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Dª Emilia Pardo Bazán (I)

miércoles, 10 de junio de 2009
D Emilia Pardo Bazn (I)
Dª Emilia Pardo Bazán, una gallega apasionada (I)


Necesitamos reivindicar la figura social y literaria de Dª Emilia y convendría hacerlo en Galicia, dónde, a pesar de haber sido un personaje muy valioso y profundamente galaico, se la suele olvidar. Si los historiadores gallegos la silencian -como es el caso-, la gente del común debe tenerla muy presente y sino con afecto -allá cada cuál- sí con la debida admiración por su ingente obra y con el reconocimiento a cuánto bien hizo por mejorar y engrandecer su país natal.

No cabe duda de que fue una de las mujeres más prestigiosas de finales del siglo XIX y principios del XX, tanto por su estima popular -adelantada a su época en lo intelectual y feminista no menos pionera-, como por su ganada fama literaria: novelista a la altura de los mejores e insuperable escritora de cuentos; y por todo ello inscrita ya, definitivamente, en el canon literario español de la excelencia. Tan entroncada estaba en la sociedad que muchos de sus textos valen hoy como auténticos tratados de sociología, mientras ella misma representaba un personaje que llenó la actualidad de su tiempo.

Su creación literaria se desenvuelve en torno a la Naturaleza y la Cultura, dicen sus críticos, pero arraiga, añadimos, en lo más humano de la comunidad gallega rural y urbana, burguesa o aristocrática que bien conoce.

Con un estilo brillante y buen saber lingüístico, comenta el conflicto hombre-mujer y pretende con entusiasmo la igualación de géneros, pero a la vista de su imposibilidad práctica se sitúa del lado más débil, de lo femenino, en la decidida defensa de la mujer, y todo ello al abrigo de un catolicismo militante (ni retórico, ni arcaico) del que nunca rehúsa.

BIOGRAFÍA
Su padre, Don José Pardo Bazán y Mosquera, ocupó diversos cargos políticos: concejal de la Coruña, diputado en las Constituyentes de 1868; ostentaba el título de Conde de Pardo Bazán que le otorgó el Papa Pío IX por su defensa de las instituciones religiosas y del mismo Papado. Estuvo siempre preocupado por el catolicismo y por la economía agropecuaria. Fue liberal y carlista. “Nunca encontraréis la libertad si no estáis en consonancia con la idea católica”, dijo una vez en las Cortes.

Amalia de la Rúa, la madre, hidalga también y católica, se dedica al hogar y al cuidado de la familia, sin olvidar nunca las condiciones de su linaje y abolengo.

Nace Emilia en la Coruña, en la calle Riego de Agua del Barrio Alto -hoy Ciudad Vieja- el 16 de septiembre de 1851 (la familia se trasladará pronto a un caserón cercano de la rúa Tabernas). Originaria pues de familia noble gallega, rica e hija única, participa de una vida rural, casi feudal, a la vez que palaciega: así la introducía Carmen Bravo Villasante en su magnífica biografía. Su educación es esmerada, y enseguida llama la atención la niña por un afán desmedido de aprender: desde la botánica y la mineralogía a la historia, la filosofía o el Cosmos. Más allá de la educación de adorno: música, pintura, francés, costura, que se llevaba entre las señoritas de entonces, cabe destacar su esforzado autodidactismo -tal vez alternativa a la soledad de su vida entre adultos- que va a producirle, sin duda, fértiles frutos socio-literarios.

Bástenos, como ejemplo, su interés por el conocimiento de idiomas: que del francés escolar y del italiano, deriva sin solución de continuidad hacia el aprendizaje del alemán -para leer a Goethe, y a Heine- y del inglés que le llevará a las profundas angustias de Shakespeare.

Alterna los inviernos de su infancia en Madrid -de los 6 a los 9 años- colegio francés, teatro, conciertos, fiestas y saraos, equitación, con los veranos en Galicia dónde se encuentra más liberada: campo, aire libre, excursiones, giras campestres y marítimas, por los paisajes de la Mariña Coruñesa que contempla desde el Pazo de la Granja (Meirás) o la Ría de Pontevedra, desde la Torre de Miraflores en Sangenjo.

