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La montaña de Los Barros

miércoles, 15 de noviembre de 2023
Dedicado a mi buen amigo el escultor teldense Fran Celis -Francisco Celis Alemán-, autor del homenaje
escultórico a la traída del agua de Lomo Magullo, obra realizada en piedra de Arucas en el año 2021
y que luce espléndida frente al centro educativo de Infantil y Primaria, Padre Collado. En recuerdo
a la ascensión que hicimos a Los Barros y al encuentro con nuestro yo interior y el de la montaña.

Es curioso que la toponimia de montaña Los Barros no esté recogida por el Dr. Pedro Hernández Benítez cuando es una elevaciones de mayor entidad del municipio teldense. He intentado buscar el origen de tal denominación, pero nada he encontrado.
Me apunta mi compañero y amigo de senderismo y barrancos, Gilberto Martel Rodríguez, que en la zona donde confluyen los barrancos de El Charquillo -en la cartografía de GRAFCAN reconocido como barranco de Los Pedacillos-, y el barranco del Conde, sepultado en su día su cauce por otra erupción más reciente, surgida en la ladera sur de la Montaña de los Barros, existen unos depósitos de limos que revelan la existencia en el pasado de un espacio lacustre. Es posible y tiene mucha coherencia que así sea, que en esta zona de limos, bien en época de lluvias, bien en días posteriores, la senda que transita este paso se convierta en un verdadero barrizal. Una vez realizado el periplo por esta senda, constatamos que parte de ella discurre sobre depósitos lacustres que llegaban a esta altura y por consiguiente son zonas de limos, convertibles en barros que, con la presencia del agua, justificaría la razón de la toponimia de esta montaña.
Tal sugerencia no cayó en saco roto y esta montaña la he visitado con tres amigos, todos ellos referentes esenciales para mí a la hora de interpretar el patrimonio geológico, etnográfico y arqueológico de Telde, los senderos existentes y la toponimia de los lugares transitados. Gilberto Martel me iba a explicar in situ la razón del nombre de Los Barros, Anselmo Marrero y José Ángel Fleitas, la hipótesis sobre la formación de este complejo volcánico que presenta un cono con tres alturas fácilmente observables y otro, más joven en su formación y que en verdad es un cono cinder, es decir un cono de cenizas volcánicas que presenta diferentes coloraciones según la estratigrafía observada. Actualmente este edificio volcánico ha sido desmantelado en gran parte por las arrolladas de agua, algo que salta a la vista cuando observamos como sus paredes norte y noroeste se desploman sobre el barranco observándose una gran pérdida de su forma original.
Anselmo Marrero me llevó justo a la altura del sendero en que se pueden observar los depósitos lacustres de limos en el barranco del El Charquillo y, según su apreciación personal, este hecho bien pudiera justificar el nombre de la zona con el término de Barros.
Lo que sí les puedo confirmar es que estamos ante uno de los conos más bellos del municipio de Telde, conservado en su totalidad a excepción de la pequeña agresión realizada en su ladera sur para dar paso a la carretera GC-130 que desde Telde nos lleva a los pagos de Las Breñas y Cazadores y, de continuar el periplo, a la caldera de Los Marteles y las cumbres insulares.
El cono tardío, el que se encuentra desmantelado en gran parte por la acción del agua y por desplomes relacionados con la erosión de su base -apunta Anselmo Marrero-, es posible que surgiera en el período en que lo hicieron los volcanes más recientes del grupo Rosiana.
Señala el vulcanólogo Dr. Alex Hansen Machín, que la montaña de los Barros es el resultado de la sobreposición de dos momentos eruptivos separados por una discontinuidad calcárea. Transcribo literalmente lo registrado por él, en la página 101 de su publicación: "Los volcanes recientes de Gran Canaria":
"Gran importancia tuvieron las efusiones de lava desde este volcán. El mismo parece haber funcionado en diversos momentos separados temporalmente por una crisis climática, que se manifiesta morfológicamente por la existencia de un encostramiento calcáreo situado entre ambos aparatos. El inferior es considerado por Fuster como de la Serie II, mientras que el superior es clasificado como de la serie IV.
