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Montaña de las Tabaibas

miércoles, 23 de agosto de 2023
Dedicado a Manuel Ángel Sánchez Santana, estimado amigo, exalumno del CEIP Esteban Navarro Sánchez al que guardo especial aprecio, miembro fundador del colectivo Turcón, senderista activo de quien he aprendido que no hay distancia en el camino cuando la pasión por la aventura y la voluntad en realizarlo son inquebrantables.

Montaña de Las Tabaibas. La toponimia en este caso no puede ser ni más clara ni más precisa. Cuando observamos desde la carretera GC-100, la antigua vía que desde Telde nos acerca a Ingenio y Agüimes por el interior, el perfil de esta montaña nos sorprende con su cara norte cubierta de un hermoso y denso manto de tabaibas. La imagen no puede ser más reconfortante, pues esa cubierta vegetal se extiende con la misma orientación por la ladera del barranco que la circunda por su vertiente norte, identificado cartográficamente como cañada de Lomo Cabral, una de las cañadas y barranquillos tributarios del barranco del Draguillo.
Se trata de un cono volcánico surgido en el borde mismo de este barranco. Como referencias cercanas de volcanes aislados encontramos, hacia el norte la montaña de María Ojeda y hacia el sur la montaña de Malfú. Los tres conos con una alineación norte sur.
Para acceder a la montaña de las Tabaibas podemos hacerlo por cualquier lugar pues la accesibilidad a la misma no entraña mayor dificultad, si acaso la cara sur es la que presenta mayor pendiente y el inconveniente añadido de transitar entre tuneras indias, pero aún así la dificultad no es notable. No obstante, hay dos vías muy cómodas y prácticas que nos llevarán a la cima de la montaña en apenas diez, quince minutos.
La primera la encontramos iniciando la senda en la carretera GC-100. Si nos acercamos en transporte público, disponemos de una parada frente a la montaña de Las Tabaibas, de la Línea 35 de GLOBAL, la que efectúa el recorrido Telde Agüimes. Si lo hacemos con vehículo propio, siempre es mejor compartido, podemos detenernos en el borde de la carretera en zonas apropiadas donde no se obstaculice el tráfico. Una pista de tierra nos lleva desde la GC-100 hasta la montaña, cómoda senda sin desnivel alguno que se dirige a su encuentro rodeando el cono por su cara sur. Caminaremos entre antiguas zonas de cultivo, recolonizadas poco a poco por tabaibas amargas. Aulagas, balos, verodes, espinos de mar, son las especies más habituales que acompañan a este incipiente tabaibal, tabaibal que observamos a ambos lados de la pista de acceso a la montaña.
Nos sorprende, al llegar al pie de la misma, la existencia de una galería. Curioso, accedo a su interior, pensando en una cueva o en la improbable posibilidad de una galería de agua, pero observo que a una veintena de metros el túnel, tras un corto repecho, sale de nuevo al exterior. Sabré luego, tras la búsqueda de información referente a las infraestructuras militares teldenses, que este túnel se fabricó con la intención de servir de polvorín a las baterías antiaéreas que coronaron la montaña.
Alcanzada la salida de la galería -alerto sobre el peligro derivado de posibles desprendimientos de grandes piedras del techo, pues las que se observan sobre el suelo dan fe de ello, por lo que es de recibo desaconsejar el tránsito por el interior de la misma-, apenas unos metros de ascensión y nos encontramos en la meseta que corona la cima. Esta subida la hago sobre un suelo rocoso, entre plantas que prosperan perfectamente adaptadas al sustrato. Es aquí donde, entre una cubierta verde de hermosos y grandes ejemplares de tabaiba dulce, se ubica un buen número de estructuras de defensa militar. Existe una antigua pista que accedía a la cima de la montaña. Posiblemente se trazó con el fin de facilitar el trabajo de excavación y dotación de estas infraestructuras de defensa, de aportar eficiencia y rapidez en la construcción de dicha estructura militar. Abandonada desde entonces, se intuye su trazado, pero la flora autóctona ha invadido por completo la precaria pista, desdibujando su anchura y devolviendo la armonía y cobertura vegetal a la montaña.
