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Aprendiz de escritor

domingo, 07 de abril de 2024
Dedicado a Ángel Sordo Núñez, amigo de la niñez, amigos eternos que te acompañan
en muchos recuerdos y formarán siempre parte de la vida de uno. Agradecido
por su considerada apreciación sobre el modo y manera de cerrar mis últimos artículos.

Tengo que reconocer que, muchas veces, a la hora de utilizar los epítetos, no presto una atención especial en analizar la estricta medida que al significado del sustantivo Aprendiz de escritorque acompaña, le confieren.
No quiero decir con ello que lo haga de forma gratuita, mucho menos irresponsable y arbitraria, pero uno debería consultar el diccionario siempre -en mi defensa diré que lo hago con enorme frecuencia-, y meditar sobre el uso de un calificativo antes de teclearlo en el ordenador y olvidarme de él.
Esta reflexión surgió hace pocos días, tras la lectura de un mensaje de wasap. No se trataba de un equívoco -lejos mi amigo de plantearlo así, bien al contrario se trata de una inmerecida loa-, sino de una simple apreciación.
En ese preciso momento me encontraba caminando por los conos volcánicos, más alejados de entorno urbano alguno, del conjunto vulcanológico de Rosiana en el municipio de Telde, isla de Gran Canaria y mi amigo de infancia, Ángel Sordo, disfrutaba a su vez de una agradable estancia y paseo por el litoral de Palma, en la isla de Mallorca.
A primera vista, me cautivaron las imágenes enviadas vía wasap. Conocía bien la zona e identifiqué al momento el lugar en el que se había hecho aquella instantánea. Allí, sentado cómodamente en un banco cara al mar Mediterráneo, Ángel formaba parte de una bucólica imagen enmarcada en un espacio protegido, una zona de alto interés biológico, geológico y paleontológico que yo visitaba con frecuencia, un espacio que combina la exclusividad de un área protegida con el uso de los habitantes de dicho entorno, senderistas y numerosos visitantes sin que, al parecer, se produzcan serios daños en el ecosistema. Si uno pecara de purista, el tránsito por dicho lugar debería estar prohibido, pero lo cierto es que la zona dispone de una playa para el paseo y disfrute de los perros, se respira armonía y limpieza en el entorno y la gente cuida y respeta el lugar. El nombre del espacio recogido en la foto: Es Carnatge.
Acudieron a mi mente todos aquellos paseos realizados por la zona, mis desvíos permititidos entre las dunas, entre aquellos montículos de arena, sujeta con firmeza por la vegetación psanmófila, a través de unas sendas habilitadas para recorrer la zona sin provocar importantes afecciones al espacio protegido, observando plantas, insectos y aves, analizando el avance y el estado de las dunas fijas, ejerciendo de senderista responsable que recorría, con placer infinito, todo el litoral de Palma.
Paseo del Molinar, Ciudad Jardín, El Peñón, Cala Gamba, el hermoso espacio de Es Carnatge tras el encuentro con las tarabillas, Son Caios, el islote de la Galera, Cala Estancia...
Varias imágenes me acompañan en los recuerdos de estos periplos pero tal vez la más recurrente tiene que ver con la presencia continua de cormoranes grandes descansando o soleándose sobre las abundantes rocas que se observan frente al paseo, aves marinas conocidas también con el nombre de cuervos marinos, y con la presencia de múltiples aves en la desembocadura del torrente -barranco- que discurre bajo el Paseo, cerca de Ciudad Jardín -no se trata del torrente de la Riera que desemboca en el corazón de la ciudad-.
Y allí estaba Ángel -marzo de dos mil veinticuatro-, sentado en un banco, disfrutando, a inicios de la primavera, de un clima benigno, relajado sobre él, disfrutando de un merecido descanso, el propio de una jubilación merecida tras culminar un largo y provechoso ciclo laboral. Ambos fuimos maestros -jamás deja uno de serlo-, y sé de la entrega necesaria, del esfuerzo continuado, de la responsabilidad adquirida y de la necesaria vocación que convierte nuestro trabajo en una labor gratificante, cierto, pero también ardua y agotadora.