Pasea, Emiliña, con frecuencia por los Cantones de la ciudad herculina, (Plaza Militar Fuerte, Capitanía General después, culta y republicana), se acerca a la playa de Riazor, siente las lluvias en la cara y el fuerte viento empujando su cuerpo, y percibe el aroma del mar, del salitre, de las algas, que todo lo dominan y sumergen.

De la infancia le quedan unos pocos recuerdos permanentes, así el de la viruela que un año invadió y conmocionó La Coruña y que ella cree haber sufrido de forma benigna -por estar vacunada- y el grave temor a sus complicaciones, a la ceguera en concreto (Quizá fuera varicela lo que en realidad padeció la niña). Otro recuerdo más divertido y colorista era el de los Carnavales: cohetes, máscaras y el alegre bullicio en las calles y, cómo no, advierte la constante consideración de haber sido hija única para quién sólo había atenciones, regalos y agasajos.

En su cercano entorno destaca la afición desmedida de la joven por la lectura, el que sea una voraz lectora de las bibliotecas familiares. Y sobresale también su precoz dedicación a la poesía que reconocen parientes y amigos.

Se casa muy joven, a los 16 años, en boda concertada por las familias, con Don José Quiroga Pérez, de 20 años, católico y carlista, asimismo perteneciente a la nobleza rural orensana: un hidalgo segundón, terrateniente, alto y apuesto, amigo de la caza y de la vida sencilla del campo y de la aldea.

Tras la boda, todo un acontecimiento en la ciudad, se trasladan a una señorial fonda de Santiago de Compostela, en dónde José cursa derecho. Parece ser que Emilia le ayuda en sus trabajos académicos y que quizá su correcto decir literario derive en parte de la precisión del estudiado código civil. De este ambiente estudiantil se nutrirá su primera novela: “Pascual López, autobiografía de un estudiante de Medicina”.

La adolescente seguirá cultivando su “peligrosa” devoción a la poesía, y sus versos y poemas, en la estela de Zorrilla, circularán entre sus allegados y en los periódicos locales. Pronto tendrá que luchar contra su parentela que le induce a abandonar la literatura y a dejar de ser “bachillera”, para dedicarse por completo a su vida matrimonial y a la familia. Aunque, sólo tras seis años, llegarían los hijos: un niño, primero, Jaime y, después, dos niñas: Blanca y Carmen.

Mas no adelantemos acontecimientos. La familia se traslada a Madrid en 1869, cuando Don José Pardo Bazán ocupa un escaño en el Congreso de los Diputados. Emilia y José abandonan Santiago y le acompañan.

Sin embargo, aquella Revolución del 68 trae conflictos y algaradas a la Capital y conocida la ideología liberal y carlista del diputado la familia decide marcharse al extranjero: Francia, Italia, Austria serán sus sucesivos destinos. Así que bien puede hablarse de un autoexilio político. Dª Emilia, aficionada a los viajes, aprovecha la ocasión para conocer otras tierras, otras ciudades, arte, otros escritores y literaturas. Entretanto no deja de escribir diarios, confesiones y relatos: no pierde su declarada pasión por la escritura. Regresa a España tres años después.

Aficionada la coruñesa a las tertulias, en particular a las literarias, ya en París (Víctor Hugo, Daudet, Maupassant, Zola, los Goncourt ), en La Coruña o Madrid, disfruta de una vida social intensa: su casa herculina era la que más visitas recibía diariamente, nos dice, y nada digamos en la de Madrid dónde reúne a los prohombres de su tiempo -políticos, escritores, aristócratas- y se convierte en la mujer más popular del país (después de la Reina): “ni un solo día pasaba sin aparecer en los periódicos”.

