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Dª Emilia Pardo Bazán (II)

martes, 23 de junio de 2009
ESCENARIO HISTÓRICO
Vive Dª Emilia (La Coruña, 1851, Madrid, 1921) en una época más convulsa que pacífica: Revolución “Gloriosa”, Primera República, Gobiernos provisionales, Guerras Carlistas, Restauración, Golpes de Estado, magnicidios (Prim, Canalejas), Regencias (Dª María Cristina, 1885-1902) y reinados varios (Isabel II, Alfonso XII, Amadeo I, Alfonso XIII), mientras se van incrementando las reivindicaciones regionales y crecen las organizaciones obreras y anarquistas, y el anticlericalismo.

Celebra, de niña, en sus poesías, los triunfos de nuestro ejército en la guerra africana y, de adulta, sufre con sus compatriotas la crisis finisecular de ultramar (observa a los soldados que vienen o van en el puerto de la Coruña), llora la pérdida de las colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas); simpatiza con la protesta intelectual de la generación del 98 y comparte la pertinente necesidad de una regeneración material y espiritual de España.

Disfruta el advenimiento mitigador de la llamada Edad de Plata a principios del siglo XX, y un moderado resurgir cultural y económico, el citado Regeneracionismo, aunque persistan conflictos sociales y políticos a lo largo del reinado de Alfonso XIII.

Escribe sobre el problema de España en múltiples artículos y ensayos, y en alguna de sus novelas (La Quimera, La Sirena Negra). Reflexiona con los jóvenes componentes de la descrita como Literatura del Desastre: Ortega y Gasset, Marañón, Américo Castro, Madariaga, y atisba en la más joven aún generación literaria del 14: Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Fernández Flórez, Aleixandre.

La Condesa vivió en una España preferentemente rural y agrícola, con una alta tasa de mortalidad, una esperanza de vida en torno a los 30 años, y un 75% de analfabetismo, que con la llegada de la nueva centuria cambia, por fin, de modo favorable hacia la industrialización y la mejora de la ganadería y la agricultura; mientras en Galicia se desarrollaba, con éxito, la industria conservera del pescado.

Emilia Pardo Bazán no fue una política en sentido estricto (era, más bien, un “animal literario”) pero su ambiente familiar había propiciado tal tendencia y, después, lo favorecía el seguimiento directo de la actualidad como periodista activa y comprometida. Le gustaba, por ejemplo, cuando residía en Madrid, acudir al Congreso para escuchar a los parlamentarios, y a magníficos oradores, como su amigo Castelar.

Dentro de sus aparentes contradicciones, fue liberal y tolerante como su padre, carlista en algún momento (hasta el punto que se le imputa una intervención, con su marido, en una posible compra de armas, en Londres); conservadora con Cánovas y progresista en la defensa de los derechos civiles de la mujer. Es decir, que en la revuelta España de entonces, si era liberal por nacimiento se hizo tradicionalista por matrimonio, y conservadora por el linaje familiar y su arraigo católico. A fin de cuentas, una ideología cambiante y paradójica, poco definible. Tal vez, dirán algunos, liberal conservadora.

REGIONALISMO GALLEGO
Se dice que el regionalismo de Dª Emilia era más afectivo que ideológico o político, y estando de acuerdo, proseguimos incidiendo en el calado gallego de sus textos. Junto al seguimiento de los clásicos españoles hay que anotar su acercamiento a la lírica galaico-portuguesa, a los Cancioneros medievales, a los trovadores, inspiración reconocible en sus escritos, giros y expresiones.

“La Condesa era gallega y su entera personalidad, sus calidades intelectuales, su juego psicológico, estaban absolutamente impregnados de todo lo característico y propio de nuestra gente. El hecho sustancial y palmario es la definitiva galleguidad de nuestra escritora. La personalidad se le cuela en todos sus relatos y es aparente en cada párrafo: opina, duda, grita, condena, alaba; ella, no sus personajes” (Pedro Abuín).

Sus grandes novelas Los Pazos de Ulloa, La Madre Naturaleza, el Cisne de Vilamorta, y tantas otras tienen por escenario su Galicia natal, y qué decir de la ambientación de la mayoría de sus cuentos.

