Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

¡Váyanse!

lunes, 21 de junio de 2010
Que nadie se extrañe hoy aquí de que en esta tribuna de Galicia Digital un ciudadano más diga: señores y señoras del gobierno, ya no tienen nuestra confianza, ¡váyanse! Esto no es un discurso o un mitin para defender unos propósitos o un programa electoral a unas elecciones generales anticipadas. Las cuestiones que informarán este discurso provienen de mis consideraciones acerca de una serie de problemas, que desde hace mucho tiempo ocupan la vida política con sus consiguientes repercusiones, que se traducen a una mala gestión de los presentes que afecta a las instituciones y a la ciudadanía. Esta reflexión toma forma en otra institución: la calle. Por razones sumamente progresistas, como un mecanismo intenso de investigación, preparación y servicio social y persiguiendo ese fin y con esa filosofía, quiero ejemplificar un mundo de relaciones humanas al que aquí llamaré... (busca un lema.) Otro discurso, es la crisis moral que muy pocas analogías ayudan a aclarar: ¡Escándalo!, presente en gran parte de las cúpulas más altas de los partidos políticos. Caciquismos, corrupción y otras cosas muy difíciles de captar, gracias a otra característica que es la perplejidad y la ostentación que los autores, con su omnipresente sentido aíslan del debate. Estos autores que separan, taponan y se esconden, insisten en sus círculos cerrados que no se trata de valores o de fe, sino, más bien, significativamente, de un problema de comprensión de las cosas. Desde que algunos individuos e individuas ganan las elecciones, los de esta clase o condición, viven en ese feudo propicio una relativa estabilidad con respecto a lo que creen o no creen los sufridos ciudadanos. El reino, su reino, de esa naturaleza, espero que sea cuestionado muy pronto, quizá aquí y ahora, y yo me comprometo a arrojar una nueva y sorprendente luz sobre todas estas creaciones del hombre primitivo que no deja de ser y puedo decir ya, para mis antepasados su reino de la naturaleza, un espacio físico, un universo en el que ciertos individuos ocupan un espacio de dioses. Primero intentaré no repetirme demasiado, pues no quiero hacer un discurso aburrido. Este no es el Parlamento para bostezar y lo digo con todos mis respetos a la Magna Institución. Tampoco voy a contar una película de buenos o de malos. A simple vista, puede parecer una herejía eso de repetirse. Puede parecer un truco. Pero no debía extrañarnos puesto que en este país desde hace muchos años todo se repite. Todos y todos y todas, quiero decir. Se repiten todos los días una y mil veces. Siguen los que hasta aquí han llegado en el poder la antigua obsesión de sus maestros: repetirse y repetirse innecesariamente. Sin duda, la estrategia ha sido muy acertada. Repetirse para que nadie pueda perder el hilo del discurso, siempre el mismo. Qué bien se habla; después en la práctica, esas repeticiones, esas palabras se quedan en sinónimos consecutivos que nadie entiende, es decir en confusiones y en nada.
“Y volverán las dudas y reproches”
Este verso de Luis Alberto de Cuenca, nuestro poeta y ex director general de cultura de algún gobierno de José María Aznar, es un desaliento profundo, una mirada desesperada hacia el futuro próximo que martillea con el polisíndeton esa impresión de desgracia repetida. Si traslado con mi voz el decir y el pensar de las gentes: en los partidos políticos, en Galicia y en mi ciudad de Lugo como ejemplo, sólo florecen los caciques. Y nadie sabe qué hacer con ellos. Nadie confía en que los nuevos modelos que surjan puedan ser mejores. Los que estuvieron y se van, construyen chalets y acaban montando empresas y negocios con fortunas amasadas que de un sueldo no se pueden conseguir. Son reemplazados por otros, los modelos, siempre los modelos a imagen y semejanza del todopoderoso jefe de la tribu que gobierna y manda. ¿En dónde encontrar una discusión válida sobre el contexto, práctica, moral y política en todos los hallazgos y en todos los modelos? Pobre Lugo, pobre Galicia, pobre España. Pobres ciudadanos que una vez más pagarán el pato. ¿Adónde está el terreno de los valores, un área que no es más que un tortuoso campo de preferencias personales, prejuicios, y moralismo tontorrón? Posiblemente, la idea de que pueda existir una base razonable que sirva para llegar a conclusiones inteligentes sobre el acierto o el desacierto que los partidos ofrecen a la ciudadanía, les puede parecer totalmente extraño. Las elecciones no son una vía garantizada para encontrar a los políticos adecuados. Los fallos de los políticos responden a debilidades del sistema electoral o de otras estructuras y pueden ser remediados por cambios en el sistema o bien en la sociedad o aquí mismo, lo que se justifica y acepta. La cultura gallega, nuestra cultura, no sé si decir moderna, es testigo de una degradación general de conceptos tales como: “deber”, ideal que es reemplazado o complementado con el “pasarlo bien”; ambas impenetrables a los conceptos de virtudes y vicios. Vicios, corrupción