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Suso de Toro / Victorino Perez Prieto

martes, 21 de abril de 2009
“Atrevámonos a hablar de religión”. Suso de Toro
La Vanguardia, 5 de marzo de 2008

"Conversaciones con... Suso de Toro. Conversación epistolar sobre religión en España, hoy", Iglesia viva, nº 237, enero-marzo 2009, pp 67-80.

Para el cardenal Cañizares España nació católica y sin esa fe dejaría de ser España, y lo dice con el peso de ser miembro de la Real Academia de la Historia. Se trata de pura ideología política, el integrismo católico que, efectivamente, está en el tronco del nacionalismo tradicional español. La Iglesia católica fue y es el intelectual de la España integrista y reaccionaria y, cuando es necesario, el agente movilizador y provocador. Por eso no fue posible un fascismo español neto, el proyecto falangista, y el franquismo acabó siendo un régimen totalitario nacionalcatólico. España era suya. Pero la bulimia de poder de los obispos sigue siendo tal que por recuperar la cabecera en un estado confesional se han transformado en una corriente política organizada, que hasta el momento se expresa en el PP. Y es tal su desafío a la soberanía de la ciudadanía que nos obliga a todos a definirnos a favor o en contra suya.
Pero dejemos la política y los fundamentalismos, dejemos en su mundo a esos varones célibes obsesionados con la sexualidad y atrevámonos a hablar de religión. O de religiosidad, o de nosotros los humanos, estas bestias que soñamos y ensoñamos. Compartimos con otros mamíferos el soñar durante el dormir pero el lenguaje, que es lo humano, nos permite también ensoñar durante la vigilia. Somos lenguaje, esa flecha poderosa que nos permite viajar fuera del espacio y tiempo, con el lenguaje nos desplazamos hacia atrás y hacia delante, formulamos lo vivido e imaginamos futuros posibles. El lenguaje nos permite que la memoria y la imaginación duren más allá del momento y nos permite la conciencia. Con el lenguaje, la conciencia, ensanchamos y reventamos el aquí y el presente, trascendemos el espacio y el tiempo. El trascender, la capacidad de ultrapasar los límites de la percepción sensorial inmediata, es lo específico humano. Somos trascendedores, máquinas de trascender. Máquinas de hacer planes, de imaginar, buscar significado, sentido.
Por eso los humanos hemos ensanchado el mundo, desde que sabemos hablar hemos creado un mundo virtual, paralelo al que habita nuestro cuerpo, un mundo inmaterial pero existente. Los humanos creamos “software” igual que las arañas su tela. Nuestro cuerpo está hecho de la misma materia que el resto del mundo, carbono, polvo de estrellas al fin, pero el “software” que hemos creado y que venimos transmitiéndonos desde hace miles de años es exclusivamente creación humana. Ese software crea el mundo, ¿no es a eso a lo que apunta la física cuántica, a que las cosas solo existen cuando las miramos?
La religión es parte de ese mundo que hemos creado con nuestra mirada, soñado, la religión es creación nuestra, aunque en algunas ocasiones y lugares los humanos hemos soñado dioses que se nos aparecían y nos revelaban su palabra, su religión. La religión es la forma en que hemos formulado hasta hoy la conciencia de que la vida humana es mágica y trascendente. El conocimiento de las distintas dimensiones de la trascendencia está repartido entre las diversas formas de religión, del panteísmo y el chamanismo al sintoísmo o a las religiones monoteístas. Del extatismo budista al dramatismo histórico del judaísmo y el cristianismo. Todos los momentos y formas de la vida trascendente están en las religiones, desde la disolución del yo hasta el darle sentido a la historia colectiva. La religión dio sentido a la conciencia histórica que es propia de los pueblos, pues los humanos no vivimos sólos sino formando grupos, pueblos, y así han vivido siempre las diversas civilizaciones y aún hoy viven estados contemporáneos, desde Israel a Estados Unidos, pasando por los estados confesionales musulmanes.
Es en Europa donde se discute el papel y lugar de la religión. Europa es el laboratorio de ideas, la vanguardia de esta civilización que ella misma ha creado y expandido, y siendo esta civilización antes de nada un producto del judeocristianismo hoy está ensayando el vivir sin religión. ¿Es posible esto? Creo que no.