No menos referencial es “De mi Tierra”, dedicada al estudio de la Cultura y escritores gallegos: Rosalía de Castro, Lamas, Pondal, Losada.

Merece la pena prestar especial atención a” la Revista de Galicia” que la Pardo Bazán dirige y promueve, y a la que se ha referido con admiración Ana María Freire. Una revista literaria, de porte cultural, que si sólo duró 20 números aportó muchas colaboraciones al movimiento regionalista que en gallego trataba de fijar la lengua gallega, en desuso literario durante muchos años.

Se volcó Dª Emilia en este proyecto de “levantar Galicia de su frustración intelectual y cultural en la que se encuentra a la altura de 1880”, y contribuye de modo decisivo en procurar situarla -y la sitúa- al nivel de la España (y la Europa) de su tiempo.

En esta revista colaboran ilustres personalidades; Unamuno, Menéndez Pelayo, Juan Valera, el autor de la primera gramática gallega: Sola, Muruais, Curros, y ella misma, que hace de todo en su elaboración, como periodista ya muy profesional. Reseña, por ejemplo, el libro de Lamas Carvajal “Soledades Gallegas”, o “A Virxe do Cristal”, de Curros Enríquez, que había sido prohibida por el obispo de Orense. Rosalía de Castro le envía, en tal ocasión, una poesía dedicada: “El abanico”, de enigmático tono:

“Mimada por las Musas,
Servida por las Gracias,
C´un corazón que vive d ármonías
Nobre cantora das gallegas praias,
Ben merecés reinar como reinades,
Manífica, absoluta, soberana.”

Eva Acosta refiere como “los Movimientos nacionalistas emergentes bucean por la etnografía en busca de sus raíces y Don Antonio, el padre de los Machado, dispone la creación de varias Sociedades folklóricas regionales”, habla con Murguía para fundar una en Galicia y éste rechaza la propuesta; Dª Emilia, en cambio, acepta y la promueve. Es más, organiza un baile -estos eventos le seducen- para recaudar fondos a favor de dicha Sociedad Folklórica Gallega.

La Condesa es nombrada presidenta honoraria de la Real Academia Gallega, por dónde transita Manuel Martínez Murguía que sería su director y su adversario, más por problemas de personas que de ideas, aquel cascarrabias bajito, “cativo de cuerpo pero grande de espíritu”, archivero, periodista, que escribe una “Historia de Galicia”, preside “La Asociación Regionalista Gallega” y es considerado hoy como la conciencia histórica de Galicia. Las relaciones entre ambos no son claras y, desde luego, nada buenas: las ideas nacionalistas de ambos parecen distantes y socialmente se hallan alejados -tal vez la muy mentada aristocracia de ella le sería difícil de soportar-; y Murguía le reprocha con amargura cierta desconsideración con su esposa, Rosalía de Castro, su pretendida descortesía cuando ambas escritoras son vecinas en La Coruña y, en particular, con motivo de su necrológica, cuando el panegírico de la novelista le parece pobre e insuficiente.

Pero Dª Emilia, aunque no escribe en gallego, apoya el llamado Rexurdimento (Resurgimiento) literario galaico que venía postulando Murguía y llevaban a cabo Eduardo Pondal, un médico que no ejerce pero resucita “el sustrato de nuestra protohistoria: celtas, castros, bardos; Curros Enríquez y, sobre todo, Rosalía de Castro, que con sus “Cantares Gallegos” en 1863, da un trascendental y definitivo giro a las Letras Gallegas (tal recuperación del idioma gallego se celebra ahora, cada 17 de mayo, con una fiesta cívica y literaria).

(Rosalía, “la santa y diosa de la raza”, después de escribir “Follas Novas”, una obra memorable y el más fundamental de sus escritos, deja de escribir en gallego, y a cuánto a mi país concierna, llega a decir decepcionada, lo cual resulta difícil de explicar).

En sus últimos años, la Pardo Bazán piensa, creemos que con razón, que la siembra proyectada desde su atalaya galaicomadrileña ha contribuído al segundo Rexurdimento, el de la generación literaria “Nos”: Castelao, Cuevillas, Otero Pedrayo, Risco, Vilar Ponte, Cabanillas, aquel brillante grupo literario que va a ser esencial en el devenir cultural del país gallego, y en su nacionalismo.

