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Eduardo Pondal (IV)

lunes, 08 de noviembre de 2010
PONDAL, MEDICO
Pondal termina su carrera y se hace con el título de Licenciado en Medicina y Cirugía, a los 25 años, y lo celebra con gran alegría familiar y con los amigos y parientes, en Ponteceso. Pero, pocos datos se conocen de su inicial y subsiguiente dedicación profesional, que parece tuvo lugar en el Ferrol, en la Sanidad de la Armada.

Se dedica, cuando reside en Bergantiños, a la poesía y a la caza, afición que le atrae. Da la impresión de que no se muestra tan inclinado al mar y a la pesca, y que prefiere, a pié o a caballo, recorrer las gándaras y las montañas, los bosques y valles del interior, investigar vestigios prehistóricos, dólmenes y castros. Se acercará a la “Pedra da Serpe”, en Gondomil, recuerdo de un país poblado de sierpes, liberado por San Adrián, y ahora serpiente alada, cristianizada con la cruz. Y hasta pensará en las serpientes marinas, próximas a divinidades femeninas de las aguas, y aún al ouroboro, serpiente que se muerde la cola, misterioso símbolo de la eternidad. Pero en su despacho del pazo, de sobrios muebles, atenderá a los menesterosos del pueblo, y a familiares y amigos enfermos. A marineros y campesinos que hablan el tradicional gallego que él reivindica, tal vez con algún dialecto localista y singular como el pesco que pronuncian los pescadores de Finisterre y de Muxía, una”jerga cativa, una jerigonza canija y graciosilla” (según, Cela, que localiza su novela “Madera de Boj,”en esta zona arcaica y profunda, de hombres recios y sacrificados que viven entre el mito y la realidad, novela que se desenvuelve con un alarde narrativo impresionante. Recuerdo alguna de sus expresiones: el ruido del mar, dice don Camilo, no va y viene, sino que viene siempre, zás, zás, zás, desde el principio hasta el final del mundo; y, aún añade, “no quería ver el mar, tanta agua junta no puede ser bueno, ni para la salud del cuerpo ni para el sosiego del alma”, ni aunque fuese agua bendita).

Tal vez Pondal pensara lo mismo, pero no sabemos cómo se enfrentaría a las urgencias médicas necesitadas de rápida solución, pues Santiago y La Coruña, muy alejadas y de penoso transporte entonces, exigirían excepcional evacuación. Pondrá a prueba su responsabilidad, de ordinario pesimista y debilitada ¿Cuál será su especialidad, los partos como Castelao, o la pequeña cirugía en los marineros heridos, o el recomponer huesos y articulaciones en traumatizados campesinos?

Sólo conocemos que prepara unas oposiciones a médico militar, quizá en el Ferrol, en la Sanidad de Marina dónde hace durante un par de años sus primeras prácticas y estudia un programa que le facilite el éxito tras preceptivo examen en la capital de España. Y a Madrid se va, desde la Coruña, en coche de caballos, horas y horas, con reiteradas pausas y posadas por medio. Le esperan Murguía y otros amigos gallegos. Se presenta ante el tribunal examinador y tras superar el previo reconocimiento médico (¡está sano!), aprueba los ejercicios entre los primeros, y con derecho a plaza, la cual viene a ser, por fin, Trubia, en Asturias, en la fábrica de armas, como Médico Ayudante de Sanidad Militar. Allí se traslada, y toma posesión de su cargo. Es su segundo viaje, fuera de Galicia, y será el último. Allí se instala, pero el ambiente que le rodea no le gusta, ni social ni culturalmente, y la disciplina militar lo oprime y acongoja (él, que enseguida va a promover una poesía castrense, espartana, combativa y revolucionaria). Quizá la responsabilidad reglamentada y rutinaria de su ocupación, la separación familiar y de la vida de caballero y señorito en su Bergantiños natal, o la lejanía de la tierra por la que tanto ha luchado y por la que debe seguir sacrificándose; tal vez, por fin, el rebrote de su inestabilidad, la caída de su autoestima, o algún trastorno angustioso, le deciden abandonar. Pide un permiso reglamentario para tramitar la testamentaría al finamiento de su padre. Permiso ya sin retorno, pues, de modo definitivo, renuncia a su cargo de médico-militar.