Al igual que la montaña de María Ojeda, el derrame lávico sucedió en dirección a la costa. Esto dio lugar a una plataforma lávica que se extiende varios centenares de metros y que presenta una elevación secundaria reconocida cartográficamente como montaña Colorada. Como tratamos de dar visibilidad a todos y cada uno de los conos volcánicos presentes en el municipio teldense, a esta montaña le dedicaremos el próximo artículo.
La altitud de la montaña de las Tabaibas es de 181 metros y en su cima se conserva, como ya hemos apuntado, un conjunto de trincheras, baterías, nidos de ametralladoras y depósito de munición.
Cuatro emplazamientos de baterías antiaéreas, dos nidos de ametralladoras y una red de trincheras que permitía el movimiento protegido de soldados y artilleros por estas estructuras. Las trincheras, aunque con altura suficiente para garantizar la seguridad de sus defensores, son estrechas, permitiendo a duras penas el paso de una persona. El abandono y la presión ejercida sobre las paredes a causa del avanzado deterioro, hace que actualmente por algunas sea imposible transitar por la estrechez del espacio resultante. Este conjunto de baterías, por su orientación y distribución estratégica, garantizaba la cobertura del espacio aéreo y terrestre en todas las direcciones posibles de la extensa llanura de Gando.
El territorio que rodea esta montaña es diáfano, semeja una gran llanura con lomas muy suaves y barranquillos abiertos y poco profundos, un lugar idóneo para ubicar este tipo de instalaciones militares. Este emplazamiento fue construido en plena segunda guerra mundial con el objetivo de evitar posibles invasiones o ataques de los aliados, formando parte de toda una red de intervenciones en lugares estratégicos -montañas esencialmente-, con el fin de asegurar la defensa de la isla. Así, en varios conos volcánicos de esta zona: Cuatro Puertas, Las Huesas, Taliarte, María Ojeda, Tabaibas, Los Vélez, Gando se conservan complejas estructuras bien diseñadas y terminadas, aunque no bien conservadas, pues el abandono, desidia y ostracismo sobre estos emplazamientos es la tónica habitual que encontraremos en la mayoría de ellas. Se dispusieron baterías antiaéreas en Taliarte, Gando, Tabaibas, Los Vélez y Arinaga y otras estructuras más simples, nidos de ametralladoras y trincheras fundamentalmente en Cuatro Puertas, Las Huesas, Marías Ojeda, lugares donde, o bien se encuentran en condiciones de abandono absoluto o bien se iniciaron en su momento las obras necesarias para acondicionar los terrenos con esa finalidad militar, pero -las razones las desconozco-, no llegaron a culminarse.
Volviendo a la montaña, sobre su cima, grandes tabaibas dulces señorean el espacio llenándolo de verdor. El suelo está cubierto de pequeñas plantas como la sapera (Frankenia laevis), el incienso menudo (Artemisia thuscula) o la turmera (Heliantemun canariensis)
Nada de basuras observo en la montaña. Se encuentra limpia, si acaso un bidón grande de PVC roto, abandonado junto al camino de acceso a la montaña, recuperable como residuo plástico pues se trata de una pista de tierra a la que se accede desde la carretera GC-100 y se encuentra a un centenar de metros de dicha vía. Aprovecho para poner en valor las limpiezas periódicas manuales -que no se hacen y son tan necesarias-, de los escasos residuos que hay en estas zonas poco transitadas.
Siguiendo mi costumbre habitual de realizar una lectura del paisaje en todos y cada uno de los conos volcánicos, desde la montaña de Las Tabaibas, en orientación norte, se observa una imagen única del cono fisural de Cuatro Puertas, por su grandiosidad geológica y arqueológica y su cercanía A su derecha se eleva la montaña de María Ojeda y ningún otro elemento geomorfológico ni de litoral observamos pues la altura de Cuatro Puertas, con sus 318 metros de altitud, hace que esa montaña se convierta en todo el horizonte visible.
