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Eduardo Pondal (III)

viernes, 29 de octubre de 2010
III. BIOGRAFIA REAL E IMAGINADA DE EDUARDO PONDAL
Eduardo María González Pondal y Abende, nace en Ponteceso, en la comarca coruñesa de Bergantiños el 8 de febrero de 1835, en el pazo familiar a la vera del río Anllóns en cuyas aguas se mira el robusto caserón de piedra. Así nos lo recordará el poeta años después:
“Eu nacín en agreste soedade,
Eu nacín cabo dun agreste outeiro
Pr´onde o Aullóns, con nobre maxestade
camiña ao seu destino derradeiro.
Eu non nacín en vila nin cidade,
mas lonxe do seu ruido lisonxeiro;
eu nacín cabo do pinal espeso,
eu nacín na pequena Ponteceso.

Nos cuenta Amado Ricón, cuyo magnífico libro sobre Pondal, en parte, seguimos, que nace “el bergantiñano, precristiano y prerrománico, libre de contornos urbanos, en tierra recia en la que la naturaleza libre obra como en el primer día en que fue creada”. Nace, como decimos, en la gran casa, junto a las fluviales aguas y al lado del puente sobre el Anllóns, en el camino hacia Cabana y Laxe. Delante del pazo, hoy muy bien cuidado y rodeado de flores, se halla un hermoso crucero y, detrás, un gran parque de arbustos, palmeras y tupida floresta y, en lo más alto, el palomar y el hórreo. Llega de la iglesia el son de las campanas, alegre o dolorido. Y no lejos, se atisba la ensenada de Insua dónde una amplia lengua de arena divide en dos el estuario del río; a ambos márgenes de su desembocadura se amontona estos arenales, dando lugar a un conjunto de dunas, de casi dos kilómetros de longitud, mientras las arenas más movedizas trepan por las laderas del Monte Blanco, formando todo ello -al fondo el puerto marinero de Corme y la abierta ría de Laxe- “un espacio natural protegido”, impresionante a la vista, un biotopo de enorme valor paisajístico y ecológico, un humedal de múltiple riqueza ornitológica (ánades, cercetas, cormoranes) y piscícola (salmones, reos, angulas).

Desconocemos si aquel 8 de febrero fue un día plácido o tormentoso, seguro que sería desapacible y no dejaría de soplar el viento: un recio nordés, tal vez un burlón sureño, o el frío y áspero terral. Cualquiera de estos vientos le acompañarán a lo largo de su vida y en las páginas de sus textos: roncos, quejosos o silvantes, avasalladores o suaves y sonoros. Quizá el más cierto fuera -el que nunca le abandona en su vida y en su creación poética- el procedente del océano, el ábrego o mareiro, el de Pedras Santas que arrastra las lluvias y las galernas, y las gaviotas del Roncudo, y hace graznar agriamente a los cuervos que sobrevuelan el cercano piñeiral de Tella.

Escribió Pondal:
“A min me prace o son do vento.
Prácelle a outros
un bóo concerto.
A min me prace
quedar dormido
o son do vento”

(A mi me place el sonido del viento,
le place a otros
un buen concierto.
A mi me place
quedar dormido
al son del viento).

Es fácil sospechar que de recién nacido así debió ser, que tal arrullo le fuese familiar y adormecedor, y aún favoreciese sus afanes de dormir y descansar. Tampoco andarían lejos, por aquellas fechas de febrero, densas brétemas sobre el río al clarear el día, sumergiendo al recio y hermoso pazo en espesa nube que haría poco visible el blasón de armas y linajes de Caamaños, Moscosos, Carballidos o Anjones, sobre la puerta barroca.

La madre, las hermanas, los criados, le protegerían de tales incidencias invernales con el hogareño calor del fuego que mantendrán permanente en las chimeneas de las estancias de antiguos muebles, y en la alcoba y el entorno de la cuna infantil, dónde se sucederá una multiplicada dedicación de afectos. (Pienso, por si viniere a cuento, en un dicho gallego: “O que no berce se tén e adeprende, tarde o nunca se esquece”, es decir: “Lo que en la cuna se tiene y aprende, tarde o nunca se olvida”).

Y así, insiste el poeta:
“Nacín na humilde e doce Ponteceso,
e seus gentís e rumorosos pinos
o meu berce co seu ramaxe espeso
arrolaron con cantos peregrinos”.