Probablemente Europa siente menos la necesidad de una religión explícita que, por ejemplo, EE.UU., quien necesita invocar a Dios continuamente porque habitan un territorio vacío, sin argumento, sin historia, adánico; mientras nuestro territorio está cargado todo el de memoria histórica, es decir comunitaria. La conciencia histórica, las memorias colectivas nacionales, los lazos de pertenencia a lugares y comunidades tan propios de la cultura europea y existentes aún dan sentido de trascendencia a la vida de los europeos, les hace sentirse menos sólos y da sentido a sus vidas y sus actos. Los europeos se sienten “pertenecer” a algo que tiene mucho pasado y desde donde miran hacia el futuro, es una forma de religación, de religión, que los descendientes del “Mayflower” no tienen. Pero en realidad solo unos pocos nos creemos el discurso de la modernidad, que el mundo está muerto, vacio, que es completamente profano, que está desacralizado; la gente común, afortunadamente, sigue sabiendo que hay lugares especiales y que tienen significado y otorgan sentido a nuestras vidas.
Para los europeos existieron otras dimensiones de la experiencia religiosa, como bien nos recordó Rudolf Otto en su ensayo sobre lo sagrado, pero para las generaciones que hoy ocupan el poder y son hegemónicas no hay sitio ya para el sobrecogimiento y el espanto ante lo numénico, no invocamos a los dioses y tampoco nos visitan. Hace mucho ya que Hölderlin los extrañó y añoró. Nuestro yo orgulloso no se humilla, no se arrodilla ante dios alguno ni ante nada. Somos libres, pero ¿y si nuestro secreto fuese que necesitamos ser humillados, domados como los caballos? ¿Es el masoquismo el centro oculto de nuestra cultura moderna? ¿Seguro que podemos vivir sin la gran culpa? ¿Se puede vivir sin absolución? ¿Ante quién nos humillaremos avergonzados para implorar perdón por lo imperdonable? Vergüenza y culpa, son tan poco modernas; pero están en nuestro ADN, aunque lo neguemos.
Entre nosotros solo queda sitio para el leve estremecimiento ante un paisaje impresionante o el arrobo de la música. Las emociones que nos producen los “Requiem” de Mozart, Verdi, Britten o Fauré, por ejemplo, son una anomalía que manejamos escrupulosamente y que depositamos en un lugar donde no nos perturba, el campo del arte, pero que no dicen nada a nuestras vidas cuidadosamente escindidas y compartimentadas. Somos cursis hasta la refinada crueldad, no salvajes.
Las generaciones devotas de la razón apolínea creemos que nuestra parte de la cultura europea es universal y atemporal, pero quizá estemos embotadas o equivocadas, y pudiera ser que nos corrigiesen las venideras. Esas que ahora ingieren tóxicos sicotrópicos y danzan ciegas en las pistas de baile o se embriagan de “botellón” nos recuerdan la persistente necesidad de disolución del yo y de la integración o reintegración en algún todo o cualquier cosa. Desvanecidos los discursos historicistas de la modernidad lo que queda es un vacío de orientación y de sentido. Pero, además, ¿seguro que no creemos en lo sagrado, en que exista algo sagrado? ¿Entonces qué es lo que sentimos ante la tortura? ¿No conocemos ahí que se profana un cuerpo? Sentimos que la tortura es ultrapasar un límite, que el cuerpo humano es sagrado, trata a lo más humano como si no lo fuese, como si fuese una res. La experiencia de la violación, el transformar por la fuerza un cuerpo en objeto, un objeto que se enajena de su dueña, es algo semejante. El horror y la repugnancia que nos inspiran la tortura y la violación solo se puede expresar cabalmente con lenguaje religioso: profanación y sacrilegio.
La religiosidad se nos sigue apareciendo bajo nuevas formas de apariencia secular, la veneración por el mundo vivo y por la memoria comunitaria. ¿O no es acaso la ecología una forma de religación? La forma actual de la conciencia de pertenecer al mundo, de formar parte de un todo; de un mundo que está vivo, no un espacio muerto como nos enseñó la modernidad. Y, precisamente por la creación de un espacio mundial único, se reformularán los nacionalismos y los discursos comunitaristas.
