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Aprendiz de tolerancia

martes, 30 de enero de 2024
Tengo un amigo, poeta él, que no tiene redes sociales. Por mi parte, sólo wassap, y, aunque lo uso, a veces, me sobra. Tonterías las justas. Me gustan los chistes inteligentes sin matices ideológicos y mucho menos con componentes racistas, antifeministas u homófobos. Alguna vez he visto en otros móviles algunas cosas de faceboock y agradezco fotos, noticias y alguna idea, pero sus usuarios, generalmente, se entretienen con banalidades que no me interesan. Y por supuesto, me repelen esa cantidad de "ingeniosos" que presumen o dicen simplezas, cuando no pontifican de política. ¿Tan difícil es pensar un poco? Me contestaba al artículo anterior un amigo diciendo: "Un tonto más en este país y alguien se cae al mar". Estoy seguro que no estaba pensando en un político que insultó a los opositores. Mi amigo es muy noble.
Pero les voy hoy a hablar de tolerancia porque es una asignatura que nunca se acaba de estudiar.

Los que hemos nacido en el Franquismo sabemos que la Posguerra es un período en el que los vencedores tenían carta blanca para imponer sus ideas y voluntades, además de practicar abusos y desprecios con altiva chulería. Los del bando perdedor, por su parte, se veían obligados a soportar aquella situación atenazados todavía por el miedo y viviendo en silencio. Sin embargo, conviene precisar que ésta no es una clasificación de buenos y malos, porque en ambos bandos había, en mi modesta opinión, buena y mala gente. Fue una triste escuela para aprender tolerancia.

Escribía Muñoz Molina: "En España ha habido demasiados siglos de dictadura y de intolerancia como para que arraigara la libertad de pensamiento, y la democracia no ha madurado lo bastante como para habituarnos al ejercicio verdadero de la libertad de expresión".

Una gran escuela de tolerancia es mirar lo que hacen otros y corregir en nosotros mismos aquello que vemos que no nos gusta. Y a este respecto decía el genial Kahlil Gibran: "He aprendido silencio del hablador, tolerancia de la intolerancia, bondad del cruel y, sin embargo, extrañamente, soy ingrato con mis profesores". Por su parte, Víctor Hugo, quizás harto de tantas guerras de religión e intransigencias, decía que la tolerancia es la mejor religión. Por mi parte, siempre pensé que cuantas más culturas conocemos, cuanto más viajamos, cuanto más somos capaces de ponernos en la piel de los demás, más tolerantes nos hacemos.

Pero si bien creo cierto lo anterior, he de hablar de la sociedad en que me desenvuelvo y de los errores en que estamos cayendo con el fin de contribuir a mejorar esa tolerancia. Me refiero a la crispación política y a la polarización cada día más evidente. ¿No seremos nunca capaces de ser moderados, sensatos y ecuánimes? ¿Tenemos algún gen que nos predisponga para decir barbaridades? ¿Será nuestro ego enemigo de la introspección? ¿Hasta qué punto elevaremos las descalificaciones mutuas y los insultos para seguir generando esa ola de odio que ya sabemos la leche que da? ¿Cómo es posible que no se den cuenta de las tonterías que dicen para agredirse verbalmente?
Sin duda de sandeces estamos servidos. Bendita la libertad de expresión, aun a sabiendas que está en fase de lactancia, y que requiere mucho trabajo para ser total; bendita la libertad, todavía vigilada, pero al menos más benevolente; bendita la educación, y desde aquí pido a quien quiera cuidarla que lo haga con ahínco y esmero, con generosidad y entrega, con respeto y cariño, con comprensión y trato igualitario. Que use la tolerancia como ejemplo y el amor como lema.

A este respecto conviene recordar que son la escuela y la familia los pilares en que se asienta la sociedad. Y ambas han de ser complementarias y respetuosas mutuamente. Ellas son las raíces donde el niño ha de alimentarse para formarse íntegramente sin olvidar nunca unos principios y valores para ser ciudadano ejemplar. Y eso requiere una educación librepensadora, respetuosa con todos, desde el hábitat hasta el más desfavorecido. Integradora y creativa, alegre y servicial... donde la tolerancia germine y dé sus frutos. Recordemos lo que decía mi maestro Machado: "Que dos y dos son cuatro es una opinión que muchos compartimos, pero si alguien piensa otra cosa que lo diga. Aquí no nos asustamos de nada". Yo, en cambio, me asusto de algunas afirmaciones políticas en sentido totalitario, porque creo posible la convivencia desde el respeto.

Veo y me percato de ello, en este rifirrafe continuo que origina la actividad política, de que los dirigentes están muy desprestigiados, no a nivel particular, donde cabe la posibilidad de que haya algunos muy dignos, sino como partidos. Los ciudadanos tenemos la sensación que son unos soñadores, cuando no vividores, más atentos a situarse dentro de las instituciones que de resolver los problemas de la sociedad. Muchos tampoco entendemos los cambios de opinión donde uno recuerda aquello de cambiachaquetas. Evidentemente, a medida que avanzamos en la vida, vamos cambiando nuestra percepción de las cosas, pero cada cual tiene su filosofía y modo de ser a los que mantener fidelidad, que no implica intransigencia. El ciudadano de a pie, en su gran mayoría, no confia en los políticos, no comprende vaivenes y cambios bruscos de posición por razones políticas. Para mí ninguna sociedad será justa mientras no haya igualdad social. Todos los problemas políticos adolecen del mismo mal: la injusticia social, pero evidentemente, es una opinión. La tolerancia acepta el error ajeno, que no quiere decir que comparta, y sopesa la opinión.

Decía Martín Scorcese "A medida que fui envejeciendo tuve más tendencia a buscar personas que viven con amabilidad, tolerancia y comprensión, una buena manera de ver las cosas".

Y uno, que busca su perfeccionamiento personal, reflexiona: Si con el montón de años que tengo me dejo asustar por esta caterva de intransigentes, una de dos: ¿seguiré soportando toda mi vida la vieja y nefasta filosofía de estos infumables y abundantes personajillos tan intolerantes? o ¿será preferible hacer lo de Tagore sentarse uno en la puerta de su particular cabaña y ponerse a cantar viendo pasar a sus enemigos. Porque curiosamente, uno, que vivió toda la vida procurando no tener enemigos y perfeccionarse como persona y así aprender a ser tolerante, resulta que cada día es más odiado, vilipendiado, envidiado... y esas cosas tan feas que tiene la vida. Quizás sea el peaje que impone ser aprendiz de tolerancia.

En una sociedad cada día más inculta, más intolerante, más explotadora, más enemiga de todo lo que sea paz, amor y sosiego ¿no será preferible irse al desierto con el Principio a buscar el amor y la amistad? Porque les juro que trato de ser tolerante y cada día me esfuerzo más en ello, procuro que no me afecten tantos exabruptos como oigo, tantas sandeces incongruentes, tantas mentiras justificadoras de trampas, tantas estúpidas vanidades, tantos demagogos y mitineros de taberna, tantas y tantas cosas como vemos, oímos y percibimos; porque a mi siempre me gustó oír, ver y callar. No discutir, valorar y, cuando me lo permiten, dar mi opinión. Pero tampoco es tan importante.

Pero, ojo, cuidadito, que hay mucho censor con muy mala leche, porque la incultura, que es la madre de la intolerancia, medra y a lo peor, si seguimos ese camino volvemos a quedarnos mudos. Por desgracia, la experiencia está reciente.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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