Digamos, para terminar, que Dª Emilia no fue en ningún momento una nacionalista dogmática sino una regionalista, en el mejor sentido antropológico del término -sentía Galicia como su patria natural e íntima-, luchó por su desarrollo social y cultural -por la educación y su acercamiento a Europa-; contra el tema sangrante de la emigración, y protegió en toda circunstancia el patrimonio artístico (cuántos retablos e iglesias fueron restaurados gracias a su intervención ante las autoridades, y cuánto intercedió contra los robos y la rapiña de ladrones y desalmados anticuarios).

Cuándo por las polémicas personales suscitadas a raíz de las poesías insultantes y sarcásticas que recibía (en el “Divino Sainete” de Curros, o en los injustos panfletos de Murguía), cuándo más enardecida estaba, decía: yo que nací española rabiosa, no puedo aceptar un regionalismo caciquil,”manejado por cuatro galopines”.

A pesar de esta visionaria sentencia, sabemos que la Condesa, como venimos señalando, amaba profundamente a la patria galaica, allí dónde estuviere; y que determinó “un canon gallego” en la literatura española que tampoco puede olvidarse. Sus polémicas con los regionalistas, que la persiguen encarnizadamente -la llaman fea, gorda, envidiosa, plagiaria y la enfrentan con la bendita Rosalía- son más personales que ideológicas, le crean una situación injusta y desagradable que debiera ser reparada con rotundidad. Repele la independencia de Galicia, pero nada le avala como “la bestia negra del regionalismo”, a no ser la envidia de sus adversarios que sólo son capaces de ridiculizarla por su presencia física.

(No llegaría a conocer el manifiesto vanguardista, en 1922, de Manuel Antonio,”Mais alá”, muy beligerante contra el anterior ruralismo de Curros y Rosalía, y frente al decadentismo identificado en Valle-Inclán).

FEMINISMO
La cuestión del feminismo es importante en la biografía de Dª Emilia, y lo es tanto a nivel personal -muy reivindicativo- como teórico e intelectual en su quehacer periodístico y literario, como conferenciante y oradora. Lucha con entusiasmo por la emancipación de la mujer, por una nueva estimación de lo femenino, hasta convertirse en auténtica pionera de tales demandas político-sociales, y ya que no del sufragio universal entonces inalcanzable, sí por los derechos civiles y laborales. Muy realista, intercede por reivindicaciones propias de lo femenino: maternidad, cuidado de la familia, crianza de los hijos, mejor educación y contra lo que todavía ahora sigue de actualidad: la violencia de género.

En sus artículos, casi siempre provocadores, en periódicos y revistas, así en “La España Moderna”, como en su “Nuevo Teatro Crïtico”, en diversos ensayos y charlas, desarrolla campañas a favor de la presencia de la mujer en las Administraciones Públicas, en las instituciones educativas y en las diversas profesiones. Reclama una y otra vez la igualdad de oportunidades, y frente “al sexismo imperante” propone una educación igualitaria. Denuncia que el saber académico pertenece sólo a los varones y que el hogar es el único reducto y cobijo para las mujeres.

Y si en la educación se avanzaba, persistía un 70% de analfabetismo y la tendencia escolar de situar a la mujer en su casa, dedicada a la economía doméstica, a la costura y a la mejora de las recetas culinarias de la perdiz o del guiso de la lamprea en el mejor de los casos

Es, pues, la Condesa una inquieta activista pro-feminismo, polemiza sobre esta cuestión con posturas intelectuales que ninguna mujer se atreve entonces a exponer. Fruto de este pensamiento progresista es su creación de una Biblioteca para la Mujer; divulga estas propuestas por doquier como una verdadera maestra, siguiendo las pautas de la filosofía krausista y de la Institución Libre de Enseñanza, y lo hace abiertamente, sin tapujos, a cara descubierta, sin pseudónimos. (Concepción Arenal, ferrolana y feminista, había tenido que acudir a la Universidad disfrazada de hombre).

Contaba Dolores Thion, hace poco, como Emilia Pardo Bazán impartió docencia en el prestigioso Ateneo de Madrid a lo largo de un año sobre literaturas europeas, con llenos absolutos de público en sus disertaciones, pero cuando ella misma pretende hacerse socio de pago de la entidad, sus dirigentes no se lo permiten. Tendrá que luchar seis años para que las mujeres consigan ser socias de dicha institución.