El derrame lávico de la montaña de los Barros rellenó el último tramo del barranco de los Cernícalos y se desarrolló durante unos cuatro kilómetros, cegando el barranco de Telde que de nuevo ha vuelto a abrirse paso.
La superficie de este derrame lávico se encuentra totalmente sometida a cultivo y urbanizada, conservando algunos bloques erráticos que podemos observar en el Valle de los Nueve."
Estos bloques erráticos llegaron hasta el corazón de Telde. Anselmo Marrero me confirma la existencia de bloques erráticos hasta lo que actualmente es el barrio de Los Llanos en Telde y como la calle El Roque obedece a la presencia de estos bloques. En el periplo del colectivo Turcón dentro de su programa de visitas guiadas -el ocho de abril del pasado año-, por el Corredor Paisajístico de Telde, se visitaron los Morretes, otro grupo de bloques erráticos procedentes de este volcán. Más abajo aún, muestras volcánicas de esta colada lávica se observan en la zona de El Bailadero, en las fincas situadas al pie del barrio de San Francisco.
Tras esta lección del maestro, pues esa fue la primera impresión que recibí del vulcanólogo Alex Hansen, allá por los años ochenta del pasado siglo, cuando lo conocí, encontrándonos sobre el cono fisural de Cuatro Puertas, debo retomar mi modo de acercarles a las montañas, comenzando confesándoles que mi primer contacto con este cono fue curioso. Como suelo hacer habitualmente a la hora de abordar un barranco o cono volcánico, me dejo llevar por la intuición, no busco información previa alguna y dejo que sea el barranco o la montaña quien guíe mis pasos.
No anulo así la capacidad de sorpresa que puede depararme el espacio natural visitado. Nada sé previamente de él y todo lo que mis sentidos reciban será puro placer y descubrimiento añadido.
Así, la primera vez que accedí a la montaña con intención de llegar a su cima, fui sólo. Me acerqué con el vehículo por la GC-130, la carretera que, desde Telde, pasando por Lomo Magullo o por El Ejido, nos conduce a los pagos de Las Breñas y Cazadores.
Sin conocer de antemano senda alguna, detuve el vehículo en el tajo que la carretera dio a la montaña, a la altura del cono cinder del que nos habló mi buen amigo Anselmo. En una vía de escasos lugares donde dejar el coche, es esta una buena zona para aparcarlo, pues puede retirarse de la carretera y no suponer riesgo alguno par el tráfico rodado. Constato desafortunadamente que también es un buen lugar para, con nocturnidad, mucha cara dura y alevosía, transportar y descargar algún transporte mediano de escombros -me refiero siempre, claro está, a los ciudadanos desaprensivos que evitan, con su mezquina acción, depositarlos en los centros de recogida de áridos y escombros donde se garantiza su tratamiento o, en los conocidos Puntos Limpios-, sabiendo que, antes o después, el Cabildo se encargará de dejar limpio el nuevo e ilegal vertedero, pues se encuentra a la vista de todos y alguien denunciará su presencia, pero mientras tanto el lugar se convierte en una incipiente escombrera. Aparco pues el coche junto a un vertido de escombros recientes. Me entristece saber que no se toman las medidas apropiadas y que, cuando se coge "in fraganti" a un infractor, no se le penaliza con una multa ejemplar.
Pero volvamos a la montaña. Desciendo del vehículo y observo el cono por su cara sureste. Primero camino hacia arriba buscando una vía para abordar su subida. La propiedad privada ha vallado esta zona de la montaña. En su interior prospera una buena plantación de frutales. La mayoría son naranjos y olivos. La finca dispone de cuarto de aperos y un espacio techado para aves de corral.
