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Comentarios sobre la lectura (II)

lunes, 20 de julio de 2009
2. ITINERARIOS PARA QUE EL NIÑO Y EL ADOLESCENTE SE CONVIERTAN EN BUENOS LECTORES
Reitero que en una sociedad alfabetizada y de escuela obligatoria como la nuestra, la lectura es consecuencia inevitable, y a los padres y maestros, y a las autoridades políticas, a los escritores y periodistas y a los gestores de las editoriales, corresponde su preservación y su mejora, una motivación que la identifique como fértil y placentera, cual deseado menester, y así se logre evitar el analfabetismo funcional que, a pesar de todo, amenaza por doquier.

Se insiste hoy en que se debe acercar el libro a los bebés, y si es chocante que algunos padres salgan de la Maternidad con un paquete de folletos para la futura lectura del niño -como ocurre en alguna Comunidad Autónoma-, no lo es tanto que ya los lactantes tengan entre sus juguetes libros para tocar, acariciar o empujar, como algo propio de su reducido entorno doméstico, y que ellos delimitarán definitivamente cuando su visión madure lo suficiente y su mente abierta, cual generosa esponja, así los reconozca.

Este es el libro como objeto, familiar y de consumo, y otra cosa distinta la lectura que vendrá pocos años después, correspondiendo a un acto complejo, neurofisiológico -ojos, nervios, cerebro-, una secuencia cognitiva que transforma signos gráficos en significados fonéticos, mas el añadido proceso afectivo y sociocultural. Estanislao Dehaene, en un libro reciente “Las neuronas de la lectura”, esboza una teoría científica sobre la misma, y destaca el salto cualitativo que significó en su día: el cambio de la escala mental del ser humano. Y lo consigue mediante imágenes de resonancia magnética funcional que registran la actividad del cerebro, después de que la retina reciba una información visual. La lectura pues, como una capacidad humana aprendida, no innata, supone un trabajo conjunto de la retina y el cerebro para la captación de imágenes y el posterior procesamiento del significado de las palabras, proceso de largo conocido aunque hoy se hable del nacimiento de una verdadera Ciencia de la Lectura, situada en la frontera entre la Psicología y la Medicina.

Volviendo a párrafos anteriores, no cabe olvidar que los ginecólogos manifiestan la evidente sensibilidad de los fetos a los sonidos ambientales externos: a la música -las madres deben aquietarlos con Mozart o suaves melodías-; y a la voz materna, a las asonancias y ritmos del lenguaje, a la magia de la lengua hablada, “que condicionarán, sin duda, sus gustos y disposiciones futuras”.

Aquí no tratamos de estrategias, guías o procedimientos para padres, maestros o bibliotecarios (que abundan en el mercado editorial), aquí nos decantamos por una visión afectiva e incitadora de esta actividad que permite comprender el mensaje que llega figurado en un signo gráfico, a la lectura sin más. Ni siquiera recordaremos los trastornos físico-sensoriales e intelectuales, por enfermedad o por motivos socioculturales (hijos de divorciados o de emigrantes) que pertenecen a especialistas: psicólogos, pediatras, neurólogos y logopedas, ni a las dislexias y a las inmadureces psico-orgánicas que conducen a las alteraciones de la incipiente lectura y, con frecuencia, al fracaso escolar.

Pero no olvidemos, de ningún modo, la labor responsable que tiene la familia, o debe tener, para que el niño se haga lector. Como dice Joan Portell “convencernos de que la lectura no es una pérdida de tiempo, que leer es una de las actividades cerebrales más completas: desarrolla el cerebro, permite imaginar, aporta léxico y estructura el propio discurso, nos distrae y evade, nos impulsa a actuar, nos hace libres y nos ofrece buenos momentos”.

Conviene que los niños vean leer en casa: periódicos, novelas, cómics, enciclopedias, historia, tanto a padres como a primos, tíos o abuelos, y a los amigos de la pandilla; y en cualquier otro lugar: parques, zonas de juego y recreos escolares, librerías y, naturalmente, bibliotecas. La televisión puede ayudar y bien dosificada y elegida no hay por qué prohibirla, y se convierte en una útil medida complementaria. Evitarla sólo en sus excesos morbosos, desvíos agresivos o falsos ideales de consumismo; y en horarios intempestivos (para lo cual algunos pedagogos recomiendan ver la TV en un lugar común, y no en el dormitorio, como hace hoy un 35% de los chicos).

El niño de ahora ve una media semanal, cuando menos, de 7 u 8 horas de televisión, lo que no es satisfactorio: se facilitan enfermedades -existe ya una “ciberpatología pediátrica”-, pensemos en la obesidad, en alteraciones visuales, en trastornos de la conducta; se le introduce indebidamente en la vida de los adultos: drogodependencias, tiroteos, violencias, es decir, en una visión muy deformada del mundo y de la realidad. La adicción televisiva reduce la comunicación familiar, disminuye su tiempo de ocio y deporte, el horario de estudio, y lleva en consecuencia, a un menor nivel socio- educativo.

