Los que se quedan en la orilla

Recuerdo de mi niñez que nos enseñaban una hermosa virtud, consistente en visitar a los enfermos, y los padres habituaban a llevar a los hijos a ver a los abuelos. Con los ojos de hoy, uno se da cuenta de la sensibilidad y cariño que aquella enseñanza encerraba y que esa lección muchos la hemos ido perdiendo con los años. Ya sea por una causa u otra.

Si la vida es el río que nos lleva al ignoto mar de la incertidumbre, lo cierto es que por el camino, cual hojarasca o ramas, hemos dejado en la orilla o perdidos en la corriente, a personas antaño muy queridas. Personas que hemos ido diluyendo en el calendario del olvido sin percatarnos que eran jirones de la piel de nuestra alma. Amigos y compañeros que, consciente o inconscientemente, el paso de los años ha ido borrando del encerado de nuestro corazón. No, no hubo voluntad, sino simple inercia. Quizás en algún caso como el mío, la emigración también pasó su factura.

Viene esto a colación porque los años,y sobre todo los achaques, van robándonos familia, amigos y compañeros, muchas veces verdaderamente queridos, y nos alejamos de tal modo de ellos que es como si los enterrásemos en vida. A mí ese abandono me produce una desazón de injusticia que creo debiéramos reparar. No, no son trastos viejos, sino personas fuera de la circulación social cuyas circunstancias les han obligado a vivir alejados de nuestra compañía. Y estoy pensando en personas concretas y sus achaques. Que muchos nos hayamos salvado hasta ahora, no es garantía de futuro mejor, sino aviso para navegantes.

Esa soledad, ese sentimiento de abandono, esa comprobación de aparente o real indiferencia por sus problemas quizás dé la auténtica talla de nuestra calidad humana y que debemos reparar. ¡Perdonadme!

A todos los que de un modo u otro hemos abandonado yo quiero enviar desde aquí mi sincero cariño y solidaridad, pero muchos ya sabéis que soy un saltimbanqui en cuanto a residencia y que también tengo mis dosis medicinales, lo que no me impide, por lo general y de momento, seguir al pie del cañón con el resto de colegas en algunos placeres, sobre todo cuchipandas, que a esta edad es nuestro alegre refugio.

Sin embargo, quisiera aquí decirles desde aquí a esos amigos que hemos hecho invisibles, que me imagino sus circunstancias y que también conocemos el alzheimer y otras situaciones complicadas, a las que no es ajena la soledad, y que si bien eso no cura sus males, nuestra solidaridad está cerca de ellos. Cierto es también que más de uno, intuimos vuestro camino y nos vemos más próximo a vosotros de lo que pudierais pensar.

Personalmente. sintiéndome así, acepto mi deterioro y lo veo natural, lógico, aceptable en el proceso evolutivo humano. Cierto es que físicamente puedo estar mejor que muchos de vosotros, pero en el aspecto espiritual estoy cruzando el Rubicón del estoicismo y acepto el porvenir con insólita tranquilidad.

Nada os voy a a enseñar a vosotros de lo que es la vida, pues tiempotenéis cada día para recordar los de vino y rosas, ahora bien os pido no nos juzguéis con acritud por vuestro abandono. No estamos habituados a ir de vista a las casas, no conocemos a los vuestros, no sabemos en donde estáis más de uno... Tememos ser recibidos con lógicos reproches, tememos veros sin que nos conozcáis, tememos salir llorando y con el corazón contrito y eso echa para atrás. Al fin y al cabo no dejamos de ser cobardes.

Así que, a falta del fraterno abrazo, recibid este sincero y virtual recuerdo de cariño en el que las palabras llevan las huellas de tiempos de una vieja y sana amistad a vuestros corazones. Perdonadnos, somos pobres, y débiles, y sobre todo cómodos... pero quizás esto ya lo sabíais.