Aproximo la vista en busca del barranquillo que se encuentra al pie de la montaña, la cañada de Lomo Cabral, que discurre ente la falda norte de esta montaña y el Lomo Cabral. La depresión que hay tras este Lomo corresponde a otro barranquillo, el barranquillo de Casquete, una suerte de barranquillo que, tras Lomo Cabral, sirve de confluencia de otros tres barranquillos: barranquillo del Lagar, barranco de La Piletilla y barranquillo de los Ovejeros. Pobre es la vegetación observada sobre Lomo Cabral, la Cuesta de Quintana, el Llano de Silva y Chardo Aday. Todos estos espacios han estado cultivados en el pasado y sus suelos se encuentran empobrecidos, carentes de los nutrientes necesarios para una recolonización inmediata por la vegetación propia del lugar. Solamente en las laderas, cauces de los barranquillos y junto a los muros de piedra que garantizaban que los bancales no perdieran su preciada tierra con las ocasionales lluvias, las plantas autóctonas hacen acto de presencia.
Mi vista disfruta observando cómo, en esta pared de la montaña, el tabaibal se conserva en buen estado. Y mis pies se mueven tras la mirada invitándome a disfrutar de su vegetación, caminando entre ella. Deambulo así por un tabaibal mixto, de tabaiba amargas y tabaibas dulces con presencia de cardones que coronan el morro y las riscaderas que se asoman a la ladera, con excelentes ejemplares de las tres especies de euforbiáceas y de otras plantas asociadas al tabaibal. Pienso que el buen estado del tabaibal es la razón primordial que justifica el hecho de encontrarse escasos ejemplares de tunera india en esta ladera.
Dirigiendo la vista al oeste, lo conos volcánicos de El Gallego, Topino, montaña de La Majada y montaña Herrero forman el primer cinturón de volcanes, más allá, sobre los dos últimos, se observa una parte reducida de las cresterías cumbreras. A mitad de los llanos, por debajo de la carretera GC-100, observo la línea de torretas de media tensión, pintadas en coloración alterna de rojos y blanco. Es fácil seguir su trazado pues se identifican con claridad desde la montaña de Ruano, aunque aguzando la vista vislumbro otras más lejanas, sobre Lomo Pollo, elevándose en la ladera izquierda del barranco de Silva. Visualmente, sigo su camino hacia el sur, hasta perderlas de vista tras la ladera oeste de la montaña de Malfú.
Aprovecho esta deriva visual en el seguimiento de las torretas para realizar la lectura del paisaje en esta dirección, orientación sur. Observo la loma de esta montaña y constato como un incipiente barranquillo nace a los pies de la misma. Ni siquiera tiene nombre pues, de escaso recorrido, se une al pie de la montaña con el barranco del Draguillo. No quiere decir que carezca de entidad y merecerá mi interés y tiempo cuando comience algún día la serie de barrancos tributarios. Esta ladera sureña, en otro tiempo estuvo cultivada, salvándose del aterrazamiento sólo la zona rocosa de la cúspide, un proceso similar al llevado a cabo en la vecina montaña de María Ojeda. Vestigios de su pasado agrícola los encontramos en los muros que aún se conservan, en los restos de otros que yacen esparcidos por efectos de la erosión y el abandono de los terrenos que protegían y que hoy observamos tapizados de pequeñas piedras y en las rudimentarias canalizaciones para acercar el agua. El agotamiento del suelo hace que nada crezca en su mayor parte, sólo algunos manchones de tuneras indias pincelan de verde el secarral imperante. A ellas se unen ejemplares dispersos de balos. Arriba, en la zona rocosa no cultivada, la tunera india es la especie dominante. Observar conejos es muy fácil aquí. Caminamos por cualquier espacio abierto y veremos la cola blanca alzada de los lagomorfos zigzaguear ladera arriba o ladera abajo. También es habitual la presencia de cernícalos acechando insectos y pequeños lagartos.
