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Llueve...

lunes, 13 de noviembre de 2023
Sabemos que es necesaria, la esperamos con ansia, se hacen ruegos al cielo para que venga (la Virgen de la Cueva...). Pero cuando llega, después de la alegría inicial, nos aburre, nos cansa, nos pone tristes. Hay quienes dicen que algunas peculiaridades de nuestro carácter es debido a vivir en una zona lluviosa. No lo creo, pero se dice.

El agua de la lluvia puede colarse al interior de las casas, mediante goteras o humedades, generando un desastre doméstico, que no se arregla hasta después de terminar la entrada del agua impertinente.

Para que no entre agua en el interior de las casas, sus cubiertas han de estar bien construidas. En el caso de terrazas, impermeabilizadas. Los arquitectos saben mucho del aislamiento en casas. Conocen tipos de tejas a utilizar, pendiente de los tejados según el régimen de lluvias o nieves y, también, sistemas de drenaje de las cubiertas para eliminar las aguas pluviales que, en última instancia, irán al mismo suelo o a la red de alcantarillado.
Llueve...
En nuestra ciudad tenemos muchos ejemplos de las técnicas utilizadas en construcción para solventar estos problemas.

Normalmente, cuando los tejados llegan a las paredes, se alargan un poco para evitar que el agua resbale por las paredes de los edificios, a estos salientes se les llama aleros. En muchas casas rurales, los aleros no tienen en su borde ningún elemento que recoja el agua de lluvia que, en este caso, cae directamente al suelo y lo detectamos en los bordes de las casas como un reguero de piedrecitas y guijarros, que corre a lo largo de esos bordes, siempre a la misma distancia. El agua cae como gotera desde el alero y arrastra la tierra que pueda encontrar en el suelo, dejando solo esa línea de guijarros que todos recordamos haber visto. Así ocurre en casas rurales sin restaurar y en iglesias románicas, también sin restaurar. En ambos casos, las restauraciones han colocado canalones en los bordes de sus aleros.

Las catedrales góticas incluyen una peculiaridad en sus tejados. Presentan tubos largos que, saliendo de los bordes de los tejados, en sus cornisas, vierten las aguas al exterior, algo lejos de los muros del edificio. Estos tubos, llamados gárgolas, comenzaron teniendo una función meramente estructural y pronto, sin dejar su función original de escurrir las aguas pluviales, comenzaron a ser adornadas y presentar una gran belleza. Conocemos casos de catedrales góticas con gran riqueza de gárgolas muy diversas.

En Galicia, y en Lugo, fue en la época del barroco cuando más se recurrió a ellas como doble elemento, tanto para dar salida a las aguas pluviales, como para ornamentar y prestigiar un edificio.

Que yo recuerde, hoy tenemos gárgolas en tres edificios oficiales y en uno particular.

Tal vez no sean muchos los que se hayan fijado en la casa número 4 de la calle de la Cruz. En su alero presenta dos grandes gárgolas y, ya digo, creo que es el único edificio particular que las tiene. La casa posee unos vanos muy elegantes con perfiles de diseño geométrico y rosetones en sus ángulos.

Los demás edificios con gárgolas son el Concello, obra de Lucas Ferro Caaveiro, el porche de la iglesia de San Roque, también del mismo autor y la catedral, muy visibles éstas desde la calle del Buen Jesús y en el Claustro. Son discretas en su belleza, pero cumplen su función, como se puede comprobar en días de fuertes lluvias.

Cuando cambiaron los criterios constructivos, se decidió que las aguas no cayesen directamente al suelo desde los tejados. Se pusieron canalones y bajantes que dirigiesen las aguas pluviales a las alcantarillas. Para construir las bajantes, no se utilizó granito, más bien zinc, cobre, aluminio o diferentes materiales sintéticos. No obstante, en muchas ciudades, Lugo incluido, se protegió la parte inferior de esas bajantes con canalones sobrepuestos que presentan diversos tipos de adornos, siempre en relieve. Suelen ser negros, de hierro fundido y llevan su marca de fábrica en alguna parte de su superficie. Para mí, la pieza más bonita de este tipo que tenemos en Lugo, si sigue, está en la plaza de Ferrol, a la derecha de la iglesia según se mira.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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