Busco algún recodo por donde garrapatear, pero el corte realizado por la carretera ha dejado una pared vertical y su altura no lo permite. No tengo que alejarme mucho, pues, en la misma curva, una pequeña vaguada formada en los emplastes lávicos sugiere que por ahí puede abordarse. Dicho y hecho. Trepo como puedo y una senda desdibujada me coloca en unos minutos al pie de un enorme torreón eléctrico, uno de los que conforman la línea de alta tensión que une las centrales térmicas de Jinámar y Juan Grande, garantizando el suministro eléctrico en el sur de la isla.
Esta pequeña lomada me permite tomar contacto con la verdadera dimensión de la montaña de Los Barros. Observo frente a mí, en dirección oeste, tres alturas en la misma, de las que sobresale la central y, sobre la cual, han instalado una enorme cruz.
Observo también que en la pequeña loma donde me encuentro, muy cerca del torreón antes mencionado, han colocado otra cruz, ésta de menor tamaño.
A primera vista se muestra apasionante la ascensión. Si hay una gran cruz en su cima -una cruz que pesa media tonelada y tiene diez metros de altura, como sabría luego-, significa que existe un sendero fácil de transitar, pero no se encuentra en esta vertiente.
Me gusta como he abordado la montaña. No hay una senda definida -se intuye que esta vía sólo la utilizan los técnicos de mantenimiento de la red eléctrica por su proximidad a la carretera, apenas cincuenta metros y ahí termina la senda-, pero me permite observar el paisaje interior del cono.
A los pies de las tres elevaciones se encuentra una pequeña caldera, con seguridad el cráter de la montaña. Por lógica gravitacional, la salida de la lava discurrió en dirección nordeste pues es en esa dirección donde se muestra el vaciado del conjunto del volcán. No hay otra salida, las restantes vertientes son paredes del cono definidas por los barrancos que lo circundan, a saber por el norte el barranco de la Solanilla que se continúa con el barranco de las Breña y por el sur el barranco de Los Pedacillos.
El cráter se encuentra cubierto de trebolina, mostrando una cubierta arbustiva parcial, con la presencia dominante de una especie: la tabaiba amarga. Las laderas que confluyen en el cráter presentan una vegetación arbustiva más variada, pero sobresale la presencia de dos plantas: las vinagreras (Rumex lunaria) y los bejeques (Aeonium manriqueorum).
Por primera vez en un cono volcánico observo la colonización salvaje de sus laderas por dos plantas foráneas, propiciada tal masiva presencia por el ser humano. Se trata de la tunera americana (Opuntia maxima) y la pita (Agave americana), ambas introducidas en los siglos XVII y XVI respectivamente y actualmente consideradas especies invasoras.
De sus defensas espinosas y de cómo son capaces de ocupar un terreno hasta dejarlo intransitable supe cuando, al no observar senda alguna, intenté acceder a la cima a través de ellas, por su cara sureste.
La observación de la montaña desde el lugar donde me encuentro puede dar la falsa impresión de que se trata de tres conos con una misma corriente lávica y de hecho, sus alturas vienen diferenciadas en la cartografía consultada, sin embargo las tres elevaciones observadas obedecen a un proceso erosivo diferencial a lo largo del borde del cráter.
Tras el fallido intento por la cara descrita, inicio una subida por la ladera que se abre en dirección nordeste -en su cima hay una elevación que registra una altura de 666 metros-, regresando sobre mis pasos para abordar el cono por su cara norte -buscando una elevación que alcanza los 674 metros de altitud-. En ambos casos, bien las tuneras bien las pitas, me cerraron el paso. Crecen estas especies entre vinagreras, veroles, bejeques y tabaibas salvajes y se expanden sin control alguno. Se intuyen trazos de sendas por ambas laderas, pero todas ellas terminan en las tuneras. Creo que la razón de las mismas obedece al aprovechamiento de los grandes y jugosos frutos amarillos -tuno rojo- y verdes –tuno blanco- de la tunera americana que son recogidos para su venta y consumo. También se justificarían por un pastoreo en la montaña, pero en mis visitas al cono, nunca he visto ganado alguno.
