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Un lugar con encanto

jueves, 02 de septiembre de 2010
Me hallaba con los pies en el agua fresca de un cristalino y empedrado arroyo, ausente, ajena a todo, pensativa, dejándome llevar por el relajante ruido del agua, sólo roto por el cantar de las aves al amanecer, tratando de recordar lugares con encanto.

Empecé pensando en parajes con agua, mucha agua; después pensé en verde, mucho verde, arena, palmeras... luces y terrazas. De repente, a mis pensamientos se añadieron coches, muchos coches, gente, mucha gente, ruidos, mucho ruido.

Fue entonces cuando me di cuenta del lugar con tanto encanto donde me encontraba. Era un simple arroyo, eso sí, puro y cristalino como antes he dicho, con sus recovecos, angosturas y tramos entrecortados. Era un simple lugar con todo lo que uno se pudiera imaginar.

Y así me enfrasqué en un velero bergantín, con viento en popa, a toda vela, verde, muy verde, alejándome del palmeral blanco y, mientras trataba de alcanzar al horizonte, despidiéndome de las brillantes luces de sus terrazas. Me adentré en las corrientes frías del arroyo engullendo sus pequeños saltos de agua como las grandes olas de alta mar.

Me embebí tanto en mis pensamientos que, no me dí cuenta que el velero verde no era más que una simple hoja de un hermoso robledal que flotaba en el arroyo siguiendo el curso del agua, y que esas enormes olas no eran más que pequeños saltos de agua arremolinada entre las piedras. Me abstraje tanto, entre tanta naturaleza salvajemente rota por el susurro del arroyo y el de los pájaros, que no percibí el canto de sirenas de mi alrededor.

Una vez más, me encontraba en un lugar con encanto, cautivada por la sencillez de un simple arroyo, y el curso de sus aguas arrastraban mis pensamientos lejos de aquel edén. Absorta en ellos, me alejé cada vez más sin moverme del lugar.

En ese trance se me fueron un par de horas hasta que la piel encallada de mis dedos me devolvió de nuevo al lugar. Viajé lejos, muy lejos, y me detuve gozando con mis pensamientos.

Una manera barata de viajar, sencilla y a gusto del pensador, vagando sin rumbo fijo por las fantasías y los deseos, dejando a la mente volar.
Antolín, Celia
Antolín, Celia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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