desenfrenada o creciente y que las razones para que así sea, están en la degradación de los valores tradicionales de todos los que tienen tanto tiempo y tantas veces el poder, y que todavía non han podido ser reemplazados por otros, ejemplo de gobernantes caducos y manifiestamente corruptos. Es necesaria una nueva exigencia, un nuevo cambio en esta tribu que por razones obvias es leal a sujetos a los que manifiestan unos deberes tradicionales de lealtad. Como ocurre en todas las tribus, hay hombres y mujeres, agradecidos y pagados con substanciosos premios burocráticos, que dependen de las decisiones de sus jefes que ellos mantienen con crecientes perspectivas. Estos tienen la sutil facilidad de los abogados del diablo para ofrecer estos y otros argumentos, haciéndole ver a la tribu que a los que muchos nos parece corrupción, es de hecho una manera de ajustar la transición del tradicionalismo a la modernidad, y amenazan que siendo así, se evitan males mayores que podían seguir a la rápida introducción de modernos hábitos de poder. Mientras no exista una reforma radical, un cambio de imagen, nuevas ideas, nuevos trabajadores. Si de los congresos salen los tradicionales científicos del chanchullo. La llamada al regreso será evidente a la gran tradición; es decir, de un modo similar a la llamada de Lutero a una nueva afirmación de la verdadera fe cristiana. No pretendo denunciar, ni denigrar, porque ya se denigran los hombres solos. Hay que ver para justificarlo la actual vastedad de intereses, la complejidad de los movimientos o de las formas que nos sorprende sin cesar y frustra nuestros esfuerzos para comprender. Precedentes sobran. No los quiero citar aquí, pero los hay por casi todos los lados, y digo casi, porque no son afortunadamente todos. Decir que vivimos en una aldea global, como definió al mundo el profesor de la universidad de Toronto Marshall McLuhan. Vivimos en un mercado eficaz distribuidor de recursos que conduce a la riqueza y al máximo bienestar económico de todos los miembros de la sociedad. Sin duda, a veces, el comportamiento puramente egoísta impuesto por ciertas señales del mercado, puede conducir a patrones ineficaces de la utilización de los recursos. Si consideramos el caso de nuestra provincia de Lugo como ejemplo, vemos el rasgo característico de una sociedad social y tecnológicamente retrasada. Nuestras acciones como consumidores individuales y colectivos, nada aportan al crecimiento y al bienestar de los demás. La gestión política malamente dirigida en el pasado desde la Diputación Provincial y otras instancias superiores de la administración central o autonómica, lo que hacen, lo que hicieron fue alterar la naturaleza de esos medios. Atributo de caciquismo o del poder negligente. La política es como la nieve y la forma de como la vemos limpiar a la entrada de las puertas de nuestras casas en invierno, es de suma importancia para mí. Que se fume o no se fume en la cama es un asunto de interés casual. Sin embargo, si se fuma en los supermercados, cines, bibliotecas, autobuses, etc., nuestro comportamiento como consumidores viola de forma importante el espacio vital de otros y ello afecta a nuestro bienestar. Esto es como la metáfora de la nieve que viola nuestro espacio vital y nos impide realizar nuestra vida cotidiana, la nieve es un incordio, pero la gente tiene un límite cuando nieva mucho tiempo seguido, se enfada y maldice. En política la capacidad de indignación de la gente tiene un límite que se traduce en votos. Quizá las metáforas tengan cierta magia, los poetas. Don Antonio Machado, por ejemplo, que nunca fue muy amigo de metaforizar, decía que, los poetas siempre han acudido a formas indirectas de expresión y a expresar lo inefable. Hay que dar confianza al ciudadano y a los políticos se les agotan las mentiras. Sus argumentos son muy difíciles de defender, porque jamás uno de ellos ha sido válido; nunca podrán demostrar lo contrario, sólo se quedarán en el que podían haberlo sido: sino, es como si, es como sino... El ascenso de algunos líderes es debido más a sus corrupciones que a sus méritos y a su virtuosismo. En resumen, estamos ante una espiral descendente de muy serias consecuencias, estamos ante un mecanismo de relojería que cada vez más evoluciona hacia formas nebulosas. Este fenómeno queda ilustrado perfectamente en los negocios y en la política. En los negocios, por ejemplo, Coca-cola, por citar una sociedad anónima conocida, tiene unos objetivos, una dirección y un punto de vista bien definidos. Fabrica refrescos. Su dirección, sus blancos y sus técnicas han sido tradicionalmente claras. Parece un mecanismo de relojería. Sin embargo, la política es un mecanismo nebuloso, nadie sabe de que se ocupa, qué herramientas utiliza, cual es su objetivo y sin embargo, los políticos, como los directivos de las industrias del siglo XIX son figuras relevantes. Sin ir más lejos, dirigen una gigantesca compañía. El pueblo que debía ser su sistema de control se ha vuelto también nebuloso porque le es muy difícil comprender. Comparemos una