Pero probablemente en nuestra Europa fracase la pretensión del astuto Benedicto XVI, hace mucho tiempo que no es ya posible que Roma vuelva a regir la vida social, la moral y las leyes, eso conduce precisamente a que el catolicismo fracase en su influencia y se transforme en secta, pero de algún modo las distintas confesiones nos ofrecerán una oferta renovada de prácticas religiosas. Quizá al modo de la capilla “universal” de los grandes aeropuertos, la T4 por ejemplo, un lugar recogido donde uno puede recogerse u orar, tenga uno confesión religiosa o no. Pues nuestra mente puede calcular según el álgebra pero nuestra mente solo puede imaginar a través de mitos, los mitos no preexisten al ser humano sino que forman parte intrínseca nuestra, son las formas de nuestra mente. Nuestra mente, como creía Pitágoras, hace con naturalidad de los números cifras que encierran el mundo.
Las religiones, además, nos proporcionan algo que necesitamos, además de los mitos, los ritos. Igual que nuestra civilización es una emanación del judeocristianismo también en nuestra vida civil y profana conservamos el eco de los ritos religiosos que articularon nuestra vida, ritos de recibimiento, de paso y de despedida. Y que nuestra mente sigue necesitando. El rito es un lenguaje necesario entre nuestro yo y el mundo y se da la paradoja de que cuanto más perdamos los ritos articuladores de nuestra vida más rituales neuróticos crearemos; cuanto menos significado tengan los actos de nuestros días y menos pautados estén más compulsivos seremos, menos dueños de nosotros.
En realidad una vida sin religión o religiosidad, sin sentido de trascendencia, no es plenamente humana pues lo específicamente humano, el lenguaje, nace para solucionar un problema propio de nuestra especie, la conciencia insoportable del yo y su límite, la muerte. Con el lenguaje es con lo que nos esforzamos por romper nuestra soledad e integrar la muerte en nuestras vidas, darle sentido y eso lo consigue el lenguaje religioso, es lo que nos permite hablar con nuestros muertos y situar en el tiempo a nuestros descendientes. Somos los que hablamos a los muertos, esos somos.


Carta abierta a Suso de Toro
Victorino Pérez Prieto

Querido amigo Suso:
He leído atentamente tu artículo de La Vanguardia “Atrevámonos a hablar de religión”; me ha parecido sumamente sugerente y agradezco la mayor parte de tus llamadas. Particularmente, debo decirte que estoy muy de acuerdo con las palabras con que concluyes: “Una vida sin religión o religiosidad, sin sentido de trascendencia, no es plenamente humana”. Aunque no estoy seguro de que le demos a las palabras religión, religiosidad y sentido de trascendencia el mismo significado, a juzgar por lo que dices al comienzo y en el mismo final, cuando pareces apuntar que tales palabras remiten solamente a un lenguaje que nace para “solucionar un problema propio de nuestra especie”, el problema “del yo y su límite”; la religión sería simplemente un lenguaje que nace para “darle sentido” a la muerte en nuestras vidas y “hablar con nuestros muertos”. Como si la manifestación religiosa fuera un soliloquio que hacemos para “romper nuestra soledad”; o como el silbido del niño en la oscuridad para exorcizar el presunto misterio que oculta, que no es otro que sus propios miedos. Creo que la cuestión fundamental es si ese lenguaje religioso -humano como todo lenguaje- se refiere a Algo o Alguien que se experimenta como real –Dios, la Divinidad, el Misterio de que hablan las religiones-, o es tan solo un flatus vocis, una creación humana, con todo el valor cultural o antropológico que posea. Pero tu artículo es muy rico y debe ser analizado con más detenimiento. Así lo ha considerado Iglesia viva, invitándome a un diálogo contigo, cosa que agradezco enormemente. Este diálogo exige ir por partes.
En primer lugar, me alegro que abandonaras después del primer párrafo la reducción sociológica de la religión, particularmente del catolicismo en este país. Parecía que identificabas Iglesia católica con las posturas integristas del cardenal Cañizares y sus pares, llegando a decir que la Iglesia “fue y es el [agente] intelectual de la España integrista y reaccionaria... el agente movilizador y provocador”, que busca “recuperar la cabecera en un estado confesional” y que se expresa en una corriente política determinada. Ese camino no hubiera sido el acertado; pues sabes muy bien que la Iglesia es, afortunadamente, mucho más que sus obispos –desgraciadamente, la postura de ese obispo, o una semejante, parece ser la de gran parte de ellos-; sabes también que el mismo pueblo cristiano no está todo ni en el mismo bando político, ni comparte el mismo espectro ideológico, ni siquiera la misma religiosidad. Más aún, me atrevo a decir que ni siquiera comparten la misma idea de Dios y la religión, aunque compartan teóricamente sus dogmas; “Cuando tú dices Dios, yo me huelo otra cosa”, titulaba hace años Martín Valmaseda un sencillo folleto. Esas posturas bien diferentes están en la teología actual, desde las más integristas a otras como las que manifiesta la teología de la liberación y las teologías progresistas europeas y orientales. Por eso, sería injusto meter en el mismo saco a todas las personas de fe-religiosa, como a veces se acostumbra a hacer, identificándolas con integristas o ilusas a-científicas.
