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Paradela en el tiempo

martes, 11 de enero de 2011
El paso del tiempo nos permite vislumbrar las cosas y los hechos históricos con mayor amplitud de miras y, por ende, con más objetividad, pero también es, a veces, obstáculo que erosiona, oculta y desvanece realidades. En nuestro peregrinar vital, los humanos tenemos que asumir esa antinomia y aprender a convivir con ella, siendo conscientes de que somos hijos de nuestro pasado, tanto si lo contemplamos en perspectiva filogenética como psicosocial, aunque nos cueste reconocerlo.

Partiendo de esas consideraciones, debemos confesar que es difícil adentrarse en los pormenores de las raíces históricas de un pueblo y más aún en las de un concello que, como el de Paradela, se caracterizó desde antaño, y hasta tiempos muy recientes, por ser un gran desconocido. Pues, hasta bien entrado el siglo XX, era un municipio rústico que, pese a estar atravesado por una ruta espiritual y cultural como es el Camino de Santiago, padeció, sin embargo, el aislamiento y la incultura, donde apenas había escuelas, ni atención sanitaria, ni carreteras, ni luz eléctrica, ni traída de aguas, ni teléfono.

Estas circunstancias nos predisponen a encuadrar las gentes de Paradela y comarcas del entorno como pertenecientes a una sociedad tradicional, de estructuras permanentes y continuistas, aglutinadas entorno a la familia y a la parroquia. Sin embargo, este aserto no debe hacernos creer que las gentes de Paradela, Sarria, Monforte de Lemos y concellos limítrofes fueran inmovilistas y hayan carecido de inquietudes sociales a lo largo de la historia. La miseria, el pago insoportable de rentas, la carencia de toda clase de servicios, el sometimiento absoluto a la autoridad de los señores laicos y eclesiásticos, que oprimió totalmente la libertad de las clases sociales más bajas, y, en especial, la de los campesinos, desde la Edad Media hasta muy entrado el siglo XX, tuvo que generar, por fuerza, un gran resquemor en las capas sociales más desfavorecidas. De ahí que se vieran impulsados a participar entre los años 1467-1469 en la Gran Guerra Irmandiña, capitaneados por Diego de Lemos, contra los señores laicos, dueños de castillos y fortalezas, encomenderos de las principales iglesias y monasterios y más en concreto contra los abusos del Conde de Lemos que tenía el dominio de estas y otras tierras; gozaba del privilegio de administrar justicia en lo civil y en lo criminal, y cobraba grandes rentas en concepto de alcabala y vasallaje.

Pero, pese a la derrota de los ejércitos Irmandiños, los campesinos se afianzaban cada vez más en la idea de que algún día conseguirían liberarse del pago de grandes rentas a los señores laicos y eclesiásticos y que se harían dueños de pleno derecho de las tierras que siempre habían trabajado.

Este esperanzado sueño se prolongaría durante varios siglos, hasta que por fin, con la fuerza de las ideas y de las instituciones liberales, se inicia, a partir de 1820, el proceso de desamortización que, sin embargo, no se hace realidad plena hasta el año 1926 en que un decreto de Primo de Rivera acredita a los labradores en el derecho de redimir sus rentas y hacerse dueños de las tierras.

No obstante, mientras esa justa aspiración se hace realidad, os veciños de tódalas aldeas de Paradela tiveron que percorrer camiños e carrilleiros cheos de bulleiro e de coios, seguindo a ruta das “modorras” e dos castros, tan abundantes unhas e outros nas terras de Paradela; enriba duns zocos, enfundados nun traxiño de pana, co paraguas ao lombo colgado da chaqueta, cargados ata as orellas, mal alimentados, ás primeiras horas da madrugada ou ás altas horas da noite, para ir ás feiras de Castro de Rei (Paradela), Rubián (Bóveda), Monforte, Saviñao e Monterroso, ou ao coche de liña que unhas veces chegaba tarde e outras xa pasara. Na lista de seres sacrificados incluímos tamén aos homes e mulleres que sufriron a luz do candil, ós que non tiñan leña para quentarse, ós que pasaron a vida con feixes e sacos ó lombo; as mulleres que de sol a sol segaban na ferraia en días de inverno, e pola noite quentaban o caldo ou facían algo de cea, fiaban na la ou na estopa para facer carpins, mandiles, xerseis, sabas, etc. Recordamos, do mesmo xeito, ós homes que cavaron o monte, facendo de tractores, ós nenos pastores que pasaban o día no monte cun cacho de pan duro e non podían ir á escola; ós mestres con título e sen título que ensinaron ó pobo as primeiras letras e os emigrantes que sufriron o trauma de teren que abandoar as súas raíces.

Paradela, como el resto de los pueblos de Galicia, fue tierra de emigrantes. Aquí, desde finales del siglo XIX hasta los años 70 del XX no se cabía; las viviendas eran pequeñas, sin las mínimas comodidades, las hermandades numerosas, los recursos económicos escasos, por no decir inexistentes. Había que emigrar. Familias enteras se fueron en busca de mejor fortuna, dejando a sus hijos al cuidado de los abuelos, con el consiguiente desarraigo social y psicológico que esto supone. Afortunadamente, nuestras gentes retornaron, en su mayoría, a sus hogares de origen o a las villas y ciudades próximas a su entorno. Llegaron con mejores medios económicos fruto de su trabajo, del sufrimiento y de las privaciones; con una visión de la vida más enriquecida que les permitió readaptarse socialmente. Se encontraron con una Galicia distinta, muy mejorada: ya podían entrar en sus coches a las aldeas de origen donde antes sólo circulaban, a duras penas, los carros de vacas; ya tenían escuela para sus hijos, luz eléctrica en casi todos los lugares y había mejorado un poco la vivienda y sus servicios. Todas estas conquistas de bienestar económico y social fueron y siguen siendo muy importantes, pero hay que luchar para que en el futuro sigan mejorando.