PONTECESO Y SANTIAGO DE COMPOSTELA
Transcurre 1864, y Eduardo tiene 29 años. Por más que dijera, muchas veces, que él era hijo de las Musas y que su vocación mayor era la de poeta, es lástima que por otros motivos dejara la reglada profesión social y humanitaria de la Medicina que hubiera podido compaginar, sin mayores problemas, con la poesía.

Su período biográfico siguiente es de una inmersión total en la Literatura y en la Poesía. Vuelve a los clásicos griegos y latinos, a los románticos ingleses, franceses, alemanes e italianos y, por supuesto a los españoles, y se vuelca en los autores gallegos: Rosalía de Castro, Murguía, Curros Enríquez, Añón, Pintos, Vicetto, Pastor Díaz, el Padre Sarmiento, Feijóo y tantos otros. Conoce bien las lenguas extranjeras, y no poco el griego y el latín.

Salvo esporádicos viajes a Santiago y, sobre todo, a La Coruña, ciudad que le gusta y que va a convertir en su segunda casa, mejor dicho, en habitual hotel, se recluye en su caserón de Ponteceso. Tiempo tiene para conocer a fondo las leyendas patrias, y dejando a un lado lo céltico que ya hemos considerado, descubre curiosas fábulas locales: monstruos y dragones del mar, sierpes marinas, el congrio gigantesco de siete cabezas, la coca o dragón nacional mezcla de cocodrilo y cobra que penetra por los ríos y es reducido por el héroe masculino del lugar, evitando el hechizo y secuestro de las mozas (Léase a J.J. Teijeiro Pérez). Por no mencionar el sorprendente capítulo de las ballenas gigantes, propias de esta zona atlántica, por ejemplo la de aquélla que seducida por los sones de la campana de Anllóns, llega a las playas de Corme y se acerca y habla con los marineros. O la leyenda de la gran ballena, de cuyas enormes fauces y de la profundidad de sus enjundias, San Gonzalo extrae una imagen de la Virgen. Por no citar al gigantesco cetáceo que llevó a San Barandán sobre su lomo, salvándole de un tremendo huracán. Y de las sirenas de las islas Sisargas, para qué hablar. Seguro que todas ellas las conocía Pondal, pero si hubo algo que desde niño lo conmoviese, y ya no se trataba de mitos o leyendas, si no de trágicas realidades, eran los naufragios de barcos cargueros, petroleros, goletas, pesqueros o paquebotes, en las zonas más próximas a su casa en la Costa de la Muerte, a las que aquí me refiero. Sabido es que en esta zona había un intenso tráfico marítimo, y era de navegación difícil por los abundantes arrecifes, bajos rocosos, corrientes profundas, nieblas espesas, galernas, vendavales, y escasa señalización costera, en aquella época. En el Cabo Touriñán, lugar de muchos naufragios, chocan dos barcos, en 1882, y mueren 73 marineros. En Camelle, son un carguero inglés, en 1904, y otro español, Natalia, en 1915, los que encallan y naufragan.

Es la Punta do Boy, uno de los lugares más fatídicos, a finales del siglo XIX se hunden allí dos cargueros ingleses, el Iris Hull y el Tinacria, con numerosas víctimas. Pero es el naufragio del Buque Escuela de la Armada inglesa, el Serpent, el más dramático y espectacular, al embarrancar por la fuerza del mar y de los vientos, el 10 de noviembre de 1890: de 175 tripulantes, sólo se salvaron tres. El Cementerio llamado de los Ingleses, en Xaviña (Camariñas), recuerda todavía hoy, el triste acontecimiento. (Hay referencias abundantes en los libros al respecto, de José Baña y Juan Campos Calvo Sotelo).