Sorprende, si hemos caminado el barranco del Draguillo aguas arriba, las enormes paredes basálticas que flanquean ambas caras del barranco. Es el resultado de un cauce abierto a fuerza de agua, agua que arrastró los materiales desprendidos y dejó a su paso paredes de muchos metros de altura. Extraña pues que a la altura de la montaña de las Tabaibas y la montaña Colorada, el barranco pierda estos paredones rocosos y que apenas se perciban sus laderas, que pertenecen a ambos conos volcánicos, para desaparecer luego y discurrir sosegado y calmado en la gran llanura de Gando, planicie aluvial cuyo barranco ayudó a formarse.
Es a la altura de esta montaña donde se encuentra, en un lateral del cauce del barranco, una treintena de colmenas bien ubicadas, pero sin enjambres. El silencio se une al abandono que de las mismas. Desconozco las causas de la inexistencia de abejas, pero preocupa su ausencia.
Al otro lado de la barranquera y del barranco, en el espacio llano sustraído al barranco del Draguillo, toda su superficie se encuentra cubierta de invernaderos dedicados al cultivo de plataneras, que se prolongan hacia la costa ocupando las lomas del barranco de El Cardonal, La Montañeta y El Cardonal. Estas superficies de cultivos bajo plástico tienen su continuidad en en las Casas de Benítez, La Horgaleza y Casas de Solís, todas ellas en el término municipal de Ingenio
Desde aquí se disfruta, espléndida, la montaña de Malfú -Marfú, Marfuz, Marfús, Malfús, son diversos términos registrados para dicha elevación en diferentes cartografías, documentos y artículos consultados-. Lo cierto es que, observada desde aquí, su atractiva silueta invita a un buen paseo partiendo de esta cima y culminándolo en la cruz que corona la montaña de Ingenio.
A la derecha de la montaña de Malfú, ocupando los llanos que presentan suave inclinación, el pueblo de Ingenio se extiende compacto y blanco. Hay armonía en la imagen que oferta y entre sus casas cuidadas y albeadas, destacan las torres de la iglesia dedicada a su patrona Nuestra Señora de la Candelaria.
A la izquierda de la montaña observo, en la costa, la montaña de Arinaga. Más próximas e igualmente en el litoral, con alturas más reducidas, se elevan las montañas del Infiernillo, de la Cerca y del Camello.
A diferencia del tabaibal presente en la cara norte, la cara sur de la montaña está cubierta, casi al completo, por manchas dispersas pero tupidas de tunera india. Es cierto que entre sus ejemplares aún se observa la presencia de bejeques de flores blanquecinas (Aeonium percarneum) y ejemplares de veroles, balos y tabaibas amargas, pero es la tunera india la que avanza inexorablemente en la colonización de esta ladera, colonización que se extiende por toda la falda hasta ocupar una buena parte de la cara sur de la montaña Colorada.
Llevando la mirada al naciente, la costa de Gando y las llanuras que se extienden sin discontinuidad alguna hasta Vargas conforman el paisaje que se nos muestra en el litoral. Es en esta dirección por donde desciende suavemente la loma de la montaña hasta alcanzar la montaña Colorada. En el trayecto, dejando a mi espalda las baterías militares, observo un estanque a cielo abierto en buen estado. Es cierto que el abandono al que está sometido ha provocado un incipiente deterioro en sus muros y que, antes o después, tanta desidia arruinará la seguridad y estanqueidad de su obra, pero no es menos cierto que su interior mantiene aún el albeo de cal que en su día impermeabilizó sus paredes y uno alberga, cándidamente, la esperanza de que, en algún momento, alguien ponga en valor estas obras de alto valor etnográfico,
Me detengo entonces y reflexiono a propósito del estanque. ¡Cuántas obras e instalaciones relacionadas con el mundo agrícola, con la extracción, uso y distribución de las aguas, con los cultivos y las estrategias empleadas para sortear las dificultades de la orografía se han creado en este municipio y en el resto de la isla y están a punto de perderse o se han perdido ya!
