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Montaña de María Ojeda

miércoles, 26 de julio de 2023
Dedicado a mi amigo y compañero del Colectivo ecologista TURCÓN, José García Monzón, quien a través de sus trabajos de campo y publicaciones ornitológicas me hizo ver la importancia de las balsas de riego y sus alrededores para el avistamiento de aves.

Para hablar de la montaña de María Ojeda, en primer lugar, debemos situarla. Seguramente a ustedes no les aclararía mucho si les digo que es un cono volcánico que se encuentra entre los barranquillos de Charco Aday y el barranquillo de Las Pujamas, pero comenzarían a orientarse si les digo que es el cono que observan, la vista puesta en dirección sudeste, desde el almogarén de Cuatro Puertas al socaire del viento dominante o desde cualquier lugar de esta montaña sagrada, en orientación sur.
Efectivamente, es ese cono que se encuentra en perfecto estado -no presenta extracciones ni alteraciones notables en todo su entorno-, justo tras el Polvorín Militar del Ejército del Aire situado al pie de Cuatro Puertas, entre la ladera y el barranquillo de las Pujamas. Ahí se eleva, atractiva y serena, la montaña de María Ojeda.
En alguna cartografía anterior consultada -sin ir más lejos en las cartografías militares-, encontramos el nombre de montaña Mujama o montaña de las Pujamas, relacionando dichos nombres con los homónimos referidos al lomo y al barranquillo que se encuentran en su proximidad. Pero esta montaña, cuya altitud máxima es de 173 metros, está registrada en la cartografía de GRAFCAN como montaña de María Ojeda y así se la presento a ustedes.
De fácil accesibilidad por cualquier cara de la montaña, a mí me gusta acceder por el barranco de Ojos de Garza -el coche o la guagua nos puede dejar en cualquier lugar de la carretera o de las urbanizaciones de Ojos de Garza. Dicho barranco recibe en esta zona el nombre de barranquillo de las Pujamas y con tal denominación se mantendrá hasta su nacimiento en el Lomo de la Caldera y La Caldera, estribaciones éstas de la montaña de Cuatro Puertas.
Al llegar a la bifurcación que provoca en el barranco la presencia de la montaña, podemos desviarnos hacia la izquierda y tomar el barranquillo de Charco Aday o seguir por nuestra derecha y abordar la montaña por su cara norte, justo frente al puesto militar.
En ambos casos, al igual que si accedemos desde las urbanizaciones de Cuatro Puertas o la de Piletillas y bajamos por el Lomo La Caldera o Charco Aday por la cara oeste o bien lo hacemos directamente desde las balsas de Juliano Bony por la cara sur, la dificultad y el tiempo en alcanzar la cima serán semejantes, nunca superior a la media hora y fácil accesibilidad por todas ellas.
Poca o siendo más riguroso, ninguna información encontraremos sobre esta montaña si consultamos Google. Sólo dos citas, una de wikiloc señalando una ruta de escasa dificultad que sube por la pista existente hasta la cima de la montaña. Dicha ruta no hace mención alguna al cono ni a sus alrededores, y dos una página abierta de toponimiacanarias.ulpg que nada aporta más allá del nombre, esperando, supongo, el aporte voluntario de cualquier visitante a esta página, vacía de contenido. Esto y una foto de la cruz que corona la cima es todo lo que observaremos en Google. Por eso cobra especial importancia dedicarle este artículo y sacarla, desde mi humilde aportación, del ostracismo.
Retomamos nuestro paseo sosegado. Merece la pena acercarnos a su cúspide pues, aunque de baja altura, la visión que nos espera compensa el esfuerzo.
En el punto más elevado de la cima han colocado una cruz de madera que se encuentra en regular estado y se eleva unos dos metros, más o menos, del suelo. El madero vertical de la cruz, surge del interior de un montículo de piedras recogidas del lugar y depositadas alrededor del mismo con el objeto de darle mayor firmeza y proteger su base. A éste se le cruza un travesaño horizontal que puede medir un metro de largo, sujeto al stipes con un par de tachas muy oxidadas, razón por la cual alguien ha reforzado la unión con un improvisado trenzado de alambre, igualmente en avanzado estado de oxidación.
