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La belleza de los cardones centenarios de Santa Margarita

miércoles, 12 de abril de 2023
Dedicado a cada una de las alumnas y cada uno de los alumnos que se encuentran en la histórica instantánea. A los simpatizantes del Grupo y a sus miembros. Allí estábamos muchos de los componentes del Grupo Naturalista Turcón. Nos acompañaban históricos miembros del ecologismo en Telde. A ellos dedico también este artículo. Desafortunadamente alguno ya no está entre nosotros, sirva también de recuerdo a su impagable labor en defensa del medio canario, sus endemismos e historia.

Escribí este artículo el catorce de noviembre del presente año. Un día especial para mí, pues cumplía sesenta y seis años y lo celebraba con un paseo por las cimas de la montaña de Jinámar y la Sima de Jinámar. En verdad, son pateos cómodos, no suponen mayor dificultad y el placer que me proporciona cada ruta hacia la cúspide de cualquier cono volcánico es inigualable.

Sale este artículo hoy domingo, dieciocho de diciembre. Tiene su razón de ser, es mi regalo simbólico, cercana la Navidad y Reyes, a todos los componentes del Colectivo Ecologista Turcón, a tantas personas que durante este año han respaldado labores de concienciación, de pedagogía, de activismo en los medios, de luchas en los juzgados. Un año, además, de vaivenes personales, personalismos a ultranza que trataron de romper la unidad, enturbiar de algún modo la encomiable gestión de un colectivo histórico.

Se trata de un regalo porque hace treinta y tres años -exactamente en diciembre de 1989-, las alumnas y alumnos, las amigas y amigos que vertebraban en aquel momento el Grupo Naturalista Turcón, se encontraban felices y satisfechos porque, allí mismo, en el municipio de Las Palmas de Gran Canaria, muy cerca del barranco de Las Goteras que señala el límite municipal del muncipio de Telde con el capitalino, una joya botánica se manifestaba en todo su esplendor. Se trataba de un soberbio ejemplar de cardón (Euphorbia canariensis), capaz de albergar a sus pies, gracias a su asombroso diámetro, las ilusiones infantiles, juveniles y adultas de una treintena de personas.
Si es un regalo es porque el cardón y media docena más de ejemplares en los que no había reparado en aquel momento, sigue ahí, espléndido, fuerte y sano, más grande aún, señoreando un espacio que se me antoja con esperanzador futuro pues se trata de la zona libre que necesita la población del entorno, bien como zona protegida por encontrarse dentro de su superficie, especie de tan singular tamaño, bien como zona verde o de ocio a través de una actuación blanda y respetuosa con la vegetación presente. Cualquier actuación, siempre deberá llevarse a cabo desde el respeto más absoluto a la biodiversidad existente, referido claro está a las especies endémicas.
Una licencia les voy a pedir y es que, para evitar el uso del tiempo pasado -poco más de un mes ha pasado desde la última visita al lugar-, permítanme registrar en presente las notas de campo recogidas "in situ" en los pequeños periplos de este último cumpleaños. Muchas gracias.

"El amanecer me encuentra sobre uno de los conos, en concreto la montaña de Jinámar, junto a la cruz que corona lo poco que queda del cono volcánico. Al igual que con Malfú, el cono volcánico de Ingenio que les acerqué hace unos meses a traves de esta página literaria, esta montaña la disfrutarán ustedes, con su lectura, en los inicios del nuevo año.

A mis pies prosperan algunas magarzas de costa (Argyranthemun frutescens), en estas fechas en plena floración y se muestran, orgullosas de su vitalidad y de su tremenda adaptación a espacios degradados, un sinfín de pequeñas y medianas vinagreras (Rumex lunaria)

Culmino así las visitas dedicadas a este cono. Ladera tras ladera, una vaguada tras otra, he recorrido esta montaña una decena de veces y siempre me ha sorprendido con nuevos conocimientos.

Oteo el horizonte en todas las direcciones, deteniéndome un minuto en la cima que voy a ascender una vez más, la del cono de la Sima de Jinámar -cuando usted se encuentre leyendo este artículo habrá leído ya los dos correspondientes a la montaña de la Sima y, es posible, que le hayan motivado a visitarla-. Si es así, enhorabuena pues acercarse es conocer y si conocemos defendemos y conservamos. La frase: "Conocer para conservar" que durante muchos años fue una de las máximas del Jardín Botánico Viera y Clavijo, no puede ser más clarividente.

