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El territorio como Patrimonio Cultural

viernes, 23 de abril de 2004
El territorio esta ahí, es inevitable en cuanto a sus razones naturales producto de un determinismo geográfico que le confiere un clima y por ello: una vegetación y una fauna. Un relieve reflejo de un subsuelo en sutil movimiento. Y los ríos como una telaraña de agua que va dibujando el paisaje, líneas de fluencia a esa frontera, esa línea de fuga que es la costa, donde se acumula toda la tensión del territorio, donde la tierra y el mar ocupan uno u otro campo, resultado de la potencia de la frontera. Pero el territorio también es voluntario, porque se modela por necesidad y por deseo. La importancia de las intervenciones desencadenantes de procesos que colisionan con el territorio, será el análisis de este artículo.

Un territorio intervenido con sentido común comunica antes de que lo entiendas; es una seducción a nivel subconsciente, una resonancia que tiene que ver con un orden oculto.
El paisaje como una forma de arte. Marc Trieb introdujo un concepto en referencia al medio natural, last but no least (lo último pero no lo menos importante) para describir a ese paisaje sagrado, impoluto como un ámbito con reglas propias, en el que las intervenciones sobre el deberían ser hechas desde su propia individualidad, atendiendo a sus ciclos y formas específicas.

Cuando el hombre actúa sobre el con mesura y sentido común, no hay imposición de uno al otro, sino que se desencadena un proceso perceptivo de gran interés en el que la arquitectura se instala y su asentamiento no choca con el territorio. Porque toda forma visual aparece en cuanto a su efecto de conjunto, a su efecto visual total.
No hay continuidad en el tiempo, ni puente entre pasado y futuro, que permita la construcción del presente sin una implicación consciente y deliberada de ese patrimonio salvajemente devastado.

Durante las últimas tres décadas, el territorio gallego ha sufrido un grave deterioro de ese paisaje intervenido, tanto en el medio rural como en el ámbito urbano. Un orden secular que tanto la Arquitectura popular, como la Arquitectura culta entendieron.

Se trataba de unas leyes naturales, de un orden instaurado en la racionalidad, no en la existencia de legislaciones (la primera Ley del Suelo es de 1958). Una disposición del territorio espontánea, resultado de un devenir histórico. Hecho de tiempos agregados y estilos diferentes que coexistieron en perfecta armonía. La diversidad coherente. Un entender el lugar con todas sus connotaciones. Un territorio construido por diversos actores que respondía a un saber colectivo, por tanto un territorio intervenido producto de la creación colectiva siempre inacabada y en perpetua transformación. Donde el significado preservar y conservar no estaba orientado por la sacralización, sino por valores estéticos producto de la historia.

Es verdad, sin embargo, que el territorio es precario en la medida en que cada generación lo transforma según sus necesidades o sus valores, y que está sujeto por ello a cambios culturales y tecnológicos que lo hacen y rehacen continuamente, creando y eliminando al mismo tiempo identidades y que tiene tantas lecturas como habitantes alberga. Tampoco se trata de un espacio para la contemplación sino un lugar que se adapta a los cambios de la sociedad. Sin embargo hoy en día el desorden es imperante, y el caos y la fragmentación forman parte ya de la gran mayoría del territorio, donde las arquitecturas crecen sin arbitrio, medrando al margen de normas, y siempre rozando lo censurable.

El territorio se determina geográficamente en base a la producción, de modo que alrededor de estas áreas productivas relacionadas en un principio con sectores agrícolas, pesqueros y ganaderos se fueron estructurando diversos asentamientos. Actualmente muchos de estos emplazamientos dinamizados económicamente por la existencia de explotaciones del sector primario se encuentran en claro estancamiento y sumidos en un progresivo despoblamiento.

No es el momento ni tiene sentido hacernos preguntas acerca de cuales han sido las causas políticas ó sociales de cómo este territorio rico en recursos del sector primario se convierte en ciertas áreas en pobre y marginal. Pero es evidente que la articulación y desarticulación de un territorio está basada en el potencial económico. Y desde el urbanismo y la arquitectura, esta importante perdida del tejido productivo lleva a reconocer que eso tendrá su reflejo inmediato en la ordenación de nuestro territorio, ya que la distribución de la población gallega se efectuaba en base a las características de un ecosistema sobre el que el hombre interactuaba y así se ha configurado.