Dª Emilia logró ser Consejera de Instrucción Pública en 1910, pero nunca consiguió pertenecer a la Real Academia de la Lengua como pretendía (y a la que era merecedora, según sus colegas) por la misoginia de sus académicos. (Hubiera sido la primera mujer de tan docta casa, lo cual no ocurriría hasta 1978).

Sí sería catedrática de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central, asignatura correspondiente al Doctorado de Filosofía y Letras, si no estoy trascordado, y a la que renunció pronto por la inasistencia de los alumnos ante una mujer profesor.

Insistía la escritora en la conflictividad entre lo masculino y lo femenino en muchos de sus textos, y se refería a un feminismo socio-político, o teorizaba sobre otro más trascendental, filosófico u ontológico. Denunciaba, empecinada, la desigualdad de los sexos ante las leyes, advertía de la dependencia afectiva y económica del padre,, de la ausencia de una libre elección amorosa y de la obligada concertación de las bodas. Y rechazaba, por descontado, con el P. Feijóo, que la mujer fuese, como decía Aristóteles, un “animal imperfecto”.

Se lamentaba, por fin, de que las propias mujeres se desinteresaran de estas cuestiones e incidía, por consiguiente, en que la culpa ya no correspondiese únicamente a los Gobiernos de turno. En sus últimos años, quizá defraudada por estas actitudes abandonistas de sus compatriotas, disminuye algo su entusiasmo reivindicador y pasa a escribir útiles libros de cocina, con un éxito que le sorprende (“La Cocina española antigua” y “La Cocina española moderna”).

VIAJES Y ESTANCIAS DE LA CONDESA POR EL SUR DE GALICIA
Dª Emilia, como en otras muchas cuestiones, fue una adelantada a su tiempo en sus crónicas viajeras, a las que podemos considerar ya como modernas. La fértil ligazón que dispone entre el recorrido y la descripción literaria del mismo explica que sus relatos viatorios se lean hoy, por su frescura, con facilidad. Acierta con su tono y el modelo narrativo de estas ágiles versiones periodísticas que reúne en varios libros: “Viajes por la España Pintoresca”,”Viajes por la Europa Católica”, “De España a Ginebra”. Anotemos que fue corresponsal de varios diarios y revistas en París, Roma o Lisboa.

Deseo resaltar aquí, con más énfasis, las referencias apasionadas de las comarcas gallegas que tanto amaba y tan bien conocía. Relatos que además de ser muy personales resultan divertidos y divulgatorios: se detienen en el paisaje, en las costumbres, en el arte civil o religioso. Introduce oportunas digresiones culturales, leyendas, fábulas, citas históricas, que los convierten en delicioso regalo.

“Si me fuera posible -decía- elegir profesión o, mejor, quehacer perpetuo, he aquí lo que yo sería: viajera incesante por España. No iría tras las pagodas de la India, ni recorrería las estepas rusas, ni me pasearía por Constantinopla y el Bósforo. España me interesa más que el resto del mundo y cada rincón de España un mundo es”. Y Galicia, añadimos, parecía su máxima preferencia.

La Condesa era una viajera empedernida desde muy joven, por España y Europa: gentes, naturaleza, arquitecturas. Adorna coloquial, plácida y sugestivamente sus relatos insistimos, de manera que deleitan -enseñando- a sus lectores. Y aunque parezca excesivo, tampoco me resisto a reseñar esta otra cita, que nos recuerda A. Paba: “Mándenme recorrer cien iglesias viejas, destartaladas, obscuras, o cien museos, o cien aldehuelas míseras, solitarias, y no me metan, por Dios, una hora en una fábrica de hilados y tejidos. Las máquinas me inspiran un no sé qué de repulsa vaga”.

Hemos mencionado ya, si no recuerdo mal, que la Pardo Bazán recorrió todos estos itinerarios gallegos a pié, en caballo, en tartana o diligencia, o en tren, uno de sus medios de transporte favoritos, al que dedicó muchos artículos y cuentos que escribía, en ocasiones, sobre sus propias rodillas o en las salas de espera de las estaciones ferroviarias; por fin, en el deseado automóvil que le permitiría una mayor selección y autonomía en sus recorridos.

