24 uvas al otro lado del gran charco

Al otro lado del gran charco, a seis horas de diferencia con España, me encontraba despidiendo el año. En otro continente con el dilema de cuándo recibir al Nuevo Año.

Opté por integrarme en el lugar, como se debe hacer, dejándote llevar sanamente por las constumbres de allá pero, mi corazón no pudo más y se adelantó al ritmo del viejo continente y, regresó atrás o, más bien, se aceleró y volvió a adelantar su ritmo, al compás de las agujas del reloj de torre de la Puerta del Sol.
Las imágenes se sucedían como diapositivas: las campanadas del reloj y sus puertasolinos comiéndose las uvas y lanzándo confeti; la plaza; la estatua del Oso y el Madroño; el Kilómetro Cero (inicio de las carreteras radiales españolas); la Real Casa de Correos, hoy día sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid; la estatua ecuestre del rey Carlos III; la estatua de la Mariblanca; el edificio del famoso anuncio de vinos Tio Pepe; la riquísima pastelería La Mallorquina con sus famosas napolitanas,...

Y así llegaron las primeras doce uvas, al ritmo del latido del corazón.
El mismo latido que contagió a otros corazones que se sumaron al festejo y, así, llegamos al nuevo año de corazón, de espíritu, porque, cronológicamente, aún tendrían que pasar seis horas para poder decir que entraríamos en el 2011 acá.

Al ritmo biológico de Nueva York, mi docena de uvas fueron pasando por mi garganta con un deseo por cada una y, sin poder digerirlas aún, me hallaba dando vueltas a la manzana para recibir al nuevo año y desearle que venga cargado de buenas noticias.

Dos docenas de uvas, veinticuatro deseos en menos de seis horas, me parecen demasiados que desear y habrá que conformarse con menos de la mitad.
Otra vez los doce deseos, las doce uvas sin más.
Sólo por eso ya mereció la pena viajar pues, si algún deseo has de quitar, mejor restarle a veinticuatro que no a doce sin más.