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La 'Plaza de la Liberación' egipcia

martes, 08 de febrero de 2011
En el África mediterránea tenemos varias revoluciones en marcha -escoja una- y es que sus pueblos, sometidos durante décadas por "hombres fuertes, como Ben Ali, Hosni Mubarak, Mohamed VI, Abdelaziz Buteflika y Muammar el Gadafi, comienzan a despertarse. Primero fue Túnez e inmediatamente después la insurgencia prendió en Egipto por contagio.

Argelia y Marruecos se mantienen a la expectativa; Libia, cuya sociedad está acogotada sin asomo de la mínima libertad, no cuenta.

No hay explicación alguna para tal despertar político en estos momentos al comienzo del año 2011, ¿por qué ahora?. No la hay, salvo la confirmación del viejo dicho: de tanto tirar de la cuerda, al fin se rompe y desgraciadamente por la parte más débil ya que ha habido ya 300 muertos en las revueltas de El Cairo.

Egipto es la nación más populosa de toda África, nudo gordiano del Próximo Oriente, punto neurálgico de la región, guardián del canal de Suez, de buenas relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea e Israel. Lo que sucede en Egipto puede tener gran repercusión y por eso, el mundo entero está pendiente del desarrollo de la revolución que allí ha brotado cuyo epicentro se halla en la Plaza de la Liberación (Tahrir) de El Cairo, significativo nombre que los demócratas de todo el mundo desearían premonitorio.

Pero Mubarak, de 82 años, enfermo de cáncer, tras treinta años de poder, se resiste a entregar las riendas como pidió con insistencia el pueblo en las mayores concentraciones callejeras de la historia del país, que llegaron a reunir cientos de miles de personas. En una alocución televisada, el "rais" echó un jarro de agua fría a las pretensiones de los manifestantes. Sólo concedió que no se presentará a las elecciones presidenciales anunciadas para septiembre. Ni dimisión ni cambios mayores ya que el nombramiento de un vicepresidente ha recaído en el general Omar Suleimán, antiguo jefe del espionaje, y ahora alter ego de Mubarak. "Moriré en la tierra de Egipto", anunció dramáticamente el presidente árabe con acentos bíblicos, oponiendo un mentís claro a quienes desearían que abandonara el país. Y añadió desafiante: "O yo o el caos". Veremos si el pueblo egipcio, en gran ebullición en las últimas semanas, le permite seguir. Incertidumbre.

En estos momentos Egipto puede servir de catalizador de los problemas de la política mediterránea actual, por él pasan todos sus vectores: democracia o dictadura, modernidad versus pobreza, conflicto del Próximo Oriente, confrontación de religiones. Es como un acerico en el que se clavan todos los asuntos espinosos del área. Le ha tocado a Barack Obama lidiar con todos ellos y el mandatario norteamericano aconsejó firmemente en conferencia telefónica a Mubarak su interés en que el antiguo país de los faraones empiece ya ahora su transición pacífica hacia la democracia. EEUU ayuda a Egipto con más de 2.000 millones de dólares anuales, una aportación que le permite hablar fuerte y que convierte al estado árabe en aliado privilegiado y en socio seguro en el Próximo Oriente. Además el país del Nilo constituye un muro de contención del islamismo que está al acecho encarnado en el grupo de los Hermanos Musulmanes, organización que tiene como objetivo declarado convertir a la República de Egipto en un estado islámico.

Israel, aliado clave de Norteamérica en la zona, defiende a capa y espada al "rais" Mubarak y tanto el presidente israelí, Simon Peres, como el primer ministro, Benjamín Netanyahu, tienden la mano a Egipto en estos momentos difíciles.

Las democracias europeas, divididas en este asunto, se limitaron a pedir elecciones libres para salir del impasse pero no quieren meterse en ese atolladero.

Entre las causas de la explosión egipcia destacan dos que entienden todo el mundo: la escasez y el hambre. En treinta años, el Gobierno fue incapaz de dar de comer a todos los egipcios, según las crónicas.

El país tiene que importar alimentos, uno de cada dos egipcios vive con menos de dos dólares al día y la mayoría subsiste con las remesas que mandan sus emigrantes, el pan y el magro plato nacional, el ful -un simple guiso de judías- constituyen la dieta más común. Sólo las clases acomodadas se benefician de desarrollo de la economía, la desigualdad es brutal, el paro afecta a la mitad de la población.

Son trazos del relato desesperado del Egipto actual, y explican la
esperanza surgida con la revolución de la Tahrir.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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