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Sentando cátedra, como Agustín de Hipona

viernes, 01 de septiembre de 2023
Más quisiéramos que así fuera, pero a tan ilustre Obispo, Doctor de la Iglesia, resulta imposible llegar a hacerle sombra.
Me limito, pues, a redactar algunas notas históricas entorno a la llegada, labor y permanencia de los jesuitas en Santiago, desde el siglo XVI y hasta nuestros días, poniendo el acento en lo que más me compete: la música y sus "leyes".

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En un marco tan señalado para la Compañía de Jesús como fue el año ignaciano, en el que se conmemoró el 400 aniversario de la canonización de su fundador, san Ignacio de Loyola y el de uno de sus primeros compañeros, san Francisco Javier, nada mejor que describir el repertorio musical compostelano de piezas de esa época: la del esplendor de la polifonía y el contrapunto en la etapa renacentista.
Sentando cátedra, como Agustín de HiponaResulta además de sumo interés poner de relieve esta música histórica de Galicia, dado que la del medievo y el barroco suelen acaparar más atención.
Con todo, en este abordaje no queda al margen la sede catedralicia de Santiago, con su música y sus músicos y, más en concreto, con las melodías de los cantorales que hoy se conservan en su rico archivo musical, fruto de una historia que tiene su verdadero arranque en la segunda mitad del siglo XVI con la configuración de su capilla de música y la edición de sus Constituciones.
Figura capital para entender la llegada y expansión de la Orden por la archidiócesis compostelana es la del arzobispo Francisco Blanco de Salcedo, al que dedicaremos especial mención, así como a uno de sus predecesores, el prelado Gaspar de Zúñiga y Avellaneda.
Es un deber difundir todo "patrimonio invisible" que debe materializarse y convertirse en "tangible" y también "audible", en el caso de la música.

I. NOTAS HISTÓRICAS. Preclaros prelados.

La iglesia y el claustro de San Agustín, que tienen sus orígenes en el siglo XVII, son obra de Fernández Lechuga y se construyeron para la Orden de Agustinos Calzados en terrenos donados por el Conde de Altamira. En el siglo XIX, el antiguo convento, debido a la exclaustración, tuvo que ser abandonado por los monjes y pasó a tener diferentes usos. Ahora, cedido a los jesuitas, cuenta además con un Colegio Mayor Universitario que planifica numerosas iniciativas en la ciudad.
La Iglesia de la Compañía, a escasos metros, fue sin embargo el verdadero germen de la institución jesuítica en Santiago y, aunque ha pasado a ser sala de exposiciones y conciertos, tuvo una incesante actividad todavía en pleno siglo XX. En ella está el conjunto escultórico con la figura orante del arzobispo Francisco Blanco de Salcedo (1512-1581), realizado por el afamado maestro Mateo de Prado (ca.1614-1677).
El nombramiento de Blanco para regentar la sede arzobispal de Compostela cambió el rumbo de la vida en una ciudad en la que había variados temas sin resolver y en un momento de suma confusión a nivel social, cultural y eclesial, no solo en Santiago, sino en general, en toda Europa.
Francisco Blanco, hombre de gran formación, preclara lucidez y decidido ánimo, llevó a cabo una tarea nada fácil. Su llegada, junto con la de otros tres miembros de la Compañía, no fue bien recibida en algunos sectores. Existían ya en Compostela, plenamente asentadas, cuatro órdenes religiosas masculinas (franciscanos, dominicos, benedictinos y mercedarios) y otras tantas femeninas. Los jesuitas, volcados en la formación y en la promoción de colegios y universidades, mantuvieron algunas fricciones con el clero catedralicio, el ayuntamiento y las autoridades de la incipiente universidad compostelana. El peso de lidiar con todo lo llevó inicialmente el prelado Francisco Blanco. Su biografía está bien recogida por numerosos autores.
Palentino de nacimiento, su vida estuvo siempre ligada a la de la institución monárquica, con los diversos reyes que se sucedieron en la corona española. También entró en contacto con la Compañía desde muy joven y, aunque tuvo discrepancias con algunos de sus miembros, no solo se mostró fiel a ella, sino que también contó con su apoyo para numerosas empresas.
Realizó sus estudios en Salamanca y en el Colegio Mayor de Santa Cruz en Valladolid. Ordenado sacerdote en esta ciudad, ejerció como tal en la diócesis de León hasta que en 1556 fue nombrado obispo de Orense. De ahí partió a Roma para participar en la primera etapa del Concilio de Trento. Regresó y, en 1565, regentó la sede de Málaga, dejando notable huella, hasta que en 1574 fue nombrado arzobispo de Santiago.
Como muestra de su legado en esta ciudad todavía perduran señeras obras, derivadas de su gestión y su celo. El Hospital de San Roque, construido para albergar enfermos de peste bubónica, es todo un emblema y un referente de su preocupación por la urbe que le acogió hasta su fallecimiento.
De su acción pastoral destaca su afán por llegar a los fieles de todas las clases sociales, tanto dentro como fuera de Santiago. Era habitual que viajase por todo el territorio de la diócesis a él encomendado.
Asimismo, y quizás lo que más importe es el impulso que dio a una liturgia y a un canto a la altura del que se hacía en los mejores lugares de Europa y bajo las bendiciones de las directrices de Roma, emanadas del Concilio de Trento.
A él se debe la puesta en funcionamiento de las primeras Constituciones de la catedral que marcaron el ritmo de este templo y el del resto de catedrales gallegas a lo largo de más de dos siglos, con escasas modificaciones.
Dichas Constituciones ya habían sido elaboradas por su antecesor, el arzobispo Gaspar de Zúñiga y Avellaneda (1507-1571). Se conocen como las Nuevas Constituciones de la S.A.M. Iglesia de Santiago, rubricadas por Zúñiga el 21 de junio de 1569, con normas y disposiciones que, como se ha señalado, recogen en parte las dictadas por Trento, pero a la vez se acomodan a lo dispuesto en el Concilio Provincial Compostelano.
También Zúñiga había viajado a Roma y tenía contactos con la corona (era "Grande de España"), llegando a ser nombrado cardenal en 1570, siendo obispo de Sevilla. Su paso por la sede compostelana fue realmente breve, pero sin duda alguna, bien aprovechado.
Esas Constituciones quedaron firmadas, pero no impresas, según parece. De ahí que las conozcamos más como normas de Francisco Blanco -el impulsor de la edición- que de Zúñiga y Avellaneda. En lo que atañe al orden y normativa de la catedral son muy explícitas, por lo que sólo me centro en el apartado referido al régimen que marcó la vida musical de este templo.

