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Un primer siglo

miércoles, 23 de junio de 2010
A 42º, 20’, 11'' Norte y 7º 51', 48'' Oeste: Orense, ahora Ourense. A 101 kms. de Santiago, a 101 kms. de Vigo, de 109.000 habitantes, con cinco puentes sobre el río Miño, tercera localidad gallega, núcleo urbano que descansa en las faldas del Montealegre: así queda situada en el mapa mi ciudad preferida. Reseña lo que pasa en ella desde hace cien años un periódico, “La Región”, que constituye la agenda y los anales de sus ciudadanos y  que ha alcanzado para los ourensanos la categoría de “el periódico” por antonomasia. De su lectura no pueden prescindir ni en vacaciones, acumulando los números atrasados para no perder ni una sola noticia local. En la hemeroteca de los ejemplares de “La Región” se halla la historia de la ciudad, desde sus notas de natalicios, bodas y fallecimientos hasta la vida municipal o provincial,  sin olvidar lo que sucede puertas afuera, mundo adelante como se llamó una de sus secciones. Los dos hermanos Outeiriño, don Ricardo y don Alejandro, fundaron el rotativo, pero sería con el hijo de este último, José Luis Outeiriño, “Pilís”, presidente y editor, con el que alcanzó su gran  desarrollo y auge. Su hermana Maribel, periodista, animó perspicazmente la crónica local con entrevistas y comentarios durante largo tiempo y conoce al dedillo la miga de lo que sucede en ella. Ahora bien, sin la redacción, los colaboradores y los trabajadores de “La Región” su aventura  hubiera sido imposible.  Hice prácticas de periodismo en este diario, fue después mi primer empleo publicando artículos desde París como corresponsal de la Edición Aérea de “La Región”, mantuve durante años un artículo diario y aún hago uno semanal, siempre de política internacional. Se podría relatar mi vida a través de este periódico raíz y la de mi padre, el poeta y maestro Manuel Luis Acuña, al que dedicó el diario muchas páginas especiales.
“Cuando se presente la nostalgia, amigo Acuña, abandónese a ella, no hay cosa más placentera que la nostalgia”, me dijo en una ocasión en París el gran novelista argentino Julio Cortázar, casado con una hija de orensanos emigrados a Argentina, Aurora Bernárdez. Y eso hago en el presente artículo destinado al número especial publicado con motivo del centenario de “La Región”, periódico apacible, testigo de una ciudad apacible, fiel contraste que cuenta la vida ciudadana.
Pertenezco a una generación de ourensanos que vivieron un momento estelar de la ciudad  al que me he desplazado ahora de enviado especial para pergeñar este artículo. Bajo la influencia ya entonces  lejana de dos grandes intelectuales, don Ramón Otero Pedrayo y don Vicente Risco, izquierda y derecha para abreviar, esta generación coincidió con una pléyade de artistas, cuyas exposiciones reseñó atenta “La Región”. Risco les puso el apodo amable de “Os artistiñas”, que seguían el mismo oficio de los epígonos confirmados Prego -cuyos cuadros campean en mi casa- y Failde, pintor y escultor. Fue una hornada de creadores plásticos -“esperábamos a los poetas y vinieron los pintores”, decía Otero por aquel entonces-. Participaron en ella  muchos, variados y de calidad. Seguramente hubo pocas veces una selección tal en una ciudad española de provincias, en principio apartada de corrientes e influencias. Citemos algunos pespunteando sin ánimo exhaustivo: el prolífico, sobresaliente y abierto sin miedo a las influencias de los grandes Xaime Quessada, el original y experimentador Vixilio, el ensoñador sensible a la belleza del color y al informalismo Xosé Luis de Dios, el grabador inspirado Quique Ortiz, el profuso pintor abstracto Antón Pulido, creador de hermosas formas, el escultor e imaginero intimista Arturo Baltar, el inventor de volúmenes originales Acisclo Manzano, la vitalidad de los bronces de García de Buciños, ...Bueno, aparte de artistas plásticos también hubo escritores e intelectuales orensanos en mi quinta: como epígono es justo citar al escritor Eduardo Blanco Amor, afincado en la ciudad a su vuelta de Buenos Aires, pero también al sutil y selecto poeta José Angel Valente, con el que hice amistad en París, el poeta en gallego y hoy presidente de la Academia Gallega Xosé Luis Méndez-Ferrín, el añorado narrador y también académico Carlos Casares, el galardonado con el Premio Nacional de Literatura Alfredo Conde, el director general del Teatro Real de Marid Miguel Muñiz, el arquitecto José Manuel Gallego Jorreto... En aquella pretérita época de mi juventud que ahora evoco,  Ourense fue para mí el centro del mundo conocido, después vendría Santiago donde dirigí “El Correo Gallego”, más tarde Madrid, que producía rechazo y rebeldía a causa de la dictadura de Franco, posteriormente Nueva York, Londres y sobre todo París, alfa y omega de mi recorrido vital, la ciudad en cuya Universidad de la Sorbona completé mi formación y en la que cultivé mi sentido y sensibilidad.
Tan genuina como la Plaza Mayor, núcleo alrededor del cual fue formándose la ciudad. Tan vieja como el Puente Viejo, llamado pretendidamente Puente Romano aunque ya sólo queden los pilares de la época del emperador Augusto, cuando este puente se construyó para salvar el Miño y para conectar las olvidadas vías romanas  Brácara Augusta y Astúrica Augusta. Tan ferruginosa y enigmática como el agua de las Burgas, otro epicentro histórico de la urbe. Tan viva y cambiante como la Calle del Paseo, que nunca es igual al instante anterior y de la que han desaparecido ya hace mucho tiempo los cafés de artistas que cantaban entre el ruido de las fichas de dominó y los gritos de “¡Menos roupa! Tal podría ser la descripción de los signos particulares de Ourense, cuyo topónimo tiene un origen incierto: o proviene del  oro  que arrastró tiempo ha el Miño, o del latín “aquae urente” (aguas abrasadoras) o incluso del término germánico “Warme” (lago caliente)  formado por el agua que brotaba de las Burgas.
Pues bien, como dije, esta ciudad tiene un periódico, “La Región”, ¡desde hace cien años! Y cumple justamente ahora su primer siglo.
Acuña, Ramón Luis
Acuña, Ramón Luis


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