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El gobierno de los pueblos

viernes, 01 de septiembre de 2023
Escribí en otras ocasiones la célebre frase de Giuseppe T. de Lampedusa en el Gatopardo: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie". Y en los pueblos, por desgracia, lo que ocurre es que, gobierne quien gobierne, las cosas no cambian o, si acaso, son imperceptibles. Se mira demasiado los privilegios de los señoritos, hay clanes familiares, se usan las influencias o el dinero para conseguir favores, se callan los abusos para evitar enemistarse, se margina o ensalza según el patrimonio de la persona, se destruye de la manera más sibilina al disidente, se crítica casi siempre con maledicencia, se da rienda suelta a los rencores personales y se mide la bondad y la maldad en función del patrimonio y la coincidencia con los propios valores. Evidentemente, dentro de la mediocridad tan abundante, tener personalidad, criterio o despuntar en cualquier faceta es acogido siempre con envidia u admiración según la afinidad ideológica.

En los pueblos se juzga a las personas valorando muchas cosas: El patrimonio, lo que gastas, a donde vas, con quien alternas, como vistes, a quien supuestamente votas, si asistes o no a misa y participas en actividades sociales... Y es la afinidad con los criterios del observador el metro para subir el pedestal de la vanidad. En esa sociedad mucha gente, de los que jamás se implican en nada, se levantan quejándose de la suciedad, de la barbarie nocturna, del aparcamiento del vecino, de la falta de luz... cuchichean de que los médicos, las fuerzas del orden, los funcionarios se pasan la vida en los bares..., pero muchos de esos mismos criticones, buscan su saludo para tenerlos de mano... Los miserables, tan abundantes, sonríen, invitan y les gustaría imitarlos. Decía Víctor Hugo: "La primera justicia es la conciencia". Mi opinión es que nuestros representantes, independientes de las siglas, debieran ser personas formadas y con criterio, con personalidad definida y sobre todo con voluntad de contribuir a ese bienestar común. Y, desgraciadamente, parecen no abundar. No, no es cuestión de tutores resabiados, con sus viejos resentimientos y errores, sino de abrir caminos con criterios de esperanza.

La falta de sensibilidad para solucionar problemas, que no entienden de siglas, son deficits que siguen como tales, porque éstas en realidad no cambian nada; y si queremos de verdad mejorar cosas, sólo las arreglan personas que, sopesadas y consensuadas las medidas, toman decisiones. Y eso requiere, no sólo valentía y templanza, sino realizar mejoras que favorezcan a la colectividad, aún a sabiendas de la labor de acoso y derribo que utilizan siempre las fuerzas opositoras.

A nadie medianamente perspicaz se le escapan esa vieja labor caciquil de acoso y derribo que sufren los ayuntamientos por parte de estamentos superiores y que demuestran que la pasión ideológica es un tremendo error que tanto daño hace a la política. En mi humilde opinión, el desprestigio de la política y la escasez de verdaderos líderes obedece a esa obcecación ideológica que tanto lastra la convivencia. Si muchas personas de nuestro entorno, que consideramos válidas, no se involucran en la política convendría saber el porqué.

Las personas están por encima de la política y las ideologías, siendo coherentes con los propios principios, no pueden ser compartimentos estancos que nieguen el diálogo y la búsqueda del bien común. Encerrarse en siglas es un error que no quieren reconocer. La famosa altura de miras tan cacareada es un cuento para los ingenuos. El respeto no es una medalla que cada uno se cuelga al cuello, sino una virtud que se practica.

En los pueblos se ganan las simpatías con la atención de sus problemas, no con ataques ideológicos que niegan el pan y la sal a sus adversarios. A los numantinos los vencieron con el hambre, pero el odio eterno subyacía. El abuso, la prepotencia y la chulería, se ve en la política a todo nivel, sólo genera resentimiento y es una lección para aprender a corregir.

Los pueblos son sus habitantes y éstos tienen las virtudes y defectos de cada uno de los mortales. No, no voy aquí a defender ninguna opción política, pero si a las personas que se presentan a las elecciones con la noble intención de mejorarlo. Siempre fui y seré azote de los sinvergüenzas que lo usan como trampolín para una vida cómoda. Las mejores lecciones siempre se aprenden de aquellos que, habiendo siendo grandes, se van con la maleta ligera de equipaje como diría mi admirado Machado.

Alentar, agradecer la labor de todos los que trabajan por el bien común es una recompensa al esfuerzo y a la lucha personal y ellos, al fin y al cabo, con sus ilusiones y limitaciones, se ofrecen al servicio público, que los demás vemos desde la barrera, y están dispuestas, aparentemente al menos, al sacrificio y a trabajar por nuestro bienestar. Y eso es de agradecer a todos.

Repito: todos tenemos ideología y un grave error es usar siempre esas gafas para ver la vida. Esta tiene muchos matices y en política es preciso aparcar diferencias para buscar practicidad. Y practicidar es llegar a acuerdos, buscar ayudas en la oposición, encontrar caminos para solucionar problemas, pedir favores, aunque cueste... Y a este respecto recuerdo como un alcalde se aliaba con su vecina, que significaba la oposición ideológica, y ambos encontraban soluciones muy buenas para su pueblo. Sólo les digo el pueblo gallego en cuestión es hoy admirado por su belleza y sus logros. Cada personaje lo quería a su manera.

Un pueblo es una meta común de sus habitantes, es el resultado de su esfuerzo o comodidad, de su apatía o dinamismo, de su verdadero amor o de su indecente vivir zombi. En todos los pueblos hay criticones habituales, trabajadores honestos, oportunistas y vividores, generosos embarcados en labores sociales y comodones egoístas, esforzados luchadores, fantasmas y respetables pensadores... Y en nuestros ayuntamientos está reflejada la realidad social. El hecho de que nos parezca mejorable la corporación es el camino que se nos brinda para que aportemos nuestro grano de arena.

Lo que resulta patético son los viejos caciques que viven como narcisos, que se niegan a envejecer y viven sin autocrítica. Esos que, llevados de su vanidad y orgullo ser erigen en nuevos ídolos. Por eso conviene recordar a Umberto Eco hablando de ellos: "La verdadera sabiduría no es destruirlos, sino no crearlos nunca".

Hoy los ayuntamientos son nuevos y bien haríamos todos en respetar a las autoridades y colaborar con ellas sin la pasión ideológica que muchas veces aportamos; bueno sería dejarles trabajar, pero también exigir soluciones; bueno es comprender limitaciones, pero no callar ante la dejadez de su funcionamiento; permisible puede ser tomar café, pero no abandonar las funciones... y hay una cosa cada día más negativa: nadie asume responsabilidades, nadie da soluciones, nadie arregla los problemas. Hay un teléfono y no lo cogen; requieren a la policía local y está ocupada; hay una avería en la calle y te contestan ya avisaremos, pero a los tres días está igual... Hay un buzón de quejas ciudadanas y como quien oye llover. Lo que no se usa se atrofia y si el buzón funciona, quizás la mente pueda detectar los problemas, pero de lo contrario, sólo se encuentra frustración. Así se fomenta el malestar cívico, que es el mayor enemigo de la democracia.

Así que suerte, superen diferencias ideológicas tan nefastas, trabajen por el bien común venga de donde venga, únanse para realizar demandas, aprendan a convivir con respeto mutuo, ayúdense en compartir buenos proyectos y sáquenlos adelante porque eso es lo que requiere el ciudadano. Y por favor, tengan personalidad, que no soberbia, y olvídense de tantos aduladores de su propio partido y de sus demandas. Si el pueblo lo puso a usted ahí, es porque le inspira confianza. Y, por favor, no nos defraude.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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