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Eduardo Pondal (II)

viernes, 22 de octubre de 2010
II.- ITINERARIO HACIA EL NACIONALISMO GALLEGUISTA EN TIEMPOS DE EDUARDO PONDAL

Los historiadores actuales sitúan el nacimiento del galleguismo en torno a 1846. Con una primera etapa que definen como PROVINCIALISMO y alcanza la década de los 80; dónde posicionan ya el período designado REGIONALISMO que, a su vez, prolongan hasta 1918, fecha dada por buena para el inicio del auténtico NACIONALISMO gallego. Este, tras diversas vicisitudes, da origen y se plebiscita en 1936, en el Estatuto Gallego, irresoluto por el trágico desencadenamiento de la guerra civil y que culmina, por fin y de modo consolidado y definitivo, con la aprobación del vigente Estatuto de Autonomía, de 1981. Fase nacionalista, esta última, que no vamos a considerar aquí, pues en este liviano ensayo nos referimos, en particular, al ámbito relacionado directamente con Eduardo Pondal que había finado ya en 1917.

Al repasar la Historia contemporánea de España se advierte una constante: el continuado debate entre el centralismo del Estado y la descentralización regional. Las Constituciones de 1812y 1837, no contemplaban el desmembramiento autonómico, y sólo alcanzan el recurso de las implantaciones provinciales, la solución de las Diputaciones y los Gobiernos Civiles y sus gobernadores, y todo ello subordinado a la preceptiva Administración Central.

Sigo las líneas, de modo fragmentario y muy superficial, de Julio Beramendi, en su magnífico libro “De provincia a Región. Historia do galeguismo político”. Ed. Xerais, 2007. El autor fija el inicio de este gran cambio político y reivindicativo, en la ciudad de Santiago -hacia 1840-, cuando gobiernan y polemizan los liberales moderados y los progresistas, y la Academia Literaria de la ciudad se convierte, valientemente, en cuna y ariete del provincialismo. Casi nada suena todavía a galleguismo partidista, y el referente nacional explícito sigue siendo siempre España.

El fracaso de la Junta Superior Central de Galicia y, en general, del Xuntismo, y las graves desavenencias entre los liberales, propician el Levantamiento Militar de 1846. Antes, se había producido el Manifiesto de Antolín Faraldo, una gran figura política y pionero del aún nonato galleguismo en este marco provincial, así llamado “por reivindicar la unidad histórica de la antigua provincia o Reino de Galicia, desmembrado en las actuales cuatro provincias”. Sus manifestaciones, empero, son culturales y apenas políticas, hasta la dramática irrupción de los sucesos de la designada Revolución Gallega: el Pronunciamiento cívico-militar “trascendente episodio en la vida regional que como en su día la derrota de los Irmandiños significó una gran frustración para nuestra tierra,”en palabras de M.Mariño.

Apuntemos como se suceden las andanzas del 2ºBatallón del Regimiento de Infantería de Zamora, su llegada a Lugo, la incorporación del comandante del Estado Mayor, Miguel Solís, que arenga a las tropas sublevadas contra la tiranía de Narváez. Santiago, como otras ciudades, secunda el movimiento rebelde; Pío Rodríguez Terrazo nombra allí una Junta de Gobierno, libera a los presos políticos (entre ellos, el famoso médico y diputado, Varela de Montes) y organiza un Batallón Literario, de estudiantes. Sin embargo, las entusiastas intenciones de los sublevados durarán muy poco -menos de un mes- porque el Ejército Regular, procedente de la Coruña, los derrota en Cacheiras, en los aledaños de Compostela, y los hostiga por las calles de la ciudad hasta su final refugio en el convento de San Martín. Los rebeldes son apresados y conducidos a la Coruña, pero ya en el camino, en Ordenes, tras un severísimo consejo de guerra, los militares fusilan al comandante Solís -de 31 años-, es el 23 de abril de 1846, y a sus compañeros, convertidos así, por tal inmolación, en los héroes de Carral: son los primeros mártires con los que, como “hito fundacional”, comienza realmente el galleguismo político.

Eduardo Pondal, de once años entonces, no llega a Santiago hasta unos meses después para estudiar el bachillerato y no puede asistir, como otros estudiantes, a las atropelladas carreras de los insurrectos por las rúas compostelanas buscando el conventual refugio; pero estos acontecimientos, según nos contará con posterioridad, marcarán su infancia y juventud. Más que una resistencia contra Narváez, este golpe militar significó el comienzo del verdadero galleguismo. Al grito de ¡Abajo la dictadura, viva la libertad¡ los camaradas del gran Faraldo tuvieron que huir, como el mismo Antolín, al exilio de Portugal.