Si las grandes pencas de las tuneras frustran cualquier intento de ascensión, las pitas hacen peligrosa cualquier senda con sus hojas puntiagudas y aceradas púas. Contribuye también a dificultar el paso los innumerables pitones, se trata de viejas y secas inflorescencias de las pitas que, una vez terminado su ciclo reproductivo, caen por su propio peso, permaneciendo sobre el terreno hasta su descomposición, dificultando el paso y creando en algunas zonas un entramado de pitones imposible de sortear, tan abundantes son.
Mi memoria guarda dolorosos recuerdos de algunos percances con ellas y es entonces cuando conviene retroceder e iniciar una subida distinta, pausada, inteligente.
En estos casos es cuestión de leer el paisaje e interpretar el ascenso. Claro que se puede subir, pero hay que buscar aquellas zonas donde las retamas blancas, las vinagreras, los bejeques, hinojos, veroles y esparragueras prosperan libres de plantas invasoras. Hacia ahí debemos dirigir nuestros pasos. Los Aeonium manriqueorum dejan su lugar a los Aeonium percarneum una vez llegamos a la cima y cambiamos la orientación.ahora hacia el oeste. Se observa también en ambas laderas el pequeño Aeonium simsii.
Cuando transitamos por el matorral original, a las plantas antes indicadas se le unen grandes cerrajas, balillos, cornicales, cañahejas, tederas, gamonas...
Al alcanzar la cima, el regalo visual es único. La altitud de la montaña es de 714 metros y sobre ella se eleva una cruz reciente de 10 metros de alto, factura metálica e iluminada en fechas determinadas por un potente cordón de luz. Una placa situada a la altura de la vista nos recuerda a una persona, don Juan Montesdeoca Lozado, como el impulsor de la colocación de la primera Cruz Anunciadora en el año 1972, Anunciadora de las Fiestas de Nuestra Señora de las Nieves. Este homenaje lo realizó el Patronato de Fiestas, Cultura y Recreo "El Naciente" y es un reconocimiento de todo el pueblo de Lomo Magullo a dicho benefactor. El texto de la placa reza así:
"Que la luz que siempre deberá permanecer iluminada en esta Cruz Anunciadora de las Fiestas de Nuestra Señora de las Nieves sea el recuerdo a tu labor por tantos años de dedicación, vocación y lucha por el bien comunitario y cultural que quisiste y defendiste para tu pueblo de Lomo Magullo siendo un símbolo de la lucha altruista reconocida en toda la ciudad de Telde". En la Montaña de Los Barros (Lomo Magullo - Telde) a 23 de julio de 2021".
Al parecer, no era de metal la primera cruz colocada por don Juan Montesdeoca, sino una cruz elevada sobre un enorme pitón de una pitera. Pero si quieren saber la historia completa, les invito a indagar un poco. A fin de cuentas, es un hecho relativamente reciente.
Destaca la limpieza en general de la montaña, pero si algún residuo se encuentra en este cono volcánico se encuentra en la cima. Es la zona de descanso, de recuperar líquidos, de comer algo y uno recuerda la montaña e Malfú, Cuatro Puertas y otros lugares de afluencia masiva con pequeños residuos abundantes, aunque dispersos, pero en este caso es preciso ser muy observador para encontrar algún resto y en tal caso es de recibo introducirlo en una bolsa que siempre debemos llevar en la mochila y retirarlo de la montaña. Dos latas de cerveza vacías, disimiladas en el interior de unos arbustos, media docena de cristales de botella, alguna tachas oxidadas cerca de la base de la cruz y unos varios restos de cartuchos fueron todo lo que encontré en mis paseos por la cima y que, tras depositarlos en una bolsa plástica incorporé, separados a mi regreso en los contenedores existentes en la carretera, al pie de la montaña, pues no olvidemos que aquí se encuentran algunas viviendas pertenecientes al pequeño núcleo urbano de La Breña y, próximos a ellas, disponen de contenedores específicos para residuos orgánicos, papel y plástico. Los pedazos de vidrio, junto a una botella de cerveza recogida cerca de la era, me acompañaron hasta Lomo Magullo, núcleo donde sí cuentas con contenedores de vidrio.