Se nos muestra impresionante, en este nuevo siglo, la abrupta imposición de la cultura de la imagen y el consumo mediático electrónico; por ello resulta imprescindible que no se salten las fronteras que identifican las características de la infancia: ingenuidad, capacidad de asombro, espontaneidad. Debemos contemplar, pues, con las debidas reservas esta revolución de las comunicaciones que ha significado el repunte de la imagen y que bien puede compararse con la conmoción producida en su día por el advenimiento de la imprenta (nos recuerda, A. Nobile). También debiéramos estimar el florecimiento de la comunidad virtual de los internautas; y, con precaución, los modelos y directrices que con enorme fuerza está imponiendo el mercado editorial.

Pero sigamos con la lectura, que en cualquier medio y circunstancia, es de hábito contagioso y si los familiares leen, cabe pensar que haya libros en la sala de estar, en los pasillos o en las habitaciones, que contribuyan a esa favorable disposición a leer que la biblioteca permite, y los medios audiovisuales propagan. Y a que se aleje cualquier temor o miedo a esta sana y necesaria actividad.

Se deben contar cuentos a los niños desde muy pronto, una y otra vez, y según gustos: de hadas, folclóricos o populares de toda la vida; compartirlos, ese verbo tan utilizado hoy por los padres, convivir social, familiarmente, aquí tiene un singular significado: la lectura en el hogar, con los hijos, lugar de encuentro, experiencia de mutua satisfacción paternofilial y entrañable para la posterior memoria de cada cual.

Cada vez es más frecuente acudir, con naturalidad, a la biblioteca del barrio o del pueblo, como lugar de esparcimiento o diversión: juegos, pintura, pequeño teatro, cuenta-cuentos, en el entorno de los libros. Ocasión para acercarse y hojear revistas, enciclopedias, diccionarios, tebeos, o servirse de Internet. Y de recurrir, sin reparo, al servicio de préstamo de libros, de DVD, discos o películas, de modo sucesivo y continuado. Lecturas asequibles, según la edad, con bonitas ilustraciones. En éstas reside la primera gran atracción para los pequeños: que sean expresivas, bien coloreadas, dulces o llamativas, en sus variadas técnicas de tintas o acuarelas; libros con sorpresas (ventanas, músicas), grandes álbumes ilustrados, desplegables, tridimensionales, libros móviles, libros con canciones, libros-juego que ayudan a comprender las palabras, a narrar el texto, que lo hacen más inteligible y atrayente, donde se visualizan los personajes y la escena, los ambientes: la fauna, la flora, el sol, la luna, ríos y mares, se hacen ver y deciden el tono del relato

En las grandes ciudades existen ya librerías que disponen de espacios para niños, dónde éstos pueden leer y contemplar álbumes e ilustraciones a su alcance, juguetes para entretenerse en zonas de prelectura, mientras los padres curiosean ante las estanterías.

No voy a entrar, como antes he dicho, en el papel esencial que corresponde a la escuela y a los profesores, tan sólo incidir en que la entusiasta capacidad didáctica del maestro es indispensable para fomentar el interés del niño por la lectura y, más en concreto, a partir de los 12 años, por la literatura: mundos fantásticos, increíbles historias, personajes inolvidables.

Por lo que a mi se refiere -y perdonen la intromisión- me ha quedado el recuerdo, y ya son pocos los que me quedan, de mi profesor de literatura durante el bachillerato, Luis Albarrán, y a su nombre asocio, “El Lazarillo de Tormes, El Coloquio de los Perros; Gonzalo de Berceo, el Marqués de Santillana o Jorge Manrique. Que la vida de un joven quede impregnada para siempre por el gusanillo literario, es mérito de un maestro docto y entregado: don Luis, en este caso, valga como ejemplo.

¿Qué pueden leer los niños?
Siempre que sea posible, y suele serlo, atendiendo a sus gustos y preferencias. No seré yo, ni pedagogo, ni escritor, quién se atreva a dar consejos didácticos o literarios en este campo al que de lejos me asomo para expresar unas simples observaciones. Y así, advierto que las estrategias de ventas de las editoriales deciden, en alto grado, la escritura y obras de sus autores más rentables, acordes con el oportunismo comercial; editan productos a la carta, neutros, y, en el mejor de los casos, multiculturales, vacíos de valores, llenos de la nada (en palabras de Mª Andruetto). Con esta evidente salvedad, amplísimo es el mercado editorial para la infancia a dónde poder acudir, y suelen clasificarse los libros, con leve arbitrariedad, según la edad: de 0 a 6 años, de 7 a 9, de 10 a 12, de 13 a 15. Se comienza por los cuentos tradicionales o maravillosos, de pocas páginas, textos ligeros y muchas ilustraciones, para terminar con libros de 80 a 100 páginas, con más texto y menos dibujos, de vasta imaginación y múltiples aventuras. En medio, las fábulas, las leyendas, la historia, la Biblia abreviada, la Naturaleza, el Cosmos, las enciclopedias.

