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Quen anda aí?...

sábado, 15 de abril de 2023
Hay historias reales de maestros de capilla, y de organistas de catedrales e iglesias, que poco más dan para contar que las rutinas de su día a día: que necesitan más salario, más tiempo para componer, que los niños de coro o los músicos no les hacen ni caso... Y poco más... más nada.
Ésta que he recordado los últimos días, entre procesión y procesión, y concierto y concierto, no tiene desperdicio. Presten atención porque voy a ir a salto de mata para no eternizarme en la narración. Pero antes les diré la razón del título, pues sobre todo a los no gallegos, puede que no suene a nada. Así, con ese texto, comienza la sintonía de un conocido programa que se emite cada tarde en el canal de la televisión de Galicia. Quen anda aí?...Quen anda aí?... ¡Los ratones que campean a sus anchas! Y no me refiero a los RATONES de los ordenadores, si no a los simpáticos animalitos, ROEDORES que, con sus mordisqueos y sus excrementos, resultan ser bastante incómodos.
Entre los conciertos que pudimos disfrutar están los que han tenido como protagonista al órgano. Son difíciles de seguir a veces, especialmente por un público "profano" que no tiene por qué saber cuando empieza o acaba una "toccata", un "ricercare" o las "variaciones sobre un tema". Menos aun las diversas adaptaciones y arreglos que se hacen de las melodías destinadas a otros instrumentos. Los organistas, ante esto, van "templando gaitas" y, poco a poco, crece la afición y el gusto por este instrumento tan completo, aunque no excesivamente complejo.
Cuando se llevaba registro de todo lo que ocurría entorno a los músicos de iglesia (en actas capitulares, libros de cuentas, expedientes, etc.) las vidas de estos tañedores de teclas quedaban al descubierto casi totalmente, para lo bueno y para lo que quisieran que se olvidase.
Les presento a los protagonistas principales y algunos secundarios -no menos interesantes- aunque por mor del espacio y de su paciencia no les dedicaré el mismo tiempo.

Actores principales:
Diego Antonio Machado, organista y maestro de capilla o viceversa, pues ejercía en ambos oficios.
Ramón Cardama, organero, constructor, restaurador y componedor de órganos y lo que se terciase.
Domingo Doncos, miembro de una saga de organeros que trabajaron en Asturias y, sin comerlo ni beberlo, salió escaldado por no cumplir con sus deberes.

Actores secundarios:
Mariano Tafall y Miguel, organero, teórico y práctico, miembro destacado de una saga de músicos y de otros personajes ligados a la cultura de entonces y de época más reciente.
José Benito González de Seijas, organero, dedicado a la revisión de los órganos por toda la geografía gallega y miembro de una saga, igualmente explayada por ese mismo radio.

No sé dónde situar a los RATONES en este listado. De sus vidas no sé nada, ni siquiera sus nombres (si los tuviesen), pero me resultan ya tan familiares que, si no los cito, esta historia quedaría incompleta.
Por otra parte, para centrarnos, hay que añadir que los escenarios de estos hechos son principalmente tres ciudades, con sus correspondientes iglesias: la Colegiata de Santa María del Campo de A Coruña, la Catedral de Tui en Pontevedra y la Catedral de Compostela, así como varias iglesias de la ciudad del santo Apóstol Santiago.

