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Comentarios sobre la lectura (IV)

sábado, 01 de agosto de 2009
4. LECTURA DIGITAL. LIBRO ELECTRÓNICO
Como casi siempre, con impuntualidad, nos adentramos hoy en la nueva era digital, con todas sus consecuencias. Pero si es la juventud la que primero se ha puesto al día, y con excelentes resultados, la mayoría de la población procura, y le gusta, o le gustaría, hacer lo mismo.

Son los jóvenes, decimos, los que con fruición se ha familiarizado primero, en la lectura digital, con los correos electrónicos (SMS), relativizando el lenguaje, abreviándolo y, lo que es más grave, mutilándolo hasta el más mínimo signo, letra o sílaba, cual conlleva su nuevo hábito de intercambio relacional. Lo cual está bien, en tanto no sea impertinente, lastime o descomponga el idioma en sus misivas a veces banales, en ocasiones ciertamente útiles y prácticas. En todo caso, se debiera huir en esta arbitraria expresividad juvenil de un horror cotidiano: del analfabetismo funcional, de “cierta incapacidad lecto-escritora, en tanto constituya una lacra, con independencia del soporte en que se proyecte” (M. L. Giraldo).

Anotemos: ante la manía informática que prevalece en el trabajo, ante el abusivo uso del correo electrónico, superador de cualquier previsión, en la llamada “economía de la silla” con la que se procuran resolver todos los problemas laborales sin moverse de la oficina -casi como una adicción-, muchos jefes y los mismos usuarios piden un manual de estilo, que ejemplifique el respeto por la escritura, el rigor en el fondo y en la forma del mensaje de este nuevo género, profuso también en Internet, capaz de deteriorar gravemente el idioma:“errores sintácticos y disparates gramaticales”, que hacen temer por el futuro de la lengua.

Digamos con énfasis que el ofrecimiento informativo de Internet es impresionante, múltiple e inmediato; se llega a decir que lo que no existe en Internet, no existe. Reconocemos la transformación social que Internet ha significado y significa, cual fenómeno universal de masas, por el que pasaremos de puntillas, de la misma forma que sólo mencionaremos, en un orden próximo de cosas, los blogs que representan una extraordinaria posibilidad de diálogo virtual y de convivencia en esta sociedad por veces solitaria, una fructífera herramienta de masivas redes sociales para los ancianos, pero también para los menos viejos, y para los jóvenes que los utilizan de modo gratificante; y, en general, para miles de personas que de este modo usan una Red inabarcable, comunicativa, dónde, sin mayores reparos, hacen público lo más privado (se habla de un 43% de contactos; más aún, de un 60% de encuentros físicos posteriores, de estos ciberamigos).

Algunos blogs, dejan que desear. Sus directores, por más que figuras célebres o populares, desilusionan. Se advierte en la mayoría de ellos un exceso de “sobrecarga y ruido informativos”, de temáticas reiterativas, alejadas de la realidad. Se comprende mucho mejor que los aficionados a una materia concreta: ajedrez, motor, caza, pesca, esoterismo o literatura, pongamos por simples muestras, encuentren en este sistema de amistosas relaciones en foros o bitácoras, indudables satisfacciones. Y se entiende, a la vez, que los “blogueros” que estimen su obra como meritoria, se decanten al final por su impresión en papel, por el libro convencional, una vez aliviada de sus extravagancias y repeticiones.

Interesa reseñar aquí, el arrollador éxito del periodismo digital, pensar en los millones de lectores que cada día se le acercan y consultan: su inmediatez y renovada frecuencia le dan un plus de ventaja sobre los periódicos tradicionales, que alguien, por cierto, da por finiquitados para el 2043. Se habla de la crisis del periodismo y hasta de su inmediato apocalipsis, más verdad es que nos encontramos ante la mayor metamorfosis socio-tecnológica de su historia, del inmenso reto que supone una inmensa audiencia digital posible, para un periodismo que deberá ser técnicamente innovador y diferente. Bendita crisis, afirman algunos, y parece que no se equivocan: ha aumentado, con creces, el número de internautas que sólo leen periódicos digitales.

