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Gregory Peck, amor mío

miércoles, 21 de junio de 2023
El 12 de junio del 2003 murió Gregory Peck, hace 20 años y 4 días. Pero, para mí no ha muerto, sigue en esa clase de recuerdo en el que perviven los amores platónicos.

Era el modelo de un hombre clásico: traje y corbata, formal, sereno, serio, y en su seriedad tierno, dialogante, que seguro nos respetaría, porque era un progre light, luego nos enteramos que pertenecía al partido demócrata y que ejerció como tal, incluso interrogado en la caza de brujas por sospechoso de comunista. Vamos, el paradigma para un amor antiautoritario y al mismo tiempo perdurable, siendo este último el único permitido en aquella época, en la España del nacionalcatolicismo, dada la represión del eros a que nos veíamos sometidos.

En Vacaciones en Roma Gregory se convertiría de periodista tramposo e informal en Gregory Peck, amor míoformal y noble, por medio del amor, estimulado este por la candidez de una princesa ajena a las maldades del mundo, Audrey Hepurn, de un erotismo "sin culo y sin tetas", como de ella diría Willian Willer, el director de la película: exactamente en las antípodas del tipo de mujer y estrella de la época. Aquel era un amor puro, tan puro que se frustra y no se realiza carnalmente, quedándose el espectador y los protagonistas a dos velas, sublimando el recuerdo de aquel día para toda la vida, recordando la loca carrera de ambos sobre una vespa por las calles bulliciosas de Roma, ya alegres tras la postguerra; tan modernos en medio de aquel escenario tan antiguo y tan clásico, si bien un poco perjudicado y descascarillado, todavía sin restaurar.

Yo estuve perdidamente enamorada de él, o más bien de aquel Atticus Finch, el padre Gregory Peck, amor míomaravilloso que todos hubiéramos querido (perdóname papá), que además, como viudo aparecía libre para amarnos de verdad y acabar de criar a aquellos niños adorables, a los que habríamos de añadir algún hermanito: como hombre maduro nos comprendería tiernamente, sería capaz de ponerse en nuestro lugar, como se puso en el de aquel pobre negro acusado de la violación de una blanca, en pleno furor del racismo del Kukluskan estadounidense.

Con todo ese perfil no nos importaba lavar los platos, ni planchar, ni limpiar, ni menos cocinar: todo por un amor así, tan romántico, tan de película. Pegaditas a su cara de una belleza varonil nada empalagosa bailaríamos enamoradas toda la vida... Pero, en realidad, el atractivo que en nosotros suscitaba aquel Atticus Finch tenía su trastienda y su morbo, pues aquel padre estimulaba nuestro más profundo Edipo, ahogado por la civilización de milenios.

Nada es lo que parece, porque "Una cosa es la realeza y otra la realidad", como decía un viejo maestro de la vida.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


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