Camino sobre la cima, cresteando hacia el nordeste. Se percibe una senda apenas marcada pero que claramente se dirige ladera abajo en busca de las retamas blancas. Discurre sobre una suave ladera de picón cubierta de trebolina, muy agradable al paso. A los lados muchos cerrajones (Sonchus acaulis) e hinojos (Foeniculum vulgare)
Una aguililla se mece en las corrientes térmicas sobre la montaña. Sea ésta u otra, la presencia de uno o dos ratoneros (Buteo buteo insularum) ha sido constante en todas mis visitas.
Observo sobre el suelo de escorias compactadas algunas tederas, ratoneras, balillos y bejeques (Aeonium percarneum) al pie de la cruz.
En la cara norte del cono, entre un campo de vinagreras, soberbios ejemplares de Aeonium manriqueorun y Sonchus acaulis prosperan por toda la ladera.
Un gran ejemplar de acebuche -unos ocho metros de diámetro de copa y dos metros de altura-, se encuentra en el llano de la ladera oeste, que se descuelga en vertiginosa pendiente sobre el barranco de la Solanilla. Es en esta pared, sin camino de bajada, donde observamos con enorme prudencia la presencia de diversos acebuches amparados en los riscos y que se desarrollan sobre el vacío del barranco.Le acompañan en las riscaderas bejeques, balillos, cardo canario, tuneras y pitas, pero también son los hábitat de la paloma bravía, de los cernícalos y dejándose caer hasta los llanos de La Colomba y los Arenales, de las perdices.
La presencia de este soberbio ejemplar de acebuche supone una buena barrera para el viento. A su lado prosperan grandes ejemplares de balillos. Es éste, a media ladera, un modo cómodo de rodear la montaña por su cara norte, aunque al final la presencia de múltiples tuneras indias nos cerrará el paso, dificultándolo sobremanera y obligándonos a recuperar la senda transitada en la peregrinación anual a la cruz.
Observo tanto en la loma de Arenales como en las zonas identificadas como Paulino y Los Barros, laderas de la montaña que descienden suaves en busca del barranquillo de La Breña, un abancalamiento y restos de muros que hablan de un pasado de cultivos. Esto lo confirma la existencia de cuevas y aljibes al lado del barranco, de sendas y caminos que facilitan la subida a la montaña por esta cara norteña.
Hacia el norte se encuentra Valsequillo. Vista desde aquí, montaña Las Palmas nos desvela los secretos de su cara oeste, la que en su discurrir entre cultivos define los lindes municipales de Telde y Valsequillo. El circo de montañas cumbreras envuelve los Barros y el pinar que las cubre se encuentra desde aquí, más cerca. No se ven las cumbres y las antenas como desde montaña Las Palmas porque cambia la perspectiva y el ángulo de visión de la orografía cumbrera.
Hacia el oeste las casas blancas de las Breñas y la red de pequeños barrancos son visibles en su mayoría. Es desde aquí donde observo gran parte de la formación de la red hidrográfica teldense. Es por esta cara por donde se encuentra el camino más transitado, la senda más segura. Es la subida de las promesas y de las visitas anuales a la cruz. Precisamente, muy cerca de la cruz y en direción oeste, un extenso llano está cubierto de incienso. El mismo llano que, cuando regreso a la montaña a finales de enero de este año para realizar una postrera visita, se encuentra cubierto por miles de nuevos brotes de incienso canario (Artemisia thuscula, antes llamada Artemisia canariensis) que pugnan por sobrevivir más allá de esta época de generosas lluvias. Luego otras especies arbustivas surgen en la bajada, camino de Las casas de Las Breñas: tabaibas amargas, vinagreras y esparraguras (Asparagus arboreus). La presencia de tunera india es constante hasta la carretera pero es mucho más notable -hasta imposibilitar cualquier bajada por la ladera orientada al sur-, la plantación masiva de tunera americana. En esta zona, para llevar a cabo la repoblación con tuneras, se desbrozó el terreno eliminando cualquier vestigio de planta autóctona. El monocultivo de esta planta hace que desde la carretera destaque su uniformidad cromática destacando del resto que sí presenta una excelente cobertura de plantas autóctonas. Es en esta cara donde encontramos más ejemplares de tajinaste blanco, mamitas, matos de risco, azaigo de risco, cardo de risco (Carlina canariensis).