Permanecerán los diarios que amolden sus tiradas a los nuevos soportes gráficos y persistan en su calidad, en la verosimilitud y contrastado de sus noticias, en sus eficaces departamentos de investigación. Sobrevivirán, se dice, las publicaciones nacionales y los periódicos hiperlocales, los que contribuyan al diálogo crítico con ciudadanos y políticos, los muy especializados y aquellos que dan por hecho que la imprenta-industria deja paso a la pantalla-servicio ( nos dice, Ana Carbajosa). Y los lectores y los mismos periodistas se deberán inclinar por un estilo propio, preciso, que atienda a las normas estrictas de la sintaxis y la gramática, dentro de estos sistemas digitales a los que se está llegando con parsimonia, y que permitan una inmediata actualización de las noticias, la posible participación de los usuarios, el cambio de formatos -diarios on line- y del modo de contar:“la mediamorfosis”, cual la designan los especialistas, evitando la retórica, las reiteraciones, las banalidades o el aburrimiento. Solo así, se evitará el cierre de las empresas periodísticas no dispuestas a estas innovaciones, y al trasvase de recursos y periodistas de las ediciones de papel a las digitales.

Apenas hablaremos del hipertexto, que si a finales del último siglo, como paradigma dominante, llenó el campo de la textualidad y estética digitales, hoy, según cuentan los expertos, el interés pasa a centrarse más en otros objetos de estudio: videojuegos, blogs, software social. Sigo, en estas consideraciones, a Susana Pajares, al añadir que el hipertexto comprendido de modo estructural como texto más enlaces, una Red y, si se quiere, un mundo de imágenes, se ha convertido en omnipresente, y es acogido con comodidad y desparpajo, sin mayores miedos, por el común de los usuarios.

Comentaremos, en esta actualidad, la Ludología, una nueva disciplina académica de valores parecidos, la de los juegos electrónicos: en concreto, de los Videojuegos. Una nueva teoría, propia del siglo XXI, en disparada difusión, que se ofrece como objeto, incluso, de comportamiento cultural. Nos limitaremos aquí a citar las controversias sobre juego y narratividad: si lo fundamental es jugar, centrarse en el juego ateniéndose a unas reglas; aunque tampoco hay dudas de que, con frecuencia, existen añadidos de historias, secuencias de ficción o aventuras que enriquecen y popularizan tales juegos (por más que de crédito literario escaso).

La polémica está servida, y los especialistas Murray, Juul, Ryan, G. Frasca tienen la palabra. No es banal el resultado, pues hablamos de una poderosa industria y de un mercado casi infinito que soliviantan la esfera del ocio y del entretenimiento (y en el que, en España, ya colaboran unos 5000 profesionales). Videojuegos que revolucionan el mundo del arte, remedian la TV, el cine y hasta el libro; una narrativa cinemática, dónde el jugador puede interactuar en el mundo virtual. Se habla de “narrativas interactivas”, por más que sean simulaciones. Cierto es que existen multitud de juegos electrónicos (educativos, plataformas, deportivos, de rol, bélicos, de miedo y horror), pero los de aventuras resultan muy asimilables. Y se insiste en que constituyen una nueva forma cultural, a tener en cuenta.

Otra cuestión es la emergente Literatura en el formato digital. La información es maravillosa, y el acceso a las fuentes, a las bibliotecas de gran parte del mundo, muy deseada: la proximidad tanto a los clásicos, como a las más recientes novedades, permite una labor divertida o, sustancialmente, reflexiva, intelectual, de primer orden.

Tendríamos que referirnos, pero resulta excesivo, a la investigación literaria, a la literatura comparada en relación con las nuevas tecnologías. Acabo de leer un estudio de María Teresa Vilariño, titulado ”Fragmentación, espacio y ciberpoesía”, 2008, un interesante análisis de la Ciberliteratura, desde Butor y Deleuze a Bush y Landow. Insiste la autora en que la revolución digital está más allá de la rivalidad con el libro que es, entre otros, un elemento material que hace circular la información conformadora de nuestra cultura universal. Se refiere a la Red como paraíso de fragmentos, del mestizaje de los géneros, del alto modernismo del hiperespacio y, en particular, de la ciberpoesía y sus subgéneros (poesía cinética, hiperpoesía, videopoesía, poesía de collage). Un trabajo sugerente.

