Un año después de sus últimas presentaciones, Elena Pendás retorna con una colección renovada en la que podemos observar el crecimiento de su ecosistema creativo dentro del Pop Modernista, esa alternativa que ella ha creado y que le ha dado fama dentro del Pop español actual.
La nueva colección se convierte, una vez más, en una fiesta donde Elena se recrea con sus fantasías, sus fabulaciones, toda esa imaginería cromática que la singulariza. Nos sorprende, eso si, acentuando la importancia significativa de las miradas, esas miradas que han sido siempre uno de los soportes más expresivos de su gestación plástica. Miradas que han contagiado desde la euforia a la tristeza, la ansiedad, el deseo, la seducción o al placer
todo un mapa de emociones que el espectador siempre recorre entre la intriga y la simpatía, en una complicidad de afinidades...
También, como en todas las muestras anteriores, la obra de Elena no se repite. Cada cuadro está vinculado a la autora, pero el conjunto es celibataire, las piezas son únicas, solteras, diferenciadas. Cada cuadro tiene una historia, una intención singular que se distancia de todo discurso coral. Incluso lo que hasta sus anteriores presentaciones se podría calificar como de asombrosa o desbordante fantasía, sigue siendo así de excepcional y lúdica, pero ahora nos agrega señales de una intimidad más honda, conceptualmente más profunda, más elaborada. Un indicio claro de que estamos asistiendo a una madurez estética progresiva.
Sus ejercicios nuevos, esos ojos espectaculares que nos observan y se observan hacia dentro, nos indican que Elena mira y se mira. Esos grandes ojos, esas miradas especulativas y misteriosas, son piezas seminales de una etapa comunicativa mayor, un ciclo en el que las miradas de ida y vuelta abren un riquísimo territorio interior de la pintora.
Y, finalmente, no hay que olvidar, en esta nueva colección, un dinamismo vital extraordinario en varios cuadros que estrenan su presencia. Nos referimos al formidable Pop (El tamaño no importa), así como al alegre y narrativo (Pequeño capricho) y a los nuevos desnudos que tactilizan la muestra (Tiempo de silencio). Con ellos se completa una colección brillante, divertida, de enorme fuerza cromática. Una fiesta visual en el verano 2009.