Prescindo, por más conocidos, de sus viajes por la Mariñas coruñesas y de sus estancias veraniegas en el cercano Palacio de Santa Cruz, en el Pazo de Santa María de Oleiros o en el Pazo de Meirás, con su melancólico paseo de camelios hacia el mar de Sada (A propósito de esta residencia diré que los vecinos de la zona tienen razón al desear disfrutarlo, y que la familia Franco debiera permitir tales visitas periódicas y su utilización cultural o festiva. En cuánto al incendio de las Torres y a la quema de los archivos pardobazanescos, queda todavía pendiente de descifrar).

Procuro situarme ahora en el Pazo de Banga, propiedad de la familia de su marido, y conocido como el Pazo de los Quiroga, ubicado en la comarca de Carballino. Lugar que le sirvió de plataforma y ocasión para conocer aquellas tierras orensanas pertenecientes al área vitivinícola del Ribeiro, atractiva geografía de socalcos revestidos de viñedos (de cepas traídas por los monjes cistercienses del vecino monasterio de Oseira o, tal vez, por los cluniacenses de la Borgoña que hacían el Camino de Santiago, por no citar a los romanos, más lejanos, portadores de las uvas toscanas).

Esta zona fue de indudable importancia comercial desde la Edad Media (Cea primero, Carballino, Ribadavia) y, también, eclesiástica, por dónde siglos atrás hubo cientos de cenobios; la designada Ribeira Sacra en la que se refugiaron centenares de monjes que huían de la morisma, y de los que apenas quedan, en la actualidad, una veintena. Dª Emilia visitó, según nos cuenta, el de San Esteban por entonces en ruinas (hoy, Parador de Turismo) y subió a pié y a caballo, a lo largo del profundo desfiladero, por muy malos caminos contemplando los impresionantes cañones de río Sil. (El monasterio, románico en su origen, al que se retiraron, por diversos motivos, nada menos que nueve obispos en el siglo XII, para allí morir ya longevos. Conserva un retablo pétreo, pentagonal, con Jesús y los Doce Apóstoles en relieve, en verdad muy singular).

Visita, nos dice, San Juan de Rocas, a escasos kilómetros de Orense, y sus monásticas cuevas prerrománicas; pasa por Allariz (dónde se educó en el idioma gallego el niño que sería después Alfonso X el Sabio, el autor de las Cantigas de Santa María), camino de Celanova, y allí cumplimenta a San Rosendo en su Monasterio.

La Galicia que algunos denominan arcaica y otros, profunda y eterna, la descubre de verdad la autora coruñesa, una vez casada, en Orense: las coloreadas viñas, el verdinegro manto de los pinares; ferias y romerías, vendimias, el milagroso sabor de las pavías, el azúcar de sus higos, las castañas asadas en los magostos. Si de La Coruña -su Marineda- describe lo urbano, la mesocracia burguesa, Banga y sus alrededores carballineses circunscriben el campo, lo rural, que brillará en “Los Pazos de Ulloa” o en “El Cisne de Vilamorta”.

Y desde este Balcón del Ribeiro, como Dª Emilia nombra este Pazo, por estas tierras de vino y pan, caminará para conocer la iglesia románica de San Julián de Astureses, severa y equilibrada -de maestro gallego- de toscos capiteles y arcaizantes puertas, el retablo y las pinturas de la misma iglesia de Santa Baia de Banga, o los castros próximos. Algún día pasará por Monforte de Lemos, de la estirpe de aquellos nobles que años ha, como mecenas, facilitaron, en Madrid, la impresión del Quijote. Pero, con más frecuencia, descendió hacia el sur, a Ribadavia, capital de la comarca; visita, sin duda, su castillo, alguno de sus conventos e iglesias y la bien conservada judería; alaba una fonda en la que pernocta, la limpieza de las sábanas, la manteca fresca del desayuno. Recordará que fue capital, durante el siglo XI, del efímero reinado de García I, cuándo ya era centro comercial y agrícola importante a favor de su estratégica situación en la confluencia de los ríos Avia y Miño.