(“Nací en la humilde Ponteceso,
y sus gentiles y rumorosos pinos
a mi cuna con su ramaje espeso
arrullaron con cantos peregrinos”).

Eran tiempos políticamente confusos, de guerras civiles entre liberales y absolutistas de Fernando VII, la Iglesia católica sufría el grave quebranto de la desamortización y Galicia el desamparo del Estado, pero al neonato rapaz sólo le importaba el seno materno, el calor y el murmullo del mar y de los pinos, quizá los arrullos del cercano palomar.
Fueron sus padres, Juan González Pondal y Angela Abente Chans, vecinos de Ponteceso, naturales de Laxe. Juan se enriqueció como emigrante en Buenos Aires, y a su regreso, ambos pudieron vivir con holgura de bienes y rentas, en un medio familiar de ricos hidalgos; se hizo banquero, y fue diputado provincial. Salvo el bisabuelo paterno originario de Asturias, de una localidad ovetense dicha Lugo de LLanera y de un caserío, denominado Pondal, que llegó a la zona con un cargo de oficio, los demás progenitores pertenecían a la nobleza aldeana y pujante, de Corme y alrededores; de clérigos, políticos, industriales y diplomáticos ocasionales.

El niño es bautizado con los nombres de Eduardo María en la iglesia de San Tirso, en el cercano Cospeito. Fue el último de los hijos de Angela y Juan, le precedieron cinco hermanas: Emilia, Josefa, Eduarda, Julia y Eulogia, y un hermano, Cesáreo, que emigraría pronto a Argentina y regresaría años después para instalarse como comerciante, alcanzar la alcaldía del pueblo y ser un prestigioso político de la zona. Al año de su nacimiento, finó la madre, desconocemos de qué dolencia, y las hermanas se encargaron del cuidado y educación del niño. Julia fue la única que se casó, y no tuvo hijos. Eduarda murió, al parecer de tifus, en casa de su tío médico, Leandro Abente, en Laxe. A Eduardo lo presentaron a la famosa Virgen de los Remedios, y no sé si lo llevaron, como a otros infantes de su generación, a deslizarse por la piedra de abalar, en Santa Euxenia de Muxía, que valdría como augurio de un genio en ciernes, por llegar.

No sabemos gran cosa de su primera infancia y subsiguiente niñez, y así nos queda imaginar lo que debió ser: un niño de familia adinerada, muy pronto huérfano de madre y, desde entonces, al cuidado de sus hermanas que le enseñan las primeras letras, el catecismo y a rezar, la higiene y la urbanidad, es decir, la inicial educación aldeana en un ámbito femenino, sobreprotector y afectivo. Acudirá a la escuela local, tendrá amigos, y con ellos reconocerá el pueblo y las pinedas y robledales próximos, las playas y las extensas dunas, las mareas, quizá acompañe a los compañeros en el marisqueo, o suba a una gamela o una dorna e intente, con otros, la pesca en el mar. Conocerá multitud de aves, y sus nombres, las que por allí habitan y las que se detienen de sus largas correrías y migraciones. No faltarán gaviotas, albatros y cormoranes, en las proximidades del abrupto Roncudo dónde le cuentan que allí se crían los mejores percebes del país, y que hay cruces sobre el promontorio en memoria de percebeiros ahogados y víctimas de los frecuentes naufragios. Tal vez le comenten que por el cercano mar hubo en tiempos un dragón, o que en la playa de Basares apareció, hace años, varada, una escamosa sirena o, tal vez, una viejísima ballena.

Desconocemos si Eduardo era travieso, alborotador y aventurero, o retraído y poco partícipe en juegos, jolgorios y fiestas locales. Sus vecinos y compañeros de entonces, seguro que lo conocieron mejor; y los pagadores del foro, cuando acudían al pazo a verificar tal menester con las cuentas del año, recuerdan al niño cerca de los caballos o jugando con los perros.

De los 9 a los 12 años, Eduardo asiste a las clases de humanidades, de gramática latina, en Vilela de Nemiña, lecciones que da el cura de Touriñán, don Cristóbal de Lago, en la casa rectoral. Los caminos eran muy malos, y el muchacho, un garrido rapacete, cabalgaba sobre una yegua a la que mucho admiraba, acompañado por un criado, y “yendo por Vilaseco, ya veía desde lejos el dolmen de Dombate.”