Duele porque se ha invertido muchísimo dinero y un esfuerzo enorme en levantar tales infraestructuras. Duele porque con la pérdida del trabajo de toda una generación, del fruto cosechado en forma de valiosísimas infraestructuras tras labores titánicas e impagables -interminables muros de piedra para sostener tantos bancales, despedregado de todos esos terrenos, canalizaciones increíbles en lugares imposibles para llevar el agua a los cultivos, presas, gavias, estanques…-, se nos escapa la posibilidad de plantearnos algún día la tan necesaria, es cuestión de supervivencia, soberanía alimentaria. Duele porque todo el conocimiento asociado a usos, costumbres y prácticas constructivas, a la tierra y al trato a la misma y a la gestión del agua como bien de valor inapreciable y que por tal razón nuestra gente buscó, mimó, aprovechó y reutilizó, desaparece con las últimas abuelas y los últimos abuelos que trabajaron en ello y/o vivieron su importancia, bien por necesidad, bien por convicción. Duele porque jamás la dependencia del exterior en cuestiones de alimentación y, otro recurso esencial para la supervivencia, el agua -no olvidemos que sin suministro energético no hay proceso potabilizador-, ha sido tan grande. Duele porque en este tránsito -que lamentablemente discurre a velocidad de vértigo-, perdemos nuestra identidad. Ciertamente duele y duele mucho. Aún es más intenso el dolor cuando constatamos con tristeza que a muy pocas personas importa.
Desaparecen los estanques -Las Huesas, Salinetas, montaña de El Roso, montaña de Las Tabaibas, Cuatro Puertas, Cruz de La Gallina, Jinámar, Melenara… podría seguir con todos y cada uno de los espacios agrícolas teldenses en el pasado-, uno tras otro, y a nadie le importa.
Desaparecen los canales de riego, las casetas de distribución del agua, los acueductos… y a nadie le importa.
Desaparecen los bancales, al desaparecer los muros de piedra seca que retenían las fértiles tierras de cultivo que con tanto esfuerzo y dinero llevaron a cabo generaciones anteriores y a nadie le importa.
Desaparecen las presas o se convierten en depósitos de escombros cuando no se arruinan directamente sus paredes o cimentaciones -como vimos en la ladera este de la montaña del Roso, en Gáldar recientemente y en otros puntos de la isla-, y a nadie le importa.
Hago uso del extraordinario y esclarecedor artículo de don Jaime González Gonzálvez: “Presa de Mister Leacock (Gáldar): Degradación ecológica, paisajística y cultural” para refrendar mi aserto. Un bien etnográfico registrado en el catálogo arquitectónico de Gáldar que de nada le sirvió tal reconocimiento para su conservación. Lo mismo sucedió -según la misma fuente consultada- con la presa de Doña Amalia en Arucas, que la han convertido en escombrera. Mismo fin han tenido las presas del Rosario, la presa de San Lorenzo… Es indignante la ceguera de muchos gobernantes a la hora de autorizar el desmantelamiento de aquellas obras que nuestros antepasados consideraron vitales para el suministro del agua a la población y a la agricultura. Nadie que conozca mínimamente la realidad insular, la pluviometría, las tendencias derivadas del cambio climático arruinaría los enormes almacenes de agua que suponen tales infraestructuras, nadie que piense en clave de futuro, nadie con sentimiento de servicio a la población, pero no es el caso de muchos mandatarios que haciendo oído sordo a aquello que es evidente, sí lo permiten.
En fin, tras esta preocupante reflexión, seguiré con la montaña y el placer de recorrerla y vivirla. Como con otros muchos espacios, estas palabras permitirán que no queden en un simple recuerdo.
