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El Camino de Santiago (VI)

viernes, 27 de febrero de 2009
SAN JUAN DE ORTEGA (BURGOS)
Hablando del Camino de Santiago, cuando éste alcanza su máximo esplendor a lo largo del siglo XI, observamos que se va fijando la ruta que, desde Logroño a Burgos, cursa entre las cuencas del Ebro y del Duero, y evitando el paso por la Bureba, se prefiere el diseñado desde Nájera por Sto Domingo de la Calzada, Beldorado, Montes de Oca, hasta Burgos capital.

Precisamente de este trozo del Camino, de su construcción y mejoramiento, de la edificación de puentes y arreglos de la vía, se encarga Domingo, que por la espiritualidad de su vida y sus obras de caridad, en el entorno de la Rioja, llegó a santo y a dar nombre a la ciudad dónde se encuentra el sepulcro en el que reposa: Santo Domingo de la Calzada.

Tuvo Domingo un discípulo, llamado Juan, nacido en el 1080, en el pueblo burgalés de Quintaortuño que siguió sus pasos, tanto en la construcción y reparación de puentes, iglesias y caminos, como en una vida de santidad. Debió ser todo un personaje, pues próximo a los 30 años peregrina a los Santos Lugares de Jerusalén, con la única ayuda de la caridad, lo cual debía ser una dolorosa aventura, casi una temeridad. Cuentan sus hagiógrafos que, a la vuelta, cargado de reliquias -la fe en las reliquias era total- el barco en que viajaba estuvo a punto de naufragar por una violenta tormenta y, en tal situación desesperada, promete a San Nicolás de Bari que si logra salvarse le erigirá una capilla bajo su advocación. Y ocurre lo inesperado: sobrevive. A su regreso se retira a hacer penitencia en las cercanías de los Montes de Oca, paraje temido por los peregrinos dada la presencia de ladrones y forajidos. Construye allí la prometida iglesia a San Nicolás, levanta puentes por la zona, restaura calzadas, y protege y ayuda a los viandantes. Años después, erige todo un santuario: templo, claustro, hospedería, hospital. Organiza a sus colaboradores como canónigos regulares, bajo la regla de San Agustín, bajo la dependencia directa del Papa Inocencio II, y el Rey Alfonso VII, conocedor de sus obras, le concede el señorío de aquellas tierras (Sigo en esta descripción las líneas propuestas por Salvador A. Ortax).

San Juan muere en Nájera, a los 83 años, y su cuerpo es trasladado a la capilla de San Nicolás, dónde es venerado, dada su santidad, como San Juan de Ortega, por cuanto peregrino pasa y se acoge a su hospedería. Percibimos en este lugar -un apartado valle por el que caminamos entre robles y sabinas, secarrales y colmenas- la unidad histórica del Camino: hospedaje y caridad, a lo largo de 800 años.

La iglesia románica que lleva su nombre: planta de tres naves, crucero destacado y cabecera con tres ábsides, y añadidos posteriores, conjunto que conforma el santuario declarado monumento nacional en 1931, y que ha exigido varias restauraciones, incluso ahora mismo, cuando lo visitamos; nos decepciona, en la parte posterior, con sus cientos de viejas ventanas, andamiajes y mucho deterioro. Pero en su interior, nos interesamos por el hecho memorable que allí ocurre, dos veces al año, “y que no tiene parangón en el románico mundial. En ambos equinoccios un rayo de sol se posa a una hora determinada sobre un capitel que representa la Anunciación…El fenómeno de la luz equinoccial sucede las tardes soleadas del 21 de marzo y del 22 de septiembre, así como tres días antes y otros tantos después, a los pocos minutos de las cinco de la tarde, hora solar” (Jaime Cobreros). Es en el capitel septentrional del arco de ingreso del absidiolo norte: un triple capitel que narra en sus facetas la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento y el Anuncio a los pastores. Ya de por sí es un capitel extraordinario por la finura de su talla, el cuidado de las actitudes de los personajes, el detalle de vestimentas y tocados, el aprovechamiento del espacio y las elipsis de tiempo y por su ingenuidad incomparable. Gabriel anuncia a María su concepción virginal. La Virgen señala con sus manos su total disponibilidad. Escena subsiguiente, la Visitación de María a su prima Isabel. “Las dos mujeres embarazadas se abrazan tiernamente. Un ángel inspira el sueño de San José que aparece como aislado y absorto. Sobre la cara ancha del capitel se representa el Nacimiento, reservándose las posteriores para el Anuncio a los Pastores”.

Lo insólito y genial es que la luz -un rayo de luz- en aquellos momentos precisos, antes señalados, se infiltra en la iglesia y en un instante justo cae sobre el vientre de María, como si fuese, simbólicamente, el Espíritu Santo que obrase, por la luz fecundante, el milagro de la concepción.

Personalmente no he coincidido con este acontecimiento solsticial, pero me imagino el temblor emocionado de quién tenga el privilegio y la suerte de contemplarlo con la humildad y la mente debidas. Una proyección funcional, auténtico espectáculo, que ha venido sucediendo durante siglos y reivindica una época, la Edad Media, que se pretende sombría.

Insistamos: el ciclo de Navidad aquí representado, quizá de un maestro de Silos, es una obra descriptiva excepcional en su disposición y en los detalles: el ángel arrodillado, la mano de Isabel sobre el vientre de María, las dos parteras, la mula y el buey dando calor al recién nacido en el pesebre..

La iglesia presenta, además, otras singularidades: la cripta, razón de ser del Santuario, con su artístico sepulcro; el valioso sarcófago románico con escenas de la vida del santo. Por lo demás, en el centro del templo se eleva hoy un baldaquino con la efigie yacente de San Juan, que es muy venerada por los creyentes de la zona, y por los peregrinos.

Estas y otras muchas riquezas de monasterio: claustro, claustrillo, capillas y demás dependencias se encuentran bien expuestas en la monografía de Salvador A Ordax, en Edilesa, a cualquier interesado.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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