A los pies de la cruz, en orientación norte, observamos una trinchera. Es una burda estructura, pero su función es manifiesta, así como su finalidad. Tres escalones excavados en su cara norte nos permiten acceder a su interior. Ya en ella, la excavación profundiza un metro en el suelo rocoso de la cima. No es muy grande, apenas unos cinco metros de recorrido.
En la cima, pelada y rocosa, el viento golpea continuamente. Sólo los espinos de mar prosperan con facilidad y, achaparrándose, aguantan estoicamente la fuerza de los alisios. Son ellos los que han colonizado el sustrato rocoso del interior de la trinchera con nuevos ejemplares. Muy cerca, ahora en orientación sur, dos conatos de excavación revelan el intento que no llegó a ejecutarse de construir al menos una trinchera más en la cúspide de la montaña.
Al igual que en cada cono efectuaremos una rápida lectura del paisaje. Observando al norte, las estribaciones de la ladera este de Cuatro Puertas y las lomadas de Lomo Gordo, Las Coloradas y El Goro cierran el horizonte. Será el océano quien dé continuidad a ese territorio ocre, abriendo el espacio visual hacia el naciente. En primer plano, las lomadas revelan la formación de pequeñas barranqueras, unas más consolidadas que otras, pero todas ellas revelan el trabajo incesante de la erosión sobre los espacios desprovistos de vegetación. Todas confluyen en el barranquillo de la Higueta -así se denomina el barranquillo que recoge las aguas de la cara norte de la montaña de Cuatro Puertas o en el barranquillo de Las Pujamas, una vez el anterior se incorpora a éste como tributario. Sólo dos sencillos caseríos aislados destacan por el albor de sus paredes en un monótono paisaje de tierra amarillenta, desprovista de vegetación alguna.
Si observamos esta vertiente al pie de la montaña, un raquítico tabaibal reverdece por zonas una ladera sometida a un fuerte proceso de erosión.
Es necesario recordar que esta montaña fue cultivada en el pasado, al igual que todos los lomos y llanos que la circundan, y apenas unos metros alrededor de la cúspide se vieron libres de muros y sorribas. Coincide con la zona más rocosa e inclinada y por lo tanto desprovista de suelo. El resto aún mantiene vestigios de los muros que permitieron mantener las tierras de cultivo. Estos bancales, muy deteriorados en la actualidad, presentan los mismos síntomas de agotamiento de suelo que los lomos y vaguadas del entorno, siendo el color blanquecino, debido posiblemente al encalichamiento de los suelos, la tendencia cromática más observable.
En orientación Este destaca, en el amplio horizonte marino, la potencia geológica de la península de Gando con sus dos montañas, la de Gando con 104 metros de altitud y la del Ámbar que apenas supera los cincuenta. Frente a ellas el roque de Gando y a su derecha la extensa bahía, puerto natural que dio salida, a puertos nacionales y europeos, de los productos obtenidos en el próspero negocio de la caña de azúcar. Tras los conos volcánicos y la bahía, los llanos donde se ubican el aeropuerto de Gran Canaria y la Base Aérea de Gando.
La relativamente baja altura de la montaña impide observar toda la costa teldense, pues la montaña las Huesas con sus 148 metros de altura y el núcleo urbano asentado sobre su ladera este, lo imposibilitan. Así, la costa observada comienza en la península de Tufia y las jaulas marinas ubicadas entre este núcleo urbano y la punta de Ojos de Garza, la playa y el núcleo urbano costero del mismo nombre y continúa con los núcleos residenciales de Ojos de Garza que, a su vez, ocultan las pistas aeroportuarias en su totalidad.
