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El Camino de Santiago (V)

martes, 24 de febrero de 2009
RODEOS Y DIGRESIONES EN TORNO AL CAMINO DE SANTIAGO

1. NAVARRA

Me parece haber dicho, y sino lo digo ahora, que a principios del 2004, mi mujer y yo pernoctamos en Burguete de camino a Roncesvalles, con la intención de recorrer esta parte del Camino Jacobeo que desconocíamos. Al anochecer comenzó a nevar, y al día siguiente el pueblo amaneció cubierto con un grueso manto de nieve y las casas con estalactitas en los aleros, y níveas flechas en las agujas de los árboles y en la espadaña de la iglesia. Surgió fantástico, a los pocos pasos, el boscoso trayecto a la frontera - apenas dos kilómetros- entre presumibles hayas engalanadas, cual tarjeta navideña. Hacia la mitad de la calzada, se mostraba una cruz (y una flecha una vieira) en un mojón pétreo que marcaba el Camino.

A la entrada de Roncesvalles se observa una gran explanada adornada, como lo estaba todo, por la algodonosa nieve, allí dónde se dice que murió el célebre Roldán, el “de la Canción”, en sangriento combate con los vasconavarros (o con los almohades, según otros). Al otro lado se aprecia una modesta iglesia y poco más allá la basílica, con interior de cúpulas y luces góticas, en la que unos monjes del monasterio –una hermosa mole de piedra- rezaban la misa de doce para los peregrinos y los escasos viajeros que allí acudimos, en el frío enero del recién comenzado Año Jacobeo.

Regresamos por el mismo Camino, y dejando atrás Burguete, y ya en coche, cruzando el puerto de Erro alcanzamos Zubiri, un típico pueblo navarro por más que perturbado por las instalaciones de una fábrica de magnesitas reducidas por la nieve que, más tenue, seguía cayendo.

Visitamos a nuestros amigos, Marisa y Manolo, que nos agasajan con música, vino y tradicionales viandas. Nos cuentan historias de la zona y nos mencionan que allí hubo una leprosería durante la Edad Media. Y cito a los agotes, que se pierden en la conversación. Horas después, seguimos hacia Pamplona.

De vuelta en casa, ya en Madrid, tuve la suerte de encontrar entre mis papeles, un trabajo de la doctora Hors, colega y amiga, que había realizado en 1951 sobre este grupo de gentes, los agotes, a los que se consideró durante muchos años, por ignorancia o mala fe, malditos, herejes o leprosos (“Seroantropología e Historia de los agotes”. Rev. de Hematología y Hemoterapia. Nº 2. Abril 1951). Y en el valioso texto nos explica cómo los agotes eran verdaderos parias, estigmatizados cual raza maldita, que residían en el sur de Francia y en el norte de España: Guipúzcoa, Navarra, Aragón. No tenían derechos de ciudadanía, y fueron humillados y perseguidos durante siglos, desde el Medievo. Vivían apartados en los arrabales de las ciudades, marginados, con sus propias fuentes, tiendas, cementerios, y se les prohibía tener armas. Debían llevar algún distintivo (pata de oca o pie de gato) o marca en rojo que permitiera distinguirlos desde lejos, y evitarlos.

En la iglesia, se les obligaba a quedarse en la parte posterior, cerca de la pila bautismal y a usar una puerta lateral de uso exclusivo. Tenían buena disposición musical (chistularis y tamborileros) y habilidad manual que les convertía en carpinteros, albañiles, tejedores y, también, en canteros o leñadores.

A principios del siglo XVII, dada su penosa situación, reclamaron al Papa León X por las vejaciones que sufrían en los templos, y del vecindario católico. Las reclamaciones llegan al Rey Carlos V, a propósito de las negativas a sus derechos de vecindad, y de lo comunal. Durante años se sucedieron pleitos colectivos y consta que, por fin, hacia 1654, ya pueden formar parte del ejército aunque no disfrutar de cargos oficiales, pues en los expedientes de limpieza de sangre figuraba: "no ser descendiente de moro, indio, mulatos, agotes, penitenciados por el Santo Oficio..."

Tenemos que situarnos en 1817, cuando a petición de los Estados de Navarra se edita una ley prohibiendo que a nadie se le llame agote, a pesar de lo cual persistieron los conflictos entre vecinos, y con las autoridades.

En Francia, se les designaba cagots y se les encuentra diseminados por la zona sur: Pau, Ordez, Bayona, Dax, y en España, por Huesca, Jaca y en la Navarra Alta, valles del Baztán y del Roncal, Arizcum, Elizondo, Bozate (considerado la capital de los agotes). Y hasta allí se fue Pilar Hors, hematóloga, llena de entusiasmo, para investigar desde el punto de vista inmunohematológico a este grupo de vecinos, “entonces 334, que vivían en unas 60 casas”. Deseaba saber, hasta dónde fuera posible, el enigma y el origen de este colectivo que señalaba como judío, ó almohade(de los vencidos por Carlos Martel), godo ó albigense.

Los agotes se habían dispersado desde el sur de Francia en busca de refugio en las montañas más agrestes hasta que cruzaron los Pirineos, asentándose en los valles asequibles de Aragón y Navarra. Como forasteros con fama de cerriles e hipócritas se les tildó de leprosos, pues algunos procedían, en efecto, de leproserías. Pero se vió pronto que no lo eran, que se hacían pasar por tales, y que, con regularidad, les expulsaban de los lazaretos: en realidad, eran pacientes de otras afecciones cutáneas entonces mal conocidas, tal la psoriasis y otros eczemas (“lepra blanca”), pero no contagiosos. Maliciosamente se les acusaba de afectados de “lepra moral”, de una enfermedad hereditaria consecuencia de pecados familiares, ominosos y vergonzantes.

La doctora Hors, venciendo prevenciones y recelos recorre el valle del Baztán, pasa por Elizondo y se sitúa en Arizcum, a un kilómetro de Bozate. Le sorprende la belleza del caserío; varias casas con escudo en Arizcum; en Bozate, sólo la casa de Goyeneche y el palacio de Ursúa, los benefactores del grupo marginado. Y describe el lugar como “alegre, abierto y de rico colorido”. Advierte sí, cierto antagonismo entre la villa y el barrio de gentes humildes, pacíficos y buenos cristianos. Se entera de que, hasta hacía poco tiempo, no se casaban entre ellos ni siquiera podían bailar juntos.

Se lamenta Pilar de no poder llevar a cabo una investigación craneométrica, por realizarse traslados en el cementerio, pero se adentra en los archivos parroquiales para cotejar los apellidos existentes ya en la época de los primeros procesos (1515), y deduce que los agotes vivían sin mezclarse con los vecinos, cómo acreditaban los apellidos, que iban a servirle como muestra muy válida para su investigación: apellidos, tal Elizondo, Zaldúa, Errotaberea, Sanchotena, Goñi, Jaurena, Bidegain, etc... permanecían idénticos hasta nuestros días.

Contra la pretensión de que Nuevo Baztán, fundado por Goyeneche, en las cercanìas de Madrid, fuese colonizado por agotes -cómo muchos creíamos- la doctora constató que no era así: los apellidos eran en su mayoría franceses, y ninguno correspondía a los agotes.

Descarta, también, que los agotes procedieran de los godos -germánico orientales-, de piel blanca, pelo rubio, alta estatura y dolicocéfalos, en tanto los agotes eran de cabellos castaños, braquicéfalos, cara baja, sin lóbulo en las orejas, y ojos pardos (más próximos a los franceses del sur).

Estudia Pilar Hors, en 51 casos, los grupos sanguíneos A, B, O; los tipos M, N, y el factor Rh, y sus hallazgos le llevan a concluir que los agotes no son vascos españoles (sólo un 15.68% de Rh negativos, frente a un 28-34%) y, junto a otros caracteres, que sería farragoso enumerar aquí, se inclina por creer que los agotes procederían de infiltraciones de franceses que huían de leproserías, fugitivos de guerra o invasiones, por no pagar los impuestos, heterodoxos religiosos o, simplemente, hipócritas (cagots).

Me entero, al redactar estas consideraciones, que Mª de Carmen Aguirre Delclaux publicó, en 1977, una tesis doctoral sobre los agotes dirigida por Caro Baroja. Sus apreciaciones, como las de don Julio y de P. Barandiaran no difieren mucho de las hasta aquí expuestas y sugeridas por la Dra Hors (cuya parte de revisión histórica se apoyaba en ilustres historiadores: Michel, Jouvert, Belle Forest, Florimo, Moret, Zardizábal, etc...) y enmarcadas en sus investigaciones seroantropológicas limitadas, pero una muestra suficiente para extraer conclusiones válidas sabiendo que se trataba de un grupo endogámico, cerrado.

Nos cuentan que hoy es una colectividad integrada, incluso la de Bozate, con los mismos derechos ciudadanos que sus vecinos -de los que apenas se distinguen físicamente- que siembran la tierra, cuidan el ganado y reparten la leche, son buenos cristianos y pueden acceder a los cargos públicos. Tal vez, como alguno de sus antepasados, peregrinen a Compostela y más que por penitencia, para agradecer a Santiago estar libre de cualquier marginación social.

Mencionar, por último, que muchos de estos navarros emigraron a América y algunos regresaron ricos, construyeron hermosas casas de piedra en los alrededores de Elizondo, contribuyendo a la riqueza de la comarca.

Fuertes Bello, Antonio
Fuertes Bello, Antonio


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