Volviendo al contenido del wasap recibido, bajo las fotos, la razón de este artículo. Un gozoso comentario, propio de una persona que me tiene en gran estima, capaz de merecer una reflexión. Decía así: "Nada de aprendiz, eres escritor consagrado"
Fue entonces cuando busqué el citado artículo y releí la última línea que había escrito como colofón al mismo: "José Manuel Espiño Meilán lector empedernido, incansable caminante, aprendiz de escritor".
No albergando duda alguna en la primera aseveración pues no existe día que no pasen por mis manos varios libros, unos para disfrutar del placer de leer a autores que iluminan mi vida y otros consultados tras la búsqueda de conocimiento, valor esencial a la hora de mejorar mi satisfactoria y altruista labor como articulista, pasé al análisis de la segunda: "incansable caminante". Totalmente de acuerdo con ella. No hay ruta a la cual no me apunte, si el tiempo y las circunstancias me lo permiten. Estar en contacto con la naturaleza, observarla y vivirla en sus múltiples manifestaciones, siempre distintas, siempre cambiantes, es objetivo esencial al levantarme cada día.
Aprendiz de escritorAsí pues, la razón de la disquisición se encontraba en su última referencia: "aprendiz de escritor".
Nada hay como un buen diccionario y recurro entonces a las definiciones que para ambos vocablos registra la Real Academia Española.
Registro dos acepciones para el término escritor: "persona que escribe", la primera, y "autor de obras escritas o impresas", la segunda.
Para el término: aprendiz, expresa lo siguiente: "Persona que aprende algún arte u oficio".
Del término "consagrado", alabanza que agradezco pero no considero merecida pues no creo haga honor a la verdad, por razones que pasasré a explicar, define el diccionario de la RAE: "Conferir a alguien fama o preeminencia en determinado ámbito o actividad".
Y es precisamente aquí donde quiero puntualizar la observación de mi amigo. Admito el término de escritor, aunque aprendiz soy de un oficio, el de escribir que necesita de toda una vida para desarrollarlo con cierta solvencia, calidad y estética.
Por eso, estimados lectores, amigos todos, me van a permitir que les acerque tres párrafos de verdaderos maestros, escritores consagrados, ejemplos que harían sonrojar a cualquier escritor novel -me considero uno de ellos-, que se inicie en esta compleja, exigente y difícil disciplina. Pero no nos engañemos, la vanidad es ciega y la prudencia poca, así que leo a menudo a autores de este calibre ratificando lo inalcanzable de su prosa para mí y luego, frente al ordenador, seguir disfrutando con la práctica de la disciplina, eterno aprendizaje en ese mundo maravilloso que significa el arte de escribir.
"El viejo Koskoosh escuchó avidamente. Aunque hacía mucho que había perdido la vista, su oído aún seguía siendo muy fino y el sonido más leve penetraba hasta su trémula inteligencia que todavía moraba detrás de su frente marchita, pese a que ya no se fijara en las cosas del mundo".
Así inicia Jack London el cuento: Ley de vida, recopilado en su obra: "Los mejores cuentos del Gran Norte".
Y así describe don Benito Perez Galdós a uno de sus personajes en su novela: "Tormento":
"Don Francisco de Bringas y Caballero, oficial segundo de la Real Comisaría de los Santos Lugares, era en 1867 un excelente sujeto que confesaba cincuenta años. Todavía goza de días, que el Señor le conserve. Pero ya no es aquel hombre ágil y fuerte, aquel temperamento sociable, aquel decir ameno, aquella voluntad obsequiosa, aquella cortesanía servicial"
El sonrojo aparece en mis mejillas cuando leo a Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura en el año 2000, cuando comienzo a leer su obra: "El libro de un hombre solo":
"No ha olvidado que tuvo otra vidas. El recuerdo de unas viejas fotografías amarillentas que quedaron en su casa, a salvo de las llamas, le produce una cierta tristeza, pero es demasiado distante, como si no fuera de este mundo. Como si realmente hubiera desaparecido para siempre".