II. NOTAS MUSICALES. Lúcidas "Constituciones" catedralicias

El título completo de dichas leyes es el siguiente: "Constituciones establecidas por el Ilustrísimo y Reverendísimo señor don Francisco Blanco, arzobispo de Santiago, juntamente con los Ilustres señores deán y Cabildo de la dichas santa iglesia, y con su consentimiento, para el buen gobierno de ella, ansí en lo que toca al servicio del altar y oficios de los prebendados y otros ministros como el Cabildo, y conservación de la hacienda de la mesa capitular".
Fueron reimpresas nuevamente en Santiago, en 1781.
La capilla musical de la catedral de Santiago estaba en plena fase de consolidación. Estas Constituciones contribuyeron a poner orden y concierto en cuestiones todavía no muy definidas.
Zúñiga las presentó al cabildo en 1569, pero su marcha de Galicia poco después, Sentando cátedra, como Agustín de Hiponaseguida de su inesperado fallecimiento en 1571, motivaron el retraso en ser conocidas. Su sucesor, el prelado Cristóbal Fernández de Valtodano, todavía ocupó menos tiempo la sede de Santiago (1570-1572). Así pues, fue Francisco Blanco de Salcedo quien retomó la puesta en práctica de las mejoras dispuestas años antes.
Entre los siglos XIII y XVI se fueron perfilando los aspectos organizativos de las catedrales, al igual que la de sus músicos, puesto que este arte es esencial para el culto y la liturgia.
Durante siglos en los templos imperó el canto a una sola voz: el conocido como "canto llano" o "canto gregoriano". En sus inicios se aprendía de memoria, pasando de unos cantores a otros sin mediación de la escritura. Esta, cuando comenzó a aparecer, ni era clara ni sustituyó a una rudimentaria e imprecisa grafía que, desde Guido de Arezzo se había ido desarrollando. Llegados al siglo XVI, y gracias a la imprenta, su difusión creció enormemente, lo mismo que la del canto para varias voces, es decir, la polifonía.
Tanto Gaspar de Zúñiga como Francisco Blanco en las citadas Constituciones apremian para que el maestro de capilla y los músicos cumplan con sus deberes e instan a que, entre otras disposiciones, se canten buenas y bellas obras que pongan a prueba la técnica y habilidad de sus miembros. Respecto a ello se señala en parte de sus apartados lo siguiente:
"En siendo nombrado por maestro de capilla jurará los estatutos como los otros canónigos, y que cumplirá y guardará los cargos [que] como a tal maestro de capilla se le ponen y se le pusieren al tiempo que fuere nombrado...".
"Ponga mucha diligencia en buscar y tener seis mozos de coro de buenas voces y habilidad para aprender (...), halos de tener en su casa y darles de comer y vestir y calzar decentemente (...), sean humildes y obedientes y bien criados (...). Hales de hacer leer y escribir y enseñar a cantar canto llano y de órgano, y contrapunto..."
"A su cargo está señalar lo que se hubiese de cantar; señalará lo que él y otros hubieren compuesto, como Jusquin, Morales, Logroño, Guerrero y otros muchos músicos famosos, para que los cantores estén diestros en todo género de música..."
A continuación, también se disponen indicaciones para los "ministriles" o instrumentistas que, por el siglo XVI e incluso antes -en el Códice Calixtino ya se cita su presencia- también intervenían en la liturgia del Oficio Divino, en la Misa y en las procesiones. A ellos se les insiste en que adquieran y mantengan buenos modales de conducta, pues no pocos eran laicos o estaban menos habituados a la rigidez del clero catedralicio:
"Los ministriles estarán con todo silencio en el lugar donde tañen: no tañan canciones profanas, y cuando tañeren y cuando fueren en las procesiones tendrán las gorras quitadas..."
No menos importante es el dato de que uno de ellos "que el Cabildo señalará, será obligado a enseñar los mozos de coro y acólitos que quisieren aprender, sin llevarles cosa alguna por ello".
De este modo se aseguraba la formación y, con ella, la tradición de excelencia musical, que siempre caracterizó la capilla de música compostelana desde sus orígenes y hasta fechas recientes. Esa formación no dependía tanto de manuales ni tratados de música impresos cuánto del empeño y el buen adiestramiento de los propios maestros de capilla y demás músicos de la catedral.
La misma excelencia busca ahora la "Orquesta de la USC2, atrayendo a jóvenes músicos, algunos en ciernes, que en estas fechas deben realizar las pertinentes pruebas para seguir siendo un referente en la ciudad y en el mundo universitario en general.

Pilar Alén, Profesora de la USC.
Alén, Pilar
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