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Factorías de explotación infantil

jueves, 11 de junio de 2009

Es innato de cualquier ser vivo procrear y necesario para perpetuar la especie de manera inconsciente y natural, pero, para el ser humano es un acto tan instintivo como consciente, el reproducirse, procrear y criar para multiplicarse; no obstante ¿a qué precio?

A veces, las moradas familiares no son hogares sino fábricas o talleres humanos donde se procrea para la superviciencia de la propia familia o, incluso, clan.

En ocasiones, y casi siempre en los países subdesarrollados, en el propio hogar se incita a la explotación humana, sobre todo la infantil, por carecer de las necesidades más básicas para subsistir pero, no nos engañemos, esto pasa porque existen los explotadores que abusan de su poder de persuasión, familiar o económico, y se lucran con los más necesitados, indefensos e impotentes, ya sea de forma física, doméstica o económica.

Mis años vividos en Latinoamérica me permiten, esta vez no con tanta suerte, relatar las miradas tristes y penetrantes de niños, a veces bebés, que lejos de pedir un bocado que llevarse a la boca, piden monedas, dinero, para poder regresar a sus casas buscando aquel calor perdido y añorado de cuando estaban en las entrañas de sus madres.

La mayoría no pide por y para ellos; la gran mayoría piden obligados por las nuevas parejas de sus madres que acogen a estos niños, abandonados por sus verdaderos padres, a cambio de trabajar por y para ellos. La mayoría no puede regresar junto a su madre hasta reunir las pocas monedas que consiguen mendigando para que su padre, ya sea biológico o putativo, pueda continuar, muchas de las veces, con su adicción al alcohol o a cualquier otra droga, pagada o mantenida, ahora, por su descendientes o los hijos adosados de sus nuevas parejas.

Sigue existiendo la milenaria constumbre y creencia que los hijos se tienen y crian para cuidar a sus progenitores el día de mañana. Es una forma de explotación doméstica y, así, niños con escasos seis años, son líderes de grupos de hermanos o amigos, aún más pequeños, que dirigen y controlan las zonas donde mendigar o, simplemente, se encargan de cuidar a los otros en precarias condiciones. Muchos de ellos prefieren huir de estos mal llamados hogares y pasan a ser "niños de la calle", como por ejemplo son los llamados niños "pirañas", en Lima, que sobreviven agrupados en los barrios más marginales y actúan en bandas para salir adelante a base del hurto, la droga o la prostitución, jugándose su propia vida y la ajena, cada vez con más violencia.

Nunca olvidaré cómo una madre recién parida, que sostenía en sus brazos a su bebé sentada al borde de la carretera, arrojó a su recién nacido bajo las ruedas de mi coche con la esperanza de obtener a cambio el dinero suficiente para poder sacar adelante a sus otros hijos y cónyuge. Sus escasas fuerzas permitieron el milagro de no poder alcanzar su objetivo y el pobre bebé, ajeno a todo, se paró a escasos centímetros de las ruedas. Una pequeña brecha daba fe de lo ocurrido, al chocar su cabecita contra el bordillo. La infeliz y desnaturalizada madre ni se inmutó, sólo tenía manos para recoger el dinero que, supuestamente, llevaría a esa criaturita a un centro sanitario para que le protegieran su pequeña herida. Nada de eso ocurrió; sus promesas de llevarlo a curar fueron tan pobres como aquel bebé y no tuvo ningún reparo en volver a sentarse de nuevo con el bebé en brazos para alcanzar su objetivo con cualquier otro conductor, a ser posible, extranjero también.