Pondal amigo de los vientos, sabe que éstos pasan pero que la tierra resiste, que su tierra se acomoda a esas fronteras entre el mito y la realidad; y que tanta agua no puede ser algo bueno, como dice Cela “el mar se traga un barco o cien barcos, se lleva un marinero o cien marineros, y sigue murmurando con su voz afónica”. No duerme el mar, viene siempre, no se cansa nunca, pero la tierra desde siglos y milenios, sabe Eduardo que ahí está, y permanece. Y reconoce la mala fama de algunos lugareños, verdaderos piratas de tierra, muy violentos, y de otros, “los playeiros”, más benévolos que sólo se aprovechan de los pecios, de las cargas y productos que arriban a las playas, cual derecho de naufragio. Pero en otras muchas más ocasiones las gentes ayudan a los náufragos con arriesgada valentía, hombres obscuros, algo tristes, “con vidas marcadas por el telurismo, con la herida de la precariedad en el alma”, pero solidarios, solventes y buenos cristianos

Cuando se cansa de esta vida rural y aldeana se traslada a Santiago y allí se sumerge en la vida social, intelectual y literaria de la ciudad, y se pasea y vive en ella como un dandy, cual un gentleman británico, dicen sus biógrafos. Gasta mucho dinero en lujosa vestimenta: elegante capa, abrigo negro de esclavina, levita, modernos botines y en invitaciones a los amigos, fiestas y juego de billar. Asiste a los círculos políticos y literarios, y trabaja con tesón y minuciosidad su obra poética. Recae reiteradamente en sus rarezas y achaques neuróticos, mientras decae su economía y se suceden las repetidas peticiones de dinero a sus familiares, cada vez más remisos a sus exigencias. Por todo ello, tal vez por “pecaminosos achaques” y algún problema de difícil solución, tiene que irse de la ciudad.

ETAPA CORUÑESA
Pondal prolonga cada vez estas estancias en la Coruña, dónde su vida cultural se hace fructífera. Ha reducido su activismo político, mas no deja de apoyar cualquier acto o manifestación reivindicativa a favor del galleguismo y de la rehabilitación de la lengua gallega; pertenece a diversas asociaciones culturales de Artesanos o de Militares, o los Amigos del País, es miembro del Casino, y socio de número de “La Real Academia Gallega”, en cuya fundación tuvo buena parte junto a Manuel Murguía, su presidente. Sigue con sus poesías, y con la larga y concienzuda elaboración de su gran poema épico, “Los Eoas”. Su actividad es menor -los años no pasan en balde- y los contratiempos en su salud se repiten, sin embargo asiste a Certámenes Poéticos y Juegos Florales en muchas ciudades gallegas, como juez o presidente de honor. Pondal es toda una institución en Galicia, el poeta del Rexurdimento, el bardo del regionalismo por excelencia; su notable prestigio resulta muy eficaz a la hora de exigir una elevada autonomía cultural y política, o al defender la bandera gallega.

Su lugar preferido es la llamada “A Cova Céltica”, la trastienda de una librería, finalmente de E.Carré Aldao, su gran amigo (el otro lo fue Manuel Murguía), dónde se reunían poetas y escritores, políticos e indianos, médicos y militares, y cuánto personaje importante visitaba La Coruña: Vicenti, Brañas, Lago, Saralegui, Canitrot, el Marqués de Figueroa, Macías o la Pardo Bazán, Lugrís Freire o José Fontenla. Se repasaban los periódicos regionales y de Madrid, las novedades literarias europeas, los manuscritos de jóvenes y veteranos. Defendían, en general, la propuesta étnica celta, frente a otros grupos, pontevedreses, que concedían mayor interés a los orígenes culturales románicos y medievales.

Como hombre cuya infancia ha transcurrido en la aldea, por mucho que ame a La Coruña, no es un urbanita esencial y regresa con frecuencia a su casa familiar en Ponteceso. Así, hacia 1887. Como ya son muy fuertes las desavenencias familiares, se hospeda en una fonda del pueblo. Por cierto, se muere su hermano Cesáreo y ni siquiera va a su entierro, “para qué si ya está en manos del Señor”, dice. El año siguiente lo pasa tomando las aguas y descansando, en Carballo. De vuelta a Bergantiños parece ser que ejerce de médico, para atender a sus necesidades económicas. Pero no tenemos más datos al respecto sobre esta inesperada dedicación. Eduardo no deja de recorrer la comarca a pié o cavilando al trote de su caballo; y, mientras puede, dedica largas horas a la caza. (Por cierto, hoy los lobos ya no llegan a las playas y al mar, pero en aquella época abundaban en los montes de Sabuceda y alguno, hambriento, se llegó a ver, según algún paisano que presumía de buena vista, recorriendo las dunas).