En nuestro descenso no sólo las tuneras dificultan una bajada fuera de la senda marcada sino los pitones derribados de antiguas piteras o las hojas de piteras nuevas que se asoman al camino con sus lacerantes púas. El terreno de cenizas soldadas, aparentemente sin tierra alguna, es colonizado por el Aeonium percarneum.
Ya casi culminando el descenso nos encontramos una era. Es una pena que este referente etnográfico se encuentre en la actualidad, cubierto con una capa de cemento.
La salida a las casas de La Breña me facilitó las restantes visitas a la montaña. Por esta senda, sin señales específicas pero sin pérdida posible, el tiempo empleado para alcanzar la cima no supera los diez minutos. De escasa dificultad, es un cono que no deberíamos dejar de visitar si nos gusta el senderismo, pues las panorámicas que se observan son únicas.
Si algo hace singular esta montaña es lo poco alterada que se encuentra en su estructura geológica y la práctica ausencia de casas en el cono. Apenas un pequeño caserío conocido como Los Barros se encuentra al pie de la montaña, en dirección este, situado entre la Loma Arenales y el barranco de Los Pedacillos, así registra la cartografía de GRAFCAN al barranco que discurre al pie de la montaña y por la trasera de Lomo Magullo hasta entregar sus aguas al barranco Real de Telde, a la altura de la confluencia con el barranco de San Miguel.
Pocas casas son, será conveniente que una adecuada vigilancia y rigor en el control urbanístico de éste y muchos otros lugares, permitan una esperanza de futuro pues la presión sobre el territorio es enorme. Si planteamos este deseo con rotundidad es porque sospechamos que no sucede así, pues ha quedado contrastado en barrancos como El Negro, montaña Las Huesas, Diseminado de Las Huesas, fincas de Jerez, Las Medianías, Llanos de Madrid..., que en Telde hay mucha manga ancha, un descorazonador laissez faire a la hora de controlar nuevas construcciones en suelo no permitido, terrenos que se encuentran en zona rústica y espacios naturales y que, por razones que se nos escapan, adolecen de ninguna o muy poca vigilancia.
Seguimos con la montaña. Otro pequeño grupo de casas se encuentra al pie de la misma, junto a la carretera GC-130, en dirección oeste. Cartográficamente este núcleo aparece con la denominación de Las Breñas
Una lectura panorámica desde la cima nos presenta una visión diferente a la observada desde montaña Las Palmas. Son innegables ciertas similitudes pues las dos atalayas son magníficos miradores situados en entornos muy próximos, pero señalaremos las diferencias más notables.
Desde aquí se ve mucho mejor el arco de montañas que cierra todo este amplio valle. El conjunto de volcanes de Lomo Magullo, las cadenas montañosas de la Cumbre y los conos asociados a Bandama, Tafira, La Atalaya y Jinámar.
Llama poderosamente la atención la profusa red hidrográfica que conforma la cuenca teldense. A mis pies en direcciones sur, suroeste y oeste observo todos los nacimientos, todas las barranqueras y vaguadas que dan lugar a los barrancos de Telde y Valsequillo.
Cañada Honda, Barranquillo de las Ñamerillas, barranquillo del Agua, Cañada de la Umbría, cañada Blanca, tributarios todo ellos del barranco de los Cernícalos y distribuidos entre ambos territorios municipales; Barranquillo de la Solanilla, Barranquillo de la Breña; Barranco del Charquillo, Cañada del Agua, Barranco del Conde, todos ellos afluentes del barranco de los Pedacillos; Cañada de las Haciendas, Barranquillo Casorra, Cañada de los Hinojos, Cañada de Flores, Barranco de Cazorla, barranquillo del Conejo, barranquillo de Lomo Pollo, todos tributarios del barranco de Silva.
