se dirigió a los japoneses por televisión tras el grave accidente para animarles y pedirles que no se den por vencidos- , 32 en Rusia, 19 en el Reino Unido,19 en India, 17 en Alemania -donde tras la alarma Angela Merkel se ha dado un periodo de reflexión de tres meses para tomar una decisión final-, 12 en China -Pekín ha congelados sus proyectos nucleares-, 8 en España -José Luis Rodríguez Zapatero ha ordenado su revisión para mayor tranquilidad. La energía nuclear no es segura.

Lo sucedido en Japón, de 127 millones de habitantes, segunda potencia mundial en muchos órdenes, de economía ultradesarrollada y sociedad de gran modernidad ya ha dado un timbrazo de alarma. Y es que, si se cumplen los aciagos pronósticos pesimistas del Departamento de Ingeniería Civil de Sendai, epicentro del seísmo, “lo peor está por llegar”.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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