El ideario de los provincialistas, según Beramendi, discurre entre el liberalismo progresista, beligerante y radical, de Faraldo, y el más moderado y cultural de su oponente, Neira Mosquera. Ambos conducen a un “corpus común de ideas” que comprende el historicismo -legado histórico propio-, el cristianismo, la reforma social, la educación y el idioma gallego, la emancipación de la mujer. Ambos políticos, Faraldo y Mosquera, constituyen con otros jóvenes santiagueses, el substrato básico de esta facción “con un claro y definitivo referente: Galicia”.

Lo histórico prevalece sobre la etnicidad; patria, reino, provincia, llevan implícito el concepto de nacionalidad. “Se sientan las bases para la reconstrucción histórico-ideal de la nación gallega”.

Pensemos que Galicia era eminentemente rural, y que si la demografía se había recuperado a finales del siglo XVIII, a favor de la introducción del maíz americano, decae en la posterior época pondaliana: disminuyen las rentas agrarias de los campesinos, que forman el 80% de la población, debido a la presión fiscal, los intereses de la Iglesia, la ambigüedad de los fueros y la precariedad de las cosechas de centeno, trigo y patatas. Tienen que recurrir a otras alternativas al campo: artesanía de la madera o la cerámica, las ferrerías, el pequeño comercio, la ganadería, la pesca y el marisqueo e, incluso, a la emigración, verdadera lacra social, que ya venía castigando a los gallegos de una manera dramática. Hacia Hispanoamérica, en buena parte: Argentina, Uruguay, Brasil; ¡qué gallego no ha tenido familiares en estos países¡

(Si nos remontamos a siglos atrás, y perdonen esta curiosidad, los gallegos acudieron a repoblar la zona semidesértica próxima al río Duero, tras la Reconquista y, aún, a las Alpujarras, después de la derrota de los sarracenos. Una emigración, ésta, “dirigida” por la Administración Central (hacia 1572) que afectó a unos 5000 pobres vecinos del Lugo y Orense, un penoso éxodo por la Vía de la Plata que costó cientos de enfermos y muchos muertos; los que sobrevivieron han posibilitado una descendencia reconocible hoy en una antroponimia muy familiar en la zonas de Bubión, Orjiva, Lanjarón…, localidades situadas en las laderas orientales de Sierra Nevada: nombres como Abuín, Abelenda, Vilar, Lamas, Carballo, y otros apellidos de raigambre gallega, apreciables en las actuales guías telefónicas. Curiosamente, se produjo una especie de trueque, según explica Fernando Cabeza en reciente monografía, con algunos moriscos, que van a terminar en abadías y monasterios benedictinos de Galicia: Pombeiro, Montederramo, Samos. Años más tarde, tras el Descubrimiento de las Indias, también los gallegos -pastores, campesinos, marineros- participaron en este importante viaje hacia la nueva América).

Pero volvamos a la segunda mitad del siglo XIX, con Pondal. En esta época de parvedad industrial (salvo de los salazones y conserveras), de relativo agotamiento minero y de general miseria económica, surge la señera figura de Manuel Martínez Murguía, un tardoprovincialista, que va a sentar las bases del regionalismo liberal. Escritor prolífico e historiador notable, “parte de dos premisas: la existencia del tronco ario o indoeuropeo, y la raza, como determinante primero de la etnicidad”. Para Murguía, en su “Historia de Galicia”, de 1865, esta historia, comienza, de verdad, con el asentamiento en nuestra región de los celtas, cuyo espíritu de pueblo manifiesta: valentía, amor a la tierra, lirismo, rebeldía, religiosidad (druidismo tal vez, pero no priscilianismo). Recuerda el maestro de nuestras Letras, que ni Roma, después de su dolorosa y conflictiva invasión, logró modificar el condicionamiento sociohistórico y racial gallego, es más, los romanos que se habían quedado como colonos, se galleguizaron sin mucha tardanza.

Don Manuel establece “el idioma como base central de la identidad nacional”, y se refiere al modo y manera de ser gallego como marca y perfil comunitarios y, también, fundamento de su nacionalidad histórica. Reserva el término nación, para España, aunque no deje de expresar -seguimos con Beramendi- cuál es el sujeto histórico principal: territorio, origen racial común, costumbres similares, idioma, conciencia colectiva de pueblo. “Galicia, es un organismo vivo que lucha por la supervivencia” y por la legitimación organizativa de su política. Habla, pues, en realidad de una nación “per se”, de hecho, aunque sin soberanía, pero que predice pronto será dueña de autogobierno, aunque limitado por el Estado español al que siempre considera opresivo y avasallador. Se refiere, por tanto, a un regionalismo autonómico, pero no separatista, como solución transitoria, y sin renuncia al nacionalismo.

Los poetas del “Rexurdimento”, del renacimiento cultural gallego, toman el testigo: Rosalía de Castro, Curros Enríquez, y el propio Pondal (y otros compañeros del Liceo de la Juventud de Santiago) lo apoyan con entusiasmo, y contribuyen decisivamente con sus poesías reivindicativas y su novedoso lenguaje literario, a la consolidación de dicha tendencia política.