Deseo observar con detenimiento la flora que alberga esa cúspide pues en ella he encontrado una buena representación de la diversidad botánica que no hace muchas décadas enriquecía esta zona de volcanes.

A punto de iniciar el descenso de este cono, mi vista tropieza con una elevación singular: La Montañeta. En ella se encuentra la urbanización Santa Margarita, dentro de los límites municipales de Las Palmas de Gran Canaria.

Es entonces cuando siento la necesidad de acercarme a ella y explorar su cima. Necesito comprobar el estado de un cardón histórico existente en dicho lugar, una enorme planta emblemática para el grupo naturalista Turcón que, hace ahora cerca de cuatro décadas, mientras realizaba una ruta de sensibilización, descubrimiento y conocimiento por la zona, se encontró con un soberbio ejemplar de cardón. Tengo en la memoria, como si fuera hoy, la imagen de una treintena de niños y jóvenes, unos sentados, otros de pie con el objeto de hacer una foto de grupo. Recuerdo con gratificación que, al ver la instantánea días después -era la época en que había que revelar las fotos, hacer copias en papel fotográfico y enseñárselas posteriormente a los alumnos-, nuestra sorpresa fue mayor, apenas destacaba el grupo ante la magnificencia de aquel cardón que gozaba de un gran diámetro y una altura excepcional.

Siempre quedó en el recuerdo de todos los que estábamos presentes, la foto de aquel cardón y aquel momento.

Fueron vivencias rememoradas una y otra vez a lo largo de estas décadas cuando nos encontrábamos alumnas o alumnos y profesor en cualquier lugar de esta hermosa isla.
¡Qué recuerdos! –me decían. Luego hablábamos de ellas o de ellos y de mí, del discurrir de ambos por la vida, de la ausencia de muchos, de la pérdida irreparable de otros, pero siempre quedaban los abrazos sinceros, el agradable sabor a buenos momentos.

Hoy, tras la visita a los dos conos, me dirijo a Santa Margarita. No he vuelto desde entonces y ni siquiera recuerdo como entrar en aquella urbanización de chalets y grandes casas.

La carretera de Marzagán que, abandonando la C-812, se dirige a Mondalón y Los Hoyos -tierras éstas de materiales volcánicos recientes, de picones y cenizas de volcán generadas en volcanes como el de Bandama, donde el vino ha tejido interesantes y bellas narraciones referentes a exportaciones históricas, a creaciones literarias, a extraordinarios y singulares caldos-, me conduce hasta el desvío que permite subir a la Montañeta.

Dejo que el coche me lleve hasta el final de la misma pues recuerdo que justo allí, en la cima, se encontraba el soberbio ejemplar de cardón.

Tras aparcar el vehículo, cojo la mochila y mi cuaderno de campo, recorro apenas una decena de metros y allí está, robusto como siempre, orgulloso de su presencia, eterno.
Tras la primera emoción, fruto de tantos recuerdos guardados en la memoria, decido explorar el espacio.

El momento no puede ser más propicio, tras las fuertes lluvias de mediados de octubre, el campo estalla de verdor y las floraciones de múltiples plantas arbustivas no se hicieron esperar. En cierto modo, da la impresión en otoño de una primavera adelantada.

Una sencilla senda cuyo trazado es en zigzag me permite observar no uno sino media docena de enormes cardones que señorean la cima y, a su alrededor, una interesante muestra de la vegetación propia del lugar.

Hay un espacio entre las urbanizaciones de Santa Margarita y Monte Quemado libre de todo tipo de edificaciones. Es el espacio por el que estoy transitando y quiero creer que se mantiene así porque goza de algún tipo de protección, pues su valía es enorme.
Se trata de una ladera, alfombrada ahora de herbáceas -entre ellas varias especies de gramíneas en flor-, donde destaca la cubierta arbustiva con ejemplares bien desarrollados de una serie de endemismos botánicos que debemos proteger.
El conjunto en sí es de una belleza increíble. En verdad sorprende que, en medio de tanta urbanización y casas unifamiliares salpicando el paisaje, se conserve este pequeño reducto botánico.

Me detengo junto al cardón de la foto. Mido con pasos el diámetro del mismo cardón que habíamos escogido para el descanso hace tantos años, bajo sus tallos en forma de candelabros, arropando tantas ilusiones infantiles.