Sigo caminando por la loma, recorriendo el camino de la lava, en busca de un gran goro que observo en el repecho de la montaña Colorada. En el camino paso junto a los restos de dos precarias edificaciones, posibles cuarterías, sin techo y con sus muros arruinados. Me llama la atención un curioso cierre perimetral pues, sin valla alguna que hipoteque el paisaje del espacio transitado, lo están llevando a cabo con una plantación de esquejes de Euphorbia candelabrum. Es cierto que es una especie introducida, presente en múltiples jardines y que al ser humano le gusta jugar con el azar o la ignorancia a la hora de introducir especies foráneas en cualquier lugar, pero la realidad es que la plantación está siendo exitosa y han prosperado un buen número de ellas, algunas florecido y fructificado -ver fotos que acompañan el artículo-. El néctar de sus flores atrae a una cantidad importante de hormigas que cubre con sus cuerpos en movimiento prácticamente de negro, el color amarillo de las mismas. Se trata de una planta frecuente en jardinería y es, precisamente por su fortaleza y resistencia a la sequía, idónea para este futuro cierre perimetral. Observándola detenidamente, se trata de una planta que comienza como una columna vegetal que irá fortaleciéndose como tallo y ramificándose con la edad hasta conseguir finalmente una forma pseudoarbórea -en situaciones favorables puede alcanzar alturas increíbles (hasta veinte metros), aunque lo habitual es encontrarla en jardines públicos de la isla con alturas de entre tres y cinco metros-. Aquí, en la ladera norte de Rosa Damián, entre la montaña de las Tabaibas y la montaña Colorada, las plantas son jóvenes, no así las plantas madres de donde proceden, pues en la misma finca, en la cañada de Lomo Cabral, las Euphorbia candelabrum presentan varios niveles de ramificación y alturas cercanas a los cinco metros. Curiosa novedad la del uso de esta Euhorbia, pero la utilización de plantas foráneas para delimitar fincas no es nada nuevo. De todos es conocido el uso de diferentes especies de pitas y de tuneras para realizar similar función. También lo fue el uso de palmeras canarias y tarajales, incorporando de tal modo la flora canaria al paisaje agrícola de las medianías y la costa teldense.
Es esta senda, la orientada al este, la segunda opción que propongo para acceder a la montaña de las Tabaibas, partiendo de la urbanización Ojos de Garza. De suave perfil, la loma nos aproxima a la montaña Colorada en primer lugar y luego, bordeándola por su cara norte, a la montaña de las Tabaibas. Les aconsejaría subieran por aquí, pero, con el estado deplorable -por los abundantes vertidos- que presenta el cauce del barranquillo de El Cardonal, al cruce con la carretera, y el estado actual de la destrozada pista que asciende entre cárcavas, tierra y piedras sueltas -resultados demoledores de las motos y quads que revientan el suelo a su paso-, hasta ambas montañas, no me animo a recomendársela.
Prefiero la imagen bucólica que se llevarán accediendo desde la GC-100, al menos hasta que las autoridades responsables del control e identificación de este tipo de personas irresponsables y sus vehículos, así como de los residuos incontrolados existentes en la zona, hagan su labor de detección, limpieza y vigilancia. No nos cansamos de repetir que, una vez sancionado alguno de estos irresponsables que vierten con asiduidad -definiría tales acciones como terrorismo paisajístico pues muchas veces dañan irremediablemente el espacio donde son arrojados-, escombros y desechos industriales, o aquellos insensatos, verdaderos caraduras que no respetan la propiedad privada con sus quads y sus motos, destrozando a su paso pistas y caminos, los demás infractores se cuidarían de no llevar a cabo acciones tan ilegales como poco afortunadas. Pero para que esto suceda hay que extremar la vigilancia e implantar rigor en las sanciones impuestas y para ello son necesarias directrices y políticas firmes y cuesta llevarlas a cabo.