rígida estructura comunista del siglo XIX como organización política con el amorfo sistema democrático occidental de hoy día. La gente se hace las mismas preguntas acerca de su movimiento que sobre las industrias. ¿Quién es el jefe? ¿Qué se proponen? ¿Cuáles son sus objetivos? El fruto resultante acaba en actividades aparentemente conflictivas. En resumen, es nebuloso. Una de las principales funciones de los gobernantes es la de elevar los valores públicos. Pero, aunque los valores públicos fijen los listones altos, el caciquismo en las instituciones, los intereses creados inhiben todos los esfuerzos para hacer de la élite en el poder, más ética de lo que son la cultura política y las normas sociales en general. Nuestros gobernantes, muchos dirigentes, aquí y ahora, no me tienen buena pinta. Ellos son culturas políticas, no éticas que se refuerzan unas a otras transformando la vida pública aquí en España, en nuestra comunidad autónoma o en nuestra provincia, más amoral e incluso inmoral y corrupta en el más amplio sentido de la palabra. Evidentemente, se trata de serios argumentos en oposición que no deben ser rechazados de antemano, sin reflexión y sobre principios abstractos. Hay que enfrentar un importante argumento en contra. Una razón que nos demuestre que nuestros actuales líderes políticos no son depravados, que no torturan a sus ciudadanos o atacan a sus vecinos. Que no tienen vicios que no sean temas de tratamiento intensivo. Que no hacen fortunas a cambio de favores o que no están incapacitados para gobernar. Que lo pasan bien a costa de abusar del poder y que entre sus reglas en contra del abuso del poder, asesorados por un consejo ético y confidencial, intentaran alguna vez evitar el acoso sexual. Quien pueda negar semejante afirmación no tiene más que salir aquí y explicarlo. Al pueblo se le oyen llamamientos a nuevas evidencias, a nuevas interpretaciones para remediar, digamos, nuestro estado de desorientación. A veces, hemos comprobado que el ciudadano no sabe a quién votar. No sabe si hacer caso a Manolito cuando dice que viene el lobo o no hacerle caso. Tómese como otra metáfora de la mentira. Manolitos en política hay muchos, creanme. Manolitos hay muchos en todos los partidos. Posiblemente los que votan no conocen esa gran frase: socorro, socorro, que viene el lobo. Alguno ya piensa que el lobo es el que está subido a esta tribuna, quizá ya están muy hartos de ver siempre al zorro. El lobo tiene una nobleza, a veces muy por encima de la de muchos hombres. Herman Hees, que escribió el “Lobo estepario”. Dijo que todo hombre lleva un animal dentro. Magistralmente definió allí la diferencia entre los hombres que llevan dentro el lobo de los que llevan dentro el zorro. Pronto daré fin a mi discurso y quiero, antes de terminar, hacer énfasis en la palabra MIENTRAS, porque mientras no se de un giro radical en la moralidad de la élite. Mientras que el culto a la personalidad sea algo más profundo que la amabilidad y la simpatía. Mientras no exista este requisito. Mientras no existan otras mejoras en la capacidad de dirigir un partido político, giraremos en esa espiral, del retraso y de empeoramiento de la situación, y mientras nuestros políticos estén reñidos y enfrentados por ideologías, celos y faldas y trajes y dineros, todos estaremos cargados de problemas. Los dirigentes políticos son incapaces de concentrarse en tareas de responsabilidad que conforman el futuro y los gobiernos. En los partidos y cualquier otra cosa, llámese empresa, o llámese hogar, los problemas requieren inmediata atención porque se descuidan ciertas tareas que son en extremo exigentes. Las tareas de responsabilidad implican la evaluación de las situaciones y el desarrollo de los objetivos realistas básicos para la política, y son la base para lograr el consenso y generar políticas amplias que dibujen el progreso social y económico de nuestra tierra en la dirección deseada. Comprendo que aquí hoy a muchos de ustedes se les presenta un dilema que trae a primer plano algo inusual en los partidos políticos, pero nuestros actuales líderes están enfermos, su enfermedad ya la conocemos todos. Otro tópico es para ustedes el equilibrio entre la moralidad basada en concepciones del deber kantiano o neokantiano y la moralidad basada en pasiones y obligaciones convenientes, pero la virtud y el apego mal dirigido puede convertirse en fanatismo, con el riesgo de consecuencias más serias que la avaricia personal en sus peores formas de manifestación. Es necesario hacer un esfuerzo para elevar los niveles éticos de las élites de gobernación. Es necesario el cambio constante para reducir presiones, alentar a los ciudadanos, elevar los niveles éticos y transferir al olvido la avaricia, el abuso de poder y las entradas ilegítimas y fraudulentas. Me comprometo sobre todo en el plano personal a trabajar con cuidadosa atención, porque la dependencia de los electores y votantes es la esencia de la democracia.
Piñeiro González, Vicente
Piñeiro González, Vicente


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES