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El Quilombo

jueves, 27 de abril de 2023
Por una ley que no se sabe si está escrita, en toda localidad donde haya un cuartel militar se permitía el funcionamiento de un prostíbulo, que los argentinos llaman quilombo. Esquel no sería la excepción, la "Casa de la Tía Rosa" monopolizaba el histórico intercambio.

Los oficiales tenían asignados unos días de la semana y la tropa otro con tarifa básica (hoy llamaríamos low cost), obligatoria si querían conservar la habilitación. La justificación de la existencia del firulo frente a la oposición de moralistas y autoridades religiosas, era la de descargar la milicada para salvaguardar la integridad de las chicas bien de la ciudad. Cuando salían de permiso los colimbas, como eran de otras provincias y no conocían a nadie, vagaban por las calles desiertas mientras todas la mujeres se encerraban en las casas con el culo contra la pared.

Las putas integraban un plantel importante y rotaban con las sucursales de Trelew y Comodoro Rivadavia, intercambio que permitía ofrecer caras nuevas en todo momento. Cada una de ellas estaba obligada a poseer una libreta sanitaria, que debía actualizarse mensualmente con un examen ginecológico, radiografía de tórax y test para descartar sífilis. La que certificaba la continuidad en el trabajo a este personal era una joven ginecóloga que, según decían, era estimulada para que permitiera fluir sin interferencias el negocio, que en definitiva era de lo que se trataba. No hay que olvidar que la presencia de miles de trabajadores bien pagados en la obra del dique había multiplicado el volumen de la empresa. Al recién llegado mediquito porteño le correspondió, entre otras tareas, el control y firma de las libretas. La alarma llegó no solo al quilombo, sino a los varios clubes de copas que florecían a la sombra de la obra, donde sus chicas llegaban a hacer algo parecido que las otras, pero con distinta metodología y en hoteluchos piojosos, previo vaciamiento del bolsillo.

Así que, a los pocos días que le empezaran a dejar en su escritorio la pila de libretas para firmar, luego de verificar los exámenes, y que tomara algunas medidas para organizar el despelote que armaban las putas cuando concurrían al hospital, lo visitó un representante del sector con una pinta de mafioso digna de "El Padrino". Estos empresarios recibían un trato esmerado por parte de la administradora, sabedora de su poder y de como agradecían los favores. Así que ella misma lo anunció con el máximo protocolo.

El tipo empezó felicitándolo y dándole la bienvenida a la ciudad, a ofrecerse a colaborar plenamente con su tarea en salvaguarda de la salud de las trabajadoras y sus clientes, y a solucionar cualquier problema que surgiera. Como sabía todos sus datos, le comentó que era muy amigo del dueño de una agencia de coches y del gerente del Banco Provincia, por si hacía falta un crédito. También recalcó que todos sus colegas eran muy escrupulosos al cumplir las ordenanzas y controles sanitarios. Lo terminó invitando a conocer su establecimiento, donde tendría el placer de ofrecerle una copa y presentarle a las chicas. El galeno lo despidió con una sonrisa y se excusó porque no bebía alcohol, y de lo otro, tampoco hacía uso.

Donde fue una noche, es a realizar una inspección visual al quilombo. Acompañado por la asistente social responsable del programa y un policía que le asignaron por seguridad, aparecieron sin avisar en el local (eso le dijeron). Era una casa vieja de ladrillos sin revocar, en las afueras, grande, de esas que tienen varios dormitorios unidos por una galería abierta. Todas las ventanas cerradas, obviamente, solo una luz roja en lo alto de la puerta sugería la actividad que se desarrollaba adentro.

Al ingresar se veía un salón grande con una pista central vacía, rodeada de mesas y sillas con hombres fumando y bebiendo, hablando y riendo, que apenas se veían por el espeso humo que llenaba todo. Una música popular salía de unos parlantes junto a la barra, donde un tipo servía unas copas y una mina apoyada, luciendo un bikini minúsculo, conversaba con otra mina madura, empilchada y enjoyada, apoyada del otro lado. Margarita y él dieron unos pasos hasta que los iluminó la luz, en el mismo momento que el agente se paró junto a la puerta ya cerrada y pegó un taconazo. Se calló la música y se hizo un silencio total. La presencia de una mujer vestida y un cana cerrando la retirada, dejó pasmados a todos los presentes y más de uno hubiera querido transformarse en humo.

La madame activó inmediatamente el plan de emergencia. La laburante de la barra buscó al cana y se lo llevó del brazo a que le sirvieran una copa en un rincón poco iluminado, mientras ella enfiló directamente al jefe del operativo. Saludó con la cabeza a la asistente y con la mejor sonrisa, acercando un escote desbordado por unas tetas capaces de engullir al doctorcito, los invitó a seguirla a una habitación donde podían hablar tranquilos. Cuando salieron, la música y el murmullo de las voces volvieron a animar el salón.

Entraron en la primer pieza, seguramente la VIP, debiendo esquivar antes a una mina apurada que venía a los santos pedos por la galería abierta, arrastrando de la mano a un paisano para devolverlo lo más rápido posible al espacio común, y no bajar el promedio de actuaciones.

Hay que puntualizar que el roce con esa señorita en pelotas, que no estaba nada mal, alteró por un instante el encefalograma del inspector, que empezó a mostrar unos picos extraños.

Las paredes disimulaban las manchas de humedad con cuadros de flores, en el centro había una cama grande cubierta con una colorida colcha y una alfombra gastada, con una estufa a querosén en el medio, todo sumergido en un olor a perfume barato. La entrenadora del equipo, sin dejar de sonreír, pidió a la velocista que le alcanzara las libretas. Segura de que el visitante hinchapelota las quería revisar.

Volvió la mina uniformada, con tacos altos, con los piolines rubios en retirada empujados por un fila de morochos y con una pila de libretas que el doctor cortesmente rechazó. Ya las había revisado días atrás con buena luz, mejor que en esa semipenumbra que contribuía a crear una escena surrealista extraída de una película de Fellini.

La madame presentó a la chica, oportunidad para relojearla sin disimulo y compadecerse de toda esa piel expuesta como un reclamo luminoso, cuando él estaba enfundado en su nuevo gamulán. La luchadora se despidió y volvió rápidamente al campo de juego. Por la puerta abierta pasó otra arrastrando uno medio mamado hacia el salón, lo largó y volvió ante el llamado atento de la jefa, la que también la presentó por su nombre. Como la anterior, tenía una bombachita de encaje y un corpiño negro con un ribete medio deshilachado de tanto tironeo. Ésta tendría encima un par de quinquenios más. Al volver la chica a la lucha, la madame, que a pesar de tener sus años gozaba de muy buena percha, insistió en el rígido control que llevaba sobre el personal y que nadie trabajaba ahí sin la correspondiente libreta al día, mientras el serio inspector recordaba un comentario oído en el laboratorio. Ella era el fato del comisario, lo que permitía que la máxima autoridad policial gozara de atención VIP, obviamente gratis, y el firulo no recibiera ninguna sorpresiva e indeseada inspección. Lo que en biología se conoce como una simbiosis.

Avisadas por el punto que controlaba la barra y la caja, todas las chicas pasaron obedientemente entre un set y otro, tiritando siempre porque no podían perder tiempo en abrigarse y desabrigarse a cada rato. La jefa insistió en presentarle a todas y, una vez finalizado el desfile de modelos, muy sonriente lo invitó a pasarse un día en una hora tranquila y elegir una, como una gentileza del establecimiento.

Andrés Montesanto. Fragmento de "Buscando a Elena" (2021)
Montesanto, Andrés
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