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Comentarios sobre la lectura (III)

martes, 28 de julio de 2009
3. ACOTACIONES SOBRE EL ORIGEN Y DESARROLLO DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Se viene considerando como válida esta genérica asignación, generosa en sus términos, que rompe limitaciones más estrictas. Va más allá de Literatura de la Infancia, insuficiente, o de Literatura de la Adolescencia, quizá excesiva. La Literatura Infantil y Juvenil, así ya reconocida, es un fenómeno complejo a cuyo origen, conocimiento y perspectivas, procuraremos acercarnos. Si durante algún tiempo fue considerada rama menor, casi peyorativa, de la Literatura, tuvo, sin embargo, bellos precedentes en nuestra nación (recuérdese a Lope de Vega, Juan Ramón Jiménez o García Lorca). Hoy, por fortuna, exhibe una millonaria superproducción al gusto de autores y editoriales, cuya calidad artística, empero, es preciso justipreciar.

Debemos pensar, antes de nada, en la neta diferencia entre el lenguaje escolar sobrio, didáctico, y la lengua literaria, en sentido amplio; es decir, separar el aprendizaje de los conocimientos en las aulas de lo lúdico, que va más allá de lo real y tangible y se extiende o vuela por el mundo de la fantasía y de la imaginación, a favor de una escritura sencilla, directa y fácil de entender, apropiada a las edades infantiles. Para los más pequeños, hasta los 6-10 años, se requiere el acompañamiento de una divertida ilustración (óleo, plumilla, collage, tinta; con aprovechamiento de los nuevos soportes técnicos: así el escáner, y al compás de las nuevas tendencias artísticas). Después de los 12 años, reiteramos, se hace perceptible el placer literario, el asombro y la tensión ante lo narrado, y prevalece un texto ya más prolongado.

Es necesario, fuera de generalizaciones, que la comprensión de la lectura transcurra acorde con la psicología propia de la edad, con la madurez intelectiva pertinente del niño, y así, aunque exista una literatura escrita específicamente para la infancia -el niño como destinatario de la misma-, hay otra para adultos que puede llegar también al chico, sin reparos, como receptor amable y bien dispuesto.

Si hacemos un rápido repaso de la Historia, reconocemos que la Literatura Infantil, salvo mínimas excepciones previas, comienza en el siglo XVII, cuando el niño adquiere autonomía y deja de ser un adulto pequeño. Es iniciada por el reformador Comenius, con su obra “Orbis Pictus”, ya ilustrada, de 1658, y con fines pedagógicos. Entre nosotros, con parecido sentido, podríamos citar a R. Lulio y a Luis Vives. En la población infantil se propagaba tal literatura como producto religioso: catones, catecismos, aleluyas, autos y villancicos de Navidad. La irrupción de la imprenta facilitó la difusión de las obras de los escritores patrios, y la Revolución Industrial permitió la reproducción de las imágenes. Esta pionera literatura será espejo social de la época: de su historia, sucesos, vestimentas, modas y costumbres. Y hasta finales del siglo XVIII el cuento servirá de género adecuado para transmitir los valores moralizadores primero y después, educativos; realistas unos, fantásticos muchos otros. (Los cuentos de hadas se pusieron de moda en la Corte de Luis XIV, pero resultaban más cortesanos que infantiles).

Hasta el siglo XIX, fantasía y realismo no se distinguen. Los dos proponen la transmisión de los principios sociales y morales de la época, los dos sirven para el adoctrinamiento. Después, la fantasía no fue pretexto para la propagación del sistema, sino para la denuncia (M. Bertolussi). Muestras serían las críticas sociales de Dickens, o de Lewis Carrol en “Alicia en el País de las Maravillas”. O el “Pinocho,” de Collodi.

En España, no tardarán en llegar los Cuentos de la editorial Calleja, y de Sopeña, como los más populares y significados.

Si esta Literatura Infantil y Juvenil tuvo un origen elitista, propio de ricos y burgueses, o de aristócratas (a salvo los relatos folclóricos), hoy se ha generalizado de tal suerte que llega a todos los países (con lentitud a las naciones en desarrollo), hasta ocasionar, a veces, verdaderos fenómenos sociales, tal como lo sucedido a los “Harry Potter”, de Rowling, con millones de ejemplares vendidos. Y ahora mismo ocurre con ciertas literaturas de vampiros, tal la saga Crepúsculo (Luna Nueva, Eclipse, Amanecer) de Estefanía Meyer que arrasa en Estados Unidos y Europa, sobrepasando en ventas a los nuevos tomos de Harry Potter; un gigantesco evento editorial y sociológico digno de señalar. Se trata de vampiros sentimentales que suscitan paranormales romances y acciones tenebrosas, muy del agrado de los adolescentes. Como lo son, también, las series terroríficas y los relatos de monstruos y seres del “Más Allᔠ(extraterrestres, alienígenas) que corresponden a autores como E. Schreiber, Claudia Gray, E. Thomson y, entre nosotros, Jordi Bargallo o Fina Casalderrey.

La población joven de hoy, como la de siempre, gusta del misterio y agradece y se deja llevar por la fantasía, circunstancias que parecen “haber devuelto el apetito por los libros a un colectivo perdido en el mundo de la imagen”, y que se ha decidido a leer, incluso, a los clásicos, en adaptaciones literarias para niños y jóvenes (Cervantes, Lope de Vega, Rubén Darío).