Arrancamos, que ya me está pisando los talones esa sintonía: "quen anda aí, quen anda aí..."
En 1782, Diego Antonio Machado, entonces organista en Villafranca del Bierzo, por los buenos informes del maestro Santavalla, fue admitido por oposición como maestro de capilla en la Colegiata de Santa María, en A Coruña. En 1784, parece que todavía no había llegado pues se le prorroga la licencia para que permanezca en Villafranca "por estar mal de los pies" (Una duda: ¿vendría andando cual peregrino?...).
Machado era un hombre tan preparado que de todo sabía. Posiblemente fuese hijo o Quen anda aí?...nieto de un organero que lleva su mismo apellido y que trabajó en la catedral de Tui un siglo antes (hacia 1670): se llamaba José y de él solo sé que, ante el requerimiento del Cabildo tudense para que "alguien" se hiciese cargo del "aderezo de los órganos", parece que fue él quien lo realizó ya que percibió un salario anual para que los siguiese cuidando.
En esa catedral de Tui, ya se comunica, en 1785, que los ROEDORES han hecho de las suyas... El Cabildo encarga a Machado que supervise el órgano nuevo y que se pongan RATONERAS. Tal cual lo hizo, comienzan a aflorar -se percibe en los documentos- algunos rasgos de su forma de ser y de actuar nada elogiables: su apego al dinero y su pericia para armar lío.
En Tui le salió mal. No se le aumentó nada su salario por el trabajo realizado y, fuese por eso o por otra causa, el hecho es que se fue de la Catedral (una de las más importantes de Galicia) y pasó a la Colegiata de A Coruña, sin duda, con buen nivel, pero no a la altura de un templo catedralicio. Su órgano de la nave central era realmente "precioso", según apunta Bermúdez de Castro.
En 1786, Machado solicitó opositar a la vacante de la plaza de organista, como era preceptivo. Se le otorgó el puesto, pero ya inicialmente protestó -lo suyo era lamentarse siempre- porque no le alcanzaba el sueldo, ni tampoco estaba de conforme con las numerosas obligaciones que le encomendaron. Salió perdiendo. No obtuvo gratificaciones especiales, salvo algún adelanto de su salario, a descontar en las próximas pagas. Para todo ello, puso por excusa -seguramente cierta en gran parte- la carestía de los víveres y que, con tres hijos que tenía entonces, no podía subsistir debidamente. Aguantó y, en 1793, volvió a quejarse de "sus fatigas en los ensayos de villancicos, gasto de papeles para todo lo que cuenta por música y trabajo en copiar". Se le adelantó dinero, pero no se le regaló nada pues, más pronto que tarde, tenía que retribuirlo.
En ese mismo año de 1793 aparece en escena el organero José Benito González Seijas. Junto con Machado informa que el órgano está deteriorado, y muchas partes de las conducciones interiores del aire, derruidas, "especialmente de haberlas roído los ratones". Vamos, un desastre: no se puede utilizar; es necesario desmontarlo todo para arreglarlo, siendo elevadísima la cantidad de dinero que presupuestaron. El Cabildo, cauto, decide pedir un informe "reservado" de un tercero: el organero de S. Agustín u a otra persona "inteligente".
Todo en orden hasta que, en 1795, vuelve a aparecer nuevamente, junto a Machado otro personaje un tanto ambiguo: Domingo Doncos. El órgano de la Colegiata necesitaba otra vez arreglos. Se ajusta con Doncos el coste, así como los materiales que precisa. Machado aprovecha para querer introducir una serie de cambios en los registros -cosa que no se le admitió- y, al mismo tiempo, se ensaña con Doncos por considerar que no había cumplido con su palabra de hacer los pertinentes arreglos. Domingo Doncos, ayudado por su hijo Francisco, volvió a retocar el órgano. De nuevo Machado les acusa de que "por no haber cumplido como debían... habían ya roído los ratones algunos conductos del órgano".
Rizando el rizo, después de haber llamado a los Doncos para nuevas componendas, estos acaban por echar la culpa a Machado, del que dicen, con mala fe -o eso parece- que había él mismo desarreglado el órgano.
¿Qué hace el Cabildo? Buscar otro tercer informante o asesor para que supervisase todo y emitiera veredicto. Recayó tal encargo sobre el Padre Landeyra, organista de la iglesia de PP. Agustinos. Se manifestó en el dictamen en contra de Doncos, aseverando que no arregló bien el órgano. Conta atacó Doncos, alegando que dejó bien el órgano y que, de hecho, así lo consideró en aquel entonces el Cabildo y el propio Machado, que era la única persona que tenía acceso a él. Por tanto, aducía Doncos, si fallaba era por la dejadez o la mala praxis de dicho organista.
Por último, en 1796, Machado chantajeó al Cabildo herculino. Comunicó que iba a presentarse nuevamente a una oposición en la catedral de Tui -de la que había salido, como recordarán- si no se le aumentaba el salario en la Colegiata. No consta, sin embargo, ni que volviese a Tui ni que siguiera en A Coruña...
¡Vaya par de dos! No se sabe cuál era mejor ni estaba en lo cierto, pero es más prudente, a años luz de lo sucedido, no emitir juicios temerarios. ¡A saber lo que ocurrió realmente y lo que pasó por sus mentes!
En otra ocasión les seguiré la pista a estos dos "elementos", tarea no difícil porque allá donde fueran, bien se ve que gustaban crear conflictos.
Fin de la historieta que, espero hayan seguido -y no aburrido- pese a tanto ir y venir de unos y otros, en este singular bamboleo a causa de un órgano... y sus ratones.

Por esas fechas, y más aún, entrando en el siglo XIX, se puede seguir la trayectoria de otros organeros, no menos importantes en otras facetas. De entre todos, me quedo con Ramón Cardama, Mariano Tafall y José Benito González de Seijas.
Ramón Cardama pertenecía a una familia compostelana en la que, además de este organero, consta que entre sus miembros había pintores, como Vicente Cardama que firma un cuadro de la Virgen de Guadalupe, hoy ubicado en la iglesia de San Miguel dos Agros. Realizó diversos órganos en templos de Compostela en la década de 1860, aproximadamente. Es evidente que realizó o/y arregló en Santiago el del Convento de Santa Clara (1865), el del Convento de Santa María de Belvís (1868) y el de la iglesia de las Ánimas (1880).
Mariano Tafall y Miguel, en 1872, comenzó a publicar un tratado titulado "Arte completo del constructor de órganos, o sea, guía manual del organero", todo un bestseller en su época. Al mismo tiempo reconstruyó el órgano del Convento de Santo Domingo de A Coruña (1859), hizo el del Museo de las Peregrinaciones de Santiago (1860), el imponente órgano del Monasterio de San Martín Pinario de Santiago (1863) y el de la Capilla del Portal, en el Convento de Belvís, igualmente en Compostela (1866).
José Benito González de Seijas hizo una notable labor desplazándose por casi toda Galicia, aunque ejerció como maestro organero de la catedral compostelana, junto a Pedro Méndez Mernies y Mariano Tafall. Estuvo en Puentedeume, realizando el órgano de la Parroquia de Santiago (1816) y, como hemos señalado, emitió informes sobre otros órganos, como el de la Colegiata de A Coruña, por ejemplo.