En dirección norte los barranquillos del Solajero y de las Hoyas, el barranco del Chorro, la Cañada de las Conejeras, el Barranco del Pedregal y otras pequeñas cañadas y barranquillos que confluyen en el barranco de San Miguel, toda esta red hídrica en el territorio municipal de Valsequillo; la red hidrológica del barranco del Valle de Casares, el enorme vacío que se ve en la distancia generado por el barranco de Las Goteras y, junto al pico de Bandama, El Cabezo, la montaña de La Caldereta, la montaña de Tafira y cerrando la isla por el norte, los conos volcánicos de El Colorado y la montaña del Faro en la Isleta.
Es esta dirección norte la que tomo para seguir una senda bien definida que sobre un sustrato de cenizas volcánicas bajo por Lomo Arenales. A mi paso observo un manchón de retama blanca en flor -estamos hablando del mes de febrero del presente año-. Su aroma envuelve toda la lomada. Salpicadas entre el retamal, se observan ejemplares de retama amarilla, cardos (Carlina sp), sombrerillos, gamonas y siempre la alfombra de trebolina reverdeciendo el manto de picón.
La loma de los Arenales nos permite observaciones muy interesantes. En dirección oeste, los cardones tienen aquí una muy buena representación. Pero me sorprende las formaciones monoespecíficas de algunas plantas en zonas concretas. Si en el cráter me llamó la atención el manto de tabaibas salvajes, aquí los manchones son de retama blanca. En otras zonas la vinagrera convierte el lugar en un exuberante manto verde y en zonas rocosas donde las paredes del cráter ganan en verticalidad, la especie dominante hasta cubrir todo el espacio disponible es la hierba puntera (Aeonium manriqueorum).
Los biólogos sabrán el porqué de esta peculiaridad, si tienen que ver con el sustrato, la orientación, las características del suelo... para mí es un placer observar como la naturaleza, cuando no es manipulada, se expresa de un modo tan bello como diverso y extraordinario.
La pared noroeste del cono se presenta con un desplome peligroso.
En dirección norte dos barrancos surgen de la montaña, uno parte del mismo pico donde estoy y, tras vaciar sus aguas en el cráter de las Tabaibas, discurre montaña abajo, pasando justo al lado del caserío de Los Barros para confluir finalmente en el barranco de La Breña. El otro es una pronunciada barranquera que baja rauda hasta unirse con el barranco de La Breña.
No observo pastoreo en esta montaña, pero sí la presencia de algunos cartuchos que hablan del paso de cazadores en temporada de caza. La montaña tiene conejos. En mi primera visita observé dos gazapos y un conejo muertos en diferentes zonas del cono. Y en visitas posteriores fue habitual verlos zigzagueando por las laderas de pendiente mas suave.
Un aguililla señorea el espacio acunándose en las corrientes térmicas de la montaña. Respiro hondo, es un buen presagio. En todos mis paseos por el cono la sinfonía de pequeñas aves fue una constante. No he identificado muchas pero la variedad en sus trinos delata la presencia de varias especies que frecuentan la vegetación arbustiva de la montaña. Chirrera, mosquitas, canarios de monte, la sinfonía de aves en cualquier parte de la montaña es continua. Hay horas más indicadas -el amanecer y el atardecer-, y zonas como el interior del cráter donde los cantos se transmiten mejor y disfrutan más, pero se observan aves a todas horas y en todos los lugares.