Recuerda Ricón como estas Escuelas de Gramática, de ordinario dirigidas por clérigos, permitía a los niños de los pueblos aislados y del campo, y pudientes, cursar el latín, el griego y la retórica, y acceder luego a los institutos o colegios urbanos.

Pondal menciona en sus poesías, a los compañeros de entonces, con gran alegría: Manuel, Baña, Barrientos, Lastre (de Muxía ”a areosa, a seca, a triste”), Paz, Pedro, Lorenzo, Cristóbal, y a otros de Corcubión. Vivían con el maestro, y regresaban a sus casas durante las vacaciones.

A los 12 años, se desplaza a Santiago para estudiar el bachillerato. No hace falta ser adivino para presumir el impacto que la ciudad -capital espiritual, cultural y política de Galicia- produce en el joven aldeano: su sorprendida admiración ante la torres de la Catedral, la plaza del Obradoiro o la Quintana monumental, el gozo y la alegría en los paseos por la recoletas rúas Nova o del Villar, por la abierta Alameda o la boscosa Herradura de Santa Susana.

Vive en una pensión céntrica y acude cada día al Instituto al que se adapta pronto, y en el que progresa sin mayores dificultades. Conocemos poco de sus amigos y menos quiénes eran sus mentores y maestros, cuáles sus primeros amores (salvo uno que merece tiernos versos). Pero algo anormal o enfermizo ocurre que le obliga a interrumpir su vida escolar y a regresar a Ponteceso porque no le pueden dar en la posada los cuidados necesarios. Se nos dice que “por dolencias personales”, por trastornos físicos y, a la vez, porque siente hondamente la reciente muerte de su hermana Eduarda y, en consecuencia, sufre un profundo sufrimiento psíquico, tan serio que le obliga a dejar el curso compostelano.

Carezco de referencias objetivas sobre el historial clínico de Pondal que considero importantes para hilvanar una correcta biografía, y no sé de ninguna publicación médica al respecto, y siento, si existe, el no haberla consultado a tiempo para incluirla en este liviano ensayo. En tal circunstancia sólo nos cabe especular sobre referencias de amigos y familiares, y lo haré con la debida prudencia.

Al decirnos dolencia física, nos hacen pensar en una enfermedad no curable en pocos días o semanas (en la misma pensión de Santiago) e inclinarnos por una entidad morbosa de curso prolongado y pronóstico a más largo plazo, infecciosa probablemente y común en aquella época (tifus, tuberculosis…). No deduzco de sus biógrafos ningún dato de afección crónica, larga e invalidante. Tan sólo que cuando Eduardo volvió a Ponteceso ya no era el mismo, en sus propias palabras, flaco y pálido, apenas le reconocen sus vecinos.

Los datos conocidos inducen a pensar, también, en una dolencia psíquica. La adolescencia es época de turbulencias, de cambios de la propia personalidad desde un punto de vista emocional, físico y social. El joven se agobia por preocupaciones justicieras, morales o religiosas. Puede afectarle un concepto de pérdida, bien de la infancia hogareña y muy protegida, bien de un amor contrariado o, con mayor seguridad en este caso, del fallecimiento de su hermana Eduarda y del doloroso y consecuente duelo. (Y no olvidemos que es huérfano de madre, desde que tenía un año). En estas circunstancias se le escurriría la vida hacia una ingrata soledad; caben ya, en tal suposición, conflictos emocionales y molestias somáticas: migrañas, sudores, decaimientos, torpeza, insomnios, que pueden sugerir las manifestaciones primeras de un perfil neurótico que explicaría posteriores recurrencias. Quizás, todo encaje en trastornos de adaptación y crisis vital, que el inmaduro organismo del muchacho, estancado de momento, no pueda superar, y que tal situación perversa se solucione con la vuelta al campo y a la fortaleza familiar. Y así parece ser, pues Eduardo sigue estudiando en Ponteceso, y superando los exámenes, en junio.

Estudiante de Medicina en Compostela:
Así las cosas, vuelve a la normalidad y creemos que a la misma pensión de la calle Castro o, tal vez, en la del Franco, dónde comienza una etapa fundamental en su vida: mientras se hace médico surgen con notable fuerza su vena poética y su compromiso social. Son años pletóricos de dedicación académica y cultural, y de activismo político. Tiene ya 19 años, transcurre 1854, y Manuel Murguía, su amigo, lo describe como de figura “lanzal”, espigado y alto, de ojos y pelo negros, moreno de cara, andar arrogante, de hombre galán y aristocrático, atrayente y seductor.