Alcanzado este punto del leve ensayo, quiero resaltar, con particular interés, las estancias de la escritora en el Balneario de Mondariz, que se repetían cada verano, por el mes de agosto. Aunque Carballino era, y es, una notable zona termal: Caldas de Partovía, Balneario de Arenteiro y no está lejos el de Arnoia, Dª Emilia prefería el situado en el valle del río Tea, en la provincia de Pontevedra.

Conocida su delicada salud en algunas temporadas, las dolencias digestivas, hepáticas o biliares, que sufría mejoraban con las curas hidroterápicas, ya en Vichy, ya, más frecuentemente, en Mondariz(Incluso tomaba durante el invierno las aguas bicarbonatado-sódicas que le facilitan las digestiones, aunque a veces la excitan. Pero, ¡qué rica, el agüita! decía.

En alguna de sus crónicas ¡de 1885! se refiere a su viaje en tren hasta Salvatierra y del desagradable traslado a Mondariz en un carricoche de caballos, y de la malicia de los cocheros. Habla de la precariedad del hospedaje y del maltrecho acceso a la fuente del agua mineral, casi en una charca; sin embargo, ensalza las bellezas del lugar, su encanto, su paz.

Tanto le gusta la localidad que vuelve cada verano y va reconociendo las mejoras sucesivas que instalan los hermanos Peinador -sus insignes promotores- hasta la edificación de un Gran Hotel, moderno y elegante, que abre sus puertas en el año 1898 con su total beneplácito: ideado por Genaro de la Fuente, con una monumental fachada y una escalera de entrada auténtica obra maestra, 250 habitaciones, grandes salones, espléndido comedor. Se crean las fuentes arquitectónicas ornamentadas, así la de Gándara (de Palacios) y la modernista, en Troncoso, que complementan unos servicios médico-termales modernos y excelentes que responden plenamente, como si fuera un reto, a la declaración oficial de aquellas aguas minerales como de utilidad pública, de 1873, del Gobierno de la primera República.

El Balneario de Mondariz con sus afamadas aguas minerales y sus modernas instalaciones hidroterápicas, se convirtió en un centro médico de prestigio internacional y, a la vez, en un escenario cultural y de ocio al que acudían los más célebres políticos, aristócratas, periodistas y escritores, sanos y enfermos, simples viajeros, españoles y portugueses. En él se refugiaron figuras representativas de la época, a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando cundía el pesimismo tras la catástrofe colonial y la guerra contra los yanquis; cuando amanecía una literaria Edad de Plata y, más tarde, cuando servía de remanso neutral durante la Primera Guerra Mundial. Por aquí pasaron: Primo de Rivera, Castelar, Cánovas, Lerroux, Isaac Peral, Echegaray, Arniches, Azorín, Aleixandre, S.A.R. La Infanta de Portugal, Isabel de Borbón “La Chata”, Condal, Curros Enríquez, Murguía, Castelao, Cabanillas, Risco, Valle-Inclán, Fernández Flórez y un largo etcétera que harían impertinente esta monótona lista.

En el Balneario, con imprenta propia, se editaban en el verano periódicos para las noticias locales y revistas culturales semanales o mensuales, como “Mondariz” o la “Temporada” con notables colaboradores; tenían lugar tertulias, conferencias y recitales, reuniones de la Real Academia Gallega, incluso algún Consejo de Ministros.

La Condesa, en sus largas estancias mondarizanas, disfrutó de estos Salones Literarios y de los eventos culturales, también de los de sus amigos regionalistas (Castelao, Risco y el muy allegado al balneario, Cabanillas); de las largas siestas y de los paseos, con su vaso de agüista al hombro, bajo los plátanos, hacia las fuentes sanadoras y a lo largo del rumoroso Tea. Realizó excursiones por los amenos alrededores y nos describe, en concreto, una visita al Castillo Sobroso de tanto arraigo en la historia local y lugar de hermosas leyendas, entonces en ruinas, el abandono de sus muros y recintos, entre ortigas y silveiras. Conoció el próximo Castro de Troña, el románico puente de Cernadela y, muy cerca, dónde se ubica hoy el campo de golf, un discreto museo de restos arqueológicos de la zona. Tal vez, acudió a ver, a 12 kilómetros, el monumental crucero de Cerviño (Un poco más lejos, está Portugal que también solía visitar).