Podríamos citar también, aunque sea muy someramente, la labor de otros tres que trabajaron en Compostela y son igualmente de renombre.
Manuel de la Viña, a quien se debe el órgano de la Catedral de Santiago de Compostela (1708) y el del Convento de Santa Clara (1713), de la misma ciudad
Alberto de la Peña, que realizó el del Monasterio de San Pelayo de Antealtares de Santiago (1782).
Pedro Méndez de Mernies, constructor del órgano de San Miguel dos Agros en Compostela (1842), siendo asimismo organero de la Catedral de Santiago.

A partir del siglo XX el funcionamiento de los órganos sufrió modificaciones importantes, con la sustitución de la conducción manual del aire (a cuenta de los "fuelles") por otras fórmulas más acordes con los tiempos. Tal ocurrió, por ejemplo, con el de la Catedral de Santiago, del que se hizo cargo la casa Mascioni desde 1977, o el del Monasterio de Santa María de Sobrado dos Monxes, construido por Federico Acitores (1987).
Soy consciente de que he pasado de narrar un episodio puntual y casi doméstico, acontecido a finales del siglo XVIII, a ofrecer otros datos de órganos de los siglos XIX y XX. Esto me lleva a concluir que, pese al paso de los años, el órgano ha sido -y es- uno de los instrumentos que no han perdido vigencia y, en general, goza de buena salud. Un hecho que lo corrobora es que en el siglo XXI no ha cesado la construcción de estos instrumentos, entre los que se encuentra el de la Real Basílica de Santa María la Mayor de Pontevedra (2000), por mencionar uno que nos es cercano.
Lógicamente esta salud no es completa: tiene achaques. Algunos que han sido bien restaurados, por ejemplo, por falta de uso, han vuelto a deteriorarse.
Tocar bien un órgano no es cosa fácil, y menos si se trata de un "órgano antiguo". Los desafines están a la orden del día. Son un peligro para los oídos. No digamos nada de las trompeterías: ¡pueden llegar a taladrarlos, aunque sean muy lucidos y altaneros sus sonidos!
No obstante, hay que perder el miedo a tañer o tocar estos instrumentos. Transmito el consejo de un experto, tal cual es J. S. Bach: "[el órgano] No tiene nada. Sólo tienes que pulsar las notas correctas en el momento adecuado y el instrumento toca solo" (Cita de Karl Geiringer, en 'Los Bach', 1954).
También W. A. Mozart se rindió ante el órgano, aunque no compusiera expresamente para él: "A mis ojos y oídos el órgano siempre será el rey de los instrumentos" (Carta fechada en 1777).
La época dorada de la música para órgano es la de los siglos XVII-XVIII (Barroco). No obstante, se prolongó en el siglo XIX (Romanticismo), continuó en el siglo XX... y hasta ahora, entrado el siglo XXI.
Desde hace ya un par de centurias, los órganos no sólo se sitúan en los templos para realizar música sacra, como acompañantes o como solistas, sino que también se colocan en las salas de los auditorios, para intervenir en obras de compositores que escriben parcial o íntegramente para sus teclados, tubos, pedales y registros.
Los RATONES ahora no son los protagonistas, afortunadamente, aunque el polvo acumulado sobre alguno de ellos (más concretamente, en los llamados "órganos históricos") es, sin duda, tanto o más dañino que los ROEDORES, porque por todas partes se filtra y causa estragos, hoy en día, difícilmente justificables.
Con orígenes en el siglo III a. C. y con tan copiosa producción musical -generada desde hace al menos cinco siglos- pena sería que nos los cargásemos, precisamente ahora que, con pasar unas bayetas de microfibra, unos paños de polvos antiestáticos, o unas aspiradoras de mano con cable o sin él, se nos vería el plumero por vagos y perezosos si no reparásemos en ellos.
¡Larga vida a los órganos! Cabe gritar... Que no agonicen por falta de recursos materiales ni humanos, ni mucho menos por desidia en mantenerlos, afinarlos... y escuchar las sugerentes, arrebatadoras y bellas melodías que desprenden al pulsar sus teclas, si se hace con "arreglo"...
Alén, Pilar
Alén, Pilar


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