Me miró de arriba abajo y desde su venerable ancianidad preguntó...
- ¿Y a ti como te va?
- De aquella manera.
Adelaida levantó la cabeza esperando una aclaración y yo supe que debía pisar freno si no quería regresar a la madrugada del maldito 4 de agosto. Así que, sin mirar atrás, solo añadí que un ochentero como yo debe tomarse la vida con más calma, incluso cuando se trata de esto de contar historias. Sin prisas, despacio, no como venía haciendo hasta ahora, a toda máquina.
Es que ya me siento tan pasado que, a la hora de echar cuentas, en este mes de santos me salen sesenta años hilvanando todo tipo de letras, buscando palabras hermosas para pronunciarlas con amor en la radio, buceando entre imágenes bellas por la tele o creando mis propios nuevos espacios tecnológicos, estos en los que a veces ya me pierdo.
En este noviembre que manda lluvia en demasía, Galicia Única cumple veinte años buscando tu complicidad entre la tecnología del tercer milenio. Es un tercio de mi vida periodística, creado tan solo para redescubrir la belleza y poder seguir volando libre, como me enseñaron mis padres. Decía el viejo tango que "veinte años no es nada", mientras arrastraba los pies el muchacho y le arrimaba su pierna la guapa danzante, pero... son muchos, muchísimos más estos últimos... que aquellos que cumplí cuando cumplí los primeros veinte años que cantaba Serrat.
Así que, mi gente, ahora que he llegado a la edad digna, os seguiré escribiendo, sí, pero cuando me lo permita este cuerpo de anciano libre. Aunque este espacio de libertad seguirá publicando a diario las historias de mis amigos... mientras ellos quieran y la vida lo permita.