No cabe duda sobre la estrecha relación entre medio y cultura, porque finalmente si la actividad económica es reflejo de un territorio este genera un patrimonio cultural, porque son estos recursos naturales los que engendran el espacio social, el lugar socializado. La perfección de la vida social y el equilibrio ambiental, no como meta sino como comparativo de su condición imperfecta. La referencia no es la excelencia de elementos arquitectónicos puntuales, sino un paisaje humanizado. El territorio no es ajeno a los procesos de globalización, por lo que este debe ser entendido como modelo dinámico de pertenencia, una profunda revisión de esta identidad cultural. Porque esa construcción a escala mundial es inevitable, privilegiando ciertas regiones en detrimento de otras. Pero esas transformaciones productivas dictadas por la economía mundial, nos obligan a procesar de manera distinta la respuesta a esos cambios globales, teniendo en cuenta nuestros propios determinantes. Se trata de cambios económicos, sociales y tecnológicos tan profundos como complejos, ya que esa nueva economía global se estructura en torno a redes de ciudades, núcleos urbanos de diferentes tamaños y formas, que son los centros de los sistemas regionales y nacionales y que determinan la ordenación del territorio. Se trata de territorio urbanos extensos, discontinuos, heterogéneos y multipolares, y cuyo ejemplo en Galicia es la euro-región que conforma el eje atlántico gallego con el norte de Portugal, con una población aproximada de siete millones de habitantes.

Es necesario el debate, la reflexión social y política, clave en la toma de conciencia de la ordenación del territorio. Seguramente los viejos métodos de imposición en la configuración territorial, o el esquematismo con el cual el lápiz de los arquitectos concibieron el urbanismo sustentado en complejos procesos intelectuales ya no sean suficientes. Seguramente es el momento de implicar a la ciudadanía como protagonista, simplemente tomando conciencia de la relevancia y la responsabilidad que entraña ese espacio común.

Existe una experiencia en la que participa la fundación alemana Bartelsmann y que permite un mayor grado de participación ciudadana y cuyo paradigma es la ciudad alemana de Essen. Habrá que analizar las posibilidades y limitaciones de esa participación ciudadana en la práctica del urbanismo y la ordenación del territorio, porque si es bien cierto que esa planificación demanda el reto profesional de incidir en la preocupación del sentido social del urbanismo y por tanto el pensar nuevas formas de habitar, es imprescindible que la sociedad ya no solo sea espectadora sino que debe involucrarse en el proceso participativo, tomando conciencia de la importancia de ese territorio como patrimonio, como identidad. Esto no significa menoscabar los conocimientos técnicos, ni la autoridad política, que son en definitiva quienes deben proponer y pensar ese territorio intervenido. Hay que identificar claramente los niveles de participación, diferenciando los claramente consultivos y participativos, de los meramente técnicos y decisorios. Evitando así el riesgo en este tipo de actuaciones de una fragmentación y perdida de la visión global. De ahí la trascendencia de este análisis que deben realizar los diferentes actores que coinciden en él, desde quienes poseen los conocimientos específicos en los diferentes campos, hasta quienes tienen la responsabilidad de gestionar y administrar desde los diferentes estamentos, locales o autonómicos, que deben huir ante todo de autoritarismos y demagogias populistas. Y claro esta, no caer en la trampa de que la sociedad se olvide finalmente de la Arquitectura como experiencia tridimensional del espacio y el arte de articular ese territorio. Nosotros los arquitectos tendremos que dar un nuevo enfoque arquitectónico y urbanístico a esas nuevas realidades.

Porque es evidente que se han cometido graves errores y se necesitan otras respuestas y un nuevo pensamiento sobre la ordenación del territorio, y nosotros tenemos que hacer la historia del mismo desde la Arquitectura, pero no como elemento aislado, ensimismado, sino conciliando estos objetos arquitectónicos y con la propia configuración del territorio.


Arquitectura y contexto. Establecer esto sería como hablar de otra dualidad, como cabalgar entre dos realidades de contrarios. Entre lo que aporta la Arquitectura y lo ya existente. La arquitectura se incorpora como paisaje, es también paisaje. Territorio operativo , sobre territorio anfitrión. Se debería tratar de superar el antiguo concepto que ha caracterizado la acción sobre el paisaje, la tradicional jerarquía, favoreciendo la fusión de los contornos, la disolución de las líneas del límite perceptivo rompiendo la tensión que existe siempre en la frontera, en el borde.

Topografías, más que volumetrías. Geografía construida más que arquitectura, en la que la eficacia de la Arquitectura no radique en la definición figurativa del objeto, sino en la propia capacidad de proponer un nuevo topos abstracto. No bellos volúmenes bajo la luz, sino paisajes ambiguos bajo el cielo. Como entendió a la perfección la arquitectura gallega secularmente.

Por otra parte, equilibrar socialmente el territorio y evitar que éste se convierta en testimonio de las diferencias y modos de vida que nacen de la renta económica de las distintas funciones y actividades. Quizás éste sea otro reto que entraña una enorme responsabilidad en él como ocupar y habitar el territorio. Ya que el reflejo de la ordenación de un territorio y por tanto del paisaje intervenido es expresión física de la sociedad que lo construye y por supuesto de las acciones políticas, sociales y económicas de sus habitantes. Y aunque debe existir un urbanismo codificador, con un enfoque fijista de la ordenación urbanística, y todas las figuras posibles de planeamiento, también se necesita imaginar y pensar como queremos darle forma a ese territorio moldeado, a ese nuevo topos abstracto que vamos creando. Re-equilibrando y garantizando una calidad de vida.

Teresa Táboas Veleiro
Decana Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia
Táboas Veleiro, Teresa
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