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De Gilipollas e ilustrados

martes, 01 de agosto de 2023
A mi amigo Pepe Ricoy en estos duros momentos.

Me decía ayer un amigo que cree que tiene un cartel en la frente donde pone: GILIPOLLAS. Por mi parte, le confesaba que nosotros, mi mujer y yo, tenemos un imán, premio de alguna tómbola, para que todos los fantasmas, presuntuosos, genios del yo y similares, además de los consabidos enfermos de mil cosas, nos cacen todos los días detallando miles de dolores, batallas, éxitos de toda índole, a cada cual más absurdo e inverosímil, para convencernos de sus grandezas y virtudes. Y si eso no fuera poco, raro es quien se preocupa de nuestro bienestar para detallarnos con pelos y señales los problemas que tiene y como le duele un callo de un pie o cuanto gastó en una limpieza de boca. ¿En qué parte de nuestro cuerpo está escrito que tengan licencia para obsequiarnos con tanta estupidez?.

Ya hace mucho tiempo que me doctoré en paciencia, silencio, estupefacción, ignorancia, asombro, y, sobre todo mucho aguante, ante las afirmaciones enfáticas y absurdas vanidades con que me obsequian y disfrazan sus mentiras. Eso me produce un malestar tal que me hace dudar sobre el valor de la educación cuando ésta me obliga a reprimir mi opinión en aras de un respeto que no usan conmigo. Resulta evidente que a mi también me vieron el cartel de gilipollas. Me percato que me enseñaron educación y eso conlleva comprensión, pero generosidad sería darme vacaciones de tanta paliza. Toda esa amalgama de cretinos debiera de diluirse entre la gente y no concentrase sólo en nosotros por una razón muy sencilla: La contaminación. Puedo aprender a hacer lo mismo, pero mis ilusiones están en las antípodas de las de ellos.

Los que ya somos viejos creíamos en muchas cosas que la vida nos ha ido arrebatando. Antaño nos hablaban de valores como la honestidad, la sensibilidad, la gratitud, la humildad, la prudencia, reconocer errores, la responsabilidad, la empatía, la solidaridad, la voluntad... y todo eso hoy no está de moda. Vivimos en el reino de la falacia; la sensibilidad se refugia en la poesía; la gratitud, en un mundo de tantos egos no tiene humildad para reconocer el valor ajeno; la prudencia se convirtió en osadía; de la responsabilidad se huye; la empatía nos vuelve olvidadizos con las mujeres maltratadas y los emigrantes; la solidaridad es una foto antigua de tiempos donde no había tanto individualismo; la voluntad dura hoy un cuarto de hora... y reconocer errores, con la grandeza que conlleva y lo que nos humaniza, casi no se usa.

Cierto es que la sociedad habla de principios, pero para mi son descafeinados, demasiado desnatados. Dios, aquel ser maravilloso que tanto respeto nos producía en nuestra infancia, vuelve a ser el becerro de oro y campa a sus anchas sin control ni freno. Hemos hecho de la avaricia la madre de nuestros desastres y la razón del desequilibrio social, del cambio climático, de las guerras y miles de penalidades. Hemos permitido, por comodidad y apatía, que esta sociedad esté abocada al abismo. Vivimos como idiotas porque somos idiotas y no hay más que ver nuestras incongruencias

Y así, hace mucho tiempo que la vida me enseñó que el dinero ha contaminado todos los principios y hoy abre las puertas para comprar todo lo que encuentra a su paso, desde conciencias, vidas y haciendas, hasta títulos universitarios. Así que me van a perdonar si les digo que, a diferencia de otra gente que tiene fe, esperanza y esas cosas tan bonitas, yo creo muy poco en el ser humano.

La deriva actual a mi no me ofrece tan buenas expectativas.¿ Quien va a cambiar esto? La clase política no genera ningún consenso y los intelectuales escasean. En esa atmósfera crematística y de vulgaridad, observo como medra desaforadamente la autoestima de los autoproclamados ilustrados quienes, descartando la humildad, el pudor y la prudencia, viven en los pedestales de la vanidad, exhibiendo títulos y honores, ajenos a la realidad social. Ni que decir tiene que hay honrosas excepciones de verdaderos cultos, pero detrás de ellos existe una enorme cantidad de mediocres formados en los talleres de chapa y pintura de las universidades mercantiles. Y conviene aquí resaltar que hoy la cultura no es patrimonio de una élite social, ni tampoco de una burguesía ilustrada con el periódico, sino que la auténtica no entiende de clases sociales y vive en la discreción y humildad que siempre acompañó a los verdaderos sabios.

Vivimos tiempos de individualismo atroz, de apatía y desidia generalizada, de conformismo cómodo, de esperar que sean los demás los que nos arreglen los problemas, de someter cualquier análisis a las antiparras ideológicas... y así no avanzamos.

Y les digo a ustedes que tengo miedo. Miedo a este mundo absurdo en que me muevo, donde el traje de un perro es más importante que dar de comer a un niño, donde la ostentación es la pantalla de los miserables, donde se usa el dinero como medida de la calidad humana, donde se compran futbolistas par ingentes cantidades de dinero mientras los ancianos comen bazofia en las residencias. ¿ Hay alguien que encuentre lógica en este tipo de vida?

Me niego a vivir de ese modo porque de ahí a la estupidez no hay siquiera un paso. Mis congéneres miran mucho fortunas, honores, títulos y otras vanidades, pero quienes vivimos sin mercadeo de ningún tipo, quienes no valoramos a las personas por los títulos ni su clase social, quienes vemos en el dinero sólo una herramienta para la vida, quienes valoramos más, porque nos hace felices, la sencillez y la bondad de los humildes, quienes nos rodeamos de personas generosas ajenas a esas vulgaridades, quienes aprendemos de los verdaderamente cultos, quienes buscamos caminos de luz entre los escondites de la vida, sólo necesitamos paz, sosiego y que nos dejen en paz.

Ellos, esos mogollones de fantasmas y mentirosos que la vida nos muestra cada día, pueden llenar curricula con estudios avanzados, pueden comprar másteres en las tómbolas sacacuartos de las universidades privadas; pueden ser los reyes del mambo en cualquier tiempo y lugar, pero nosotros sólo aplaudimos a los verdaderos y admirables, entre ellos miles de jóvenes científicos. Pero claro eso es harina de otro costal y viven, gracias a su esfuerzo, en un mundo muy ajeno al nuestro. Es de lo poquito que merece mi confianza.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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