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Morir de éxito

lunes, 27 de marzo de 2023
Cuando yo era niño, la calle de la Reina representaba para mí lo más hermoso de la ciudad. También, para mis ideas infantiles, todo cuanto en ella se celebraba tenía la magia de lo importante y singular. Recuerdo batallas de flores, acompañadas de fuegos artificiales con carrozas venidas desde los barrios. También evoco la solemnidad de las procesiones y, entre ellas, la de Corpus, con una puesta en escena que, a mis ojos, representaba lo más bonito que pudiera ver.

Los jueves por la tarde y los domingos por la mañana, se celebraba el llamado "paseo". Entonces, los paseantes subían por el cantón de la llamada Plaza de España y recorrían la calle de la Reina hasta su encuentro con la plaza de Santo Domingo. Al llegar a la plaza, se giraba para desandar lo andado hasta llegar al fondo del Cantón y volver a empezar. Morir de éxitoMientras, sonaba la Banda Municipal bajo la batuta del Maestro Méndez. Allí nos encontrábamos entre nosotros, intercambiábamos recados y, en el fondo, convivíamos.

Había buenos establecimientos comerciales. De aquellos se conservan dos, de sólido prestigio entre nosotros. Vimos cómo las obras de modernización destrozaron muchas fachadas, o casas enteras. Aquellos destrozos casi se han disimulado en tiempos recientes, quedando unos cuantos vestigios de aquel aciago afán modernizador. Había llegado el tiempo de construir casas para vender pisos y locales, un enriquecimiento rápido que no respetó la calle ni sus casas, como en otras ciudades. Ante las máquinas excavadoras cayeron edificios modernistas, pérgolas, balcones y otros elementos exponentes de unas épocas y de cierto señorío ciudadano. Después, las casas perdieron singularidad para ser iguales a las de calles similares en ciudades también similares.

Más tarde vino el problema de las aceras. Se ensancharon para que quedase una sola vía de circulación, sin posibilidad de aparcamiento. Finalmente, en un momento de valentía, se prohibió el tráfico por ella, se peatonalizó mientras muchos detractores de tal medida, ponían el grito en el cielo, como suele suceder, también, en otras ciudades en situaciones análogas.

La calle se enriqueció con algunas farolas de corte romántico, bonitas, y con bancos en su primer tramo, pero no en el segundo. Se puso un suelo feo, de ese tono gris que tanto se usa en nuestra ciudad y que entona con nuestros días de tiempo adverso, tan frecuentes. Como la calle era de tanta categoría se arboló con magnolios, con la idea de poner en ella lo mejor de lo mejor. Tal vez fue una idea que buscaba lo ideal para la calle, resaltando su importancia dentro del conjunto urbano. Pero, para mi entender, con esos árboles se terminó de destrozar una calle que había sido singular.

Me gustan los discretos laureles de la calle del Progreso, los de la calle Aguirre o María Balteira. En ellas, los árboles desempeñan un papel ornamental sin pretensiones de protagonismo. Su presencia es bonita, discreta y no entorpece la visión de la calle. Los magnolios de la calle de la Reina ocultan muchas fachadas hermosas de casas únicas por su decoración en granito. Además, en el primer tramo de la calle, nos impide disfrutar viendo la fachada del antiguo convento de dominicas, hoy sede de la Agencia Tributaria.

Tal vez, plantar estos árboles en esta calle fue un acto de muy buena voluntad que solo pretendía conferir elegancia a una calle llamada a ser elegante. No dudo de la buena voluntad de quien lo decidió, pero creo que tenía muy poca idea de jardinería, desconociendo las básicas en eso de plantar árboles.

Yo, al verla tan atosigada por el volumen desproporcionado de los magnolios en una calle relativamente estrecha, añoro una hilera de camelios blancos discretos, de volumen adecuado. Unos árboles pequeños contribuirían a dar alegría a la calle sin restarle prestancia a lo que la debe de tener, la calle misma. Puestos a pedir, también pediría unos colores más alegres en el suelo, pues el opaco gris que tiene muchas veces contribuye a generar un cierto ambiente de tristeza que no merece esta calle, llamada a ser emblemática en la ciudad.

Le tengo cariño a la calle de la Reina, por eso me apena verla hoy.
Valadé del Río, Emilio
Valadé del Río, Emilio


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