La segunda visita a la montaña la hice con mi amigo Fran Celis, el joven escultor a quien dedico este artículo, y cuyo nombre completo es Francisco Celis Alemán. Fue muy importante para mí porque aportó una visión de la montaña desde un punto de vista emocional. "La naturaleza es la mejor aula de enseñanza que le podemos ofrecer a nuestros hijos" -manifestó durante la ruta, ante la belleza de la vida y del paisaje presente en la montaña. Y yo, docente de vocación que durante cuatro décadas he experimentado y aprendido con los alumnos el difícil arte de la enseñanza, no hice más que asentir y abrazarle. "El especialista tiene que quitarse sus gafas de especialista para ver un amanecer" -verbalizó y luego continuó: "Enraizarse en esta montaña, sentir que formas parte de ella, dejar la mente descansar. Sentir. Eso es lo verdaderamente importante" "Enjuiciamos siempre cómo nos relacionamos con el entorno, cómo se relacionan los demás" "Si dejamos de enjuiciar, de clasificar, de tecnificar la vida presente en la montaña, los colores del suelo cambian y el de los seres que lo habitan, de las plantas, de los animales" "La montaña es pureza y pureza es su vegetación" "Yo veo aquí un jardín zen" "Es muy agresivo estar siempre contra el ser humano que ensucia, que rompe, que destroza, al final es una forma de estar contra ti. Debemos abrirnos y transcender, comprender y ser ejemplo desde la benevolencia y la bondad. Sólo así deja de ser una montaña infranqueable".
Me habló entonces de Mar Romera y yo no tenía ni idea de quien era. Educar en las emociones, educar desde el ejemplo, educar con trascendencia. "Explicar no sirve para nada, sirve sentir tú. Niños y niñas aprenden sus referentes a nivel emocional" "No les expliques cómo se hace, vívelo tú" "La escucha es la gran herramienta de la educación, porque la enseñanza se debe hacer desde el cerebro del que aprende y no hacerla desde el cerebro del que enseña".
Luego me nombró otro personaje desconocido para mí y soltó una frase sin desperdicio alguno: "Buscad la belleza. Es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo" No era de él, sino de Ramón Trecet.
Y en esto nos sorprendió la belleza de las inflorescencias de la hierba puntera (Aeonium manriqueorum) y la fragancia embriagadora de las retamas blancas (Retama rhodorhizoides). Inolvidable ascensión a la cima. Un abrazo te envío desde estas líneas, estimado y apreciado amigo Fran, desde estos conos teldenses que sigo ascendiendo, y lo envío de todo corazón a ese taller valenciano donde sigues desarrollando tu creatividad de artista.
Descubrí luego, en una visita posterior con otros grandes amigos: Anselmo, Gilberto y José Ángel otras sendas, otros caminos. Sin duda, la montaña se nos presenta siempre como una tentación continua y cambiante, abierta a abordarla y sentirla, a mimarla y defenderla y es esta una labor que es responsabilidad de todos.
Regresé hace unos días, a punto ya de entregar este artículo para su publicación, y observé el suelo cubierto de Echium bonnetti bonnetti, una herbácea anual endémica canaria y que, al parecer, se conoce con el nombre de viborina canaria, tapizando el suelo de la montaña con la coloración de sus flores azules o azuladas con tonalidades rosáceas.
Estábamos en los últimos días de enero de dos mil veintitrés -curiosamente había realizado mi primera visita a esta montaña justo hacía un año-, días con mucha bruma y pequeñas lluvias sobre los conos volcánicos. Observé como el musgo tapizaba las rocas tornándolas resbaladizas e inestables. Pequeños charcos de agua salpicaban el comienzo del camino. Una vez más, la ascensión a la cima era diferente. Junto a los brotes de nuevos inciensos, pequeñas tederas pugnaban por crecer con la fe puesta en convertirse en arbustos.
A usted, estimado lector, a mí que lo hago cada vez que la visito y a todos los que se acerquen en busca de esa cima que al alcanzarla no es más que un eslabón más, un peldaño nuevo en el camino de la vida, les hago una sentida petición: no albergo duda alguna en que este cono volcánico debe ser protegido y conservado, pero es ésta una labor de todos. Sentirlo, vivirlo, conocerlo y reclamar su cuidado es una obligación personal y colectiva. Actuemos.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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