Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Comentarios sobre la lectura (V)

jueves, 03 de septiembre de 2009
5. MEMORIA SOBRE LA ELABORACION DE UNA BIBLIOTECA PERSONAL. MAL DE MOYANO
Tras las precariedades de la postguerra civil y después de varios cambios de domicilio, apenas quedaron libros en las estanterías de mi casa: cuentos de Calleja, aventuras de Salgari, un “Oliverio Twist”, Zane Grey, Agatha Christie. Así que, para mi, de verdad, todo empezaría en Madrid, a dónde llegué a mediados de los cincuenta con el título, en el bolsillo, de Licenciado en Medicina por la Universidad de Santiago.

Traía conmigo la íntima necesidad de una mejora en mi acervo literario, de la precisa puesta en marcha de una cultura de libros, además de teatral y cinematográfica. No pude, sin embargo, adquirir muchos textos mientras vivía en pensiones o en la habitación de una clínica y en tanto no dispuse de un apartamento propio, lo cual sólo sucedió unos años después.

Venía de Compostela -de su estimada Escuela Médica-, con los Cursos del Doctorado recién terminados, pero el bagaje de mis lecturas extra-académicas resultaba harto escaso. Me había dedicado por completo a la Medicina, los tiempos eran difíciles -no se podía fallar en los exámenes- y salvo periódicos, revistas o algún relato policíaco o de misterio, las novelas quedaban relegadas a las vacaciones de verano: Julio Verne, Stevenson, Jack London, E. Wallace, el Coyote, Flash Gordon, alguna novela romántica. No había biblioteca en el pueblo, y daba gracias a un generoso amigo que me surtía de Lajos Zilahy, Somerset Maughan, K. Hamsum; con suerte, de Dostoiewski, Stefan Zweig, H. Hesse, que me llenaban de alegría y, a veces, de congoja.

Tampoco funcionaban bien las bibliotecas en Madrid, y cuando lo hacían, como la Nacional, debía utilizarla para trabajos médicos. La del Ateneo, me resultó inalcanzable. Así que, dadas estas limitaciones y la escasez de mis medios económicos, comencé a visitar las librerías de ocasión diseminadas por la ciudad y, en concreto, por la calle San Bernardo y alrededores, a dónde acudía a un comedor del SEU, en la Facultad de Derecho, según creo recordar. Cuando disponía de más tiempo, me acercaba a la Cuesta de Moyano, siempre apetecida, en la que estaban instaladas una serie de casetas, con anaqueles repletos de libros nuevos y usados, y de mostradores en la acera con volúmenes al alcance de la vista y de la mano. Allí, entre las tapias del Jardín Botánico y las espaldas del Ministerio de Agricultura, al pié de la puerta sur del Parque del Retiro, disfrutaba, en aquel huerto literario, de los productos más sabrosos e inesperados, de salutíferos textos y de folletos metafóricamente alucinógenos. Por allí, entre la calma o el bullicio de la cuestecilla, crecían los árboles de la ciencia y del conocimiento, y a su vera paseaban libro-aficionados y pensionistas (y me enteré años después, que por allí también pululaban lectores de la secta de los bibliófagos, de mirada ansiosa y mandíbulas prestas).

Accedí en el transcurso del tiempo a otras librerías: Casa del Libro- Espasa Calpe, Aguilar, Buchholz y cuántas me surgían al paso, establecimientos que abonaban mi curiosidad y la incertidumbre de un feliz descubrimiento que, por descontado, sólo llegaba de tarde en tarde.

Prescindo aquí de mis libros de Medicina, en particular de Pediatría - Neonatología, especialidad por la que me había decantado, y cuya adquisición me resultaba preferente. No había bibliotecas médicas asequibles y no cabía otra solución que comprar, casi siempre a plazos, los pocos textos que de tal materia iban apareciendo en nuestro país, o que llegaban, con cuentagotas, del exterior. Pero su comentario, ahora, no es pertinente.

Hablemos, en cambio, por su proximidad, del “Mal de Moyano”, designación que ha logrado instalarse en la lengua común de los adictos a las Letras (Vila-Matas, Marzal, García Martín, entre otros), quizá por sus claras resonancias al Mal de Quijano, del ámbito cervantino, de aquella malsana afición a los Libros de Caballería que tenía trastornado hasta la locura a Don Quijote, y obligó a sus familiares a la determinación de amontonar sus muchos libros en el patio de la casa, y allí quemarlos. No llegué, por fortuna, a tan perniciosa bibliofilia. Es más, con la edad atemperé la tendencia compradora, y si aún prosigo con ella no caigo en psicosis o demencia, ya más consciente a la hora de elegir y mercar.