Cuento veintidós pasos largos, tiene con seguridad más de quince metros de diámetro, es posible que veinte. La altura de sus tallos sigue impresionándome. La mayoría tiene más de tres metros de altura y son muchas decenas de ellos. Dos plantas se protegen en su interior alcanzando alturas superiores en busca de la luz, una enredándose en sus tallos para luego, dejarse caer, dotando así de una cabellera verde, luminosa y brillante a la euforbia. Se trata de un azaigo de risco (Rubia fruticosa). La otra, una esparraguera arbórea (Asparagus arborescens), tras desarrollar sus tallos entre los del cardón, una vez dueña segura la luz forma una copa cuasi arbórea, de un verde más oscuro, elevándose un metro, tal vez un poco más, sobre los tallos más altos del cardón.

Mi asombro no conoce límites cuando en este momento, a diferencia de aquel entonces, recorro plácidamente el espacio colindante, con mucha paciencia, gozando del disfrute que tal paseo proporciona, identificando plantas, disfrutando con los insectos, siguiendo el vuelo de las aves y encuentro una riqueza y variedad que entonces, responsable de un grupo numeroso de niñas y niños, no pude observar.
Donde hace cuarenta años recordaba un campo de trebolinas y otras herbáceas ahora observo bejeques (Aeonium arboreum arboreum -con su floración a tope en la segunda quincena de noviembre-, y Aeonium percarneum), balos (Plocama pendula), retama blanca (Retama rhodorhizoides), esparragueras ( Asparagus pastorianus y Asparagus arborescens), cardones (Euphorbia canariensis), vinagreras (Rumex lunaria), espinos de mar (Lycium intricatum), veroles (Senecio kleinia), azaigos de risco (Rubia fruticosa), incienso (Artemisia thuscula), mato de risco (Lavandula minutolii).

La abundancia monoespecífica de los verodes en una zona de la ladera conforma lo que sería un pequeño verodal y una serie de tarajales (Tamarix canariensis) dan sucesión a los espléndidos cardones, dulcificando la imagen lateral de unas casas y separando así este espacio de la carretera que lo encorseta. Un par de jóvenes dragos prosperan al inicio de la senda que parte de la urbanización Santa Margarita para zigzaguear luego hasta encontrarse con otra salida de este espacio verde, en la parte alta de dicha urbanización, justo donde se encuentra el cardón que vine buscando.

Es curiosa la presencia de una sabina con un buen desarrollo -tiene unos dos metros de altura-, y buena situación en el centro de este terreno, disimulada su presencia por las especies arbustivas antes señaladas. Sus ramas son un excelente soporte para las telas tejidas por una araña introducida y que es muy habitual en las tuneras (Cyrtophora citricola).

La injerencia de los residentes de la urbanización Santa Margarita en este espacio ha propiciado que algunas especies invasoras ocupen los bordes externos de la urbanización y algunas se hayan naturalizado y prosperado con nuevos ejemplares. Bajo pensamientos tan irresponsables como: esta planta ha crecido mucho en mi jardín o bien: esta planta quedará muy bien detrás del muro, en el campo con las otras plantas-, observamos palmera de abanico, varios ejemplares de piteras (Agave sisalana) que se están asilvestrando, aloes (Aloe vera) que se extienden de igual manera, con ejemplares en el mismo pie del cardón, una fila de Euphorbia candelabrum, bastantes ejemplares de tunera india (Opuntia dillenii)...

Una pregunta curiosea mi mente: ¿Cuántos años puede tener cualquiera de estos cardones? Si apenas en cuarenta años aprecio cambios notables, más allá de algunos nuevos brazos que pugnan por aumentar más la superficie ocupada por la planta madre o de unos centímetros en el crecimiento de los brazos ¿Cuándo comenzó a desarrollarse este ejemplar desde que sólo era una pequeña semilla? ¿Cuántos años empleó el pequeño tallo en ir ascendiendo, poco a poco, buscando el espacio necesario para prosperar robusto y sano mientras sus pequeñas raíces exploraban sus inmediaciones reforzando el agarre, tras la búsqueda del agua necesaria, antes de iniciar el brote de un nuevo tallo y así sucesivamente?