Dejando a un lado su juventud, recordemos ya a la Emilia adulta que sus contemporáneos reconocen como una mujer lista, vehemente, algo engreída, alegre casi siempre (aunque en alguna ocasión le afectara la melancolía, “de llorar todo el día”), en cualquier caso, y salvo trastornos digestivos que demandaban descanso y una cura de aguas bicarbonatado-sódicas en un balneario, se mostraba como una fémina fuerte, de voluntad férrea, por veces extravagante y aún motivo de escándalo, orgullosa y, en ocasiones, “de armas tomar”.

Se separó de su marido -no había divorcio- a los 34 años, entre otras causas por la conmoción suscitada por sus artículos en torno al naturalismo, reunidos en su libro “La cuestión palpitante”, que puso a la Iglesia y a los políticos conservadores en su contra, por más que ella insistiera en que el suyo era un naturalismo católico, a la española, metodológico.

No nos referiremos aquí a su vida íntima, a esos períodos moralmente licenciosos -después de la separación matrimonial- y de sus célebres amantes (Pérez Galdós, Lázaro Galdiano, Blasco Ibáñez), ni a reseñar esa irregular vida galante motivo para que alguien, tal Clarín, la calificase como “esa puta”. Situaciones escandalosas en una persona que se declaraba ferviente católica. Quién desee profundizar en su vida personal dispone de excelentes biografías, desde la de Carmen Bravo Villasante, que ya citamos, a la de Pilar Faus, en la Fundación Barrié de la Maza, o la muy reciente de Eva Acosta, en Lumen (“La luz en la Batalla”).

Abundemos en que su vida fue a veces “frenética, otras estudiosa y familiar, trabajadora incansable y de una tenacidad pasmosa”. Se levantaba a las cinco de la mañana y escribía durante siete horas, sin permitir la más leve interrupción. Y así llegó a ser una escritora notable, y una mujer excepcional, con el perfil de las grandes féminas gallegas de todos los tiempos que si refugiada, por veces, en la recóndita belleza finistérrica, con frecuencia pasa a conocer el mundo en un meritorio aprendizaje de un cosmopolitismo de la tolerancia -por higiene mental y espíritu moderno, según sus palabras- y de mostrar su galleguidad como exiliada y culta viajera.

Me viene a las mientes, en innecesario exceso, aquel relato de Estrabón sobre la antigua Galicia cuando advertía que junto a los terribles guerreros galaicos, “eran sus propias mujeres las que corrían a pie firme al lado de los carros, profiriendo desgarradores gritos que sobrecogían a los legionarios romanos, mientras con mortífera puntería lanzaban piedras contra ellos, ahuyentándolos”.

Y a mayor abundamiento, Emilia tiene excelsos ejemplos de féminas poderosas, en su misma ciudad: basta recordar a la muy celebrada María Pita, heroica defensora de La Coruña, en 1808, frente a los invasores franceses.

Más cercano Alfredo Conde, de quién recojo la cita, reconoce como la emigración masculina del pasado siglo que despoblaba las aldeas obliga a las mujeres gallegas a soportar el peso del campo y la familia, y a demostrar, de nuevo, el valeroso matriarcado de la Galicia rural.

La vida de Emilia Pardo Bazán es tan pródiga en acontecimientos y su biografía tan llena de vicisitudes que aquí sólo trataré tangencialmente y con una mínima calma alguno de tales aspectos: obra literaria, contexto histórico, el regionalismo gallego, feminismo, viajes y estancias por el sur de Galicia.

OBRA LITERARIA
Decía el crítico Rafael Conte, hace bien poco, que la Condesa fue una potencia literaria de primera magnitud,”un animal literario total”, una verdadera fuerza de la naturaleza que por sus propios méritos reside ya para la posteridad en el canon de la literatura española.

