San Valentín en Haití

Se ve en los ojos de esos padres, en la boca de esos niños, en las manos del voluntariado, en las lágrimas de satisfacción y felicidad por salvar otra vida, en la lucha contrarreloj por buscar supervivientes... todo se hace con amor.

Es el lado más humano y bello de este don, entregarse a extraños y poder dar un poquito de esta vitamina sin fin.

Un recién casado ha perdido a su esposa pero ayudó a salvar a otras.
Un matrimonio ha enterrado a todos sus hijos pero ha acogido a los que se han quedado huérfanos.
Una profesora se ha encontrado sin escuela pero ahora da clases en el campamento.
Hasta un niño ha perdido a su mamá pero no se deja ver llorar para no hacer sufrir a su papá.

Estas y mil historias más se podrían relatar sin la ayuda de Cupido, una vez más.
Es la victoria del deseo y la lucha por la supervivencia.
Quienes digan que sin amor se puede vivir no lo han experimentado nunca.
Sin amor se puede sobrevivir al igual que las noches sin luna pero, siempre es más bello alzar la mirada y sentir esa luz nocturna.

En Haití, un fuerte seísmo rompió millones de corazones, miles y miles de historias de amor que se hundieron entre las grietas para no volver.
Muchos darían su vida por salvar ese amor, por volverlo a tener, por seguir viviendo para algún fin, jamás como este último que partió sus vidas.

Hoy, los que sobreviven han de hacerlo de nuevo, partir de cero pero, hay algo que el terremoto partió en mil pedazos y han de sobrevivir con este puzzle, el del amor, el del corazón partío.
Un puzzle que siempre debería ser un juego, una afición lúdica pero nunca emplearlo en el amor, este sentimiento tierno y suave pero frágil y quebradizo donde los haya.

En Haití hace unos cuantos días que llegó San Valentín.