Mondariz Balneario, concejo desde 1924, “Villa muy hospitalaria”, se ha recuperado de diversos acontecimientos y avatares. Así, el Gran Hotel como símbolo, fue Hospital durante la guerra civil, Colegio de los Jesuitas después, pasto de las llamas en 1973, silente más tarde, ha sido restaurado cual edificio residencial en el marco de su frondoso y cuidado bosque. De modo paralelo, ha mejorado el pintoresco pueblo.

Se ha reconstruido el llamado Sanatorio, aquel impresionante edificio -sólo paredes en ruinas- que nunca llegó a ser clínica, ni nada, sólo impresionantes y amuradas piedras, ahora convertido en moderno hotel. También ha sido renovado el designado “Palacio de las Aguas”, con excelentes instalaciones hidroterápicas, fuentes y piscinas.

Para terminar, y perdonen esta larga exposición, digamos que ha surgido una Fundación del Balneario de Mondariz que se propone -cien años después- la recuperación de su memoria histórica. Esperemos que en ella tenga singular cabida nuestra condesa, Emilia Pardo Bazán.

ACOTACIONES FINALES
Aunque la Pardo Bazán viaja con frecuencia a La Coruña, a principios del siglo XX, prefiere Madrid a la vida provinciana: tertulias, salones literarios, paseos, exposiciones, el teatro que le fascina y el trato con los actores (escribe varias comedias dramáticas, sin éxito; Nieva nos dice, sin embargo, que tenía las condiciones precisas para ser una gran autora de textos teatrales). Sigue escribiendo en diarios y revistas, dicta cursos sobre literatura, da conferencias, acude a las fiestas de sociedad, aprecia las antigüedades, y disfruta de los refinados restaurantes, de la moda y de la ópera. Se mantiene durante años como personaje popular en el escenario español dónde constituye un verdadero ejemplo de mujer intelectual sabia y luchadora, y notable maestra (menos modélica será su vida galante y amorosa).

Comienza la Primera Guerra Mundial, la sigue de cerca en la prensa y, aparte sus consideraciones humanitarias y compasivas sobre contendientes y poblaciones, lamenta las destrucciones de catedrales y monumentos: es monstruosa, dice.

El año 1915, es para Emilia, muy doloroso: muere su madre, Dª Amalia, y queda desolada. Le guarda un riguroso luto que reduce sus compromisos sociales y académicos. Sólo al año siguiente, ocupa de nuevo la tribuna del Ateneo, dirige la sección de literatura y celebra las conmemoraciones cervantinas. Es nombrada catedrática de Lenguas Neolatinas en la Universidad Central.

Hay una foto muy celebrada, por entonces, en un Homenaje del Centro Gallego de Madrid, con los Reyes e Infantas. Se declara monárquica. Continúa siendo la aguda reportera de la vida madrileña.

Muere su marido, José Quiroga, asiste a su entierro, y le guarda un severo luto. No renuncia a su veraneo en Mondariz y a prestar suma atención a lo que ocurre en Galicia.

El Rey concede “el cambio del título condal Torre de Cela. Emilia cede su Condado de Castilla a su hijo Jaime que así será Conde de Torre Cela. La escritora pide la sucesión del título pontificio de su padre, se le otorga a principios de 1917, y seguirá ostentándolo como Condesa de Pardo Bazán.

Sus paisanos de La Coruña le dedican una estatua en los Jardines de Méndez Núñez, y le ofrecen varios homenajes y agasajos.

Fallece, finalmente, de una gripe complicada con su diabetes, según los médicos, en Madrid (1921). Es inhumada en la cripta de la iglesia de la Concepción.

Eva Acosta comenta que sus herederas: Dª Manuela Esteban Collantes, condesa viuda de Don Jaime (fusilado durante la guerra civil) y Dª María Nieves Quiroga Pardo Bazán, marquesa, donan el inmueble de Tabernas, nº 11, la casa familiar, a la Real Academia de la Lengua Gallega En el primer piso se instala un discreto Museo dedicado a Dª Emilia: ahí perdura la imagen de una autora y de su extraordinaria obra que exige un recuerdo obligado: su perdurable integración en el acervo de las Letras gallegas y españolas.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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