Mi candoroso padecimiento pudo parecer en algún momento desmedido: comprar los libros de dos en dos, o de tres en tres ¡en época de penuria ¡; de adquirir algunos con encuadernaciones selectas (recuerdo unas “Sonatas” de Valle Inclán, o un “Viaje por España”, con ilustraciones de Doré) que me produjeron gran alegría, tanto por su gozoso tacto como en su inmediata lectura; o el desmesurado intento de conseguir una primera edición, o un libro descatalogado y en la mente desde años atrás.

De una manera deliberada o, a veces, caprichosa, fui adquiriendo libros con cuya lectura trataba de reducir mis lagunas humanísticas: desde los clásicos grecolatinos, y de nuestro Siglo de Oro, hasta los más cercanos contemporáneos. Y, naturalmente, pronto me sedujeron los escritores de nuestra Generación del 98: A. Machado, Azorín, Baroja, Unamuno (cuyo conocimiento me conmocionó, como me habían perturbado antes Dostoieswki o Chejov).

Procuraba leer a algunos poetas: Baudelaire, Rilke, Pessoa y, entre nosotros, a San Juán de la Cruz, Fray Luis de León, Lope de Vega, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Valente o Dámaso Alonso, que me conmovían.

Y me acercaba a los autores teatrales: Lorca, Valle, Casona. H. Pinter. T. Williams. Arthur Miller, Pirandello, coincidiendo con las representaciones de sus obras en salas de Madrid.

Así fui “construyendo” una biblioteca equilibrada -me parece-, cuyos autores preferidos conseguía, de manera concreta o más intuitiva: novelas, cuentos y relatos cortos, y mucho ensayo: Marañón, Aranguren, Ortega, M. Pidal, Octavio Paz, Alfonso Reyes.

He ido conformando de este modo -y pido excusas por esta innecesaria y larga confesión a vuelapluma- un conjunto de obras y materias preferidas -queridas- de esta saludable y “benigna afición malsana”, casi inevitable, que aunque adolezca a mi pesar de coleccionismo, se movía, y se mueve, por impulsos arbitrarios, de antojos, de pasión por determinados autores aceptados o heterodoxos, por las promesas que un libro ofrece de otro, o de otros, cuyas lecturas me resultaron después benéficas y satisfactorias.

La consecución de una singular novedad o la adquisición de un inveterado deseo, cual, por ejemplo, la posesión del “Diccionario Ideológico”, de Casares, o del “María Moliner”, que tanto había buscado, fueron logros que me llenaron de alegría, deseadas presas por fin conseguidas. Como lo fueron en Ferias del Libro Antiguo, una “Historia de Galicia” de Manuel Murguía, “Juventud y Egolatría” de Baroja, o “Les essais,” de Montaigne.

Fue, de este modo, como la biblioteca se convirtió en un lugar de encuentro, de gozoso alterne: Azorín, Chejov, Canetti, Cunqueiro, L.Sterne, Sebald, Chatwin, o de dolorosa compañía: Rosalía de Castro, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Unamuno, Valente; de ofrecerme baldas repletas de “tesoros”, de gozos y sorpresas, para la sosegada lectura; de “compañeros” nuevos o usados, grises o coloreados, aseados o polvorientos, asequibles al hojeo, a las citas, al estudio o al entretenimiento.

Admito, con resignación, que ahora compro menos libros, que si alguno a veces me cae de las manos, por banal, otros me seducen una y otra vez: Schwob, Borges, Monterroso, R.Walser, Bulgakow, Otero Pedrayo, Cunqueiro, Valle-Inclán, que me incitan, al descubrimiento de la mayoría de sus obras, una tras otra.

Recalco, con énfasis, que una biblioteca es mucho más que una hilera de libros o una fila de escritores, es, más bien, un generoso manantial de lecturas, un campo de propuestas lúdicas, filosóficas o viajeras, más aún: un territorio íntimo y, cómo no, un laboratorio literario.

La lectura, como vengo diciendo, es un placer, un recreo prolongado, una huída mágica o fantástica, un inacabado viaje. Y tal debe ser la lectura que pretendemos creativa, participativa, lo que significa haber leído, seguir leyendo, con o sin anotaciones al margen, con subrayados tenues o rojo-vivos, con o sin codas a pie de página.