Abandonando, pues, “la política y los fundamentalismos” de unos jerarcas varones célibes, al parecer obsesionados con la sexualidad -poco evangélicamente, habría que añadir-, atrevámonos, como pides, a hablar de religión, o de religiosidad, de fe y de creencias (las religiones no son otra cosa que la articulación de unas creencias).
Ciertamente, los humanos -al menos en parte- somos lenguaje, como dices, y con éste “formulamos lo vivido e imaginamos futuros posibles”. Aunque creo que no es el lenguaje el que genera la conciencia, sino que es ésta la que genera aquél, como expresión del misterio profundo de la realidad humana, seres autoconscientes; si bien, ambos tienen un desarrollo simbiótico en el proceso de hominización, influyendo el uno en la otra y viceversa. También estoy de acuerdo en que en al hablar vamos creando un mundo nuestro, aunque prefiero el concepto de recrear el mundo para hacerlo nuestro; del mismo modo que inventar, en fidelidad al rico término latino inventio, no es tanto “sacar de la nada”, sino descubrir algo que está ahí. Porque pienso que ese “mundo paralelo” al que habita nuestro cuerpo, ese mundo “virtual” e “inmaterial” del que hablas acertadamente, es realmente existente, no porque lo hayamos sacado de la nada nosotros, sino porque existe al mismo tiempo que nosotros; no sólo forma parte de nuestra realidad, sino de la Realidad. El mundo “inmaterial” no es simple creación humana de un complejo “software”. Aunque nuestro cuerpo esté hecho de “polvo de estrellas”, la realidad de la conciencia no es un simple producto de el, “exclusivamente una creación humana”.
Del mismo modo, Dios-la Divinidad no es algo que hayamos “soñado” o “creado con nuestra mirada” sobre el Mundo, como dices y ya había expresado Feuerbach hace más de cien años; sino Alguien que los humanos -seres en los que la Conciencia ha eclosionado- hemos descubierto y nos sentimos interlocutores ante El y con El. La experiencia religiosa no es una “alienación” que nos impida desarrollarnos como personas, al proyectar en ese dios fantasma nuestros ideales en vez de realizarlos, como decía el pensador alemán. Tampoco es una “neurosis universal” que nos impide madurar, manteniéndonos en un perpetuo infantilismo, como afirmaba Freud; aunque estos y otros peligros de la religión siempre están ahí... Contrariamente, la experiencia religiosa es experiencia de Algo-Alguien, que forma parte de la Realidad pero es un Otro que existe en profunda Relación con nosotros, y que nos ayuda a desarrollarnos y a crecer como seres humanos; como hombres y mujeres en plenitud, incluso cuestionándonos. Es semejante al descubrimiento de Jacob de que “Dios estaba ahí y yo no lo sabía” (Gen 28,16).
Ello no quita que la religión sí tenga que ver con una elaboración humana de esa experiencia religiosa bien real; experiencia de encuentro más que pura formulación de una dimensión “mágica” de la vida. Por eso, como recuerdas muy bien, hay muchas religiones, como hay muchas culturas; todas ellas están cada vez más interrelacionadas, llamadas a una “armonía invisible”, más que a una síntesis imposible o un sincretismo destructor de la riqueza que hay en su diversidad, como dice sabiamente Raimon Panikkar. Cierto que nuestra misma idea de Dios-la Divinidad, ha sido a lo largo de la historia expresión de “nuestra” idea, nuestras ideas particulares. Pero creo también que, afortunadamente, el Dios vivo ha ido trabajando desde dentro de nosotros, de nuestras conciencias y nuestras culturas, para irnos manifestando su verdadero rostro de Amor, de Comunión, de íntima Relación con los Humanos y con todo el Cosmos.