En este peregrinaje humano a través del tiempo, es justo recordar que el mundo está lleno de personajes populares y héroes anónimos; de seres creativos y singulares que, casi siempre pasan desapercibidos porque nadie se ocupa de ellos. En esta faceta de grandes dimensiones humanas, Paradela no es excepción. Hubo aquí hombres que todavía a mediados del siglo XX, siguiendo el ejemplo de los anacoretas o ermitaños de los primeros siglos del Cristianismo, adoraban al Señor,”arrodillándose no medio das uces ao tempo que gardaban o gando”. Eran personas que nunca faltaban a la misa dominical, ni al rosario diario, que vivían de acuerdo con sus principios religiosos y que si tenían que privarse de algo para socorrer a un pobre lo hacían de mil amores.

Hubo igualmente, en ese caminar por el calvario de la vida cotidiana, mujeres célibes que compraban las ropas para cubrir sus delgados cuerpos, con el producto que les proporcionaba la venta de los huevos de una gallina, y otras que “malvivían fiando na la ou na estopa”. Xornaleiros, criadas e criados” completan un poco la serie de personajes y héroes anónimos de los que apenas se ocupa la historia. Son éstas, sin embargo, las gentes que forman el pueblo callado, sufrido, trabajador, responsable y respetuoso, las que con su proverbial sencillez y ejemplaridad mitigan los desmanes y la ignorancia de quienes van por la vida disfrazados de sabios.

En los últimos cincuenta años se humanizó considerablemente el paisaje de Paradela, de tal forma que quien no lo hubiera visto entonces, ahora apenas podría reconocerlo. El medio natural se transformó para adaptarse a las necesidades de los nuevos tiempos. Los montes se convirtieron primero en tierras de centeno y, unos años después, en praderías. Los “agros” y las “cortiñas” dejaron de dedicarse al cultivo del centeno, del maíz, de la patata y del lino, para transformarse también en excelentes prados. Muchos “soutos” y “carballeiras” fueron igualmente víctimas de esa transformación.

Una de las consecuencias más evidentes de ese cambio fue la multiplicación por diez de la cabaña de ganado vacuno, de maneta que el labrador que mantenía cinco o seis cabezas, en la primera década del año 2000 cuenta con cincuenta o sesenta. La otra fue la casi total desaparición de los molinos desperdigados por toda la geografía del concello, alrededor de las orillas del Miño, del Loio, del Trapa y de otros regatos, y que en la actualidad, lamentablemente, permanecen disfrazados en el paisaje, cubiertos de “silvas”, “toxos” y otros arbustos propios de la vegetación del lugar, sin que nadie se ocupe de ellos ni les guarde el más mínimo recuerdo y consideración, aún a sabiendas de que gracias a la “maquía” cobrada en estos molinos, sus dueños adquirieron prestigio y fortuna. Era tan grande la cantidad de grano que pasaba por las piedras de estos molinos y el simbolismo que esto representaba, que muchas casas se conocían por el sobrenombre de “o Muíñeiro”. Así, por poner unos pocos ejemplos, tenemos: “ a casa do muíñeiro de Barrido “ (San Vicente), “ a do muíñeiro da Abeilleiroᔠ(Castro de Rei),”do Mazo”,”de Ferreira” (Castro de Rei),” de Veiga” (Santa María de Ferreiros) ”da Retorta“ (Laxe), “do Loio” (San Juan de Loio) “do Abelaira do Río” (San Facundo), “do Colado” (Aldosende), “O de Nai” (San Vicente), etc.

Y, por último, La desaparición del cultivo “do liño” acabó por liquidar la pequeña industria textil que se fundamentaba en los “teares” domésticos atendidos por manos femeninas.

Y, sin embargo, superando aquel medio ambiente natural y social, que podríamos calificar de adverso o, por lo menos, poco propicio al desarrollo, hoy Paradela brilla con luz propia. En pocos años las seis casas de Pacios se hicieron casi ciento. Ya dispone este concello de una buena atención sanitaria, de un Centro educativo bien dotado, de una artística Casa de Cultura con su biblioteca y salón de actos; un hermoso mercado ganadero, farmacia y otros servicios sociales; empresas con proyección provincial, nacional e internacional, un servicio de traída de aguas pionero en el medio rural y de una aceptable red viaria que permite el acceso de vehículos a todas las aldeas.

Recientemente el concello emprendió una ordenación urbanística muy importante para el futuro desenvolvimiento de la villa y acondicionó un área recreativa en torno al río, dotada con piscina municipal para las prácticas deportivas y de ocio de niños, jóvenes y mayores. De este modo, se contribuye a que nuestras gentes se sientan a gusto en sus lugares de origen y se termine o mitigue el éxodo de los jóvenes del campo a la ciudad.
Fernández López, Ángel
Fernández López, Ángel


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