Llegando a Santiago, desde lejos se divisan las torres de su catedral. Se intuye su misterio, el color de sus piedras y la de sus voces cantoras. Hay peregrinos de otras lenguas. Suenan a gloria. Ahora, en estos días de grandes fiestas, podrán escuchar
cánticos que resuenan más allá de los Pirineos y otros que ya se conocían en el medievo.
¡Cómo ha cambiado todo aquello! La orquesta del templo -cuando excepcionalmente la hay- es prestada. La tan sin par capilla de música corre y vuela, no es estable. Un día canta en Compostela; otro, en Ferrol o en Mondoñedo. A veces la componen una cincuentena de voces, pero en otras no más de una decena, si llega. Pueden ser adultos los que cantan, o niñas y niñas de todas partes.
No es posible mantener todo igual, pero años estudiando este templo y palpando viejos y polvorientos legajos, generan añoranzas y lógicos apegos.
Desde el
Monte do Gozo esos peregrinos vienen dialogando, leyendo en el móvil y ojeando su smartwatch a cada paso: ¡qué harían sin todo eso, incluso para hacer el camino a Compostela!
Sin tregua, el 30 de diciembre van al Obradoiro para ver la fotografiada fachada. Entran en el templo. Se acomodan y esperan asombrados rodeados de tanta belleza. La ceremonia de la
'Traslatio' del Apóstol Santiago será solemne, como la del 1 de enero, que al nuevo año dará comienzo.
Echo mi mente a volar mientras también espero junto a ellos. ¿Villancicos? Los echo en falta siendo como es período navideño. Observo cómo el coro no está a la vista; el teclado del órgano se adivina en la tribuna; el maestro de coro canta desde el púlpito, mientras vigila cada gesto del de arriba, del desterrado organista.
Sabía que ya nada sería igual, pero años estudiando este templo y palpando viejos y polvorientos legajos, generan añoranzas.
La ceremonia de la
'Traslatio' es hermosa. Al inicio hay procesión con chirimías y fagotes. No habrá este año botafumeiro: por labores de mantenimiento, está en reposo. Del archivo musical, cerrado por ser sábado, yo me evado. Sobran partituras de otras épocas ahora. En sucesivos días me mostrarán índices y catálogos de ese archivo tan preciado. En mi cabeza esas melodías de grato recuerdo, parecen de la estratosfera. Hoy en día, no suenan ni arpas ni clarines ni trompetas. Sencillez y simplicidad imperan. Se oyen voces mixtas y un cantor que responde al coro, al tiempo que canta solo (¡y bien que lo hace!). Realmente, prefiero vivir lo nuevo.
Vienen a mi memoria los cambios habidos en el seno de la Iglesia respeto a la liturgia y al canto. Se han producido lentamente, fraguándose paso a paso.
Hoy es fácil componer, más cómodo ensayar, más rápido montar un repertorio complicado. Por una parte, qué suerte y, por otra, qué pena.
La creatividad, el ingenio, la ductilidad para adaptarse a los nuevos tiempos es un hecho consumado. Estamos en el s. XXI y así corresponde.
Hay que pensar en cómo formar a nuevos maestros, cantores e instrumentistas, incluidos los organistas. Que sepan diferenciar dónde reside la belleza, prevenirles de la tendencia de caer en vulgaridades, animarlos a no versionar temas simplones,
chabacanos o facilones, bajo pretexto de que son más comprensibles al pueblo llano, son más populares o suenen bien claro.
En definitiva, hay que fomentar que no huyan de la primigenia funcionalidad del canto sacro. No está hecho para concursos, ni para ser primeros en spotify, ni para sacar un disco cada fin de año.
Se trata de lo que se ha tratado siempre, yendo con los tiempos, pero manteniendo la
"esencia de la música sacra". ¿Qué es eso? Bien se sabe: basta aplicarlo.
En la Iglesia, liturgia y música forman un todo. Solo así se comprenden. De modo simple y asequible, el
papa Francisco que conoce nuestra realidad, pues vive inmersa en ella, lo describe:
"Un buen músico conoce el valor del silencio, el valor de la pausa. La alternancia entre el sonido y el silencio es fecunda y permite la escucha, que desempeña un papel fundamental en cualquier diálogo. Queridos músicos, el reto común es escucharnos mutuamente. En la liturgia se nos invita a escuchar la Palabra de Dios. La Palabra es nuestro "texto", el texto principal; la comunidad, nuestro "contexto". La Palabra es fuente de sentido, ilumina y guía el camino de la comunidad. Sabemos lo necesario que es narrar la historia de la salvación en idiomas y lenguajes que se entiendan bien. También la música puede contribuir a que los textos bíblicos 'hablen' en contextos culturales nuevos y diferentes, para que la Palabra divina llegue con eficacia a las mentes y los corazones"(4-2-2021).
Tarea no fácil. Los interlocutores de ese
diálogo no siempre son del mismo pueblo ni de la misma raza, ni de igual cultura ni similar sensibilidad hacia el hecho religioso.
Es cuestión de
armonizar y afinar para acoger a todos. Tomar lo mejor y lo más sagrado de cada uno y de cada pueblo. Es ocasión para conjugar
singularidad y universalidad, con conocimiento del pasado, y así caminar firmes hacia el futuro.
Los peregrinos recién llegados y los que vendrán, retomarán fuerzas a poco que se les ofrezca acogida espiritual y fraterna. La música también quiere abrazarlos.
La campaña de "despolarizar" tiene que comenzar ya. A ver si en el 2024 la palabra clave es otra más conciliadora y menos rebuscada: ¡paz! La felicidad de ese 1 de enero (
Jornada Mundial de la Paz) debe prolongar durante todo el año.
Se acaba éste, que se ha hecho corto y largo. Depende de cómo se entienda. Los restos del Apóstol, traídos a Santiago desde Jaffa (de eso trata esta fiestaza, por si no lo saben), llegaron para ser enterrados en esta tierra y aquí -desde el siglo I- siguen pacientemente esperando.
Pilar Alén, Profesora de la USC