Ciertamente, tienes razón cuando dices que la religión dio sentido a la conciencia histórica de los pueblos y de una forma u otra -siempre vivida en libertad- está llamada a seguir dando ese sentido, aunque no en exclusiva. Quizás uno de los problemas fundamentales del debate es que Europa, la que más discute el papel y el lugar de la religión y que también ha padecido muchas luchas insensatas y suicidas a causa de ella, se cree -soberbia- con el derecho de imponer su visión secularista al resto del mundo, como si fuera necesariamente la mejor, o lo que sería más absurdo, la única válida. Por eso me han encantado tus palabras acerca de que esas “generaciones devotas de la razón apolínea” crean –estúpidamente, permíteme añadir- que esta “parte de la cultura europea es universal y atemporal”. Hay otras culturas de las que aprender.
Peter L. Berger escribió hace unos pocos años que la religión “constituye, ante todo, parte de las vidas cotidianas de millones de personas corrientes, totalmente distanciadas de actos violentos”, y que “debemos desterrar la idea de que… modernidad y declive de la religión sean fenómenos inexorablemente relacionados”. El maestro de sociólogos concluye diciendo que nuestro mundo es “un tiempo de exuberante religiosidad” y que “la mayor parte del mundo actual es tan religioso como lo fue siempre”; aunque existan dos excepciones: “Una sociológica y otra geográfica. La excepción sociológica es la élite cultural transnacional... la >cultura de los profesores de la universidad=. La excepción geográfica es Europa central y occidental, la eurosecularidad” (“Globalización y religión”, The hedgehod review 2002, traducido en Encrucillada 142, 2005).
Por tanto, la mayoría de la humanidad vive con un sentimiento religioso expresado de una u otra manera; en muchos casos manifiestamente mejorable... Esa presunción de los europeos -el barrio residencial de la Tierra-, aún teniendo en cuenta la riqueza que aporta su visión secular del mundo y su racionalidad, me parece más expresión de decadencia que de progreso; en todo caso, sería un progreso dialéctico. Más aún, no estoy muy convencido de que en las nuevas generaciones “no haya sitio ya para el sobrecogimiento y el espanto ante lo numénico”, ante la realidad de unos dioses que “ya no nos visitan”, como indicas. Creo más bien que este sentimiento profundo ha transmutado -como insistía nuestro amigo Mardones, de gloriosa memoria- y busca nuevas formulaciones religiosas -en un sentido más amplio, espirituales- dentro o fuera de las religiones establecidas. Todo esto más allá de la “ingesta de tóxicos psicotrópicos y danzas ciegas” (…“botellón”) y otras formas seculares, que dices con toda razón. Es cierto que muchas vidas occidentales están “escindidas y compartimentadas” -yo diría fragmentadas y desgarradas-, viviendo en una superficialidad que dificulta la armonía necesaria y el encuentro profundo consigo mismo, con la Realidad, en donde está Dios-la Divinidad. “Teresa búscate en mí y búscame en ti”, escribe Teresa de Jesús de su encuentro con Cristo. Lo más grave es que esa vivencia superficial lleva a la injusticia y a la insolidaridad asesina con el resto del mundo, que mata a muchísimas más personas que la violencia terrorista, ejercida hoy presuntamente por razones religiosas.
Ciertamente, no es posible ni necesario -como dices muy bien- que “Roma vuelva a regir la vida social, la moral y las leyes”. Tampoco es real ya, ni siquiera bueno, una estructura sociopolítica piramidal; la democracia real es lo más deseable, aunque un pequeño grupo “democrático” siga gobernando autoritariamente el mundo. Pero eso no supone necesariamente que el catolicismo y el mismo cristianismo “se transforme en secta”; sino que puede y debe abrirse a la vida con verdad y justicia, también a la riqueza de otras experiencias religiosas, con sus mitos y sus ritos, siempre necesarios, y aún imprescindibles para expresar lo inexpresable de la realidad profunda de nuestras vidas humanas y del Misterio de lo Divino, del Cosmos, de la Conciencia, que nos envuelve. Sin caer en un panteísmo monista, reduccionista de la Realidad, creo que siguen siendo sabias las palabras de Pablo de Tarso en el Areópago ateniense: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”.
En fin querido amigo, no será difícil encontrarnos en ese intento de una vivencia profunda y solidaria -no banal ni superficial- de la Realidad; ya sea descubriendo en ella la dimensión divina –el Dios personal, el Brahman impersonal, la Nada buddhista… el Innominable que tiene todos los nombres, como decía el Maestro Eckhart-, ya sea en la profundidad de la Materia y de la Conciencia, llamándole... x. Los nombres siempre serán relativos –y nombrar a Dios nunca es poseer a Dios-; pero no entremos en un juego reduccionista de la religión, un puro producto psicológico o social. La religión-religiosidad-espiritualidad es mucho más que eso, y Occidente tiene que redescubrirlo hoy, más allá de los autoritarismos clericales de cualquier religión, que hace bien en combatir.