Acercando la vista en busca del pie de la montaña, las lomadas de Las Pujamas y El Cardonal se extienden áridas, tras un intensivo pasado agrícola que dejó las tierras agotadas. Quedan, no obstante, vestigios de ese pasado bajo plástico. Un amplio sector de terreno rústico desarrolla cultivos bajo invernadero, justificando el hecho de que los depósitos de agua se mantengan activos y rebosantes en La Cuesta de Quintana.
Más cerca aún, en esta dirección, el Llano de las Brujas conserva vestigios de su próspero pasado agrícola. Por aquí ascendieron los cultivos hasta bien arriba en la montaña y es la tunera india -especie botánica invasora que crece sin control alguno por amplias zonas del municipio-, la dominante en la recuperación paulatina del suelo, constituyendo, en eso no hay duda alguna, una cubierta protectora vegetal.
La sorpresa en la ascensión a este cono por esta cara fue el encuentro inesperado con una concentración inusual de garzas reales. Había llegado a la bifurcación de los dos barranquillos y opté en una de mis incursiones por subir a la montaña abordando directamente el Lomo de las Brujas, llano formado sobre el corto derrame lávico de este cono. El Lomo, en otro tiempo cultivado, es ahora un erial lleno de vestigios de esa época dorada: tuberías de riego, viejos canales de agua, un estanque… No observo flora sobre el mismo, debido al mencionado agotamiento del suelo -flora autóctona que sí observamos en las laderas del Lomo que caen sobre los dos barranquillos y que no fueron explotadas con cultivos-, y lo que sí detecto es la presencia de numerosas cárcavas y pequeños abarrancamientos que arrastran el suelo del mismo, depositándolo en el cauce de los barranquillos.
Pendiente de estas reflexiones, no me percaté del momento en que levantaron el vuelo las primeras aves ante mi proximidad a la base de la montaña. Sin embargo, este despiste duró unos segundos. Cuando estás solo, presto a observar todo lo que sucede en tu entorno, el despiste dura apenas unos instantes. Vi la imagen de unas seis aves sobrevolando la montaña, pero más allá de su gran tamaño, no pude identificarlas. Sé que justifico como causa principal mi falta de vista y olvidarme habitualmente de llevar unos buenos prismáticos, pero lo cierto es que debería achacarlo a mis básicos conocimientos sobre la avifauna pues en este tipo de avistamientos, lo más lógico para un aficionado a la ornitología era identificarlas con mayor facilidad.
Seguí caminado y a punto estaba de iniciar la subida a la cima. Observé como, a media montaña, la vegetación recuperaba un poco el esplendor que presentaban las laderas de los barrancos limítrofes y no me extrañó pues se trataba de la única zona de la montaña que no había visto sepultado su sustrato rocoso por sorribas necesarias para un uso agrícola intensivo hasta agotar los nutrientes del lugar.
Fue entonces cuando vi alzar el vuelo a una veintena de aves. Movían sus alas con lentitud pues su peso y tamaño así lo obliga y una vez alcanzada cierta altitud volaban en círculos en el espacio aéreo situado entre la montaña y las balsas de aguas de don Juliano Boni.
Me detuve y abandonando la visión de los círculos concéntricos de sus vuelos, escruté, con el detalle que me permitía la vista, la zona de la montaña de donde habían surgido. Allí, sobre el suelo rocoso, en pequeños claros que destacaban entre manchones de tunera india, un número indeterminado de estilizados cuellos observaba su entorno en busca de la razón que había justificado el vuelo de sus compañeras.