Llegué a la conclusión que, la madre estaba tan herida y ciega como su criaturita.
La madre sólo tenía ojos para llenar la palma de su mano, un día más, con las miserables limosnas recibidas y así sacar adelante a su prole que pululaba mugrienta y pedigüeña por los callejones de alrededor, haciendo malabares a los conductores, arriesgándose a ser atropellados por sus propios descuidos y osadías que el dolor de estómago por hambre les pedía, o bien, llevados por la euforia de la droga debido a la inhalación de terokal, pegamento industrial que se inhala en bolsas de polietileno para hacerles olvidar el hambre o el abandono social.
Lo más seguro es que esa madre, con tan sólo 12 años, ya fuera violada por su progenitor o algún pariente cercano y que a sus 22 años ya fuera madre de familia numerosa.
Lo más probable es que esa madre hubiera sido abandonada por su primera pareja, pues a esa edad, sin recursos y vida paupérrima, la mujer es considerada vieja.
Su única salida, para poder conseguir un techo donde cobijarse (la mujer en muchos países aún no tiene derecho a la propiedad), es volverse a emparejar con el hombre que le acepte llevarse a parte de su prole, siempre y cuando ésta sirva para beneficio propio del nuevo cabeza de familia, obligándoles a la mendicidad o prostitución a beneficio propio y ajeno.
Es una cruda realidad que he podido contrastar en países como Chile, Perú, Venezuela, Brasil, o África, e incluso en El Caribe donde el turismo es la buena excusa para sacar a los niños a pedir, ya sean caramelos u objetos que se transforman en caries o la oportunidad única para embelesar a un adolescente y abusar de él.

En mi último y reciente viaje, ésta vez no esquivé a ningún bebé sino a un mendigo haraposo de mediana edad y con pata de palo, que se lanzó a las ruedas del vehículo y, gracias a un buen volantazo a tiempo, del conductor, se pudo evitar la tragedia.
Quién sabe. Quizá cuando era un bebé su madre hizo lo mismo con él.

Padres e hijos son víctimas en todos estos casos; los primeros por su escasa cultura, sus nulos escrúpulos ahogados en sus propias experiencias de abusos cuando eran pequeños, el pozo donde habitan sin salida, su marginación social, etc.; y los segundos por su inocencia, ignorancia y falta de protección.

Aquí no sirve de nada el dicho de "la letra con sangre entra" o "la experiencia es un grado". Resulta increíble que quien ha vivido experiencias traumáticas las reproduzcan con sus hijos. No creo que puedan hacer mucho por remediarlo. Lo mejor sería no tener hijos y evitar esta condena, esta rueda que gira en espiral sin fin. Lo peor es que son países que necesitan a su juventud para poder sacar al país adelante pero sin ayuda gubernamental e internacional, por parte de los países más desarrollados, no hay manera.

Lo he vivido como residente en esos países, lo he presenciado como transeúnte, lo he llorado como humana y, hoy, tengo la triste suerte de poder denunciarlo una vez más como periodista, para que todos colaboremos en la lucha contra cualquier clase de explotación infrahumana, inmoral e ilegal, y más aún tratándose de niños.

El 12 de Junio celebramos el "Día Mundial contra el trabajo infantil", que significa, el día internacional dedicado a erradicar el trabajo infantil de todo tipo : agrícola, ganadero, minero, industrial, sexual, doméstico y cualquier tipo de explotación de niños y niñas menores de edad.

Porque ellos también tienen sus Derechos y el trabajo atenta contra los derechos fundamentales del niño.
Porque los menores carecen de criterios a la hora de tomar decisiones.
Porque el trabajo en un niño le quita su tiempo de juego y estudio y le pone en riesgo su salud mental y física, con trabajos peligrosos, pesados, abusivos, sospechosos e indignos: explotación minera, maquinaria pesada y/o peligrosa como la manipulación de armamento o productos tóxicos, explotación doméstica o callejera, mendicidad infantil, o abuso infantil como la prostitución, pornografía, exhibicionismo, e, incluso, el uso de niños para fines militares.

Dejemos crecer a los niños sin prisas por hacerlos grandes.
Hagamos de su infancia la etapa más feliz de su vida.
Dejemos que los niños se acerquen a nuestras vidas sin más ánimo e intención que la de hacernos un poco más jóvenes al impregnarnos con su noble espíritu.
Hagamos de su infancia la base de su futuro firme y seguro.
Denunciemos el abuso de los inocentes para que ellos tampoco, nunca por siempre jamás, caigan en la tentación y construyan un Mundo mejor.



Para que un niño jamás pierda su sonrisa.

Antolín, Celia
Antolín, Celia


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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