Una vez observada la cumbre del cono, realizadas las correspondientes lecturas del paisaje, me gusta perderme por sus laderas. Es así como uno puede sorprenderse con algún elemento visual distinto. Es necesario para ello abandonar las sendas y pistas habituales y dejarse llevar. La cara sur de la montaña descansa sobre el barranco del Draguillo. Recorro su cauce, el objetivo es observar la ladera de la montaña y explorar las cuevas presentes en la misma, si las hubiere. Es curioso el paseo. Deambulo en un mundo de silencio, barranco abajo, observando a mi derecha, sobre la ladera, un manto continuo de invernaderos donde prosperan cultivos de plataneras. La necesidad hídrica de estos cultivos es tal que no solo escucho los caudales del agua en pleno proceso de riego, sino que observo pequeñas pérdidas en los bordes de los invernaderos que alimentan, bien en superficie, bien a través del subsuelo, las raíces de las plantas autóctonas más cercanas. En ningún otro lugar he visito tan exuberantes las verdes copas de los balos (Plocama pendula) ni los tamaños inusuales de los verodes (Senecio Kleinia). Tanto es así que algunos ejemplares de verodes -soberbios arbustos con pretensiones arbóreas-, se parten por la mitad, incapaces sus troncos de soportar el peso de tanta rama y follaje.
Presto mayor atención a la margen izquierda del barranco, allí donde el cauce socavó la ladera de la montaña. No es difícil identificar dos cuevas. Para acceder a la primera es necesario un pequeño destrepe. Una vez a sus pies corroboro su uso como goro en el pasado. Actualmente el techo de la cueva ha sufrido importantes desprendimientos y se encuentra arruinado en buena parte. Da un poco de respeto adentrarse en ella y por supuesto desaconsejo hacerlo. Observando la ladera de enfrente, a esta altura se une el cauce del barranco de Aguatona, cauce que aporta sedimentos calcáreos que tendré algún día que observar su procedencia pues, al igual que los vertidos existentes en las zonas de barrancos limítrofes con industrias de materiales para la construcción, también aquí una sustancia recubre los callaos y el fondo del cauce con concreciones blanquecinas. Un poco más abajo, varias fugas de agua en una canalización sugieren que las costras tengan su origen en la presencia de sales y sea esta la razón de tales depósitos y cristalizaciones de materiales calcáreos. Junto a los rabos de gato que pueblan el cauce, varios ejemplares de juncos (Juncus acutus acutus) delatan la existencia de permanentes humedades.
La segunda cueva, próxima ya la base de la lomada de la montaña orientada al este, es mucho más amplia. Con piso de cemento, varios corrales en precario estado revelan su anterior uso ganadero. Tubos galvanizados, hormigón y chapas procedentes de bidones abiertos sirvieron para preparar dichos corrales. Fue necesario mucho esfuerzo para crear los muros ciclópeos que observo en la entrada de la cueva. Se conservan en buen estado, no así el techo de la cueva pues su parte más saliente comienza a desmoronarse.
Tuberías abandonadas, atarjeas rotas, no hay duda alguna que este enclave tuvo importancia en su día como recurso ganadero.
Es posible que guarde relación con el enorme goro que se levanta en la montaña Colorada que se encuentra a la vista, a escaso centenar de metros de esta cueva.
Escruto someramente los paredones lisos que se encuentran a pie de montaña en este tramo del barranco. Son paneles de roca lisa, semejantes a los que he visto en el barranco del Draguillo y en el barranco de Balos. Aquellos lucen grabados aborígenes de diversa tipología y motivo. ¿Por qué estos no?