Y sigue con sus poesías. Curros Enríquez incurrió en el ridículo cuando, desde Madrid, afirmó que después de “Queixumes” Pondal había perdido toda su creatividad, que había agotado su musa. No es así. Escribe poesía una y otra vez, y corrige y mejora sus versos con reiteración, de manera compulsiva. Y lo que le ocupa mayormente, en estos sus últimos años, es su gran obra épica, “Los Eoas”, un texto generoso en páginas y aciertos, escrito en un culto gallego -que no consiguió ver editado en vida- y sólo lo ha sido, y de modo definitivo, en 2005, por sus albaceas de la Academia Gallega: Vázquez Pena, M. Ferreiro y M. Forcadela, tras una labor encomiable.

Los achaques físicos y los morales, las flaquezas y las alteraciones psicopatológicas, le van mermando la salud y retirando cada vez más hacia una vida retraída y solitaria. Sus arterias endurecidas van latiendo con menos fuerza mientras medita sobre los errores vanos y la fugacidad de la existencia. Muy atrás se ha quedado su primitivo erotismo viril, en palabras de la Condesa de Pardo Bazán, sus alardes de señorito cuasi feudal, y unos supuestos maltratos y violaciones. Surgen las acusaciones feministas de misoginia. Lo cierto es que la mujer le resulta objeto de posesión, más materialista que platónico, o sumisa y romántica, o virgen guerrera. Permaneció soltero toda su vida y, más allá, quedan las especulaciones. Perdura la verdad de Pondal: único como poeta de la libertad, y con el don del verso y su lira de hierro se convierte en el guía y el redentor del entonces sojuzgado y adormecido pueblo gallego.

En 1894 vuelve a la Coruña, su salud no es buena, sufre graves insomnios y “una interior e incurable agonía”. Reconoce su “neuroastenia”, en propias palabras, y en cuanto mejora prefiere ahora la ciudad. Es, no obstante, en 1903 cuando ese fondo neuropático deriva hacia una grave conmoción - una “sacudida nerviosa”, dice - que le sumerge en las profundidades de su enfermedad mental. “Es el término de un proceso morboso, del que hay numerosas pruebas, en el que desemboca esta crisis y culminará en la locura final” (M. Ferreiro).

En 1907, experimenta una gran alegría al enterarse de que el himno gallego, con la letra de sus versos y la música de Pascual Veiga, es estrenado en el Centro Gallego de la Habana. Himno que será declarado oficial, recientemente, en la Autonomía de Galicia.

Es nombrado “académico honorario” por la Academia de la Poesía Española, en una sesión del Ateneo de Madrid patrocinada por los hermanos Machado y Valle Inclán, en noviembre de 1910.

Sin embargo, en aspectos personales, las cosas no van bien. Las desavenencias familiares a la hora de cumplir las cláusulas testamentarias de su padre, crean malestar entre los hermanos. Una vez que voluntariamente abandona el usufructo de su casa natal por una compensación económica, suele recibir una mensualidad dineraria -unas 150 pesetas- para pagar su hospedaje en La Coruña en fondas baratas y sucesivos hoteles de precio módico, desde el Gran Oriente en que se siente prisionero como en torre de marfil, hasta la Luguesa final. Es notoria la precariedad en la que vive sus postreros años, con obligada austeridad; salvo dispendios, ya no lujosos, en ropas, libros, invitaciones y excursiones, y debe justificar con pormenores a sus hermanos Josefa y Cesáreo manejadores del dinero, y que se quejan -dicen estar al límite de su paciencia- de las continuadas y exigentes peticiones monetarias de Eduardo. No entienden que sus poesías no sean rentables, y que no se decida a publicar a lo largo de casi veinte años el poemario de”Los Eoas”, como tampoco comprenden que no ejerza, en lo posible, su profesión médica y prefiera adaptarse a unas discutidas rentas a lo largo de su prolongada y ya senecta vida. Hasta sufrir, por último, la áspera soledad y su reclusión final, sin salir a la calle -dice que está frente al marino Orzán que le consuela y vivifica-, sin visión útil y quedándose prácticamente ciego, como Homero o su querido y mítico bardo, Ossian.