Si leer es informarse -vivir en una palabra- , también es, y por lo mismo, reflexionar y, en lo posible, ser relativamente coherente. Y en el plano personal, recuerdo, que si un día cayó en mis manos, con no poco secreto, el “Manifiesto Comunista”, en semanas subsiguientes leía a Guardini y a Theilard de Chardin. Y había librerías en Madrid, durante la Dictadura, como la de mis amigos de la calle San Bernardo, dónde adquirí, eso sí con la debida precaución, el ”Sempre en Galiza”, de Castelao, o sus “Estampas de Guerra”, en ediciones sudamericanas, o los no menos solicitados: Camus, Sastre, Nietzsche o Azaña, por citar alguno de los esperados hallazgos de aquella difícil época.

Más tarde, llegó el boom hispanoamericano, y celebré con júbilo, y compras, la aparición de García Márquez. Vargas Llosa o Cortázar. Y, por otro lado, de Guimeraes Rosa, Machado de Asís, C. Lispector, y la de nuestros convecinos: Eça de Queirós, Miguel Torga, Cardoso Pires, Namora, Lobo Antúnes.

Y no me olvidaba, claro es, de los españoles contemporáneos: Pérez de Ayala, Miró, Plá, T.Ballester, mucho Umbral y mucho Cela, Pombo, Matute, Carmiña Martín Gaite, Benet, Ferlosio, Aldecoa, y de los italianos:I.Calvino, Levi. Pavese…y de los franceses, Barthes, Blanchot, y los novelistas, claro. De todos fui comprando obras que leía con especial interés.

No obstante, cada vez me interesaban más los ensayos. Ortega, Aranguren, A. Reyes, O. Paz, Dámaso Alonso, Menéndez Pidal, y los, para mí, más cercanos: Laín Entralgo, Rof Carballo, Marañón, García Sabell, Nóvoa Santos, cuyas obras compraba con entusiasmo y leía con fruición.

La biblioteca posee reductos especializados y, aunque escribo de memoria, recuerdo uno de gramáticas, diccionarios y novelas, en alemán (mi mujer, buena lectora, es de origen suizo- alemán) dónde se encuentran: Max Frisch, Dürrenmatt, Böll, T. Mann, Musil, Bernhard; así como, varia novelística anglonorteamericana.

Hay estantes repletos de libros y estudios cervantinos, baldas con guías y libros de viajes, del Camino de Santiago y del arte románico; anaqueles de textos de filosofia, de ética general y de bioética, y una amplia muestra de antologías de cuentos y relatos breves: Salinger, R.Caver, Chejov, Maupassant, Borges, Quiroga, Clarín, E. Pardo Bazán, Angel Fole… Y, naturalmente, sobre pintura y museos, y, alguna repisa con Historia de España: Madariaga, Américo Castro, S. Albornoz, Maraval, Julián Marías, Oliveira Martins, e hispanistas ingleses y norteamericanos.

Añadiré que esta biblioteca, por necesidad física, tiene una prolongación en un apartamento pontevedrés, en dónde han encontrado acomodo mis autores gallegos predilectos, desde Cunqueiro a Otero Pedrayo, Risco, Valle Inclán, E.Pardo Bazán, Rosalía, Pondal, Rafael Dieste, Castelao, A. Fole, Méndez Ferrín, A. Conde, Neira Vilas, Celso E. Ferreiro, y tantos otros.

Debía referirme, antes de terminar, a la disposición de los libros, al orden arbitrario de los mismos, a su ubicación en los pasillos, el despacho y en cualquier pared o rincón hábiles; a ciertas encuadernaciones, a su singular olor, a libros raros, a primeras ediciones.., pero ya me he extendido demasiado y no deseo abusar de la paciencia de nadie, menos aún de la de un posible y benévolo lector. Unicamente me gustaría magnificar el instrumento de felicidad que constituye en sí misma, una biblioteca personal. Es como habitar con una extensa familia, adoptada pero cercana e íntima, que nada te exige y casi siempre tranquiliza. Y que, en cualquier instante -por añadidura- te compensa de las tristezas de la TV o del cansancio de Internet. Nada digamos, si a veces piensas, por algún tenue ruido, que entre tus libros transita un bullicioso y erudito ángel.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES