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Libia: Intervenir o no intervenir

viernes, 11 de marzo de 2011
El seísmo revolucionario que recorre el norte de África, después de haber alcanzado sucesivamente a Túnez y a Egipto, registra desde hace días una gran sacudida en Libia. Por la importancia estratégica de esta nación petrolífera regida por un caudillo desequilibrado lo que pasa allí es crucial para la paz en el Mediterráneo y en el mundo entero.

Hace dos meses que el mundo árabe situado al sur de Europa se halla en ebullición al iniciarse distintas transiciones movidas por un afán de libertad en busca de democracia y de la implantación de un estado de derecho. Los jóvenes se han apoderado de las plazas de las distintas capitales, en particular en Túnez y El Cairo, han conseguido liberarse de Ben Ali y de Hosni Mubarak, así como de sus sucesores y mantienen su protesta pacífica pero insistente hasta conseguir sus propósitos. Nadie sabe a donde conducirá todo esto mas la determinación de este vasto y esperanzado movimiento que debe concluir en elecciones es tenaz. No se calma.

Libia constituye un caso aparte en este enfrentamiento interno de nuevo cuño en el Magreb entre el pueblo y su corrupta clase dirigente ya que buena parte del país está en manos de los insurgentes Mientras la guerra civil arrecia con su cohorte de miles de muertos, el dictador Muamar el Gaddafi se halla cercado en Trípoli, ciudad que concentra 1 millón 700 mil habitantes de los seis millones 300 mil totales de la nación. Naturalmente, si cae Trípoli, cae Libia en manos de los rebeldes. Pero pasan los días y Gaddafi y su clan no muestran intención alguna de ceder. El peor escenario sería el estancamiento de la guerra, que ésta se eternice y se convierta en un foco de tensión permanente. Es el guión que conviene a Al Qaeda para pescar en río revuelto. No sé que es peor, la barbarie de un iluminado o el fanatismo religioso. Primer dilema insoluble.

El tirano, de comportamiento brutal y atrabiliario, ha conseguido provocar la unanimidad en contra suya. Incluso el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, viejo amigo, le ha dejado en la estacada. Otro amigo destacado, el presidente venezolano Hugo Chaves, hizo el ridículo proponiendo una mediación, que nadie tuvo en cuenta. La misma Liga Árabe aprueba que se imponga a Libia una zona de exclusión aérea para impedir la muerte de civiles, ametrallados desde el aire por orden del autócrata.

El mundo se carga de razón y la Corte Penal Internacional de La Haya ha incoado un procedimiento para investigar los crímenes de Gaddafi y su camarilla contra la población civil. “El proceso se llevará a cabo con la mayor rapidez para evitar que se sigan cometiendo matanzas”, dice el fiscal jefe de esta Corte, el argentino Luis Moreno Ocampo. Encerrado en su desvarío, al energúmeno le importa poco la justicia internacional pero ello no impedirá su condena por este tribunal donde están representados 114 Estados.

Bengasi y el este del país han sido liberados aunque, según las agencias de noticias, los combates prosiguen en Brega, centro petrolero importante y ciudad estratégica con aeropuerto para exportar el crudo, que los partidarios del desaforado jeque beduino quieren recuperar. Hay que consignar que en estos momentos la producción de petróleo libio casi no existe y la venta al extranjero se ha reducido drásticamente.

Fuera de Libia, dos sentimientos se imponen: la consternación por lo que le está pasando a un pueblo ya oprimido y la culpabilidad por haber dejado que las cosas llegaran hasta estos límites de indignidad a causa de la codicia occidental por el petróleo. Recordemos que durante cuatro decenios se le permitió todo a Gaddafi por asegurar el abastecimiento de crudo.

¿Cómo reacciona el mundo? Para empezar por la primera potencia, los EEUU de Barack Obama son reacios a intervenir en Libia, se mantienen alerta y vigilantes tras la admonición de su presidente: “Gaddafi tiene que dejar el poder e irse”, dijo Obama y sonó como un brindis al sol, pero acto seguido advirtió: “usaremos la fuerza en caso de catástrofe humana”.

Norteamérica contempla una amplia gama de de opciones militares y no militares, es como si dejara que creciera la indignación de los aliados y de la opinión pública antes de tomar cartas en el asunto. Cuando se habló de cerrar el espacio aéreo libio, el secretario de Estado para la Defensa, Robert Gates, detuvo la iniciativa porque podría considerarse una acción de guerra. Washington quiere el aval de sus aliados europeos antes de adoptar otras medidas. El recuerdo de Afganistán, Irak, Somalia y del lejano Vietnam hacen que la diplomacia norteamericana ande con pies de plomo. Francia y Turquía, gran potencia del área, están en contra de cualquier acción armada que, de todos modos, tendría en principio en contra a China y a Rusia.

Derecho de injerencia o deber de injerencia, intervenir o no intervenir en Libia, un dilema difícil de resolver.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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