Nadie discute, en efecto, su magisterio narrativo e, incluso, su actual vigencia. Y permítasenos una mínima enumeración, como recordatorio, de su enorme obra:

Publicó veinte grandes novelas: Los Pazos de Ulloa, La Madre Naturaleza, La Tribuna, Insolación, Morriña, Viaje de Novios, La Sirena Negra….
Cerca de 600 relatos cortos o cuentos, un fascinante y espectacular legado (inicia en nuestro país el género policíaco y el de misterio).
Ensayos y Crítica Literaria.
Numerosos epistolarios (Isart, Pérez Galdós, Menéndez Pelayo, Lázaro Galdiano, Clarín, Blasco Ibáñez…).
Teatro, libros de viajes, y muy abundante periodismo: más de 1.500 artículos.
Poesía.
Biografías de santos: San Francisco, Santa Teresa, Santa Clara…

No voy a valorar -no se trata aquí de eso- su proximidad primero al romanticismo, al realismo después y, singularmente, al naturalismo, cuyo esclarecimiento y defensa por su parte tanto escándalo suscitó en la sociedad civil y eclesiástica de su época, y por lo que la calificaron de atea: ¡el horror de una fervorosa madre católica naturalista! Lo que el propio Zola, el padre de la criatura -el determinismo pseudocientífico- no podía concebir, y cuya habitual utilización Dª Emilia justificaba como simple método formal de técnica literaria. E insistía en que su naturalismo hispano, católico, estaba más próximo al realismo castellano y a las creencias, que al francés más determinista y experimental, más crudo y sórdido, al que tachaba de fatalismo materialista, negador del libre albedrío y, por tanto, de toda responsabilidad moral.

Mencionaré, en cambio, la evidencia de su capacidad narrativa, la soltura de sus diálogos, la perfección de los retratos de sus personajes y de los ambientes, las formas rítmicas de su prosa. La Pardo Bazán no moraliza, descubre los hechos, y dado su entusiasmo por la Ciencia demuestra su afán divulgativo y didáctico: sus libros aparentan, a veces, “lecciones de cosas.”

No puede olvidarse que entre las claves originarias de su obra figura el benedictino P. Benito Feijóo, el orensano de Casdemiro, un ilustrado que combatía, a base de razones, las supercherías y supersticiones de las gentes, y sobre cuyos textos obtuvo dos premios en el Certamen Literario de Orense, en 1876 (“Examen crítico de las obras del P. Feijóo”, y “Oda al P. Feijóo, por su Nuevo Teatro Crítico”). Y que señalo aquí por que sirvieron para consolidar, de modo definitivo, su dedicación a las Letras.

No cabe desdeñar la influencia de Francisco Giner de los Ríos, buen amigo suyo y al que designa como su padre espiritual, el promotor de la Institución Libre de Enseñanza. De ahí los aspectos pedagógicos que Emilia exhibe con generosidad, como la maestra que pretende ser, y así le llaman en muchas ocasiones.

Y, sin duda, también le influye el buen conocimiento que ella tiene de la literatura italiana, rusa y, en particular, de la francesa (a muchos de cuyos escritores conoce personalmente).

Situemos, necesariamente, a Dª Emilia, en el amplio contexto contemporáneo de sus colegas: Alarcón, Palacio Valdés, Pereda, Pérez Galdós, Juan Valera, Leopoldo Alas (Clarín), de cuya amistad, en general, disfrutó y cuando no fue así, polemizó en hábiles y populares controversias.

Concluye su producción novelística con “La Quimera”, “La Sirena Negra” y “Dulce Sueño”, en las primeras décadas del siglo XX. Y “La Quimera” (junto a “Los Pazos de Ulloa”) lo mejor de su obra, es un texto complejo y original que abarca diversas tendencias literarias, y conocido el afán por lo nuevo de Dª Emilia, comprende ya el modernismo, la introspección psicológica y matices neomísticos y espiritualistas. Recuerda a los escritores rusos, a los que la autora conoce muy bien, y precede y se adelanta a los novelistas del 98. Tuvo un gran éxito y fue traducida a varios idiomas. Todavía hoy resulta un texto moderno (Whitaber) que exige una mayor crítica literaria.

Las consideraciones relativas a los aspectos galaicos de sus obras y las relaciones con los escritores gallegos, las pospongo para otro apartado.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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