Hay lugares en Lugo que me resultan gratos de un modo especial. Y no lo son por su belleza, que la tienen, más bien por cuanto son capaces de evocar en mi memoria. Una calle, una esquina, una plaza, un jardín, lo que sea, son capaces de recordarme situaciones agradables, momentos que me gusta recordar y que, precisamente, esos lugares fueron marco suyo.
Todos tenemos nuestros lugares especiales, esos que nos hacen revivir detalles muy nuestros. A veces, incluso un banco en una calle o una plaza, puede ser ese lugar preferido para evocar desde él la vida de nuestra ciudad, como fue el caso de nuestro amigo Paco Pestana. Un banco desde el que veía pasar a la gente, a la vida, sin que ni
la gente ni la vida se sintiesen observadas. Con el tiempo, fue otra gente la que pasaba ante él, pero con los mismos afanes, las mismas preocupaciones.
Es bonito tener esos lugares especiales. En Lugo o donde sea, hay rincones que nos evocan nuestras épocas de estudio, reuniones familiares, fiestas, lugares en los que nuestra vida, nuestra historia personal, ha quedado prendida por algún detalle importante para cada uno.
Quiero creer que a todos nosotros la Plaza Mayor y el Parque de Rosalía de Castro, son dos de esos lugares llenos de evocaciones. También hay otros sitios, tal vez más pequeños, más singulares, que para cada uno viene cargado de recuerdos. Desde un bautizo a una primera comunión, pasando por el lugar en el que conocimos a alguien o en el que, por la contra, se rompió una amistad... De todo hay para alimentar un recuerdo.
Personalmente, tengo un lugar muy especial, un jardín. La verdad es que nunca supe su nombre. Es el que hay frente al edificio que fue cárcel del Partido Judicial y linda con el colegio de los Maristas y la Ronda. Siempre me gustó este jardín. Me gustan los jardines con pocos tipos de árboles, cuando no de uno sólo. Éste es un buen conjunto de plátanos de sombra, homogéneos y casi todos de la misma edad. Plantados alrededor del centro, lo rodean definiendo un espacio muy sereno. También hay algún abeto, limitando cierres junto al colegio y la Ronda. No llaman la atención y confieren al espacio unos límites muy claros. Hay también algunos arbustos de cierta edad, que contribuyen a generar un ambiente sereno y venerable. Como en muchos otros lucenses, la belleza de este jardín se persigue con los diferentes tonos del color verde de sus componentes.
Antes, en el centro del jardín hubo un busto de Concepción Arenal. Corresponde a la época en que allí estaba la cárcel y obedece a una idea educativa, relacionando a la ilustre ferrolana con la población reclusa. Hoy no está la cárcel, y el busto ha sido trasladado al linde con el colegio, al pie de un alto seto. No llama la atención, pero es un lugar muy elegante y acogedor.
El espacio ocupado por el busto fue sustituido por una fuente de adorno. En granito abujardado, obra e Manuel Mallo, nos representa un bonito conjunto de ranas que desde el mismo centro de la taza, echan agua por sus bocas alegrando con su sonido el pasear de quienes han escogido este lugar para su esparcimiento.
Sentado en uno de sus bancos, recuerdo cuando siendo alumno de los maristas, dejaba pasar el tiempo antes de acudir a la entrada de las clases o a diversos actos, entre ellos los de recoger calificaciones que determinarían mi futuro inmediato. Por no hablar de las charlas con compañeros de clase sobre mil cosas, desde cine a futbol.
Sin darme cuenta, en estos jardines transcurrió gran parte de mi infancia, junto con otros compañeros a quienes sigo viendo, siempre con la alegría de entonces, como si no hubiese pasado el tiempo... Por esto hoy, al visitarlo, no puedo dejar de evocar una época en la que, debido a nuestras edades, vivíamos con alegría especial. Este jardín es testigo.
Quiero creer que todos tenemos un manojo de lugares similares que nos llevan a otras épocas. Siempre nos hacen revivir momentos de los que fueron escenario.