O cuando leo a Rulfo en su magistral "Pedro Páramo":
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo".
Cuando disfrutas leyendo a escritores de esta talla, uno entiende porqué es tan difícil encontrar buenas lecturas entre tanto libro publicado. La mayoría de los actuales best-seller sólo son eso: libros catapultados a un ficticio Olimpo de la escritura -engañoso estado cuya dimensión es la medida dada por la cantidad de libros vendidos-, bien por obra y arte de la popularidad de quienes real o supuestamente los escriben, bien por exitosas campañas de marketing. En ambos casos, la lectura de una buena parte de ellos no merece la pena. La mayoría nada ofertan, más allá de una historia simplista que resuelve un argumento en muchas más páginas que las que necesitaba Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía en aquellas primeras novelas que pasaron por mis manos siendo yo púber, recuerdo que manoseadas mil veces y cambiadas una y otra vez por unos céntimos, en viejos quioscos de prestamistas de libros, cómics y novelas del corazón y del oeste, de la más vieja aún, bimilenaria ciudad romana, donde yo nací.
Tras la lectura de muchas de ellas en aquellos adolescentes años, antes de descubrir la libertad, una mayor autonomía -ambas propiciadas por una relajación en el control materno-, y la calidad literaria de grandes escritores -al fin podía leer obras de extraordinarios novelistas: Balzac, Victor Hugo, Fiódor Dostoyevski, Tolstói, Galdós, Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Bécquer, Machado, Allan Poe, Saint-Exupéry, Valle Inclán... -es cierto que todos son del género masculino, pero a excepción de Rosalía de Castro y Pardo Bazán, excúsenme si no cayeron en mis manos en aquellos juveniles años, obras literarias de ninguna otra mujer, pues todo lo que recuerdo leer en aquel período pertenecía al mundo de los varones- que me ofertaba la biblioteca provincial de Lugo a través de su amplio fondo bibliográfico, un universo literario capaz de llenar decenas de estanterías con centenares de publicaciones en la planta principal -planta baja- y en la planta inferior.
Incontables horas pasé en aquella fría biblioteca -no recuerdo calefacción alguna en aquellos años, década de los setenta, y recuerdo en cambio el pesado gabán que no me quitaba dentro del recinto y donde encontraban abrigo y un poco de calor mis ateridas manos-, tan incontables como lo fueron los libros que desfilaron por mis manos. Leía allí todo lo que podía y continuaba en la casa familiar, haciendo uso del servicio de préstamo de sus obras y de la luz que me procuraba una bombilla que iluminaba desde muy temprano. las oscuras tardes de invierno.
No dudo en que si hay que buscar algún parecido en la creación literaria de las personas, yo me parezco más a los malos autores o a los mediocres que a los escritores del Olimpo.
Sin embargo, si algo me diferencia de ellos, procuro sea la originalidad de lo escrito. Son mis salidas a la naturaleza el caballo de Troya donde abordo sensaciones y experiencias. Observo mucho y reconozco valores esenciales para el disfrute de la vida, para la conservación del paisaje, para la búsqueda del equilibrio ecológico, ambiental y humano.
Es luego, al llegar a casa, cuando surge la pasión enardecida que me lleva a enfrentarme a una página en blanco tras la pantalla del ordenador y siento la imperiosa necesidad de escribir sobre ello.
Sé que todo aquello que escribo tiene un primer destinatario: yo, pero una vez revisado, interiorizado, mi deseo es compartirlo. Procuro que cada artículo, cada libro, despierte una sonrisa, una curiosidad, un conocimiento, una esperanza. Un sentido comentario como el tuyo, Ángel, verbalizado tras la lectura de uno de mis artículos, es razón suficiente para justificar mi continuidad a la hora de ejercer tan apasionante oficio: aprendiz de escritor o, si eliminamos el epíteto, escritor a secas.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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