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Desde Haití

martes, 09 de febrero de 2010
Queda poco para que se cumpla un mes del terremoto y, desde entonces, no he vuelto a oir mi nombre. Nadie me llama, será porque no me queda nadie.
He escrito mi nombre en la farola que estaba junto a mi casa donde, tras el terremoto, sólo hay escombros, a la espera que algún familiar mío haga lo mismo. Era un viejo truco que aprendí de mi abuela, que nos ponía un trapo en nuestra farola para no perdernos cuando regresábamos del colegio.
Acudo casi todos los días, cuando me dejan pasar, pero... nada, ni un nombre, ni una sola letra, ni un trapo, ninguna señal.
Cuando la tierra se empezó a mover, yo salía de la escuela… Yo y unas cuantas amigas más que no he vuelto a ver. Una se quedó en el camino, sangraba, yo me puse muy nerviosa. Yo gritaba junto a ella mientras mi otra amiga echó a correr. Después llegaron varias personas pero me dijeron que me fuera a casa y, desde entonces, nadie me llama.
Me costó mucho encontrar mi casa, bueno, lo que queda de ella, alguna que otra pared y muchos cascotes. Las calles cercanas no se parecían en nada porque nada estaba en su sitio y había mucho polvo, mucha gente corriendo y gritando y...
Yo me sabía otro truco de mi abuela y trataba de recordar los colores de las casas pero, desde ese día, ya no hay colores salvo el color polvo que a mi abuela y tías nunca les gustó. Ahora ya sé porqué. Es feo, sucio y, sobre todo, muy muy triste.
Por fin encontré mi lugar o, mejor dicho, la farola que siempre nos encontraba a nosotros, a mis hermanos y primos, y nos decía toda estirada: "¡venga, entrad en casa de una vez!". Nos lo decía muy a menudo, cuando veníamos de la escuela, cuando nos poníamos a jugar y no nos dábamos cuenta de lo tarde que era,...al final, siempre era la abuela quien la tenía que ayudar.
Duermo en una especie de campamento; me cuesta mucho dormir porque me suenan las tripas frecuentemente pero es lo habitual aquí. A todos los demás niños les pasa igual y los mayores nos dicen que nuestros estómagos están de fiesta, que no nos preocupemos porque eso es bueno, y que ya se cansarán.
Cuando consigo dormir, alguien me despierta gritando. Pienso que me llaman y me levanto rápidamente pero... no, no es a mi. Así que, vuelvo a tumbarme y pienso en mi nombre y me imagino que pronto alguien me va a llamar. Alguien como mis tías, mis hermanos o algún que otro primo, sólo que no deben de recordar el viejo truco de mi abuela y andan más perdidos que yo.
Lo que me cuesta entender es cómo mi abuela lo ha podido olvidar, si siempre es ella quien nos lo hace recordar. Tal vez, el día que se movió la tierra, del susto se le haya olvidado. No sé, aquí me dicen que puede que se golpeara y ahora no pueda recordar.
Me dicen que no me preocupe, que no lo piense más pero, veo a muchas personas heridas, muchas personas sufriendo de dolor. A muchas se las llevan corriendo y no las he vuelto a ver más. Sólo soy una niña pero ya he visto muchos heridos cuando buscaba mi hogar y, algunos otros niños me dicen que eran muertos y va a ser verdad porque la gente está triste y no para de llorar. Yo también lo hago pero me pongo a rezar y así consigo parar.
Tengo que parar de escribir porque nos llaman para comer y, aunque no es la comida de mi abuela, a mis tripas les gusta.
Son muy cariñosos conmigo pero yo sólo quiero oir mi nombre y será cuando me llamen de verdad, desde aquella farola que está junto a mi hogar.
Por cierto, me llamo Ely y escribo desde Haití.
Antolín, Celia
Antolín, Celia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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