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Descenso al abismo

sábado, 15 de enero de 2011
En las oficinas bancarias de mi ciudad, al abrigo de los cajeros automáticos, duermen muchos indigentes. A algunos los veo cada noche, cuando vuelvo a casa, acurrucados entre cartones y andrajos. La crisis multiplica los índices de marginación y la ración de miseria que las sociedades desarrolladas segregan como garantía de su propia supervivencia. La sociología y la política encajan impasibles el drama. Lo ajustan impávidamente al lado de desmanes presupuestarios y escándalos salariales: los quinientos millones de la Cidade da Cultura, las desvergonzadas asesorías de González y Aznar, los subsidios a los sindicatos, las jubilaciones doradas, las diecisiete naciones sin estado, las inanes diputaciones provinciales (algunas, por cierto, financiadoras de clubes de baloncesto privados), los cuatrocientos mil coches oficiales, el irrefrenable dispendio, en fin, frente a la supresión de ayudas asistenciales básicas.

Pasan gobiernos, pasan alcaldías, pasan socialistas, pasan populares, pasan nacionalistas, pero estas cosas, las calamidades perentorias de cada día, no las arregla nadie. Siempre aparece dinero para un auditorio o para los tirantes de un puente o para un campo de fútbol, pero nunca aparece un chavo para las personas sin trabajo, sin techo y sin sopa. Los clanes que se conmueven con las tragedias a mil kilómetros no saben nada de las tragedias a la puerta de su casa, salvo quizá la gente de Cáritas, la única oenegé que nos queda pegada al terreno, fraternalmente comprometida con el prójimo, es decir, con el vecino de barrio o de portal.

En treinta y tantos años de democracia formal y almidonada no se ha hecho nada por la pobreza profunda de España, que debería la prioridad de cualquier gobernante y que ahora asoma más lacerante y descarnada que nunca. ¿Cómo vamos a creer en aquel socialismo redentor que predicaban el Abuelo Pablo y otros santos padres, cómo vamos a aceptar el cínico evangelismo de izquierdas y derechas, cómo vamos a confiar en un nacionalismo que protege antes la lengua que el estómago? El político invierte siempre en lo que rinde a corto plazo. Y la miseria, la miseria profunda y lacerante, no es de lucimiento: no da votos.
Soto, Juan
Soto, Juan


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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