Agustín Fernández Paz (Villalba, Lugo), último Premio Nacional de Literatura Juvenil, por “O único que queda é o amor”, nos ha dicho que no se puede poner límites a este tipo de literatura, que la pueden leer niños y jóvenes. Y añade, “La Metamorfosis” de Kafka por ejemplo, es novela infantil; “El niño con el pijama de rayas”, de John Doyle, como “La sombra del viento” de Ruiz Zafón, son libros infantiles publicados en colecciones para adultos. En efecto, siempre se ha dicho, con alguna inevitable reticencia, que toda la literatura es infantil, en particular el cuento y la narración. (Sánchez Ferlosio -autor de Alfanhuí- tan suyo y tan rotundo, insiste en que la literatura es única, que no puede compartimentarse para grupos o por edades).

Si para los más niños, el libro puede ser un juguete y la lectura una distracción, las editoriales lanzan al mercado libros con múltiples sorpresas para atraer a estos jóvenes lectores, y tampoco se olvidan de textos con los juegos de palabras: estribillos con ritmos musicales, rimas y onomatopeyas, series de significados, trabalenguas. Más aún, añaden brillantes ilustraciones, incluso móviles y de varias dimensiones, que adornan y explican los textos, y consiguen así competir en el mercado del ocio, con los videojuegos, DVD, CD Rom, y con el cine, con los que pueden ir, y es deseable, de la mano. Y no dejan de familiarizarse con los relatos tradicionales y con los cuentos de hadas, que frente a objeciones de machismo lacrimógeno, crueldad o pseudoliteratura, Bettelheim afirma que con sus finales felices y alentadores no sólo divierten, sino que estimulan la imaginación, enriquecen la vida del niño y aclaran su personalidad

En nuestro país, después de la guerra civil, los libros infantiles fueron religiosos, patrióticos y de clara línea pedagógica, de niños y niñas separados: niños valientes, traviesos y generosos, y niñas dóciles, rubias y pelo largo, falda y “delantal”, delgadas, ingenuas e inocentes. Tras el aislamiento durante la dictadura de Franco, y el alejamiento posterior de Europa por la Segunda Guerra Mundial, nos invadieron las traducciones y se desbordó tal pacato comportamiento y las directrices de la Literatura Infantil y Juvenil que entonces representaron autores como Elena Fortún, Antoniorrobles, Sánchez Silva (“Marcelino, Pan y Vino”), Gloria Fuertes.

El aspecto de los niños fué cambiando: ya no eran absolutamente buenos o malos, sino de conductas intermedias; no eran ya tan religiosos, ni patriotas; predominan las ediciones sobre la Naturaleza, deportes, razas, emigraciones. Las niñas, y las hadas y las cenicientas, ya no son tan rubias ni de largas melenas, ni tan buenas y aplicadas; se muestran con pelo corto y con pantalones, incluso con gafas, y hacen múltiples travesuras. De Celias, fantásticas Antoñitas y Marisoles, se pasa a niñas más libres e independientes, en vaqueros, que descifran misterios e indagan tesoros olvidados y estancias secretas.

Y no nos olvidamos de una fecha importante en el transcurrir de estos años, 1962: con general satisfacción por la permisividad y el paralelo resurgimiento de las lenguas regionales y autóctonas: el catalán, el vasco y el gallego, hecho de enorme significado sociológico y político que significó un antes y un después en las literaturas nacionales.

Por fin, si nos acercamos a la actualidad, como ya comentamos los jóvenes pueden ser lectores apasionados de las fantasías que llenan las librerías, de las aventuras clásicas de robinsones, del Oeste o de ciencia-ficción, de los grandes descubrimientos geográficos o planetarios, pero cuidado, se habla también de “nativos digitales”, de escolares familiarizados con las nuevas tecnologías, que navegan por la inmensidad de la Red y viven, sin duda, más que las generaciones precedentes un mundo abierto, sin fronteras, lleno de realismos audiovisuales y virtualidades con variados visos de ubicuidad, pero cuya intimidad puede estar en peligro; y padres, educadores y políticos deben vigilar, y supervisar, con suma atención y responsabilidad, dicha circunstancia.

(Los interesados por la Literatura Infantil y Juvenil, a parte de Internet, con portales y páginas Web dedicados a estudios literarios y críticas de este tipo de libros, disponen de organismos especializados, tal el OEPLI, Organización Española para el Libro Infantil; SOL, Servicios de Orientación de la Lectura; “Al pie de la letra”, de La Fundación Sánchez Ruipérez; CLIJ, Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil; Gálix (Asociación gallega de LIJ), así como otras Revistas específicas: Babar, Peonza, Fadamorgana: Revista Gallega de Literatura Infantil y Juvenil, y otras similares, fáciles de encontrar. Los suplementos literarios de los grandes periódicos nacionales y autonómicos, ofrecen páginas especiales referidas a este tipo de Literatura. Y mencionemos, pues es obligado por su importancia, las Editoriales especializadas: Edelvives, EDEBE, Anaya, Ekaré, Juventud, Mediavacas, Santillana, Grao, Kalandraka..).

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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