Gracias por tus palabras. Un abrazo,
Victorino Pérez Prieto


Respuesta de Suso de Toro

Querido Victorino,
Antes de nada, gracias por escribirme, por hablarme de religión y religiosidad. Quien te lo agradece es alguien que lleva años buscando alguna voces con las que conversar de las cosas graves y leves. El agradecimiento es un sentimiento bueno, humanizador, que presupone y refuerza un yo, no puedo conversar sobre las cosas importantes con categorías abstractas, ni siquiera categorías teológicas si alcanzase a ello, sino únicamente consideraciones personales, así que será bueno que antes de nada te diga quien soy.
Podría retratarme con alguna categoría sociológica, pues sé que pertenezco a una sociedad, una clase social y una generación, nací en Santiago de Galicia el 10 de Enero de 1956, pero prefiero esforzarme en hablar en primera persona: soy un muchacho que dejó de ir a misa a los trece años y que dejó de creer en su Dios padre a los catorce; así pues, soy huérfano. Marcado por el cristianismo y la moral católica y que le reprochó, y supongo que aún le reprocha, a la Iglesia traicionar esa misma moral; lector desde los catorce años de la literatura del psicoanálisis, la sociología, el marxismo y las estéticas literarias y artísticas del siglo XX, militante de organizaciones políticas y sindicales luego; marido y más tarde padre de un hijo y una hija y por el medio y en paralelo escritor. Ése debo de ser yo, más o menos.
Uno que, como escritor, retrató en sus primeros libros el nihilismo contemporáneo y que fue interpretado como un profeta de esa vida industrial. Uno que gracias a la escritura propiamente literaria empezó a reflexionar de forma más explícita en pequeños textos aquí y allí sobre las artes, la vida y la trascendencia y los reunió en libros ("F.M.", "Parado na tormenta", "Ten que doer"). Fui haciendo ahí y en otros lugares reflexiones además de sobre literatura y arte, sobre trascendencia, religión y religiosidad. Fui ajustando cuentas con la cultura desmitificadora que me formó.
Entiendo que escribo en un contexto gallego y español de una cultura vulgar y banal, que sólo sabe utilizar categorías y que le desconcierta lo distinto, lo inclasificable, lo contradictorio. Yo soy contradictorio. O no. Hace años repliqué a una imagen de mí, "creéis que soy moderno y alegre, pero soy antiguo y siniestro".
Desde hace años vengo diciendo que soy un escritor cristiano, incluso católico, aunque mi agente, mis editores, mi familia y mis mismos amigos me recomiendan, "no digas eso, no te entienden y alejas a los lectores", tal es el medio cultural en el que me toca vivir y expresarme. Cuando opino sobre estos temas me tomo ciertas cautelas, pues en Europa en general, como consecuencia del éxito del programa ilustrado, la religión ya no forma parte de las artes, el pensamiento y la cultura en general y en España en particular se entiende que la religión es la Iglesia católica, una corriente ideológica y política, así pues si quiero hablar de religión me veo obligado antes de nada a explicitar que no trato del catolicismo español como fuerza política, y dejar clara la crítica que le hago para poder concentrarme luego en lo que realmente me interesa. Es por eso, querido Victorino, que en una publicación generalista, como el suplemento cultural donde apareció mi artículo, tengo que empezar primero por lo histórico para pasar luego a lo metafísico, llamémosle así.
Citas expresiones mías en ese artículo, probablemente demasiado abierto y por tanto también impreciso, sobre la religión como un "lenguaje". Creo que es eso y no otra cosa. Creo que los demás animales participan de un todo; los humanos también, pero la conciencia, que nos hace individuos, nos separa de ese todo. La conciencia es nuestra bendición particular y también la marca de nuestra soledad, estamos en el mundo sintiéndonos no en casa sino huéspedes de paso. El lenguaje, esa gran herramienta de la conciencia, nos permite ser lo que somos, nos permite trasladar la experiencia y la memoria de generación en generación, primero oralmente y luego por escrito; nos permite interpretar el mundo y también nos permite reconstruir algún puente con el todo original a través de las interpretaciones religiosas de la vida. Los animales no necesitan religión, están dentro del mundo, son sagrados, somos los humanos los que estamos fuera, efectivamente fuimos expulsados del Paraíso, y sólo podemos dialogar con el origen a través de la religión.
