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Mubarak, 'Exit'

jueves, 17 de febrero de 2011
Tras 18 días y 18 noches de protestas, los jóvenes rebeldes egipcios han conseguido el pasado 11 de enero el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak, dictador durante 30 largos años que se aferró al poder hasta última hora. La euforia se adueñó de la Plaza de Tahrir o de la Liberación, que hizo honor a este nombre, convirtiéndose en un símbolo para Egipto, Africa y el mundo entero. Fue la Revolución del Nilo o la instauración de la República de los Coroneles, aún no tiene un nombre fijo pero libró al país contra todo pronóstico de un “rais” que se aferraba al poder. La calle se encargó de echarlo en una revuelta tan inesperada como porfiada y tenaz. Exit Mubarak, salida de escena.

No hubo líderes. Fueron las masas las que se han convertido en un nuevo protagonista político y no sólo en Egipto sino en toda la región, se han rebelado y quieren ser un factor determinante en su historia. Mubarak, de 82 años, se negaba a dejar el mando y quería pilotar una transición apañada para dejarlo todo atado y bien atado. Era no contar con el Ejército, que se mantenía al margen, a la espera de la evolución de los acontecimientos y que después sería premiado con ovaciones de la multitud en la Plaza de Tahrir, ágora y oráculo del país más populoso de África en estos días decisivos. Sucesivas concentraciones de cientos de miles de manifestantes fueron guiando este torrente revolucionario, que no tenía cauce conocido y que podía desbordarse. Siguieron adelante a pesar de que la represión de la policía hubiese causado más de 300 muertos y consiguieron finalmente la caída del “rais”.

Una caída para la que fueron esenciales, aparte de las grandes concentraciones, las redes sociales, las noticias e imágenes transmitidas por Internet, FaceBook, Twiter y teléfonos móviles, instrumentos del siglo XXI que condujeron las revueltas.

Apartado el fugaz vicepresidente Omar Suleiman por la presión popular, cansada de hombres fuertes, el Consejo Superior del Ejército asumió la gestión del Estado, esperemos que provisionalmente, con el propósito de convocar elecciones que disipen la incertidumbre que pesa sobre el futuro del país en la gran encrucijada.

Los militares parecen haberse vuelto razonables en Egipto. Con tino, una de sus primeras decisiones fue mandar un mensaje tranquilizador a Israel.

El presidente Barack Obama, aliado principal de Egipto, pudo lanzar finalmente un uf de alivio, el embrollo se resolvió solo, sin necesidad de que interviniera.

Esta crisis –con los islamistas en filigrana- es la madre de todas las crisis, como se suele decir en árabe, y ha tenido los pasados 2 y 10 de febrero dos puntos álgidos en los que Mubarak, recalcitrante, rechazó por dos veces dimitir y anunció que continuaria erre que erre hasta septiembre, pero –alea jacta est- su suerte estaba echada.

Fue impresionante ver por televisión la inmensa Plaza de la Liberación, repleta de cientos de miles de egipcios, que escuchó silenciosa el discurso del “rais” y después, colérica, prorrumpió en gritos de “Fuera, fuera”, “Vete ya”.

Las protestas egipcias y su desenlace esperanzador después el pulso entre el dictador y los manifestantes fueron portada de todos los diarios y telediarios del mundo entero. Mubarak se resistió hasta el último momento, anunció medidas democratizadoras, echó la culpa al extranjero, así, en abstracto, delegó algún poder en su vicepresidente, Omar Suleiman, pero no dio su brazo a torcer. Los egipcios tuvieron que echarlo.

Telón de fondo, los islamistas. La pregunta es: ¿Puede ser aprovechada esta situación incierta por los integristas acostumbrados a pescar en río revuelto? El caso de la Revolución Islámica de Irán en 1979 surge en todas las mentes.

Se pensaba que el mundo árabe estaba dormido, sin nervio, sin capacidad de reacción, sin voluntad de cambio. Pero de pronto, como un relámpago en un cielo azul, en Túnez y en El Cairo, manifestaciones masivas mostraron el hartazgo de la gente. Las clases medias tomaron las riendas de las revueltas, las plazas de sus ciudades se convirtieron en foros que expresaban la rabia de la población: escasez, hambre, carestía, recesión, corrupción, falta de libertades y dirigentes autoritarios provocaron el estallido.

En África del Norte, la bocanada de libertad de la Plaza de Tahkir debe prevalecer sobre el retrógrado islamismo religioso.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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