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La corrupción en el ADN

lunes, 20 de marzo de 2023
A muchas personas, que todavía soñamos con mejorar el mundo, cada caso de corrupción que conocemos nos indigna y exigimos medidas drásticas contra los golfos. Otros, en cambio, mucho más realistas y familiarizados con estas prácticas, ya sea porque ellos mismos las usan, ya porque se han habituado a ellas y las ven con naturalidad, apenas se inmutan y las aceptan como inevitables y hasta se niegan a condenarlas. ¡Qué triste resulta ver a estos individuos sumidos en esa filosofía del Fatalismo! ¡Qué pena que hayan aceptado su propio expolio viviendo en la negatividad, la desidia, cuando no comodidad, y hayan aceptado vivir en un mundo tan injusto cruel y dañino! Otros, por su parte, viviendo en una extraña locura, piensan que las ilusiones son sus alas y a muchos les gusta volar... y escribir para plantar semillas de sencillos sueños de futuro, donde vivir sea más justo.

Algunas personas, a medida que avanzan en la vida, descubren más la miseria humana y procuran esquivarla para evitar la contaminación, y si ello les origina fatiga y aislamiento, también es cierto que descubren otros caminos ajenos a esos procederes. Las rosas siempre viven entre las zarzas.

Así que resulta fácil ver que la corrupción es sólo el reflejo de la capacidad del hombre para demostrar sus instintos más viles, su sed insaciable de dinero que le proporcione bienestar y poder, aunque para ello tenga que vivir con la conciencia sucia. Los pobres hombres, corruptos y corruptores, que tanto montan, siempre se visten de dinero pensando que engañan al personal y no saben la pena y el asco que dan. Por ello resulta obvio pensar que entre los hombres hay diferencias enormes y que, mientras unos disfrutan de los placeres que el dinero puede dar, otros subsisten con la conciencia limpia y creyéndose más felices.

La corrupción no milita en ningún partido ni es exclusiva de determinados individuos, sino que está ahí, al alcance de todos y es contagiosa si no se tiene cuidado para evitarla. Además también es muy sutil y se mueve por todos los recovecos de nuestro entorno sin que muchas veces seamos capaces de percibirla. Es difícil encontrar a alguien que en un momento dado no haya caído en ella, aunque haya sido minimamente, y ni siquiera lo haya notado. ¡Es tan familiar! Sólo después, cuando se analiza, se percata uno de su error. Después depende de las tragaderas, del cuidado, de la sensibilidad que se tenga para evitarla.

En su momento escribí un artículo que titulaba: ¿Y qué importancia tiene eso? Y es que se empieza por aceptar un café y se acaba por ser chorizo... o gran capo. Todo es cuestión de volumen.

Nos pasamos la vida buscando un sistema político mejor y ella, la corrupción, está siempre donde huela a dinero. Y si vemos que el Capitalismo, con su voracidad económica y su esclavitud no es válido, ni que la utopía de Marx tampoco bien funciona en la vida real y genera sanguinarias dictaduras, encontramos que D. Parné siempre está dispuesto a poner el cazo porque no entiende de dioses ni moralidad. Ya ven en la masacre de Ucrania cuantos muertos se necesitan para enriquecer a otros muchos. ¡Malditos sean!

Ante tal panorama, quizás la revolución pendiente, esa en la que casi nadie repara, sea realizar un ejercicio de introspección del ser humano. Ver que la solidaridad, la igualdad, el reparto equitativo de la riqueza... dependen de nuestro corazón, de controlar nuestros instintos tan mezquinos -la corrupción huele muy mal- y aprender a vivir sin comerciar con el amor y otros sentimientos tan sublimes. Hay que recuperar la honestidad, la limpieza, el no todo vale... y ver en el dinero su verdadero valor, una herramienta para la vida, y que su acaparamiento sólo proporciona comodidades, pero no lava conciencias. Y de eso saben mucho los corruptos.

A mi me lleva a pensar que las grandes hecatombes de la Humanidad tienen su origen en la avaricia. Ese instinto depredador de los hombres, siempre ávidos de riquezas, siempre dispuestos a la rapiña, siempre legislando a su conveniencia, siempre instalando fronteras, siempre buscando beneficios... siempre ajenos al respeto debido a los demás. Decía José Luis Sampedro: "El sistema es un casino donde siempre ganan los mismos".

Y Séneca ya había avanzado: "El hombre avaro nunca tiene bastante, pero el que tiene bastante no necesita más".

En un mundo polarizado donde la superabundancia convive con la indiferencia más cruel con el hambre y la necesidad, resulta evidente pensar que la Humanidad debiera replantearse el guion para alcanzar una mayor igualdad. Sin duda, es urgente poner coto a la avaricia, a la depredación, al abuso... a esas pasiones humanas tan nefastas donde la insensibilidad permite la esclavitud, la marginación y todo tipo de desconsideraciones. Todas son posiciones de dominio, de superioridad económica... pero la mayoría de la gente, ajena a tanta ambición, aspira a vivir feliz, aunque sean otros los caminos.

La especie humana, esa que siempre está dividida en bandos, usa la corrupción como arma política y se acusan mutuamente de corruptos. Y a este respecto dice en un viejo refrán "en todos los lados cuecen habas"; y, si bien parece cierto, conviene precisar que hay personas más honradas que otras. Valga de ejemplo España: parece que el Estado, la Comunidad o en el Ayuntamiento pueden soportar todos los desmanes sin pudor alguno. Miles de golfos las utilizan en su beneficio, otros engañan a la Seguridad Social, cobran el paro trabajando y realizan miles de triquiñuelas ante la indiferencia cívica... y lo vamos permitiendo para aceptar esa corrupción. Y ni que decir tiene que estas miles de "pequeñeces" -ingentes cantidades de dinero- también afectan al erario público. Son tan inmorales como las mordidas con que nos obsequian todos los días los "patriotas". A este respeto es preciso decir que el silencio cobarde es una asquerosa complicidad.

Si es cierto, como dice el analista Alberto Iturrialde, que "la corrupción está echando el talento de España", convendría, por la salud del País, que cada cual actuara contra esa lacra de todas las maneras posibles.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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