Sucede, por otra parte, que las novelas y otras formas de extensa elaboración no han funcionado en el sistema digital, y en el Japón, de gran tradición lectora y a la vanguardia de estos medios, se ofrecen novelas rosas, románticas y folletines de diverso tono, con escaso éxito; mientras en España, en estos inicios, las blognovelas se inclinan por la ciencia-ficción; requieren la participación del lector, y se pretende que son fruto del discurso de la sociedad actual. Por el momento constituyen un proyecto frustrado, mera experimentación.

En todos los países interesan más las formas abreviadas, los dietarios, los fragmentos y aforismos. En concreto, en el país oriental, se propagan los haikus, esas mínimas versificaciones leídas incluso en las pantallitas de los teléfonos móviles, allí dónde disponen de 78 millones de estos aparatos, en activo. Las novelas, reiteramos, resultan todavía marginales, superfluas o aburridas, de lenguaje estandar, directo pero superficial, argot de internautas: un concluyente grado cero de escritura, se llega a decir.

No sabemos lo que ocurrirá en los próximos años, pero, por el momento, la Literatura se inclina por la tradicional forma del libro, que se huele, se toca, se acaricia, frente a ese libro-pantalla frío, gris y poco acogedor.

Nos referimos ahora, al libro electrónico, de funcionalidad probada para la consulta del estudioso o del profesorado; “cuestión distinta es, según García Posada, si hablamos de la lectura, y no por nostalgia imparable sino porque técnicamente el artefacto gutemberguesco es muy superior. Siglos que le costó llegar a él después de las tablas, los rollos, los códices, para que vaya a echarlo por la borda en media hora. El libro va a alcanzar una depuración de sus funciones: servirá para leer y sólo para leer.” En efecto, el lector se volverá más profundo y sosegado, sin prisas, será aquél que lee por leer, por el mero gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, “lo mismo que se quedaría con la amada”.

Enfrente nos encontramos con el libro pantalla. Pero esta tecnología resulta aún precaria, y si leer así puede ser agradable, y lo es ya para algunos usuarios especializados: críticos que leen cientos de manuscritos, para quiénes preparan tesis doctorales, los que desean viajar sin el peso de demasiados volúmenes o, incluso, para los alérgicos a los ácaros y al polvo de los libros de papel. Además, son artefactos todavía caros -de 300 a 600 euros-: Illiad, Kindle, Papyre, Lybook o Sony Reader, aparecen como los más representativos; apenas se comercializan en España, dónde son difíciles de adquirir(se vendieron 2000 unidades en el 2008), asépticos,”grises y un poco sosos”, son dispositivos del tamaño de un libro corriente, pantalla similar, y se leen sin problema, se puede aumentar el tipo de letra, consultar el diccionario, hacer anotaciones o procurar texto de voz.

El mercado español, como decimos, es mínimo para estos libros electrónicos que a parte de utilizar mayormente el inglés, apenas ofrecen hoy contenidos válidos; su servicio es muy pequeño, y su adquisición, por el momento, nos dicen los libreros, no tiene mucho sentido.

En Estados Unidos, el Kindle 2, el más usado, tiene un precio asequible y su contenido es ya interesante (se pueden bajar 170.000 libros, desde la biblioteca virtual Amazon; el inminente Kindle DX, ya dispondrá de 3.500), por lo que muchas editoriales comienzan a digitalizar sus fondos y a vender “on line” sus propios textos (nos apunta, Latasa). Y así, en el pasado año, se vendieron 380.000 unidades, con un aumento, sobre el anterior, de un 50%.

Cuando mejoren las condiciones técnicas y sus cualidades: poco peso y tamaño, contenidos y mejor precio, en pocos años se implantarán estos libros en nuestro país. Lo curioso, según sus defensores, es que con ellos, las formas de leer se combinan, y que no se lee menos, sino por el contrario, mucho más (J. Celaya).

En la rapidísima evolución de esta mecánica digital, en esta nueva era tecnológica de vastas posibilidades -así, el móvil como acceso común a todo tipo de lecturas- y pocas e inciertas fronteras, las características de la edición, los problemas de la propiedad intelectual, el futuro de las editoriales, la participación de los críticos, son arduos temas a discernir, lo mismo que las ventajas para los lectores que, sin duda, van a aumentar de modo considerable. (Pensemos que Google desea digitalizar los fondos de las bibliotecas más importantes del mundo, y hacerlos asequibles, en pocos segundos).