Interesa que el libro sea de texto breve, conciso, y de estructura lineal y descriptiva, y más que didáctico idealmente literario, que sirva de diversión y no parezca obligatorio, que brille como un premio y sea motivo frecuente de regalo; que se utilice, con los más chicos, casi como un juguete.

En todo caso, conviene despertar el apetito cultural del niño, su querer saber, cuánto antes, y pueden valer para ello las colecciones de cómics o de tebeos, tipo Astérix o Filemón, los videojuegos adecuados, o recurrir a autores consagrados: Fina Casalderrey, Docampo, Laura Gallego, Ruiz Zafón, Pere Calders, Zubizarreta, y tantos otros.

Como recomienda Daniel Pennac, importa que entre los derechos del niño figure también el de no leer, y aparte dislexias, el preferir la música, el baile u otro tipo de juegos o aficiones; el de leer lo que le apetezca a uno, dejar la lectura si le aburre, saltarse párrafos o páginas; leer en cualquier lugar. Será cuestión de la debida capacidad psicológica y de estrategias que eviten consumos inadecuados de juegos, TV ó máquinas, hasta devolverles con habilidad a la diversión de la lectura.

Manteniendo similar cautela previa ¿qué pueden leer los jóvenes?
Si nos hemos referido a niños de la primera y segunda infancia, el tramo temporal siguiente corresponde a los adolescentes, al tránsito del niño al joven adulto, de su camino hacia la madurez y de paso a la vida social, más allá de la familia. Cuando transcurren los radicales cambios de las estructuras bioquímicas, hormonales y morfológicas del cuerpo que se prolongan entre los 10 y los 15 años, mientras sucede la profunda crisis existencial perteneciente en sentido estricto a la designada pubertad que aunque coincide con la adolescencia, ambas son de ritmo distinto: digamos, que la pubertad es algo biológico, y la adolescencia un fenómeno más cultural, condicionada por la previa personalidad del niño y que surge con sus indecisiones, rebeldías, dolorida sensibilidad y ensimismamiento: en una palabra, con un nuevo modo de existir. Entretanto, sufre un gran estirón en su talla y reconoce -tanto el niño, como la niña- y con no poco asombro, la aparición creciente de los caracteres secundarios de su sexualidad.

A este adolescente frágil, tímido y algo angustiado en busca de su identidad, hay que ofrecerle itinerarios favorables, divertidos, y dejando a un lado los medios audiovisuales de que ahora dispone: videojuegos, telefonía móvil, Internet -que le ocupan varias horas al día-, será la lectura, ya habitual, una inteligente alternativa para su tiempo de ocio: es el momento, según sus apetencias, de disfrutar de relatos de aventuras, de ciencia-ficción, de misterio o detectives, de novelas románticas. Lecturas que además de su disfrute le harán más creativo, con más capacidad verbal, más imaginativo y con mayor autoestima.

Desde los 10-15 años disfrutará de la literatura, de los autores tradicionales: Jack London, Stevenson, Verne, Salgari, Bourroughs, Collodi y de otros como: Salinger, Tolkien, Ende, Lewis. C.Funke, Rowling, E.Meyer y, entre nosotros, Aramburu, Atxaga, Docampo, Fernández Paz, Laura Gallego, Elvira Lindo, Maite Carranza, Pérez Reverte, y de cualquier otro que le guste o apetezca. De muchos de ellos aprenderá el valor de la amistad, del altruismo, de la bonhomía, de la lucha por la vida, y aún de los grandes temas del debate social: la pobreza, la falta de escuelas, la discriminación racial, que le harán encontrarse consigo mismo y hacerse más responsable. Lo que no es poco en esta época de cierto infantilismo prolongado, de un puerilismo -verdadero síndrome de Peter Pan- que tiende a alargarse más de la cuenta en una post-adolescencia que alcanza, en ocasiones, los 40 años (todos conocemos casos), y convierte a alguno de estos adolescentes en virtuales reyes del mundo: una curiosa efebocracia que tiraniza a las familias y, es de temer, a la sociedad que los adula y ensalza.

Cierto es, que frente a algunos de estos “chicos de la abundancia”, indolentes y díscolos, que poseen cuánto les apetece y “lucen una erupción de acné en el cerebro” (T. Cuesta), hay un numeroso grupo de jóvenes que deben responsabilizarse muy pronto de su vida y de su familia, así en las grandes urbes, y que deben recurrir a las bibliotecas públicas, las cuales necesariamente deben ser asequibles, cómodas y bien dotadas.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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