Así estaba la cuestión gallega a finales del siglo XIX, cuando tiene lugar la Guerra de Cuba y el Desastre Naval, de 1898, la guerra hispanoyanqui que da al traste con nuestro Imperio Ultramarino. Las penurias de la Patria van a facilitar una España plurinacional. Los intelectuales y regeneracionistas que se lamentan de esa “España como problema”, Costa, Unamuno, Maeztu, y tantos otros, comienzan a reconocer el autonomismo (Azorín, escribe:”España es un Estado y varias naciones”). Se habla ya de un “regeneracionismo regionalista”, dónde el regionalismo gallego puede moverse con cierta soltura, y dedicarse a sus propios conflictos: la disolución del sistema foral, el obrerismo, los militares, el régimen agrario, y la desdichada emigración: se calcula que 380.000 gallegos se trasladan a Sudamérica, entre 1860 y 1900.

En los primeros años del siglo XX se mantiene este regionalismo liberal de Murguía, y el más radical, en cuanto al primario origen de los celtas y en tanto católico, de Alfredo Brañas, cuyo libro “El Regionalismo” tuvo una gran repercusión en las nacionalidades históricas. No obstante, en años sucesivos, disminuyen los requerimientos políticos mientras aumentan las propuestas culturales. Sólo la inauguración del monumento a los héroes de Carral, el acto fúnebre celebrado en Santiago por el traslado de los restos mortales de Rosalía o el homenaje póstumo a Brañas, la creación del Real Academia Gallega de la Lengua o los Certámenes y Juegos Florales, son ocasionales motivos para reactivar el Regionalismo, y en los que interviene Eduardo Pondal.

Las asambleas agrarias de Monforte, los mítines de los campesinos, la puesta en marcha de Acción Gallega y de Solidaridad, son movimientos más políticos y lo es la proclama de otro ilustre personaje, Antón Villar Ponte, y la instauración de Asambleas Regionales y la exigencia del uso y aprendizaje de la lengua gallega en las escuelas.

Destacan, por entonces, las manifestaciones ideológicas y políticas de tradicionalistas y carlistas, así de Vázquez de Mella y las de los socialcatólicos, como Losada, a favor todos ellos de un regionalismo católico, que les parece unificador y necesario. Cuentan con la favorable posición de periódicos como La Región, La Voz de Galicia, La Verdad de Lugo, en general monárquicos y confesionales, los cuales abundan en una descentralización administrativa y se manifiestan esquivos al nacionalismo independentista. Recuerda Beramendi, como en el semanario “La Vida Gallega”, se dijo: “Gallegos somos y amamos sobre todas las cosas a la tierra gallega; pero fuimos siempre, somos y queremos ser españoles”.

Hay posiciones menos españolistas, y otras propensas a un Federalismo Ibérico, próximo a Portugal, y es el caso de Villar Ponte y del mismo Pondal, partidario, como ya dijimos, de una fraternal Lusitania: de un Iberismo integrador.

Será, finalmente, con la creación y formalización de las Irmandades da Fala, cuando se producirá el mayor y decisivo vuelco político, autonómico e independentista, hacia el Nacionalismo Gallego, que se fecha hacia el año 1918. Es el primer intento serio por romper con la dinámica disgregadora, y “por primera vez aparece una declaración expresa, en la que se desenvuelve el concepto de Galicia como nación” (B. Alonso). Pondal había muerto en La Coruña, un año antes: y dejada la política activa se dedicaba -rodeado de fichas y notas esparcidas por la habitación del hotel- a la elaboración de su magna obra “Los Eoas”, en gallego. Gozaría de las playas de Orzán y Riazor, cual ave marina, frente a los vientos mareiros, y de las tertulias políticas y culturales, en el Casino, en la Real Academia o en la “Cova céltica”.

Desde su hermosa casa de piedra, en Ponteceso, había contemplado ya, muchas veces, saudoso y reflexivo, el correr de las aguas y del tiempo por el inmediato río Anllóns, presagiando un futuro mejor para el país, por el que tanto luchara.

Sobreviene, a continuación, una nueva era cultural y sociopolítica en Galicia, con la participación activa y reivindicadora de nuevas generaciones, así la de Castelao, Otero Pedrayo, Suárez Picallo, Cabanillas y, en especial, de Vicente Risco, el gran teórico galleguista que significó para el nacionalismo gallego lo que Manuel Murguía para el regionalismo finisecular. Después, vendrán la Dictadura de Primo de Rivera, La República, el Estatuto inacabado, la Guerra Civil, el nuevo Estatuto de 1981, y la Autonomía cada vez más plena y beneficiosa.
Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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