Cuesta creer que la Medicina fuese para él simple pasatiempo. La escuela médica de Fonseca tenía ganado prestigio y figuras relevantes como Varela de Montes o Teijeiro que con otros ilustres catedráticos dictaban entonces lecciones magistrales, abarrotaban las aulas, e incluso repercutían en la comedida sociedad local. Parece injusto estimar que Pondal no se dejase seducir por tan humanitaria y científica labor, y que ésta no le produjese huellas indelebles, como ocurría con la mayoría de sus compañeros. Tampoco resulta creíble que las clases de disección anatómica, frente a un cadáver, que, bromas aparte, hace reflexionar sobre la vida y la muerte, se dedicase a componer poesía festiva (y con el frío invernal que hacía en las aulas a primera hora). Es más, suele ser el momento decisivo de la vocación: deja de ser incierta y dubitativa, se abandona o se enraíza e incrementa.

Cursa los estudios médicos con sobriedad, sin mayores dificultades, pues aún estudiando por libre, sin contacto directo y continuado con la Facultad Compostelana termina la carrera con la calificación de sobresaliente, y sobrepasa sin dificultad el subsiguiente y voluntario Examen de Grado de Licenciatura. (Se matricula para los cursos del doctorado, pero no consta que después los siguiera)

Durante su estancia universitaria acude al Liceo de la Juventud, centro cultural que será determinante en su vida, participa en asambleas reivindicativas y regeneracionistas de la nación gallega, y pertenece a círculos culturales en que se trata de la recuperación del idioma y de las novedades y corrientes europeas de la poesía y la literatura. Allí, en los bajos del Convento de los Jesuitas, hoy Residencia de la Compañía de Jesús, conoce a jóvenes que pronto serán figuras relevantes de la cultura y la política gallegas: Aguirre, Alvarado, Feijóo, Neira, Romero, Carracido, Rosalía de Castro.

Coincidiendo con la revuelta de O´Donnell y su manifiesto revolucionario, y el estancamiento político y social de Galicia, crece el sentimiento liberal y progresista en la Universidad de Compostela y en el Liceo. Pondal tiene muy presentes los dramáticos sucesos de Carral,de 1846, cuando el Pronunciamiento Militar de Solís fue aniquilado en Cacheiras por la tropas del Gobierno de la Dictadura, y el comandante y sus compañeros, fusilados; y Faraldo, su promotor civil, y los restantes amigos, obligados al exilio. Estos mártires revolucionarios implantaron, sin duda, el sólido primer puntal del nacionalismo gallego

Cuando en la sometida Galicia, olvidada durante siglos, era más evidente la penuria sociocultural de sus gentes, Pondal les lanza un impulsivo discurso, el llamamiento de su “Brindis,”en el Banquete democrático de Conjo, de confraternización de estudiantes y obreros: un espléndido poema-manifiesto político que obrará el milagro de despertar de su letargo a la sociedad gallega.

“Pueblo libre: levántate y, valiente,
el Sol contempla con osada frente”.


Sería este “Brindis”, el nuevo aviso y el segundo y gran fundamento de la revolución regeneracionista gallega, “el símbolo de una nueva época”, proclama por la que el poeta y activista fue amenazado de excomunión y, en realidad, procesado por la Audiencia de la Coruña y a punto estuvo de costarle el exilio. Libertad e igualdad, promovieron, él y su amigo, Aurelio Aguirre, con el laurel en las manos, como emblema. “La vieja ciudad de Compostela tembló de espanto ante la audacia de unos jóvenes rebeldes.”(Casas Fdez). Para Pondal sería este acto la puerta de la fama, su bautizo poético e ideológico que le hará subir, como poeta, a lo más alto, y como político, a la élite galleguista. Sus detractores, que los tiene, lo califican entretanto de loco y visionario.

Adelantemos que Pondal es un poeta comprometido, que si primero fue costumbrista, luego cantó el nacionalismo de céltica raíz, siguiendo la estela romántica. Se siente empujado por un noble orgullo, e iluminado por el faro de una visión profética -“profeta ardiente”, el mismo se dice-, está dispuesto a sacrificarse por la gloria poética y los valores culturales de la tierra gallega.