Otra cosa distinta es, como apuntas cuando dices que "la cuestión fundamental es si ese lenguaje religioso- humano como todo lenguaje- se refiere a Algo o Alguien que se experimenta como real –Dios, la Divinidad, el Misterio de que hablan las religiones-, o es tan sólo un flatus vocis, una creación humana, con todo el valor cultural y antropológico que posea." La verdad es que no acabo de atreverme a dar una opinión, aunque eso no importa tanto, la religión no son opiniones, son vivencias y derivándose de ahí otras cosas como sentido y moral. Tendríamos que hablar de la experiencia religiosa, o del ser humano ante lo sagrado. Hablando claro, tendría que hablar de mi experiencia religiosa. Y llegado a este punto creo que debo hacerlo, la primera prueba para un escritor es vencer el pudor.
Antes de nada, no me perdería en filologías y utilizaría indistintamente las palabras trascendencia y vivencia religiosa. Creo que experimentar la trascendencia del vivir es una experiencia religiosa: es una iluminación que permite ver la realidad más allá de los límites de dos o tres sentidos y también es un momento de religación. Creo, por tanto, que vivir con un sentido de trascendencia es vivir religiosamente. También señalaría que, siguiendo lo que apuntan divulgadores de la neurología como los doctores Sacks y Ramachandran, hay personas más capaces que otras de tener experiencias de trascendencia y religación (De ser eso cierto correspondería en nuestra especie a las personas con capacidad de vivirlas el aportar su experiencia a sus congéneres, como otros aportan otras cosas).
Viéndome hacia atrás y con distancia veo a una persona de naturaleza religiosa, con la sensibilidad y la emotividad que le llevan a vivir experiencias de empatía con los seres vivos que lo rodean, animales y personas, con una imaginación y un sentido estético que le hacen imaginar una forma, un argumento a las vidas de las personas, y por lo tanto le llevan a buscar un sentido implícito a los avatares de las vidas. Una imaginación que le permite ver hilos entre el pasado, los muertos, y el presente de los vivos y de los que vivirán. En realidad, lo que estoy diciendo es que no creo en la literatura sociopolítica que me formó, no creo que seamos fenómenos distintos y que se rigen por normas distintas que las demás especies y elementos que forman el mundo. Más bien tiendo a creer más en lo que apuntan la química y la física, en que somos parte de un todo y que somos moléculas, materia destinada a perecer, pero también somos protones y neutrones, energía que se ha encarnado y se volverá a reencarnar. La encarnación es el verdadero misterio. La encarnación y la muerte.
Pero si creo esas cosas es porque la química que rige mi sistema nervioso me hizo experimentar momentos que podemos llamar mágicos y otros que podemos llamar sagrados. Desde el rapto del espíritu por la música, sé que es un lugar común citar a Bach, por poner un ejemplo, a las intoxicaciones por alcohol o marihuana, hijas pequeñas de la sagrada embriaguez. El amor hacia otra persona, el amor erótico o el amor hacia los hijos, los momentos de plenitud ocasionales, momentos de tal euforia o embriaguez en que uno quisiera desaparecer para siempre lleno de gozo entregado al mundo. Digamos entonces que la religión es lenguaje pero que nace de experiencias previas que no son lenguaje. Hay conocimiento que no es lenguaje, por eso no se puede transmitir. La cara de Yahvé no podía ser vista, y si era vista no era posible describirla.
Dices que "Dios-La Divinidad no es algo que hayamos soñado". No lo sé, no me atrevo a decir que la realidad no sean los sueños, de hecho creo que éstos forman parte de la realidad. Quizá Diós y los dioses sea la forma en que se nos apareció lo sagrado. Yo no puedo ponerle cara a lo sagrado, tampoco nombre, y eso me complica mucho las cosas pero la cita que haces de Pablo, "en Él vivimos, nos movemos y existimos" me viene al pelo sé que vivo en un mundo donde funciona la magia y donde las cosas están vivas y recorridas por una savia sagrada y que las vidas tienen algún tipo de sentido. Que tengan sentido no quiere decir desgraciadamente que no sean destinos crueles. Por así decir, acepto el mundo, creo que me debo someter a el, y es con el mundo, con el todo, con quien dialogo. A quien me dirijo.