Retomemos, para concluir, el tema del que nos venimos ocupando, la lectura. Hablamos aquí, también, de lectores ya formados en la experiencia hipermedial -texto más imagen- que están acostumbrados a la interactividad en las redes (D.Romero). Trátase, en tal caso, de un lector renovado, postmoderno: un lector de segmentos discontinuos que con placer, cual inquieto nómada vagabundea por Internet, siempre de viaje al acecho del dato o de la noticia. Es la lectura digital – del “lector in machina” - que supone un espectacular cambio en el tradicional modo de leer desde hace siglos; se ha vuelto ahora lectura activa, transversal, de asociaciones, de contenidos y contextos, taquigráfica, una lectura sincopada, no lineal sino a saltos, y dicen sus partidarios, muy superior, cuando se dispone de una pantalla de ordenador cada vez más nítida y amplia, con gama de colores, y tamaño a discreción de las fuentes, y cuando goza de ayudas, referencias directas o pantallas auxiliares: con imágenes, ilustraciones, mapas, videos, sin costo y sin mayor esfuerzo (F. Cifuentes). Otra manera, pues, de leer, cansina y con frecuencia agotadora, que se expande, sobre todo, entre los jóvenes adictos a las nuevas tecnologías y revoluciona el acceso a la lectura (y a la esfera cultural), en cualquier soporte, y que lleva a los ya llamados hiperlectores: lectores autónomos, algo heterodoxos, que seleccionan sus itinerarios nexográficos, y son muy susceptibles a la apasionante llamada de esta lectura digital.

En adverso sentido, nos encontramos con los resistentes al cambio, con los defensores de una lectura amable, más cómoda -del acariciable, oloroso y transportable libro- que facilita, si es preciso, un leer reflexivo y de mayor longitud y profundidad; y menos cansado para la vista. Como decíamos líneas atrás, para leer y sólo leer; “consuelo espiritual “y humanamente reparador.

Dejemos para los expertos la consideración futurista de esta nueva era tecnológica digital, creciente, desmedida, que aquí sólo esbozamos, y que ya está al alcance de muchos y, con preferencia, de las jóvenes generaciones, lectores en la oceánica Red, con inmensas oportunidades, pero también de riesgos contra la propia intimidad, que demandan una tutela y una protección de sus derechos. Valoremos su trascendencia en el mundo de la enseñanza y académico, al disponer -casi de inmediato- de miles de títulos y publicaciones, y en el no menor, del increíble comercio librero y editorial, con un cajero automático a mano de 500.000 libros, y nuevas impresoras capaces de encuadernar en pocos minutos cualesquiera de tales volúmenes (La “Expresso Book Machine”, que nos refieren desde Londres).

La galaxia electrónica crecerá sin la menor duda, pero estimamos de buena fe que no desfallecerá la galaxia librocéntrica dada por muerta hace 50 años, y cuyo fallido augurio corre paralelo a la producción y consumo de libros por millones, en los últimos años, al rebosamiento de las editoriales y librerías, a la multiplicación de los best seller (Grisham, Crichton, Brown, Follet, Coelho, Meyer, Rowling, A. Pérez Reverte, Ruiz Zafón,) que no dejan de ser una manifiesta ocasión para el placer de más aficionados a la lectura tradicional.

Lo que no debe posponerse, en cualquier caso, es la ajustada selección de las obras, la fecundante reflexión sobre los textos, sobre todo en ese inevitable caos que es Internet; el separar lo auténtico y lo falso, lo transparente y lo contradictorio, en una palabra elegir la información precisa y de calidad. Se requiere -vaya desideratum- una lectura fértil, creativa se dice ahora, para la que se precisa la intuición o la sabiduría del buen lector, más allá del soporte, ya sea el habitual papel o el electrónico.

Si el mundo del cine, de los videojuegos, del teléfono móvil o de la ley que dicta Internet, muestran una fácil e inmediata diversión, el libro convencional, de compañía placentera y amistosa, aunque esté dejando de ser el principal medio de aculturación, sigue siendo un rival de mucha envergadura.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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