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A las orillas del Neckar. Heidelberg.

martes, 20 de abril de 2010
Hizo 14 años que hice un viaje con la Comisión de la Mujer de Municipios y Provincias Española a Heidelberg, invitadas por la Comunidad Europea, que jamás olvidaré.

Allá, en el lugar en que el Río Neckar, tras recorrer las frondosas montañas de Odenwald, abandona su angosto valle, encaminando sus aguas hacia la ancha llanura del Rin, se encuentra Heidelberg; una de las más románticas y hermosas ciudades de Alemania, habiendo sido inspiración de muchos poetas, y donde se enamoró Goethe de Marianne Van Willemer, quedando constancia de este amor con un soneto en una piedra del parque del Castillo.
Heidelberg, que no fue destruída durante la ultima guerra, sigue siendo punto de atracción turística de todo el mundo, con una población de unos 200000 habitantes, que se incrementa durante el curso con 30000 estudiantes; pues aquí está la Universidad más antigua de Alemania, llamada Ruperta-Carola, en recuerdo a su fundador Ruperto I del Palatinado y del Gran Duque Carlos Federico de Baden, bajo cuyo gobierno llegó a ser en 1803 la primera Universidad de este Estado.

Nuestra primera visita fue al Castillo que domina la ciudad y al que se puede subir en coche, disponiendo de grandes espacios reservados para aparcamientos, o en el “tren de cremallera” que nosotras tomamos; creciendo nuestra admiración a medida que nos acercábamos por su impresionante y formidable obra de mampostería hecha con piedra roja y comenzada en el año 1300 habiendo pasado 400 años más hasta que el complejo arquitectónico alcanzara sus actuales dimensiones, con palacetes de todos los estilos, que desde el gótico has ta el Renacimiento, se encuentra alrededor del patio formando un pintoresco fondo para los festivales de julio y agosto y siendo testimonio del poder y gusto artístico de los príncipes electores.

Allí, desde la Gran Terraza, la panorámica es soprendente, al contemplar el casco antiguo de la ciudad.
La otra orilla del Neckar, estrecha y ascendente, con gran arboleda y jalonada de palacetes; y a nuestros pies, el río y el puente viejo con sus pintorescas torres.
Una vez dentro contemplamos “El Gran Tonel” con capacidad para 221726 litros de vino. Cuarenta y dos peldaños en cada parte llevan hasta el estado donde se encuentra saludándonos una reproducción del enano Parker, guardián que fue del Gran Tonel y gran bebedor.

En una de las edificaciones anejas, está el Museo Farmacéutico Alemán, en el que se exponen muebles, aparatos, vasijas, libros de los últimos siglos y también de la medicina medieval.

Desde el Castillo descendemos dando un paseo entre frondosos árboles y cuidadas plantas, hasta la Plaza del Mercado, donde está el Ayuntamiento y la preciosa fuente de Hércules, alrededor de la cual hay restaurantes con terrazas donde se sirven comidas y cuyas camareras tienen unos uniformes de marcado aire tirolés.

Queda en un recuerdo el gratísimo viaje en barco desde Heidelberg siempre río arriba, hasta la pintoresca ciudad de Neckargemund, cruzándonos continuamente con patos, cisnes blancos y negros como en un cuento de hadas.

Después de cinco días decimos adiós a Heidelberg, a su río, a sus puentes, a sus calles casi todas peatonales con carriles para bicicletas, a sus plazas recoletas con sus terrazas y puestos de artesanía; a su jardín botánico; al observatorio Astronómico, a su parque zoológico y a sus cívicas y cultas gentes, que dejan durante la noche miles de bicicletas en aparcamientos dispuestos en sus calles, sin cadenas ni candados.
Desde entonces he vuelto tres veces más. No pude resistirme a su recuerdo.
Iglesias Osorio, Pilar
Iglesias Osorio, Pilar


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