Pero mi naturaleza religiosa, con sus momentos de experiencias de trascendencia, se condujo a través del lenguaje religioso que me vino dado, el judeocristianismo y en concreto el catolicismo español, unas veces dentro y otras veces fuera, lejos o cerca. Y, aunque el catolicismo me ofreció el culto a la Virgen, donde encontré mi dialéctica durante muchos años fue con la figura del Padre, la columna y el nervio del judeocristianismo. Seguramente que mi relación personal con mi padre reforzó el protagonismo de ese dialéctica y ahí lo que hallé fue desesperación, nihilismo. Creo que en lo masculino no hay esperanza, es en lo femenino donde se da la conciliación y por tanto la paz y la esperanza. La religión del padre crea individuos duros y dispuestos a la lucha agónica, todo el Pentateuco es eso. Y aunque entiendo que Cristo es la gran revolución en la humanidad, en lo humano, no me puedo creer una religión que se manifiesta en la historia humana. Así como creo que el monoteísmo es el comienzo del ateísmo, la creación de una figura paterna creadora y dominante desencadena el reflejo de su negación edípica.
Por otro lado, siendo persona de naturaleza religiosa y habiendo redescubierto eso, me encuentro con que no tengo confesión religiosa. Soy un cristiano sin Dios y sin iglesia. Pero entiendo que la religión, además de una comprensión trascendente de la realidad que se expresa en un argumento mítico también es una práctica, un sistema articulado de ritos. Así pues, aún sin grey ni ley quisiera vivir religiosamente y es entonces que echo en falta los ritos, no tengo lenguaje religioso que me sirva para dirigirme al todo. Estoy convencido de que necesitamos un lenguaje para recibir a los que nacen, para despedir a los que mueren, para dar gracias, para pedir, para blasfemar incluso. Y yo no lo tengo. Alguna vez pensé en dar forma a unas prácticas rituales más o menos universales, aptas para cualquiera que quiera recogerse en si y orar. ¿Pero qué es orar? Orar tiene dos aspectos, concentrarse en uno, es decir existir plenamente, y luego hablarle a lo sagrado. Pero sé que no es viable, aunque para mí tiene un sentido.
Como verás siento una necesidad de que la religión me ayude en una de sus funciones, además de dar sentido a los actos de la vida diaria, ayudar a ordenar los días y las horas. Siento la necesidad neurótica de tener ritos, qué le voy a hacer. Y en ese sentido observo con curiosidad la contradicción en que se halla la Iglesia católica, si pudiese aceptar una confesión religiosa mi espíritu jansenista me conduciría a huir de esa Roma corrupta y abrazar el protestantismo severo, es mi lado más triste y seco, pero sé que en el lado católico se quedaron cosas valiosas y fecundas como la magia, la Madre, el arrepentimiento, el perdón, la conciliación. Se quedó lo esotérico en general y la ritualidad. Y veo que poco a poco, a pesar de que el Vaticano esté hoy ocupado por un revisionista del Concilio, el catolicismo se va haciendo teológicamente más racional, más sensato y que hace años inició un acercamiento al mundo histórico. Lo raro no está ahí, lo raro está en mí, que no puedo creer en los mitos religiosos pero que sólo puedo contemplar con ironía una religión que relativice sus mitos.
Supongo que mi camino religioso personal no tiene salida, pero muchísimas gracias, Victorino, por hablarme de religión.
Suso de Toro


PD. de Vitorino

Solo me restan unas palabras de agradecimiento por el diálogo epistolar rico y sincero que hemos tenido, en tema tan delicado como necesario. No quedan aquí completamente reflejados los diálogos no escritos que hemos también mantenido, que abren a un diálogo aún más rico en el futuro. Un diálogo que parece más necesario en estos momentos de crispación social por el recrudecimiento de los viejos e inútiles enfrentamientos Iglesia-Estado y la presunta polarización social entre ateos y teístas, manifestada incluso en carteles por las calles y en los autobuses. En realidad, si para unos es “probable que Dios no exista” y para otros es “muy probable que exista”; en todo caso, es necesario disfrutar de esta vida, porque para eso la tenemos. Creo que la cuestión fundamental no es la afirmación o la negación de “dios”, sino más bien ¿Cómo disfrutar mejor y ser verdaderamente feliz en la vida? Y es ahí donde, si bien las respuestas no pueden ser universales, el Dios vivo no puede ser otra cosa que un apoyo para los humanos, vida para el mundo, y no un rival aguafiestas.
Pérez Prieto, Victorino
Pérez Prieto, Victorino


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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