He intentado buscar información y nada serio he encontrado. ¿Podríamos estar hablando de que los cardones presentes en este lugar son supervivientes con varios siglos de existencia? Estoy convencido que es así. Desconozco si existe método alguno que nos permita conocer la edad de un cardón, al modo de cómo podemos calcular la edad de un árbol, pero mucho me temo que en el tema específico de la longevidad de los arbustos y muchas otras plantas, la ciencia aún está dando palos de ciego. La duda ante ejemplar tan grandioso es razón suficiente para garantizarles nuestra protección y respeto.

Cojo el móvil y observo la foto del año ochenta y nueve. Se trata de la foto que encabeza este artículo. Me es fácil identificar a los más adultos, jóvenes en aquel entonces que no llegaban a los treinta años. José Luis, Pedro, un compañero que desconozco su nombre y yo. Luego los restantes eran, en su mayoría, alumnos del centro Esteban Navarro Sánchez: Ruth, Isa, Rita... otros jóvenes eran simpatizantes o miembros del Grupo naturalista: Fran, Sergio, Carolina...

Cuando estoy saliendo de la Montañeta me prometo una nueva visita, dentro de cuarenta años. Sabré entonces si el ser humano ha sido capaz de convivir con los demás seres que comparten este común planeta y si el tan apocalíptico cambio climático ha afectado seriamente a esta especie endémica, símbolo vegetal de Gran Canaria.

Ustedes tomarán esto como una ironía. Es cierto, no desconozco que tendré entonces ciento seis años recién cumplidos pero…¿dónde está escrito que no pueda vivirlos?. Es muy probable que necesite un par de bastones de senderismo para acercarme al viejo cardón. ¡Qué quieren que les diga! El colectivo ecologista Turcón en esa fecha habrá cumplido holgadamente medio siglo de existencia -con tanta hogura que sólo le quedarán dos décadas para celebrar el siglo-. Por cierto, esta sí que será una celebración sonada ¡cien años llegando al corazón de las personas!. Es muy probable que yo a ella no pueda asistir pues no dejo de reconocer que con ciento veintiseis años algún problema de movilidad tendré-. Dicha celebración estará arropada por un elevado nivel de euforia, pues razones muy diferentes a las puramentes temporales nos habrán reunido. Una razón esencial será obvia: la sensatez y el respeto de los seres humanos hacia el medio natural del que forma parte les llevará a vivir en armonía y equilibrio con el mismo y cada uno de los seres vivos que lo habitan y comparten y por consiguiente se habrán vuelto innecesarias las intervenciones y denuncias que actualmente mantienen los colectivos ecologistas, personas y activistas defensoras del entorno, la vida y el paisaje, en una confrontación abierta con la ignorancia de algunos gobernantes y la prepotencia de fondos de inversión, multinacionales y personas que tras ellos se esconden que, sin escrúpulo alguno y sin una visión que vaya más allá de sus intereses económicos arruinan paisajes, espacios y especies sin respeto alguno ni consideración a los que creemos que sólo la armonía permite el equilibrio y la supervivencia, incapaces ellos de comprender que sin la naturaleza que envenenan y destrozan la vida no es posible.

Como les decía, el cuidado de la naturaleza y una comunión íntima con ella -valoración, respeto y armonía-, la desaparición del concepto consumo como eje vertebrador de la economía desaforada y suicida en que se encuentra inmersa la especie humana en la actualidad y un nuevo pensamiento, propio de una sociedad humana infinitamente más avanzada, serán los pilares esenciales que definan esa nueva humanidad.

Si ustedes, entonces, aún siguen ahí, interesados en vivir cada día en contacto con la madre tierra que nos da la vida, les animo a que me acompañen a visitar el cardón. El esfuerzo en realizar el ascenso para saludar a la centenaria euforbia merecerá la pena y nunca estará de más rememorar viejos recuerdos y hacernos una instantánea para el futuro. Es posible que entonces las fotografías se realicen con un simple parpadeo, sin necesidad de cámara o móvil alguno. Tiempo al tiempo. Mientras esperamos la llegada de la segunda mitad del siglo veintiuno, les deseo un menor consumo, una reducción consciente en el uso de las redes y el móvil y un mayor encuentro con otras personas. Entonces sí que disfrutaremos de un feliz año dos mil veintitrés.
Espiño Meilán, José Manuel
Espiño Meilán, José Manuel


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