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La mala educación

miércoles, 18 de octubre de 2023
No, no estoy hablando de la película homónima de Almodóvar, donde se realiza un estudio sobre pederastia y homosexualidad, sino de la que a veces acompaña nuestras vidas y que, por tanto, algunos reflejamos en nuestros escritos. De antemano, mis disculpas. Soy vehemente, y con más frecuencia de lo deseable, me dejo llevar por arrebatos donde algunas personas no salen bien paradas. Me enervan. Me causan tal repulsión algunas situaciones o individuos que mi cólera estalla ante el abuso, la trampa, la mentira, el fanatismo... y, sobre todo, ante la injusticia social. Me resultan tan inhumanas, hipócritas, falaces, xenófobas, faltas de realismo... ciertas posturas que no puedo soportar tanta desfachatez.
Partiendo de esta premisa, quisiera reiterar mis disculpas con algunas personas, porque generalizar supone muchas veces meter en el mismo saco a unos y otros. Resulta evidente que no todo el mundo actúa de la misma manera. Ahora bien, llamar mentirosos, trileros, golfos y adjetivos parecidos a quienes actúan de ese modo, no lo considero insulto sino utilizar el diccionario con precisión. Todos sabemos cual es el valor de los significantes y los despectivos han de usarse cuando las circunstancias lo requieran. Gentuza colectiviza a la escoria humana, pero no toda la gente es escoria. Muy al contrario, la mayoría no.
Recientemente mis críticos, a raíz de un artículo sobre el socavón en la carretera de la Mariña de Lugo y en el que mandé a la mierda al PP y al PSOE, se quedaron sorprendidos y extrañados. Me exigen más temple. Erróneamente mi indignación por su abandono abarcó a todos. Lo cierto es que no debiera generalizar y ser más comedido, pero la frase, con su carga expresiva, no reparó en ello y entendí apropiado su uso por su expresividad, como ya la había usado mi admirado Labordeta en el Parlamento y encajaba como anillo al dedo. Generalizar puede ser injusto, pero un ex-abrupto así le surge a la mayoría cuando la situación lo requiere. Reitero mi error.
Superada la disculpa, sigamos con la educación: Oí muchas veces que la educación se aprende en casa, y a la escuela se va para adquirir conocimientos. Craso error. Porque para poder enseñarla hay que tenerla y, sobre todo, usarla. Y muchas más veces de lo que sería deseable en casa no se usa. La educación abarca todos los ámbitos, y la escuela, además de dar herramientas para la vida, corrige en la medida que le es posible -había que recuperar el respeto para poder dedicársela- las deficiencias de la mala educación. Negar a la escuela su función educativa es no conocerla y una desconsideración con el profesorado.
Un amigo mío, experto pedagogo, me recordó hace poco tiempo el viejo proverbio africano: "Para educar a un niño hace falta toda la tribu". Cierto. Y redundaría: e implicarse en ello.
Pero la escuela, siendo la base donde asentar la convivencia, vive desde hace muchísimo tiempo dos problemas que se van enquistando sin que nadie se atreva a poner remedio: la falta de respeto al profesorado es brutal y, ni la inspección educativa ni las autoridades del ramo, aún conociendo el problema, son capaces de arreglarlo. El segundo es que la escuela es el reflejo de una sociedad estratificada y en la que el patrimonio marca pautas y diferencias sin que seamos capaces de evitarlo. Desde la más tierna edad se segrega a los niños por dinero y se establecen diferencias sociales muy marcadas y xenófobas. Las clases populares se hacinan en guetos y barracones, con unas graves deficiencias que se tratan de ocultar. Hoy en España hay muchos niños que pasan hambre y do fe de ello. Pero curiosamente ni parecemos escandalizarnos ni recordamos aquello de dar de comer al hambriento. Mientras, en los colegios elitistas, muchos de ellos de pretenciosa orientación cristiana, en su burbuja anti contaminación ideológica, gozan de instalaciones, medios y otras prebendas que se compran con dinero. Desde la cuna la desigualdad social marca ya a los niños y se manifiesta como una auténtica tropelía.
Sin embargo, la educación no se vende en el mercado. Tampoco se hereda como el patrimonio. Sólo la puede usar quien la posee. Y, evidentemente, como el amor verdadero de la canción, ni se compra ni se vende.
Una de las cosas que me enseñaron mis maestros y la vida es que a los hombres no se les mide por sus riquezas materiales sino por sus valores humanos. Y en este punto conviene recordar a cualquier padre que la educación verdadera se imparte en la vida y eso conlleva conocer la problemática real y social. La gran revolución educativa pendiente es evitar esa segregación y romper de una vez por todas esas barreras creadas por el dinero. Porque convivir y compartir con niños más humildes, extranjeros, con distintas mentalidades, con otras necesidades... permitiría a cualquier a de nuestros vástagos comprender mejor la realidad y salir de la burbuja creada artificialmente. Ahí está la objetividad. que siempre tratamos de buscar.
Recuerdo como ejemplar lección, y fue motivo de mi admiración, el hecho de ver a un campesino, marinero o cualquier otra persona de extracción social humilde como en cualquier conversación prudentemente se acercaba, callaba, escuchaba y, si se le permitía, hablaba con la mayor educación y fineza que su vocabulario le permitía. Hoy, con la invasión de los analfabetos osados -muchos con carreras universitarias- sólo quedan algunas personas así. Por cierto, observen a los sudamericanos tan denostados. De muchos aprendí.
Con la educación pasa lo mismo que con la patria. Algunas personas patrimonializan todo. Lo llevan haciendo sin pudor alguno durante siglos con Jesucristo. Pero también lo hacen con la patria, la bandera, las instituciones y cualquier otro símbolo creyéndose amos y señores. Y hasta se visten con banderas. Olvidan irreflexivamente que la patria es de todos, de derechas e izquierdas, de ricos y pobres, de cántabros o de extremeños... Mi verdadera amada patria es la libertad y no tiene fronteras. Y, sin embargo, como gallego-español veo que las nuestra, España las tiene. Lo saben bien los emigrantes en sus pateras. Convendría no olvidar la Historia y reparar en algo tan humano como el sentido de la propiedad desde el sedentarismo. Dicho esto, sólo me queda añadir que la patria, tal como la vivimos, no es nada más que un convencionalismo antiguo, articulado con leyes para que sus habitantes puedan sentirse propietarios. Decía Lorca: "En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida". La patria, nación, nacionalidad y similares son, al fin y al cabo, algo tan simple como cotos donde los que mandan viven de los mandados. Recientemente en España fue el Día de la Patria y, aún aceptando lo que antecede, resulta bochornoso ver como muchos exaltados ciudadanos insultan al Presidente en funciones del Gobierno. Independientemente de que cada cual vote a quien le dé la gana, se puede sentir vergüenza ajena viendo como, siempre que hay un presidente de izquierdas, se le insulta. Prueba evidente del sentimiento patrimonial de esta caterva de exaltados maleducados.Y no son precisamente gente humilde y desfavorecida los que chillan desaforadamente, sino personas que aparentemente parecen pertenecer a supuestas clases acomodadas y cultas que presumen de ser educadas, religiosas y hasta patriotas, con ese sentimiento de posesión excluyente.
¿Será cierto que sólo hay la España de ellos? ¡Ay, maestro Machado, cuánta educación falta!, ¡cuánta la intolerancia!. ¡Y otra vez las dos Españas! ¡Qué pena! ¡Cuánto trabajo queda por hacer en la tribu!
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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