Si, como parece, según M. Ferreiro, el finado Pondal después de haber vendido prados y pinos, aún deja a sus herederos un millón de reales, unas 50.000 pesetas de la época, apenas puede comprenderse el desafecto final de sus hermanos, “cuidadores” testamentarios, e incluso, y es significativo, el abandono posterior de la tumba donde reposan los restos de un poeta mayor de Galicia. (Ferreiro en su libro “Eduardo Pondal: do dandismo a loucura”, en Laiovento, de atrayente e hiperbólico título, recorre con atención su biografía, aunque no profundiza ni en el dandismo del poeta ni en su locura como cabía esperar. Recoge abundante correspondencia del poeta, y son notables las cartas a su hermana Josefa exponiendo con minuciosidad sus gastos y, para mi gusto, las recibidas de la condesa de Pardo Bazán, expresivas y muy laudatorias para su obra poética, y con su deseo de verle pronto en el Balneario de Mondariz.

A propósito de sus manías, mencionemos que al margen de unas últimas voluntades, firma tres testamentos: uno ya a los 35 años, otro en 1905, y un tercero en 1910, a los 75 años, en el que dona sus libros de Medicina a su primo Isidro Abente, los de literatura y filosofía a la Sociedad de Amigos del País, y sus cartas y manuscritos inéditos a la Real Academia Gallega, y muestra su obsesión por la suerte y el futuro de sus obras. Dispone unos funerales católicos y que lo amortajen con el hábito de San Francisco (Otra cosa, muy distinta, es la paganía de su obra poética).

Y entramos, con tristeza, en las postrimerías de don Eduardo que refiere su amigo Martínez Salazar: a parte del deterioro físico, se consume la quiebra mental de los últimos años que lo ligaban a la realidad: su locura le empuja a dictar obsesivamente fragmentos de los Eoas y de poemas de su mocedad, el Brindis de Conxo o la Oda al Mar Cántabro”. Padece dolorosas obsesiones sobre la traición de los amigos, necios y envidiosos, y el paranoico temor a que le roben sus versos.

Muere Pondal un frío 8 de marzo de 1917, en la Coruña, cuando vientos lejanos traen ecos de cañones en Centroeuropa y, de más lejos todavía, de tormentas soviéticas revolucionarias. Enfermo de muerte es visitado por el alcalde de la ciudad, Casas, y otros amigos, entre ellos el señor Fontenla, del Centro Gallego de la Habana, en el hotel La Luguesa. “Nuestro amigo el diputado provincial, señor Lastres, a quien une con Pondal la amistad más estrecha y que con solicitud filial atiende diariamente desde hace tiempo a su cuidado, fue quién presentó al enfermo los ilustres visitantes, y éste agradeció al emisario, la difusión desde Cuba del Himno de Galicia..Las Siervas de María que día y noche atienden al enfermo con abnegación y cariño, le tranquilizan con dulces palabras. Dicen las monjas que Eduardo no padece ninguna enfermedad aguda, que los años y los quebrantos de una vida intensa, póstranle al presente, siquiera su espíritu se mantenga firme.”

Su entierro fue un enorme acontecimiento emotivo y popular, multitudinario, acuden el Consistorio, instituciones culturales y recreativas, los Colegios profesionales de Médicos y Abogados, los componentes de la Real Academia Gallega, y muchísimos coruñeses, y termina en el cementerio de San Amaro, junto al mar, en una sepultura que por iniciativa del alcalde Casas Fernández le dedica el ayuntamiento de la ciudad, “que así interpreta la voluntad del insigne patricio, expresada en su inolvidable estrofa”:

Se non for na Ponte Ceso
Sepultádeme na Cruña.
Nesta garrida cibdade
Que mil belezas aduna.


Años antes, había manifestado que deseaba ser enterrado al modo celta, bajo un pinar, en una gándara o delicioso prado de su natal Bergantiños, elevando cuatro grandes piedras sobre su tumba o bien que sus cenizas fueran depositadas en las agrestes riberas del rio Anllóns. Al no contar con la colaboración de sus familiares, optó por que lo enterrasen en la Coruña, al lado de los restos mortales de Curros Enríquez.

Y Pondal tan preocupado siempre por la fama póstuma, dispone hoy de un busto con su efigie en los céntricos jardines de Méndez Núñez de su amada ciudad herculina -sufragado por suscripción popular- y, lo que es más importante, goza ya de un prestigio literario nacionalista y universal, que crece cada día, y de modo imperecedero.
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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