Proseguí mi marcha hacia la cúspide y, poco a poco, fueron levantando el vuelo el resto de la bandada. Me encontraba en la cima cuando, sentándome, pude contabilizar las aves en vuelo: cuarenta y seis garzas reales que, tras comprobar que el extraño animal que había llegado a su zona de descanso, tenía la idea de permanecer un tiempo en ella, fueron dirigiendo sus vuelos hacia la costa, en dirección este. Pensé erróneamente que el grupo descendería para bajar a las enormes balsas de agua que hay al otro lado del barranco de Charco Aday, pero no fue así. Ningún ejemplar se dirigió a las charcas. El grupo se iba desperdigando, su vuelo era pausado pero constante y a la altura de los llanos de Gando y El Goro fui perdiendo de vista muchas de ellas, hecho que se unía a mi interés por explorar la montaña y el paisaje que la circundaba. No puedo negar que me encontraba sorprendido por tan gratificante como anómalo encuentro ornitológico. Me dediqué entonces a observar las trincheras y deambulé unos minutos por la pequeña cima. Un asustado vuelo levantó a la última garza real que, despistada, permanecía al abrigo del viento tras unas tuneras.
En la cara sur de la montaña destacan, frente a mí, dos enormes balsas de agua, depósitos a cielo abierto, reconocidas cartográficamente como Balsas de don Juliano Boni. Delante de ellas un par de estanques de paredes y cubierta de hormigón. Uno de ellos, protegido con una valla que imposibilita el acceso al mismo, pertenece al Servicio de Aguas municipal de Telde y está identificado como: Depósito de agua potable Ojos de Garza.
Pero nosotros devolveremos la vista a la ladera de la montaña para observar un estanque construido con la intención de aprovechar las aguas de escorrentía. Está en buen estado, pero en desuso. A su alrededor un manto de tunera india colonizó el risco y la vegetación autóctona observada es testimonial.
Esta vegetación recupera un poco su presencia si descendemos por esta ladera hasta llegar al cauce del barranquillo del Charco Aday. Nos sorprende entonces la potencia de la lava de esta última emisión y bajo ella la capa de tierra rubefactada, calcinada en su momento por el gradiente térmico de la nueva colada. Un grupo de interesantes cuevas se encuentra al pie de la montaña en esta cara sur. Tres de ellas son de buen tamaño, con una altura cercana a los dos metros, y fueron utilizadas como rediles para el ganado hasta épocas recientes. Sus suelos conservan aún una gruesa capa de excrementos. Me sorprende la presencia de huesos dispersos -espinazos, huesos largos, costillas…-, también el estado de las paredes pintadas, posiblemente con cal, la hechura de las alacenas, todas ellas interesantes razones para una visita sosegada de los amantes de la arqueología y de los valores etnográficos más recientes. La invitación queda ahí, yo me limito a visibilizar el espacio. La primera del conjunto presenta un muro de piedra cerrándola y los marcos de lo que en su día debió ser una puerta de madera. Esta es más alta que las demás. Una cuarta cueva situada un centenar de metros más abajo y visible desde el barranco, invita también a su estudio, aunque el estado de degradación de la pared donde se encuentra aconseja precaución ante posibles desprendimientos, propios de estructuras geológicas muy agrietadas. La dificultad para acceder a esta última se encuentra en el manto de tuneras indias que ocupan gran parte de la ladera del barranco. Sólo buscando con calma un resquicio, la posibilidad de una entrada, encontraremos que un enorme ejemplar de balo y uno de salado permiten con su densidad foliar, aventurarse entre ellos y acceder a la cueva.
Este barranquillo nos oferta también una vegetación donde las tabaibas, balos, verodes, salados, azaigos de risco, cornicales presentan un buen tamaño, Tamaño que me sorprende en los espinos de mar, pues la ladera de umbría presenta una de las poblaciones más importantes, en número y tamaño de sus ejemplares, de esta planta dentro del municipio teldense. Es también este barranquillo del Charco Aday donde se encuentra una de las escasas poblaciones de cardoncillo en este municipio. Dos plantas de bajo porte, ocupan buena parte del sustrato herbáceo, tanto en el barranquillo como en la montaña, se trata del incienso menudo (Artemisia reptans) y del turmero (Helianthemum canariense).
Mientras, en la laderas de solana, donde se encuentran las cuevas, las tuneras indias imposibilitan el paso, asfixiando los relictuales ejemplares de balos, verodes, salados, tabaibas, salvias que elevan como pueden sus ramas entre un manto de espinas.
