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Acuña, maestro republicano y poeta (Semblanza)

domingo, 26 de diciembre de 2010
Manuel Luis Acuña Sarmiento (1899-1975), tenía cuatro timbres de honor: era maestro, republicano, galleguista y fue represaliado por Franco.

Maestro nacional -como su padre y hermana- en una época en que esta profesión fue ensalzada por la II República española. Republicano como tenía que ser. Galleguista por ilusionarse con la renovación esperanzadora de Galicia en los años 30. Y, naturalmente, un joven de “ideas avanzadas”, es decir, con ideales de justicia social. Después, vino “la noche” como me la describió en una ocasión en el Barrio Latino de París Pablo Neruda, o sea, “a longa noite de pedra”, nombre que daba a la dictadura el poeta y amigo Celso Emilio Ferreiro. El golpe militar “esmagó” sus ilusiones.

Permítanme hablar con pasión de mi padre. Su apariencia frágil escondía una fuerza de carácter por la que jamás abandonaría sus principios de defensa de las libertades y de los derechos humanos que hoy compartimos en España pero que fueron delito en la época franquista.

Su espléndido silencio de publicaciones después del poemario “Firgoas” (Rendijas), que salió a la luz en la editorial “Nos” con un dibujo de Prego a pluma en la portada, revela una cierta elegancia reconocida por Ricardo Carballo Calero cuando dice: “Esta actitude humana dun autor que non necesitaba mais que cultivar o xénero de moda para bulir nas antoloxías, non pode menos que suscitar respeito e estima”.

Lo propio de Acuña es que lo descubran o lo redescubran. No daba pasos al frente.

En la primorosa edición de “Fírgoas” hecha por “Xerais”, Domingo García Sabell dice que este libro ”narra lo inefable con opulencia plástica”. El historiador Antonio Fernández García resalta el progresismo pero también el gracejo de Acuña en los versos festivos “Tri-ki-tra-kes” que vieron la luz en el republicano y galleguista “Heraldo de Galicia”. El académico de la Española Darío Villanueva habla de la “poesía sustantiva de Acuña”. “Tal un Rimbaud nórdico”, anotó el ensayista Carlos Gurméndez en “El País”, en la glosa a la última publicación del poemario y a mí me agradó sobremanera la mención, aunque fuera exagerada porque, claro, Arthur Rimbaud (1854-1891) emocionó al mundo con sus excelsos poemas a los 14 y 18 años -la edad de la poesía por excelencia- y luego no volvió a escribir más.

En realidad, a Acuña le bastó un solo libro editado, que conserva hoy en día todo su fulgor, para figurar en el canon de la poesía gallega. Tras “Fírgoas”, de haber sido algo fatuo, cosa en las antípodas de su carácter, fue como si dijera: “Ahí les dejo esa pequeña obra maestra. Vale. No les entretengo más”.

Manuel Luis, don Luis como le llamaban sus alumnos, acompañó al siglo y sufrió duramente sus zarpazos pero terminó por tomarse una triple revancha respecto a la adversidad.

Primera y gran compensación sobre los avatares: expulsado por Franco del cuerpo del Magisterio, logró –justamente en la docencia- el prestigio de la ciudad de Ourense, que le consideró como uno de sus maestros a lo largo de varias generaciones como subdirector y luego director del Centro de Enseñanza Bóveda, donde se había dado acogida a muchos maestros represaliados. De ahí vino su serenidad, la superación de la amargura causada por el descalabro individual y colectivo que supuso la desaparición de las libertades. Yo ya le recuerdo siempre como un hombre afable, buen conversador y buen narrador oral.

Otro resarcimiento y no menor: sus ideas de tolerancia, de convivencia, de democracia fueron las que al final de un oprobioso y trágico intervalo de cuarenta años se impusieron.

Tenía razón. Qué fuerza la de estas ideas, quien crea que son débiles se equivoca. Han salido triunfantes sobre el ramalazo del fascismo español y ya duran más de lo que duró la dictadura.

Su exilio interior se había traducido en una actitud hosca hacia el Régimen y se formuló en la negativa a pedir el reingreso en el Magisterio mientras esto hubiera podido ser considerado un acto político. Un falso blando sin duda.

Su llamada poética se sublimó entonces en su vocación paralela, la docencia, en la segunda mitad de su vida. La docencia, que había tenido su primera manifestación en la época de la República en la que, habiendo obtenido el número uno en toda España en las oposiciones al Magisterio Nacional, fue destinado al colegio Concepción Arenal de Madrid, donde se impartían las enseñanzas más adelantadas y cuyo edificio se conserva y he localizado ahora gracias a Google Maps.

Por ello me pareció muy justa la reivindicación de Manuel Luis Acuña como poeta gallego y maestro nacional que han impulsado dos profesores galleguistas, Ramón Nicolás y Xoán Carlos Domínguez Alberte, que organizaron ya cuatro congresos en Trives en honor y recuerdo de Acuña, que se concierte así en emblema de toda una generación de maestros de la II República. A ellos se unió después con entusiasmo y autoridad el vicerrector de la Universidad de Vigo, Xosé Manuel Cid.

Y, por último, “last but not least”, por un acuerdo del Ayuntamiento a propuesta del concejal socialista José Sueiro, Ourense ha dado su nombre al CEIP “A Carbaalleira”, y ahora el alcalde, Francisco Rodríguez, el director del CEIP, José Manuel Fernández, y la ex directora, Ana Herrero impulsan esta semana la conmemoración del 25 aniversario de esas fechas. Mi hermana María Teresa y yo les quedamos muy agradecidos.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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