No soy yo de encontrar nuevos yacimientos arqueológicos ni lo pretendo, pero no dejo de reconocer que, a pesar del cartografiado y registro de todo el patrimonio arqueológico de la isla, la prensa nos sorprende a menudo con nuevos vestigios, inexplorados yacimientos de nuestros ancestros. Yo, mero observador, ni siquiera sé cómo y dónde buscarlos, pero espero que este artículo sirva, al menos, de invitación a los arqueólogos y/o aficionados a los grabados y otras evidencias prehispánicas a recorrer la zona con el afán del descubridor, pues el lugar es idóneo para recorrerlo y disfrutarlo. No olvidemos que muy cerca de aquí, barranco del Draguillo arriba, se encuentra un conjunto arqueológico de gran interés con cuevas vivienda, cuevas funerarias, túneles, silos-graneros y grabados, tal y como recoge la Guía del patrimonio arqueológico de Gran Canaria en la página 137, apartado 7.2 referente al Draguillo.
Me siento junto a la cueva, de espaldas a ella, con el objeto de observar el paisaje que se presenta frente a mí. Sé que me encuentro en el límite municipal, la extensión cultivada que observo corresponde a la zona reconocida como Casas de Benítez que se encuentra en el término municipal de Ingenio. Elevo la vista, por encima del mar de plástico que esconde los cultivos de plataneras. Un tabaibal dulce se extiende por toda la ladera de umbría del barranco, destacando en esa alfombra verde, ejemplares de tamaño considerable.
A mis pies un inusual barranco verde. Los cultivos de plataneras vician el cauce con un agua que no le es propia y los balos que cubren el cauce lucen espléndidas copas verdes.
Silencio. Este reducto, algún día, tuvo que ser muy bello. Hermoso y productivo desde los puntos de vista agrícola y ganadero. Comienzo a comprender el porqué de la construcción del enorme goro y de las dependencias y habitáculos asociados al mismo.
Constato como las tuneras bajan de una manera lenta pero firme y decidida tras la ocupación de la ladera hasta el borde mismo del cauce. No lo invaden, se mantienen a pie de ladera imposibilitando cualquier acceso a través de ellas desde el barranco. Abajo, en el cauce, una tupida cubierta de gramíneas oculta el cauce. Se trata del rabo de gato que se ha adueñado del mismo. Caminar entre ellas, en pleno proceso de floración y sequedad en sus tallos, es sentir su áspera e incómoda rozadura en la piel.
Dejo la cueva y comienzo a recorrer el pequeño barranquillo que separa las dos montañas. Destacan grandes montículos de tierra colorada. Observando a mi izquierda, la montaña de las Tabaibas presenta múltiples barranqueras que van arrastrando la tierra fértil hacia este barranquillo. Carente de vegetación, son frecuentes las barranqueras desprovistas de suelo que presentan a la vista una cubierta dura, rocosa, encalichada. Es el resultado de una galopante erosión. Alguien señalizó al borde de este barranquillo una senda apenas definida. Diferentes mojones así lo revelan. Al llegar a la degollada, al silencio se une el suave viento del alisio, peinando la montaña. En unos minutos me encontraré en el interior del goro de altas paredes ubicado en la montaña Colorada. Pero esta historia, así como el periplo por este cono surgido en la ladera este de la montaña de las Tabaibas lo conoceremos en mi siguiente artículo.
Le animo ahora a disfrutar de esta montaña de Las Tabaibas, que fue verde hace apenas un par de meses y que presentas ahora el color amarillento de las tabaibas amargas, próximo ya el período estival. Si aún tienen la suerte de observar alguna oruga de bellos colores conocida como la esfinge de las tabaibas (Hyles euphobiae tithimali), sobre las últimas hojas verdes de alguna tabaiba salvaje (Euphorbia regis-jubae), debe saber que se trata de una polilla nocturna, un endemismo canario, un ejemplo más de nuestra extraordinaria biodiversidad. Si no la observase porque no es el momento propicio -sí lo es el inicio esplendoroso de la primavera-, le acabo de ofertar una hermosa razón para regresar a la montaña en época primaveral. Con el corazón en la mano puedo decirle que hay decenas de razones para visitar cualquier espacio natural en diferentes épocas del año, pero tal vez destaque una que engloba a todas las restantes: el disfrute de la vida que se traduce en la plenitud de la persona que vuelve a visitarlo.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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