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Trágicas siluetas en el paisaje

domingo, 15 de octubre de 2023
La irremediable muerte de tarajales y palmeras canarias

No es cierto que una imagen valga más que mil palabras. Una foto puede emocionar, mil palabras también. Cuatro fotos les ofrezco esta vez, dos para dar fe de lo sucedido en un espacio rural de medianías, otras dos para valorar el esplendor de la especie perdida y del paisaje arruinado. Acompañaremos las imágenes con un texto que tendrá Trágicas siluetas en el paisajeexactamente eso: mil palabras.

Siempre habrá un espacio natural, rural o urbano, un yacimiento, una especie botánica o faunística, un paisaje y siempre habrá una denuncia que incite a la acción. En este caso se trata de provocar una reflexión sobre la pérdida de un paisaje, asociada a un cambio de ciclo en la economía de las islas.

Comienzo situando el lugar, facilitando así el modo de acceder a él: Tomamos la GC-1, dirección sur. Nos desviaremos en el cruce de Ojos de Garza y al llegar a la rotonda tomaremos el desvío a la derecha, hacia el núcleo urbano de El Goro. Apenas recorremos cien metros y el primer desvío a nuestra izquierda nos lleva a la urbanización Ojos de Garza. La cruzamos, rodando por la carretera que, paralela a la autovía, nos dirige al Carrizal de Ingenio entre terrenos abandonados que no hace tantos años se encontraban cultivados. Atravesamos el cauce de un amplio barranco y ahí comienza nuestro periplo. Se trata del barranco del Draguillo, cauce que delimita dos municipios: Telde e Ingenio.

El camino que tomemos da igual, bien lo realicemos en dirección a la costa, bien al interior. También es indiferente que lo hagamos en estos terrenos rústicos abandonados o en cualquier otro espacio agrícola de éste u otros municipios. La verdad incuestionable es que, en todos estos terrenos convertidos ahora en auténticos secarrales, cientos de tarajales y palmeras canarias han desaparecido de nuestro paisaje y las decenas que aún quedan en pie, con su postrero y agonizante hálito de vida, están condenadas a seguir el mismo camino.

No denuncio este dramático hecho con la esperanza de recuperar el esplendor perdido. Sería una labor estéril pues la vida de estos árboles y arbustos dependía precisamente del estado saludable del entorno donde prosperaron, unas tierras cultivadas donde tomates, pimientos, pepinos, plátanos, recibían el aporte regular del agua que los nutría y, con ello alimentaban igualmente las especies asociadas al paisaje canario al que estábamos acostumbrados. Lo triste es que no son imágenes de hace varios siglos, formaban parte del paisaje hasta mediados del pasado siglo.

Ascendiendo por el barranco, cuyo amplio cauce apenas excava su curso en la extensa planicie, me desvío para sentir bajo mis pies los desolados terrenos de La Montañeta y El Cardonal.

Da la impresión de que, de la noche a la mañana, se abandonaron los cultivos con una rapidez increíble. Y no es verdad. Las razones de tal sensación la provocan el abandono de tanto plástico de invernaderos, de los palos necesarios para levantar estructuras y fijar las matas al terreno, de la rafia que en grandes montones aporta una triste nota de color al paisaje, de las tachas utilizadas para sujetarlo todo, de las gavias abandonadas... Nadie, absolutamente nadie desde una administración responsable de velar por nuestro paisaje, recordó a sus propietarios o a los arrendatarios de la explotación agrícola que, una vez terminado el ciclo productivo de la tierra o del cultivo, las diferentes leyes en vigor exigen la retirada de todos los elementos extraños al mismo y el traslado a los correspondientes centros de tratamiento de residuos, asi como la posterior restauración del mismo. Nunca sucede esto porque las autoridades Trágicas siluetas en el paisajeno están en ello. Es muy triste constatar una verdad tan dolorosa.

Pero si algunas imágenes duelen, si la tristeza aflora en nuestros corazones, es cuando observamos la presencia de decenas de palmeras canarias, hermosas y exuberantes en el pasado, muertas ahora. Sus trágicas siluetas apenas se mantienen erguidas como un pitón que denuncia el abandono del ser humano, antes de desplomarse en pedazos y ennegrecerse sus troncos. Duelen tanto como los manchones de tarajales que peinan el viento con sus ramas secas, sin esperanza verde alguna a pesar de su tenaz resistencia a secarse y desaparecer.

Y digo que no es necesario acercarse a los llanos de Ojos de Garza porque estas imágenes se repiten por todas las zonas agrícolas abandonadas de la isla. Palmeras y tarajales han perdido su lozanía y su vida en La Jardinera, La Botonera, Finca de Silva, Cadenas de Jarcón, Las Huesas, Las Brujas, Sacateclas, Hoya Mondongo, Pedro Paso, El Campillo, Las Tapias, Mirabal, Hoya del Romano, Malpaso, Hoya de Aguedita, Hoya Gallego, Lomo de Mendoza, barranco Las Palmas en Amurga... ¿Seguimos? No lo creo necesario. Todos hemos observado recientes imágenes de esqueletos de palmeras canarias. Lo más triste es que tal pérdida es irremediable. Cientos de palmeras en nuestro municipio que exhibían orgullosas el porte propio de varias décadas de vida, muchas de ellas centenarias, han desaparecido. Dos lacerantes ejemplos nos hablan de lo poco que ha cambiado el comportamiento del ser humano ante esta triste realidad. Primero, las palmeras canarias que se conservaban en el cauce y ladera del barranco de los Ríos, Hoya de la Campana y El Cascajo -el sentenciado por abandono Campo de Golf del Cortijo-, reverdeciendo el valle, o han muerto o tienen sus días contados. La razón es tan triste como simple: o bien el chiringuito de los hoyos y las pelotitas de golf dejó de ser rentable o en su lugar han surgido otras actividades que dispararán la cuenta de beneficios.

Segundo, los que recuerdan la imagen del barrio de San Francisco de la ciudad de Telde a su entrada por el puente de los Siete Ojos invitando, escondido entre el frondoso palmeral del Bailadero, a visitarlo, sentirán un vacío inmenso pues sus palmas centenarias mueren inexorablemente, una tras otra, por una alarmante falta de atención, mimo y respeto. Cayeron las legendarias palmeras que ennoblecían la iglesia de San Francisco, longevas palmas cuyos penachos ya sólo lucen en antiguas fotos color sepia o en las primeras realizadas a color.

¡Que no me hablen de campañas de repoblación de árboles, cuando no somos capaces de cuidar y preservar los que tenemos!

Observo con indignación como el cambio climático se convierte en un mercado más para los cambalaches y pelotazos económicos que nunca entienden de emociones sino de dinero.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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