“Confieso mi ambición ingenuamente,
osado aspiro a fatigar la historia”.


“Las experiencias amorosas de Pondal mientras estuvo en Santiago, nos cuenta A. Ricón, fueron muchas y apasionadas, llegando, en momentos de esta época, a ser excesivas”. El cambio físico que sufrió en aquellos años fue debido, según Murguía, “a las pasiones que engendra la juventud”, y lo recuerda siempre herido, desde bien pronto, por las convulsiones que engendra la mocedad, y que le roban, sin tardar, su buen aspecto.“El mismo poeta dejó testimonios, en su poesía, de este tipo de vida, de la que se arrepiente, confesando sus faltas -públicamente- relacionadas con su vida de estudiante en Santiago”.

“Invadió mi organismo, lisonjera,
blanda molicie, torpe y halagüeña;
y mi constitución robusta y dura.
minó cobarde, innoble calentura”.

Y, en otra ocasión:
“Estudiante, das cores perdidas, de Medicina, qu´estudia-lo mal”
(“Estudiante, de los colores perdidos, de Medicina, que estudias el mal”).

“La neurosis, habitual mal de la época romántica, fue una dolencia que sufrió Pondal quizá como resultado de la vida, un tanto disipada de su juventud estudiantil”, y la que le devuelve a Ponteceso, y a seguir, en cuánto puede, la carrera de Medicina, desde la distancia, por libre.

En los versos de dicho período, se manifiestan una y otra vez la ansiedad, la angustia, la decepción, aparecen los rasgos de su personalidad singular y extravagante; y su mejoría, cuando ocurre, se refleja en una renacida creatividad artística, y una dedicación compulsiva a las políticas rehabilitadoras de Galicia.

Ya no se trata de los trastornos de adaptación en su adolescencia, sino claramente depresivos, de ansiedad generalizada, de temor a enfrentarse con la realidad, de fobias y obsesiones, que surgen de modo repetido en sus escritos, de sufrimiento, de frustración, de tristeza, de melancolía al fin, de hipocondría: cuerpo deleznable, torpe, hipersensible, nos cuenta, que le hace sentirse agotado y miserable.

Veamos ejemplos aislados, recogidos en su “Soledad y recuerdo”:
“De mil soledades hondas”.
”No me conozco, no; en este oscuro camino”.
“Oscuro desamparo, de un ser humano extinto”.
“Despojo obscuro”.
“Lucero extinguido”.
“Viniendo de Bergantiños, triste y convaleciente.”

“Tal do meu triste estado,
de noncuranza celebre;
ao verme roto escuro,
por gloriosa febre,
estantío, insensible,
como penedo inxente,
cal solitario facho,
cal baixo de Camelle;
do meu caso espantadas´
exclaman as xentes:
¡Uns ousados e nobres pensamentos,
canto puideron néste¡

(Tal de mi triste estado, de no curación celebre,
al verme rumbo oscuro, por gloriosa fiebre,
absorto, insensible, como peñasco ingente,
cual solitario faro, cual arrecife de Camelle;
de mi caso espantadas, exclaman las gentes:
¡unos osados y nobles pensamientos,
cuánto pudieron en éste¡)

¡Que barba non cuidada¡
¡que pálida color¡
“Miña madre valédeme,
valédeme, por Dios”. (“Valedme..)

Terminemos, con otros explícitos versos:
“Escuro enigma eu son; (Oscuro enigma yo soy;)
se queizás estou tolo, (si quizá estoy loco)
estou tolo d ámor, (estoy loco de amor)
por iso as boas xentes (por eso las buenas gentes)
pr ónde vagante vou...(por donde vagante voy..)
Ao ver meu abandono, (Al ver mi abandono)
dín con admiración: (dicen con admiración:
parece un pino leixado do vento, (parece un pino herido por el viento)
parece botado do mar de Niñóns”. (parece botado del mar de Niñóns).

Naturalmente que toda esta presunción neurótica debiera ir acompañada de un diagnóstico médico que, además, aleje cualquier enfermedad orgánica, concreta y bien delimitada. Y que no se siga especulando con alguna afección patológica anterior o paralela, exigida entonces de prudente ocultación (por ejemplo, la tuberculosis, o la sífilis que comentan algunos y que era entonces enfermedad venérea frecuente).
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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