Me siento en una piedra lisa, un enorme canto rodado que las aguas del barranquillo han pulimentado con el paso del tiempo. Sobre mi cabeza, una pareja de cernícalos se encarga de acosar a una garza real que vuela en su territorio hasta conseguir alejarla. Los bisbitas camineros están presentes tanto en el cauce del barranco como en la montaña. Allí, sobre el Lomo de las Brujas, escucho el potente y sonoro canto cascado -suena a una carraca-, de un alcaudón.

Justo por esta cara sur discurría -aún quedan visibles restos del muro sobre el que se asentaba la pista-, un camino amplio, por el que pasaba sin dificultad una carreta o un carruaje. Con una pendiente muy suave, abordaba ambas laderas del barranquillo de Charco Aday y bordeaba la montaña de María Ojeda para continuar su periplo entre cultivos. De esta pista surge otra que busca la cima de la montaña, alcanzándola por su cara oeste. Quedan vestigios visibles de su anchura y del muro que hubo que fabricar para alcanzar la cúspide.
Justo donde termina esta pista se conserva un goro de piedra seca. ¿Redil para el ganado? ¿Goro para protegerse del viento? Ahí quedan las interrogantes para quienes quieran subir a esta cima.
De aquel pasado no tan lejano queda la anchura del camino y el muro existente en el cauce del barranco que, a modo de albarrada, permitía a esta pista franquear el paso con seguridad.
Elevamos ahora la vista, más allá de las balsas y depósitos de agua. Vaguadas y suaves lomas presentan un paisaje amable donde perviven aún buenas extensiones de cultivos bajo invernadero. Estas explotaciones agrícolas tienen su continuidad en El Cardonal y las lomas de las Pujamas.
Algunos conos destacan en el llano siendo la montaña de Arinaga, justo en la costa, el más llamativo. Más próximos se observan la montaña de las Tabaibas, la montaña Colorada -ambas en el municipio de Telde-, montaña de Malfú, Los Vélez y montaña de la Cerca -éstas en los municipios de Ingenio y Agüimes-.
Dirigimos ahora nuestra vista a la cara oeste de la montaña. Llama la atención el arco de volcanes que limita con su presencia el horizonte visual. A las lomas que se suceden en los altos de los barrancos de Guayadeque y el Draguillo, se unen los más cercanos conos volcánicos de la Majada, Topino, El Gallego, montaña de Ruano, Cuatro Puertas que dan lugar a una cabecera de pequeños barrancos; Los Ovejeros, La Piletilla, El Lagar, Lomo Cabral, El Cardonal, La Culata, El Charco, Las Pujamas, La Higueta…, barranqueras y barranquillos que confluyen finalmente en dos barrancos: El Draguillo y Ojos de Garza.
Es en esta cara donde creemos que la aparición de este cono supuso la bifurcación de un antiguo barranco y así los actuales barranquillos del Charco Aday y las Pujamas surgen a ambos lados del cono, tras la ocupación de la zona central del cauce por la montaña María Ojeda y sus derrames lávicos.
Inicio el descenso, satisfecho de una montaña que, al igual que los barrancos olvidados de Telde, poco interés ha despertado en la población. Me alegra porque su olvido supone su conservación. Una última ojeada para corroborar que ninguna torreta de electricidad ha mancillado el paisaje de esta montaña. Apenas abandono la cima e inicio un rápido descenso por el Llano de las Brujas, giro la cabeza y corroboro la importancia que la montaña tiene para el descanso y como oteadero de las garzas reales. Con sus vuelos, amparadas en las térmicas que las mantenían cercanas a la zona, descienden las garzas reales sobre el mismo lugar donde las había observado antes. En mi periplo de regreso me sobrevuelan algunas de las aves que habían dirigido sus vuelos hacia la costa y regresan ahora a la montaña. Está claro que no es mera casualidad el encuentro con ellas en este cono volcánico.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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